martes, 27 de octubre de 2009

Vacas con nombre y coches rojos

Los afortunados ganadores del premio Ig Nobel de medicina veterinaria este año son Catherine Douglas y Peter Rowlinson, de la Universidad de Newcastle, Reino Unido. Douglas y Rowlinson fueron distinguidos por "demostrar que las vacas con nombre dan más leche que las vacas sin nombre".

El premio Ig Nobel, creado por el matemático y showman Marc Abrahams, es una broma, pero las investigaciones que premia son serias, aunque a veces no parezca (¿"diamantes de tequila"?) El lema de los premios es "investigaciones que primero te hacen reír y luego te hacen pensar", y Abrahams husmea laboriosamente en las revistas especializadas de todas las disciplinas científicas como un minero en busca de diamantes para extraer al puñado de científicos que cada año se ganan el Ig Nobel. Así, es de suponer que detrás de los diamantes de tequila y de las vacas con nombre que dan más leche haya investigaciones sólidas cuyos resultados pueden serles útiles a muchas personas. Y así es. Douglas y Rowlinson (a quienes llamaremos Catherine y Peter para que den más leche) publicaron su investigación en la revista Anthrozoos: A Multidisciplinary Journal of the Interactions of People and Animals. El artículo se titula "Exploring Stock Managers' Perceptions of the Human-Animal Relationship on Dairy Farms and an Association with Milk Production" ("Exploración del sentir de los capataces acerca de las relaciones entre humanos y animales en las granjas de lácteos y vínculo con la producción de leche"...uf...).

Ingenuamente uno podría pensar que Cahterine y Peter simplemente estudiaron vacas con nombre y vacas sin nombre, y midieron su producción de leche. La conclusión escueta de que las vacas con nombre producen más podría interpretarse mal: me imagino al dueño de una vaquería comercial con miles de vacas perpetuamente conectadas a la máquina ordeñadora haciéndose ilusiones de aumentar su producción sin invertir ni un centavo con sólo ponerles nombre a sus animales ("Bueno, que todas se llamen Lulú y sanseacabó", dice el industrial lechero al tiempo que desde el ventanal de su vasta oficina divisa un panorama interminable de filas de lomos blanquinegros inmóviles). Pero lo que hicieron en realidad Catherine y Peter fue estudiar por medio de encuestas cómo perciben los capataces de las granjas lecheras la relación entre sus vacas y las personas que se ocupan de ellas, y sobre todo la diferencia entre vacas con miedo a las personas (miedo fundado en experiencias negativas) y vacas tratadas con amabilidad.

Catherine y Peter informan que 90 % de sus encuestados opinan que las vacas tienen sentimientos; que la mayoría reconocen que la relación con las personas influye en el temperamento de las vacas, aunque sólo 21% opina que éstas les tengan miedo a los humanos. Cerca de la mitad piensa que las vacas son más dóciles si su experiencia previa de las personas es buena y 78 % afirma que las vacas son inteligentes.

Al final, no es el tener nombre lo que , como un sortilegio, hace que las vacas den más leche, sino las condiciones de vida que tiende a ofrecer a sus animales quien también tiende a ponerles nombre. No hay que confundir causas con circunstancias concomitantes.

El asunto de las vacas con nombre me recuerda aquello de que los coches rojos tienen más accidentes. No sé si sea verdad (sospecho que no), pero supongamos que sí: que hay estudios estadísticos que indican que en los accidentes hay más coches rojos que de cualquier otro color. El automovilista ingenuo, como el industrial vacuno, podría pensar que pintar su coche rojo de otro color bastará para reducir sus probabilidades de sufrir accidentes de tránsito. Pero, como con las vacas, no es que el color influya mágicamente en el destino del coche y de su conductor. Más bien el color es señal de un cúmulo de circunstancias que, reunidas, favorecen los accidentes: podría ser que el rojo sea más difícil de ver claramente a altas velocidades, o que las personas que escogen coches rojos tiendan a manejar más rápido y ser más imprudentes, o ambas cosas y otras más. Estoy seguro que el conductor imprudente no mejora sus probabilidades de sufrir accidentes con comprarse un coche que no sea rojo.

La información, por lo general, hay que saber interpretarla, y con la información estadística la cosa es más apremiante y difícil. Se cuenta de un individuo que decidió mudarse cuando se enteró de que la mayoría de los accidentes ocurren en casa; también se habla del viajero frecuente que siempre llevaba una bomba en el portafolios porque había oído que la probabilidad de que hubiera dos bombas en el mismo avión era casi igual a cero. Se dijo una vez de George Bush que se preocupó mucho cuando le dijeron que la mitad de los estadounidenses es menos inteligente que la media (en una distribución estadística como la de la inteligencia la mitad de la población inevitablemente quedará por debajo de la media, ¡porque así se define la media!).

Los datos aislados --sobre todo los datos estadísticos-- pueden ser muy engañosos. Para entenderlos bien hace falta el contexto. Sin el contexto, podemos hacer muchas tonterías, como ponerles el mismo nombre a 5000 vacas, pintar el coche de blanco, mudarnos, llevar bombas en el portafolios y ser George Bush...

...o ponerles música clásica a los niños pequeños para que sean más listos.

martes, 20 de octubre de 2009

Treinta y dos planetas aburridos

¡Treinta y dos planetas extrasolares! El ciudadano desprevenido se queda pasmado ante la noticia. ¿Son los primeros que se descubren? ¿Todos de sopetón? ¿Se parecen a la Tierra? Seguramente sí, de lo contrario no sería la gran noticia, se dice el ciudadano desprevenido.

Pues no: ni son los primeros planetas extrasolares que se descubren, ni aparecieron todos de golpe ni se parecen a la Tierra. Lo que se nos presenta como noticia no lo es. Desde luego, la culpa no es del equipo de investigación que descubrió los 32 planetas, sino de los medios, que tienen la manía de presentar la ciencia como si fuera una sucesión de descubrimientos asombrosos y revolucionarios. Ahora bien, la abrumadora mayoría de las investigaciones científicas que se publican en las revistas especializadas (fuente principal de los medios noticiosos) no son ni muy asombrosas ni muy revolucionarias. Para presentarlas con esa perspectiva hay que deformarlas bastante. Por ejemplo, la noticia de esos 32 planetas aburridos viene aderezada en ciertos periódicos mexicanos con comentarios como "este descubrimiento ayudará a entender mejor el universo", que es como no decir nada, porque toda la investigación científica está encaminada a entender mejor el universo, y "este descubrimiento refuerza la hipótesis de que hay muchos planetas habitables en la galaxia", lo que se puede decir de cada uno de los 400 y tantos planetas extrasolares que se han encontrado desde 1995.

El que no sean novedad no significa que no se pueda decir nada interesante acerca de estos planetas. El equipo que los detectó tiene su sede en la Universidad de Ginebra e incluye a Michel Mayor y Didier Queloz, los astrónomos que detectaron los primeros planetas extrasolares hace 14 años. Usando un instrumento montado en el telescopio del Observatorio Europeo del Sur, en Chile, los investigadores analizaron la luz de varias estrellas en busca de huellas de bamboleo. Si una estrella se bambolea, quiere decir que algo muy grande y pesado le gira alrededor, posiblemente un planeta, o varios.

Entre los 32 planetas recién pescados hay más de 20 mucho más grandes que Júpiter (el planeta más grande del Sistema Solar) y sólo unos cuantos de cuatro o cinco veces el tamaño de la Tierra. No hemos encontrado planetas gemelos del nuestro, pero esto se debe a lo que se podría llamar un problema de colador, o de red: si uno pesca con una red de malla gruesa sólo sacará peces grandes. El método del bamboleo (o de la velocidad radial) sólo puede detectar planetas gordos porque no es muy fino (aunque es el que más planetas extrasolares ha rendido hasta la fecha, quizá por ser el primero que se usó). Para pescar planetas del tamaño de la Tierra hace falta un método más preciso.

Tal método existe y se llama "método de los tránsitos". En vez de analizar la luz para extraerle rastros de bamboleo, se examinan las variaciones de brillo microscópicas y periódicas que podrían ser señal de que un objeto opaco y pequeño está pasando frente a la estrella cada cierto tiempo. Es el método que empleará la sonda Kepler, lanzada en marzo de 2009, para detectar planetas terrestres. El Kepler observará la misma región del cielo durante tres años y medio sin parpadear. En el campo visual de la sonda hay cientos de estrellas. Se espera que en ese lapso el aparato detecte muchas variaciones de brillo periódicas. A partir de la intensidad y el periodo de las variaciones se podría inferir muchos datos acerca de los planetas que las provocan.

Y cuando el Kepler detecte un planeta del tamaño de la Tierra, los medios lo anunciarán como la gran noticia...pero entonces sí tendrán razón.



martes, 13 de octubre de 2009

Complot del futuro

¿Por qué no han podido poner a funcionar el Gran Colisionador de Hadrones (LHC)? ¿Por qué canceló el gobierno de Estados Unidos un proyecto similar en 1993, aún cuando ya se había excavado un túnel de miles de millones de dólares?

Según Holger Nielsen, del Instituto Niels Bohr de Física Teórica, y Masao Ninomiya, del Instituto Yukawa de Física Teórica, la respuesta podría ser que el universo está tratando de impedir que se genere el bosón de Higgs. ¿Por qué? Pues...quién sabe...

En un artículo publicado en el depósito electrónico arXiv.org, Nielsen y Ninomiya alegan que el futuro podría estar ejeciendo influencia sobre el presente para impedir que opere el LHC. Añaden que si así fuera, entonces todo proyecto de construir una máquina capaz de generar bosones de Higgs debería verse obstaculizado por lo que parecería mala suerte.

La locura que proponen Nielsen y Ninomiya me recuerda un libro de Isaac Asimov que leí hace muchos años, titulado El fin de la eternidad. En esta novela, una asociación de viajeros del tiempo se encarga de recorrer los siglos efectuando pequeños ajustes previamente calculados (cambiar un objeto de lugar, comunicarle cierta información a un indivudo específico) para que el mundo funcione correctamente…y en concreto para que se cree la mismísima asociación de la que forman parte los ajustadores temporales.

O bien, la cosa podría verse así: imagínense que pueden retroceder en el tiempo y que un día andan paseando por el pasado, antes de haber nacido, y ven que a su padre lo va a atropellar un camión. Pero ustedes lo salvan. Luego, quizá tomándose un tequila para reponerse en compañía del joven al que le acaban de salvar la vida sin que él sepa quiénes son ustedes, se ponen a reflexionar sobre lo que hubiera pasado si no llegan a tiempo para salvar a su padre de la muerte antes de que haya tenido tiempo de ser padre. Así, quizá el univeso está tratando de salvarse de un acontecimiento potencialmente catastrófico. Bueeeh…

Lo más sensacional es que los investigadores proponen un experimento para averiguar si el futuro sí está afectando la operación del LHC –ya sea el funcionamiento físico del aparato, o las decisiones que se toman para ponerlo en marcha--. El experimento consiste en dejar al azar la decisión de seguir adelante con el proyecto. Se construye un mazo de naipes con muchos que digan “operar el LHC con toda libertad”, muchos menos que estipulen restricciones de la energía de las partículas u otras limitaciones del experimento, y una sola baraja (digamos, una en cinco millones de naipes) que diga “cerrar el LHC”. Si en el experimento ocurre el acontecimiento poco probable de que salga la última carta, será señal de que el futuro nos está enviando una especie de mensaje. Nielsen y Ninomiya señalan que también será señal de que están en lo cierto si sucede otro accidente insólito que impida que funcione el aparato. (Espero que no se les ocurra obligar a su profecía a cumplirse provocando ellos mismos el accidente…).

Aunque Nielsen y Ninomiya son científicos con credenciales impecables, no hay ninguna obligación de tomarse en serio lo que dicen. En la ciencia no son la autoridad ni los títulos los que pesan a la hora de aceptar las ideas de un individuo. Es la discusión: la idea sólo se aceptará si la comunidad de especialistas pertinente estima que esa idea ha superado ciertas pruebas muy exigentes. En tanto esa comunidad no esté convencida, las especulaciones de Nielsen y Ninomiya son meras opiniones, no resultados científicos válidos.

Eso sí: qué divertido.

viernes, 2 de octubre de 2009

Orgullo nacional

Tres investigadores mexicanos (de la UNAM y de la Autónoma de Nuevo León) ganaron el Premio Ig Nobel (ojo: dije IG Nobel) de química por formar diamantes con ayuda de chorros de tequila. No, de veras. No sólo se lo imaginaron en medio del delirio etílico (aunque...). Por asombroso que parezca, los chorros de tequila se usaron para rociar unas placas que sirven de sustrato para que se deposite una capa de átomos de carbono. Los átomos de carbono se ordenan en formación diamantina. Lo que sobró del tequila se usó para rociarse el gaznate...me imagino.

Los tres premiados con esta presea que se otorga a las investigaciones "que primero te hacen reír y luego pensar" son Javier Morales, Miguel Apátiga y Víctor Castaño, de la UNAM (campus Juriquilla) y la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Si esto no es motivo de orgullo nacional, francamente no sé qué cosa sí lo será.

Los premios los entregan varios ganadores de sendos premios Nobel. En la ceremonia de ayer, en Harvard, estuvo (entre muchos otros, que son invitados habituales) el premio Nobel de literatura de 2006, Orhan Pamuk. Más información el martes en el programa de radio y en este blog.

Felicidades a los ganadores.