Narra la cuentista Isak Dinesen
(seudónimo de la baronesa Karen Blixen) que en una colina en Portugal había
hace muchos años un convento al cual iban a refugiarse en la vejez las damas de
la nobleza. Era costumbre que, si había sido casada, la dama llevara al
convento un pedazo recortado de la sábana de su lecho nupcial como prueba de
castidad antes del matrimonio; una mancha de sangre daba fe de que la recién
ingresada había sido virgen el día de su boda. Estos documentos se enmarcaban y
se colgaban en una galería para que los visitantes pudieran comprobar que las
hermanas, además de nobles, eran virtuosas, no faltaba más.
Los
curiosos se paseaban mirando estas insólitas actas de virginidad y meneando la
cabeza con aprobación hasta que paraban frente a la de una dama cuyos blasones
no dejaban duda de que había pertenecido a la más rancia nobleza, pero cuya
sábana nupcial había conservado el blanco puro del lino. Ahí es donde el
visitante se detenía más tiempo, con la mirada puesta en la sábana y el
pensamiento perdido en la lejanía. Tal es el poder evocativo de la página en
blanco.
En
la física, como en el cuento “La página en blanco”, la información negativa también es información. Pero
no hay que confundir la información negativa con la ausencia de información. La
página en blanco dice muchas cosas, pero para que las diga tiene que haber
página en blanco.
Una
página en blanco fue lo que encontraron los físicos estadounidenses Albert Michelson
y Edward Morley cuando, en 1887, hicieron un experimento para detectar el éter
luminífero, sustancia hipotética en la que
se propagaban las ondas electromagnéticas que hacía poco había descubierto el
físico escocés James Clerk Maxwell. Combinando ingeniosamente las ecuaciones
que describen el comportamiento de los campos eléctricos y los campos
magnéticos, Maxwell obtuvo una ecuación cuya forma general reconoció de
inmediato: era la descripción matemática de un tipo de onda. Más
específicamente se trataba, al parecer, de unas ondas formadas por campos
eléctricos y magnéticos alternantes, y estas ondas electromagnéticas se
desplazaban a la velocidad de la luz. Nadie las había detectado, observado,
probado ni olido jamás. Maxwell dedujo la existencia de estas ondas de manera
puramente teórica, sin que antecediera observación experimental alguna, y
concluyó correctamente que sus ondas electromagnéticas eran, ni más ni menos, luz. ¡La luz era un tipo de
onda!
Las
ondas que se conocían hasta entonces –las de sonido, las de una cuerda
vibrante—requieren todas un medio material en el cual propagarse. El sonido,
por ejemplo, se propaga en el aire, en los líquidos y en los sólidos, mas no en
el vacío. Donde no hay nada, pensaban los físicos, no podía haber tampoco
ondas. Sin embargo era bien sabido que la luz se propaga en el vacío con
singular desenfado. La luz del sol nos llega a través de 149 millones de
kilómetros de vacío y un centenar de kilómetros de atmósfera. Para que las
ondas de luz recién descubiertas pudieran propagarse a su antojo los físicos
les inventaron un soporte material insólito, al cual llamaron éter luminífero.
El éter luminífero tenía que estar en todas partes: entre el sol y la Tierra,
entre las estrellas, entre las galaxias y en cada rincón del universo. Debía
ser a la vez muy duro (para explicar las altísimas frecuencias de vibración de
las ondas electromagnéticas) y tenue como el humo (para que la Tierra y todo lo
que se mueve por el espacio pudiera atravesarlo sin menoscabo apreciable de su
energía). En resumen, tenía que tener unas propiedades rarísimas. Pero a los
físicos les pareció más raro que unas ondas pudieran propagarse en el vacío, de
modo que se pusieron a idear experimentos para demostrar que el éter sí
existía. El experimento más sonado fue idea de Albert Abraham Michelson, físico
estadounidense nacido en Alemania.
Michelson
había dedicado su vida profesional a medir la velocidad de la luz,
divertidísimo deporte en el que ya habían participado varios científicos del
siglo XIX. Cuando daba clases en la Escuela Case de Ciencia Aplicada, en
Cleveland, Ohio, Michelson inventó un aparato llamado interferómetro, que permite medir distancias con muchísima precisión.
Con este aparato llevó a cabo importantes trabajos de medición para la Oficina
Internacional de Pesos y Medidas, organismo con sede en París, donde se
guardaba la barra metálica que se empleaba como patrón para definir el metro.
Pero
al interferómetro de Michelson se lo recuerda más por lo que no pudo medir que por lo que sí. Su inventor lo había
creado con el propósito de medir el efecto del movimiento de la Tierra en la
medición de la velocidad de la luz. ¿Por qué pensaba Michelson que los andares
de nuestro planeta afectaban la velocidad de la luz? Pues porque, si el éter
luminífero existía (y pocos lo dudaban), entonces la Tierra al desplazarse
generaba a su alrededor una corriente de éter. Con el movimiento del medio que
transporta a la luz debía cambiar el valor de la velocidad de la luz según se
midiera ésta en la dirección de la supuesta corriente de éter o en una
dirección perpendicular. El interferómetro de Michelson tenía dos brazos
perpendiculares provistos de espejos en los extremos, a lo largo de los cuales
se enviaban sendos rayos de luz. Se suponía que la corriente de éter por la que
necesariamente tenía que estar pasando la Tierra haría que la luz viajara más
rápido o más lento en uno de los brazos, como un nadador en un río
desplazándose aguas abajo o aguas arriba. La diferencia de distancia recorrida
por la luz entre un brazo y otro debía ser de alrededor de una cienmilésima de
milímetro, que Michelson esperaba poder medir juntando los dos rayos de luz
después de sus ires y venires para producir un patrón de interferencia.
Michelson
realizó experimentos preliminares en 1881 sin resultados concluyentes. En 1887
se asoció con Edward Morley, químico y pastor protestante que tenía fama de
fino experimentador. Para eliminar fuentes de error experimental y poder
orientar el interferómetro en distintas direcciones sin dificultad ni
sobresaltos, Michelson y Morley montaron el aparato en un pesado bloque de
piedra, el cual reposaba en un disco de madera que a su vez flotaba en un
tanque de mercurio. En los brazos pusieron espejos de manera que la luz
recorriera en cada uno alrededor de 1.1 metros. Con esta disposición, la
diferencia de tiempo que tarda la luz en recorrer esa distancia con un brazo
paralelo a la hipotética corriente de éter y otro perpendicular debía ser de
cerca de 1 en 100 millones. Los científicos hicieron el experimento en 16
posiciones distintas y a diferentes horas del día, pero no pudieron medir
ninguna diferencia apreciable: la luz, al parecer, tardaba el mismo tiempo en
recorrer uno y otro brazo, pese a que la corriente de éter respecto a la Tierra
tendría que haberla retrasado apreciablemente en uno.
La
cosa parecía tan insólita (¡las ondas de luz se propagan en el vacío!), que en
1904 Morley y otro científico repitieron el experimento alargando el recorrido
de la luz y usando soportes de madera y de acero por si el material de que
estaba hecho el soporte influía en el resultado. Pero nada. Tomando en cuenta
el error experimental inevitable, la diferencia en la velocidad de la luz en
las dos direcciones no era de más de tres kilómetros por segundo (se esperaba
que fuera de unos 30 kilómetros por segundo, que es la velocidad orbital de la
Tierra y por tanto tendría que ser la velocidad de nuestro planeta respecto al
éter). ¿Quizá el entorno afectaba los resultados? Morley y su colaborador, que habían
trabajado en un sótano, volvieron a hacer el experimento en un cobertizo
situado 300 metros sobre el nivel del lago Erie. Nada. La luz se empeñaba en
desplazarse a la misma velocidad en las dos ramas del interferómetro. El
resultado de los experimentos de Michelson-Morley, repetidos por Morley y
Miller, fue una página en blanco. ¿Qué secretos había escrito la naturaleza con
tinta invisible en esa página inmaculada?
El
mensaje oculto tuvo que esperar hasta 1905 para encontrar lector, y el lector
fue un muchacho de 26 años que trabajaba en una oficina burocrática suiza y que
se llamaba Albert Einstein.
Añadiendo
los resultados de los experimentos de Michelson y Morley a ciertas objeciones
teóricas a la existencia del éter, Einstein concluyó, en primer lugar, que si
el éter no tenía ningún efecto sobre la velocidad de la luz era porque no
existía, y en segundo lugar, que la luz siempre se desplaza a la misma
velocidad sin importar desde dónde se mida ni a qué velocidad se mueva el que
la mide. Si me paro junto a una fuente de luz y mido la velocidad de la luz que
ésta emite, obtengo 300,000 kilómetros por segundo. Si ahora paso corriendo
junto a la fuente a 10 por ciento, 20 por ciento, 80 por ciento o 99.99 por
ciento de la velocidad de la luz, vuelvo a obtener 300,000 kilómetros por
segundo. Sobre estas bases Einstein construyó la teoría especial de la
relatividad, pilar de la física moderna sin el cual el mundo contemporáneo no
sería posible y que ha transformado por completo nuestro concepto del espacio y
del tiempo.
Una
página en blanco no siempre es una página muda. Para quien la sabe leer puede
contener los mensajes más elocuentes.
7 comentarios:
Hola Sergio,
interesante entrada, como siempre. Me dio gusto escucharte en imagen y luego leer el post, no fueron del todo iguales. Esta explicación de la luz, las ondas y el vacío queda perfecto con la analogía de la pagina en blanco, y el colisionador de hadrones. Me acordé de las muchas veces que te das cuenta de algo cuando alguien calla; la frase que escuchamos a veces 'tu silencio lo dice todo', que no es tanto el silencio sino la reacción observada.
Saludos Sergio.
Me gusto. Una prueba de que en el libro de la historia de la ciencia, hay páginas en blanco. Para quien las sabe leer representan una valiosa fuente de información.
¡Hay de aquellos que tiene ojos y no ven!
Saludos!! Sergio
Ismael Isassi
Excelente entrada, Sergio. Pero ahora mas que nunca es importante y casi hast apremiante entender la observacion recabada en dos laboratorios distintos, por dos equipos distintos, que te decia en entradas anteriores:
¿los neutrinos pueden viajar a mayor velocidad que la luz?
y lo que se puede asumir enseguida: ¿viajando a mayor velocidad que la luz, se puede ir al pasado?
¡que temas mas fascinantes!
Buena observación, Chema. Sí, en general el silencio es elocuente, hasta en la música. Lo que no se dice, dice mucho. Me gustaría poder hacer un programa de radio en el que se pudiera hacer buen uso del silencio.
Tema aparte: acabo de pasarme 45 minutos viendo las caricaturas de funny mobi. ¡Te odio!
jajajajajajajajajajajajajajaja, ¿apoco no es entretenidísimo? puras tonterías, pero dan risa; y lo padre es cuando tocan temas que conoces, como el que te envie. jajajajajajjaja que risa me dio tu comentario. pues una vez que empiezas con el iFunny, comodice steve jobs, you never go 'bach'. jajajajaja
como representaría en un dibujo un paradigma cientifico basandome en la pagina en blanco, me puedes responder? saludos.
en defiinitiva que és una pagina en blanco?????
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