El físico Wolfgang Pauli, conocido por su sarcasmo, dijo una vez de un artículo de física que le pareció una tontería: "No sólo no es correcto, ¡ni siquiera es falso!" Se refería a que las ideas eran tan incoherentes que no valía la pena molestarse en oponerles un razonamiento lógico.
Hace poco me pidieron que comentara para un periódico los videos de una actriz de telenovelas que anda diciendo que la pandemia es un engaño, que el coronavirus se transmite por las ondas electromagnéticas de la red de telefonía 5G, que la vacuna nos va a inocular un chip para controlarnos y otras tonterías. El periodista que me llamó señaló que recurrían a mí por ser yo científico o algo así. Lo primero que pensé después de ver un video de las burradas de la actriz fue que caían en la categoría pauliana y que no hacía falta un científico para desmentirlas: con haber pasado ciencias naturales en secundaria debería bastar. Lo segundo que pensé es que llamar a una persona con credenciales científicas y asociada con la universidad más importante del país para comentar estos despropósitos podía tener el efecto de prestarles una falsa credibilidad. Con todo, acepté, pero me quedé con mal sabor de boca.
Mis reservas eran las de muchos divulgadores y periodistas de ciencia con experiencia: que con esto le damos al público la idea errónea de que hay una genuina controversia científica y que la actriz de telenovelas es un interlocutor de consideración. A los periódicos desde hace tiempo les ha dado por presentar “los dos lados” de cualquier cosa. Es loable el impulso de buscar el equilibrio, y desde luego es lo correcto cuando ambos lados tienen mérito equivalente (en disputas políticas, diferendos sociales, cuestiones de opinión; caracho, hasta en cuestiones religiosas). Pero deja de ser loable y se convierte en parodia de debate cuando el periódico les da espacio para replicar a los terraplanistas, a los disidentes de la evolución, a los enemigos de las vacunas y a los negacionistas del cambio climático. Esas personas tienen derecho a expresarse, de eso no hay duda, pero las ideas que ofrecen no se comparan en solidez y coherencia con las de la ciencia que atacan. En todo caso, el derecho de estos individuos a expresar sus ideas no nos obliga a respetarlas, ni siquiera a darles el beneficio de la duda, sobre todo cuando toda duda acerca de esas ideas se disipó hace siglos. ¿Para qué perder el tiempo escuchando a un terraplanista si el asunto de la redondez de la Tierra se zanjó hace veinticinco siglos, y desde entonces no ha hecho más que consolidarse?
Los griegos antiguos
viajaron y vieron la estrella polar (y con ella todas las constelaciones)
cambiar de altura en el cielo. Intercambiaron información sobre eclipses de
luna entre ciudades muy apartadas y observaron que los eclipses de luna
ocurrían a distintas horas de la noche en distintos lugares, pese a que se
sabía que un eclipse de luna ocurre al mismo tiempo para todo el mundo.
Observaron también que la sombra de la Tierra proyectada en la luna siempre es
curva. Etcétera. Para el año 400 a.C. se sabía perfectamente que la Tierra es
una esfera. La historia posterior, desde los viajes de descubrimiento del siglo
XV hasta los vuelos espaciales del XX y XXI, no ha hecho más que confirmar este
conocimiento. Los satélites artificiales, el sistema GPS, la navegación
marítima y aérea, los husos horarios, la diferencia de estaciones en el
hemisferio norte y sur… todo se predica sobre la base de que vivimos en la
superficie de una esfera, idea que da coherencia y explica todo lo anterior.
Los terraplanistas
en cambio alegan que la Tierra es plana porque no entienden cómo puede ser
redonda. El argumento no tiene el mismo peso que la evidencia de la ciencia y de
la historia de la humanidad. Lo mismo con los negacionistas de la evolución,
del cambio climático y las vacunas. Darles espacio y ponerlos a discutir con
personas razonables que entienden la evidencia no es equilibrio ni neutralidad.
Los argumentos de unos y otros no son equivalentes en mérito ni plausibilidad.
Ponerlos en la misma balanza en los medios de comunicación es favorecer una
falsa equivalencia que engaña al público.
Y ni siquiera son invento suyo las tonterías que dice. La actriz es sólo portavoz (quizá inconsciente) de camelos ideados por otros. Algunos de esos camelos vienen de organizaciones de extrema derecha empeñadas en impulsar el fascismo; otras vienen de Rusia, país cuyo gobierno tiene una campaña para desestabilizar a Estados Unidos (a nosotros nos llega de refilón por culpa de gente tonta); otras son secreciones de grupos antisemitas. Nadie sabe para quién trabaja. O a lo mejor sí, no sé cuáles serán las intenciones de la señora.
Mientras tanto yo
ya me juré a mí mismo nunca más volver a faltar a mi principio de no inmiscuirme
con ideas paulianas ni aunque me lo pidan amablemente.