domingo, 18 de julio de 2010

Neandertales, víctimas del prejuicio

Cerca de Düsseldorf, Alemania, discurre el río Neander entre laderas boscosas. En el valle había, en 1856, una cantera y varias cuevas.

Un día los trabajadores estaban extrayendo piedra del suelo de una cueva cuando se toparon con unos huesos que parecían restos de una persona. Los trabajadores avisaron al capataz y se olvidaron del asunto, pero el capataz, por si las moscas, le envió los restos a un científico de la localidad, llamado Johann Carl Fuhlrott.

Luego de examinar los huesos, Fuhlrott concluyó que eran restos humanos, pero muy antiguos...y seguramente de un individuo enfermo, porque tenía las piernas muy arqueadas y una deformación en el cráneo, al nivel de las órbitas de los ojos. El científico pensó que debía de ser un ejemplar "de las más antiguas razas del hombre".

Pero en 1856 la mayoría de los europeos, incluyendo a los científicos, vivían convencidos de que la humanidad era el pináculo de la creación divina, y que ésta tenía no más de 6,000 años. Así lo habían calculado varias lumbreras, desde el astrónomo alemán Johannes Kepler y el físico inglés Isaac Newton, en el siglo XVII, hasta el arzobispo irlandés James Ussher, en el XVIII, tomando como referencia el relato del Génesis, en la Biblia. A Fuhlrotty sus contemporáneos simplemente no les hubiera entrado en la cabeza que el esqueleto pudiera ser ni una especie antepasada de la nuestra ni un primo cercano: Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza de una vez por todas (no por etapas, digamos, ni por ensayo y error) --y a la mujer de la costilla del hombre.

Luego fueron apareciendo más restos parecidos al del hombre del valle del Neander y los científicos del siglo XIX se formaron la idea de una raza degenerada y enferma, dejada de la mano de Dios --sobre todo cuando se encontraron huesos igual de antiguos, pero de individuos más parecidos a nosotros. Ya en el siglo XX otros reconstruyeron el esqueleto del "hombre de Neandertal".

Pero toda reconstrucción es una interpretación. A falta de esqueletos completos, había que suponer muchas cosas acerca del modo de ensamblar aquellos huesos añejos y los científicos se dejaron llevar por sus prejuicios. El hombre de Neandertal así vuelto a la vida resultó un ser encorvado, embrutecido y salvaje, de poca habilidad manual y escasas luces. Esto no tenían manera de saberlo los señores científicos, puesto sólo había huesos para dar testimonio de la vida de aquellos seres, pero siempre es muy bonito creer que lo que no es como nosotros, es por fuerza inferior. Es más, en su prisa por pintar un retrato desfavorable de los hombres de las cavernas, ni siquiera se dieron cuenta de que los neandertales tenían mayor capacidad craneal que los humanos modernos. Los científicos no se libran de los prejuicios de su época, por más que muchos se crean que sí.

Para entonces ya se sabía que la Tierra tenía muchos millones de años. El neandertal era, pues, un ancestro salvaje y bruto de la humanidad de hoy, hermosa, diestra y noble, no faltaría más.

Al prejuicio de la humanidad como cumbre de la creación añádase que los europeos se concebían como la máxima expresión de la humanida. Todas las otras poblaciones humanas eran humanas, sí, pero degeneradas e inferiores. Al neandertal le tocó también esta valoración sesgada. Todavía hoy le decimos "neandertal" a alguien cuya inteligencia queremos poner en duda.

En los años 50, dos paleontólogos llamados William Stuart y A. J. E. Cave (excelente apellido para un paleontólogo) volvieron a reconstruir al neandertal y obtuvieron un individuo más erguido y grácil. Stuart y Cave escribieron: "Si pudiera reencarnarse y meterse en el metro de Nueva York --limpio, afeitado y vestido a la moda--, posiblemente no llamaría más la atención que cualquier otro de sus ocupantes".

Hoy sabemos que los neandertales no son antepasados nuestros, sino primos. El linaje apareció hace unos 500,000 años y pobló Europa, el Medio Oriente y el oeste de Asia. Los humanos modernos aparecieron hace unos 400,000 años en África, y hace unos 100,000 salieron del continente africano y se internaron en Medio Oriente y Europa, donde convivieron con los neandertales durante por lo menos 10,000 años, como se deduce a partir de huesos y artefactos encontrados en las cuevas de la región.

¿Se aparearon los modernos con los neandertales? Los paleontólogos decían que sí porque hay restos de individuos que parecen mezcla de ambas especies, pero otros opinaban que no, sino que los modernos desplazaron a los neandertales y los exterminaron. Hoy la genética viene al rescate de la paleontología --o quizá viene de entrometida a una discusión a la que no la habían invitado. Recientemente, un grupo numeroso de científicos de muchos países, conocido como Consorcio del Proyecto del Genoma del Neandertal, publicó un artículo en el que se informa que el grupo ha logrado reconstruir 60% del genoma del neandertal (y sigue trabajando).

Explicación en inglés del estudio (la función "insertar" está desactivada, de modo que nos tendremos que conformar con la URL):


Los científicos del equipo usaron esta fracción del genoma de los primos neandertales para compararlo con el de varios humanos modernos (y con el del chimpancé, antepasado tanto nuestro como de los neandertales, y cuyos genes sirven de referencia para saber qué parte de nuestro genoma es ancestral y qué parte es más moderna). La comparación muestra que las poblaciones humanas que no provienen de África (básicamente, europeos y asiáticos) tienen entre 1 y 4% de genes en común con los neandertales, lo que indica que las especies sí se aparearon en el Pleistoceno, cuando coincidieron en Medio Oriente. La mezcla debe de haber ocurrido antes de que las poblaciones humanas se diferenciaran, porque incluso los habitantes de las islas del Pacífico asiático, adonde nunca llegaron los neandertales, tienen genes de neandertal.

¿Qué hubiera dicho la gente bonita de la Europa del siglo XIX?



Svante Pääbo, coordinador del Proyecto del Genoma del Neandertal, explica la relación entre neandertales y humanos modernos que se desprende del estudio de su equipo

viernes, 9 de julio de 2010

El ciclorama universal

En el espectáculo del universo, el ciclorama es tan interesante como los actores

La Sala Nezahualcóyotl de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es la sala de conciertos más hermosa y avanzada de México. El martes pasado no se usó para un concierto, sino para una conferencia de cosmología organizada por el Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM.

El conferencista fue George Smoot, premio Nobel de física 2006. Smoot empezó su conferencia revelando una imagen del universo recién integrada con datos del satélite Planck de la Agencia Espacial Europea. La imagen acababa de salir del horno el lunes, así que era la primera conferencia que dio Smoot sobre este tema, como él mismo señaló.

George Smoot colabora con el equipo científico del satélite Planck. El trabajo que le valió el premio Nobel lo hizo en los años 70 y 80, y fructificó en los 90 (así cuesta un premio Nobel). Si el universo de veras fue alguna vez una concentración de materia y radiación a temperaturas tremendas, como exige la teoría del Big Bang, hoy aún deberíamos de ver un residuo del resplandor y el calor de esa conflagración inicial, pero un residuo muy atenuado. En concreto, deberíamos de ver un resplandor de radiación de microondas que proviene de todas direcciones con la misma intensidad, una especie de telón de fondo en el espectáculo de las galaxias.


Lo vemos. Se llama radiación cósmica de fondo. Sabemos desde los años 40 que debería existir, pero se detectó hasta 1965. La descubrieron por accidente dos físicos de los Laboratorios Bell, que ganaron el premio Nobel en 1976 (lo que demuestra que algunos nóbeles cuestan menos). Hoy el universo no es una bola caliente de material muy homogéneo como una gelatina, sino una extensión fría de miles de millones de grumos (las galaxias) distribuidos en una estructura de filamentos sembrada de inmensas burbujas vacías, como una esponja. Para explicar esta estructura, la radiación de fondo (que trae información de la época en que el universo era muy pequeño y no había galaxias) no debería de ser completamente homogénea, sino tener grumos también.

George Smoot ideó en los años 70 una manera de detectar los grumos de la radiación de fondo. Propuso un experimento para montar en algún satélite, la NASA lo aceptó y en 1989 se puso en órbita el Explorador de la Radiación de Fondo (Cosmic Background Explorer, o COBE). El COBE estuvo recogiendo datos por espacio de tres años y en 1992 se integró la primera foto detallada del ciclorama del espectáculo universal. Por primera vez, en glorioso tecnicolor, apareció el patrón moteado que explica por qué vivimos en un universo grumoso con galaxias antes que en una fina nube de partículas que no forman galaxias, ni estrellas ni planetas. El equipo científico del COBE estuvo dirigido por Smoot y su colega John Mather, con quien compartió el premio Nobel de física en 2006.

El satélite Planck, lanzado 20 años después del COBE por la Agencia Espacial Europea, en 2009, es un refinamiento del experimento de Smoot y Mather. El lunes 5 de julio se publicó la primera panorámica de todo el fondo de microondas, pero el Planck va a hacer tres más, hasta fines de 2011. Con esta abundancia de datos, los cosmólogos tendrán trabajo para rato. En los próximos años sabremos más sobre el origen del universo, la formación de las galaxias y de la estructura de esponja (la "maraña cósmica", como le llaman los cosmólogos) y los fenómenos físicos que le dieron al universo esta estructura. Quizá también surjan de ahí más trabajos dignos del premio Nobel de física.

viernes, 2 de julio de 2010

Cambio de horario

La emisión de radio Imagen en la Ciencia cambia de horario: ahora es los viernes, a eso de las 10:45 AM (hora de México).

Para sintonizarla en la Ciudad de México: 90.5 FM.

Se puede escuchar por internet (sólo en directo; no hay podcast): www.imagen.com.mx