Las mutaciones son la clave de nuestra evolución. Nos han permitido evolucionar de organismos unicelulares para convertirnos en la especie que domina el planeta. Es un proceso lento, que normalmente lleva miles y miles de años. Pero cada tantos miles de milenios la evolución da un salto hacia delante.
—Charles Xavier, en X-Men
Sí, como no.
—Sergio de Régules
Hace poco la Fundación Cientec de Costa Rica y la Red de Popularización de la Ciencia para América Latina y el Caribe me invitaron a ser parte del jurado de un concurso de novelas cortas de ciencia-ficción. Las participaciones varían en calidad, pero hubo algunas que no fue nada difícil eliminar sumariamente: contenían errores científicos graves –errores que no cometería una persona con conocimientos científicos mínimos, aunque son perfectamente comprensibles en los legos. Por ejemplo, en una de las novelas unos científicos observaban el desarrollo de unos organismos extraterrestres atrapados en frascos. En eso, los organismos empezaban a transformarse y uno de los científicos exclamaba “¡Están mutando!”, a lo que otro contestaba “No: están evolucionando”. En ese momento dejé de leer.
La trama se repite en las películas y los programas de televisión de los últimos años: un accidente altera el ADN de un personaje y lo convierte en una especie de monstruo. A Peter Parker lo pica una araña superdotada y, claro, le comunica sus poderes. Hace 40 años la araña era radiactiva, hoy es un animal genéticamente modificado cuya picadura le cambia el ADN a su víctima. La molécula en forma de doble hélice da volteretas en nuestras pantallas, y entre destellos y luces de colores, se transforma: se le amputa un tramo, se le añade otro. Voilà!, el afectado se convierte en mutante. Peter Parker amanece dotado de músculos de acero y poderes arácnidos.
Los profesionales de la narración —novelistas, dramaturgos, cineastas— construyen sus tramas siguiendo un principio tácito que manda que la realidad nunca interfiera con una buena historia. El narrador puede emplear los sucesos históricos y los hechos científicos según le convenga, pero cuando no le conviene, se le permite alterarlos. Es lo que se conoce como licencia narrativa. ¿Qué importa que sea biológicamente imposible que haya seres humanos “hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana” si esta inexactitud se usa para crear el mundo fantástico de Star Wars? Lo mismo se puede decir de la serie de películas X-Men: ¿qué importa que la evolución y las mutaciones no funcionen ni remotamente como en el mundo de los superhéroes mutantes de Charles Xavier y su enemigo Magneto? Uno va al cine a divertirse, no a aprender biología.
Con todo, el tema de las mutaciones es interesante porque, en efecto, son la clave de la evolución, y no sólo de la nuestra, sino de la de todas las especies. Una mutación es un cambio en la información genética de una célula. El famoso ADN se puede ver como un paquete de información, una especie de programa que contiene las instrucciones para fabricar y mantener en funcionamiento al organismo al que pertenece. El ADN de un organismo es al mismo tiempo como los planos y el manual de operación y mantenimiento, escrito en un lenguaje químico particular en el que cuatro sustancias distintas hacen las veces de letras. Las mutaciones van desde la omisión o sustitución de una letra (lo más común), hasta la trasposición de párrafos y hasta de volúmenes enteros.
El primer problema con el concepto de mutación de X-Men es que una persona no tiene una sola molécula de ADN, sino miles de millones —una copia independiente en cada célula del organismo. Las mutaciones son accidentes que afectan al ADN de una sola célula. No se transmiten al organismo completo. Para ser mutante hay que nacer mutante, lo cual ocurre cuando el óvulo o el espermatozoide de los que provenimos contienen ADN modificado. En ese caso, cada nueva célula del embrión en desarrollo vendrá equipada con este ADN mutante y el organismo será distinto. ¿Qué tanto?
Las mutaciones más comunes tienen, por lo general, consecuencias imperceptibles —como cambiar el número de surcos de la huella digital, digamos. Las más grandes suelen producir monstruosidades que tienen dificultades para sobrevivir o que ni siquiera llegan a nacer. Las grandes mutaciones producen en el ADN un efecto parecido al del impacto de una bola demoledora en un edificio: lo desorganizan. El que una mutación produzca un ser con superpoderes complejos sería como si la bola demoledora no sólo no tirara el edificio, sino que le añadiera varios pisos con todo y decoración rococó.
En Inglaterra hay una especie de mariposa moteada que se confunde con la textura de los líquenes que cubren el tronco de ciertos árboles. Cuando se posa en ellos, no hay ojo que la distinga. Así evita que se la coman sus depredadores. ¿Qué pasaría si, por alguna razón, los troncos de los árboles se volvieran negros? La mariposa al posarse en ellos ya no estaría oculta. Al contrario, sería tan visible como un barrito en la punta de la nariz. Si su entorno cambiara de esta manera, las mariposas moteadas no tardarían en extinguirse. A menos que…
A principios del siglo XIX los árboles del centro de Inglaterra se volvieron negros como consecuencia del auge de las industrias que usaban carbón como combustible. Las mariposas moteadas estaban en dificultades porque en su nuevo entorno ya no eran viables. Pero la especie no se extinguió en la región porque no todos los miembros de la población eran genéticamente idénticos. Algunos nacían totalmente negros por efecto de una mutación del gen que dicta el color de estas mariposas. Desde luego, los ejemplares negros rara vez vivían lo suficiente como para reproducirse y legar su negrura a sus descendientes. Por lo tanto, había pocos: en 1740 sólo uno de cada 100,000 ejemplares era negro. Pero cuando la industrialización transformó el entorno, el ser negro pasó a ser una ventaja en vez de lo contrario y la variedad negra empezó a proliferar. En 1848 la proporción de ejemplares negros en la población ya era de uno por cada 100 individuos. Para 1959 la variedad negra representaba el 90 % de la población. La especie no se extinguió gracias a la variedad genética que proporcionan las mutaciones. Así opera la evolución: las mutaciones proponen y el entorno dispone.
Las mutaciones son la fuente de variabilidad sobre la que opera la selección natural, motor de la evolución. Pero nótese que no aparecen para salvar a una población en peligro, ni producen automáticamente organismos “superdotados”. La mutación negra de la mariposa moteada ya existía antes de la industrialización de Inglaterra, sólo que no era buena idea. Empezó a serlo cuando los árboles perdieron su cubierta de líquenes pardos y se ennegrecieron sus troncos. Nótese, asimismo, que la mutación negra no hizo que la evolución diera un salto “hacia delante”. Una mariposa negra no es intrínsecamente mejor ni más evolucionada que una moteada. Simplemente está mejor adaptada a un entorno en el que los troncos de los árboles son negros, y prolifera porque los depredadores dejan de comerse a los ejemplares negros por no verlos. Si los árboles recuperan su abrigo de líquenes, la variedad moteada volverá a tomar la delantera. Y si los árboles se vuelven azules la especie desaparecerá. A menos que…
Hoy en día, casi todos los biólogos están de acuerdo en que la evolución no tiene adelante ni atrás, ni va a ninguna parte. La selección natural, como se ve en el caso de las mariposas moteadas inglesas, opera aquí y ahora. Es un proceso automático y no dirigido que no prevé el futuro, del cual no puede saberse nada. Un grupo de organismos muy exitosos llamados dinosaurios, que llevaban cientos de millones de años como dueños del planeta, se extinguió en poco tiempo cuando el impacto de un meteorito de 30 metros levantó tanto polvo y produjo tantos incendios mundialmente que obstruyó la luz del sol durante meses. Así pues, si bien el profesor Xavier acierta cuando afirma que las mutaciones son la clave de la evolución, desvaría cuando nos dice que “cada tantos miles de milenios la evolución da un salto hacia delante”.
Saber nunca nos ha impedido a los seres humanos inventar, ni disfrutar de la fantasía. Conocer este mundo viejo jamás ha sido obstáculo para crear mundos nuevos, ni siquiera entre los científicos, que siempre tienen que recurrir a la imaginación desbocada cuando se topan con fenómenos nuevos que no se han podido explicar. La licencia narrativa que nos otorgamos —o que concedemos a los demás— nos salva de la pedantería de exigir en toda circunstancia el apego estricto a la realidad. Con todo, la ciencia-ficción se autoimpone una restricción por su mismísimo nombre: ha de tener ciencia, y los mejores ejemplos de este género normalmente extrapolan el conocimiento científico de su época sin contradecirlo ni violentarlo demasiado. En mi opinión, la licencia narrativa en ciencia-ficción no puede consitir en contradecir de plano el conocimiento científico del momento. Unos organismos individuales que mutan y evolucionan a ojos vistas no son una extrapolación, sino un absurdo.
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