En Micromegas, uno de sus famosos cuentos filosóficos, el escritor francés del siglo XVIII Voltaire cuenta la historia de un extraterrestre que, exiliado de su planeta por hereje, llega a nuestro sistema solar. Luego de algunas peripecias, Micromegas y un saturniano con quien ha trabado amistad llegan a Marte. Los viajeros, escribe Voltaire, “vieron dos lunas que sirven a este planeta y que han escapado a la mirada de nuestros astrónomos. Sé bien”, prosigue Voltaire con su humor característico, “que el padre Castel escribirá, y hasta agradablemente, contra la existencia de estas dos lunas, pero me remito aquí a quienes razonan por analogía. Estos buenos filósofos saben lo difícil que sería que Marte, tan alejado del sol, se las arreglara con menos dos lunas”. (Por cierto, el padre Castel era un jesuita que abogaba por una ciencia basada únicamente en el razonamiento, sin pasar por la experimentación.) Pues bien, resulta que Marte tiene, en efecto, dos lunas, hoy llamadas Fobos y Deimos, que descubrió el astrónomo estadunidense Asaph Hall en 1877, es decir, unos 120 años después de la publicación de Micromegas. Voltaire acertó. ¿Premonición sobrenatural? ¿Visión de genio?
Creo que el propio Voltaire concedería que en lo de las lunas de Marte acertó por casualidad. Su intención no era contribuir al conocimiento científico, sino hacer reír con lo absurdo de la idea de que Marte no se las puede arreglar con menos de dos lunas. ¿Por qué es absurda? Porque supone que las lunas de un planeta tienen un objetivo, que existen para algo. Explicar las cosas atribuyéndoles un propósito se conoce como teleología, y está muy mal visto en ciencias: por ejemplo, decir que el Sol existe para alumbrarnos y darnos energía. Las explicaciones teleológicas implican que la naturaleza planea las cosas y ve el futuro, como si fuera una señora con poderes psíquicos. En otras palabras, son explicaciones que no explican.
Voltaire daba su explicación de las lunas de Marte en broma, pero hay quien lo dice en serio. Tengo aquí una reproducción facsimilar de la primera edición de la Encyclopaedia Britannica, de 1771. En el artículo dedicado a la astronomía hay un párrafo que me gusta mucho. Aunque el artículo es moderno en el sentido de dar por descontado que la tierra gira alrededor del sol, al señalar que en el universo hay muchísimos “soles”, refiriéndose a las estrellas, el autor añade: “No es probable que el Todopoderoso, que siempre actúa con infinita sabiduría y no hace nada en vano, haya creado tantos gloriosos soles, aptos para tantos propósitos importantes, y los haya colocado a tales distancias unos de otros sin objetos propios lo bastante cercanos para beneficiarse de sus influencias. Quien se imagine que sólo fueron creados para ofrecer una pálida luz a los habitantes de nuestro orbe debe tener un conocimiento muy superficial de la astronomía y una opinión muy pobre de la Divina Sabiduría; puesto que, con harto menos esfuerzo de sus poderes creativos, la Deidad podría haberle dado a nuestra tierra mucha más luz con una sola luna adicional”. En otras palabras, las estrellas son centros de sendos sistemas planetarios porque de lo contrario sería un desperdicio de creatividad divina. Las estrellas “sirven” para alumbrar. ¿Qué caso tendría que alumbraran si no alumbran a nadie?
No es difícil ver que estos dos razonamientos teleológicos, el de Voltaire y el de la Britannica, fallan miserablemente porque hacen predicciones que no se cumplen. El primero implica que los planetas tienen más lunas cuanto más lejos están del sol, predicción que falla en Urano, Neptuno y Plutón. El segundo exige que todas las estrellas tengan planetas (es más: planetas habitados por seres inteligentes capaces de apreciar la bondad divina). Hoy sabemos que no es así.
La ciencia es como un juego, una de cuyas reglas más importantes dice: “no recurrirás a lo sobrenatural para explicar lo natural”. Pero el asunto no siempre ha estado tan claro como hoy. El mismísimo Isaac Newton, padre de la física moderna, se sintió obligado a introducir a dios en su modelo del universo cuando se dio cuenta de que, si todas las cosas se atraen por gravedad, el cosmos tendría que estarse derrumbando sobre sí mismo. Yo diría que aún hoy el asunto no está claro: todavía se enseña en algunas escuelas que las vacas y las abejas existen para darnos leche y miel. Pero los científicos hace tiempo que dejaron de apelar a la providencia por tener ésta poco poder explicativo. El reto en ciencias es llegar lo más lejos posible sin acudir a los dioses y hay que decir que no vamos nada mal.
La marcha por la ciencia 2019
Hace 5 años