martes, 19 de agosto de 2014

Chamacos méndigos

Usted ha oído hablar de los niños índigo, esos seres de luz cuántica hiperluminiscente y monocromática que vienen a rompernos los paradigmas. Ahora los científicos John April y George Fool, del Laboratorio Místico Cuántico de la Universidad de Arkham, han descubierto una categoría vibracio-espiritual superior a los niños índigo: los chamacos méndigos.
Los chamacos méndigos, según April y Fool, son seres de luz muy sensibles y vienen al mundo con la misión de poner a prueba nuestra paciencia y cordura, pero sólo para hacernos más tolerantes e instaurar así el reino de paz en el mundo. Aunque los chamacos méndigos son almas puras y bondadosas, llenas de luz, nunca se comen el desayuno, siempre se dejan la carne, no hacen la tarea, muerden a sus compañeritos de escuela y patean a la maestra, profiriendo insultos de operario de combi. Suelen reprimir sus emociones y no decirle nada bonito a nadie —antes bien todo lo contrario— porque, en su inmensa sensibilidad y luminiscencia, saben que pronto tendrán que partir a cumplir su misión cósmica y les duele pensar en lo tristes que nos pondríamos cuando se vayan si llegáramos a encariñarnos con ellos. Eso puede hacer que parezcan antipáticos, maleducados e insoportables, pero hay que tenerles paciencia porque son seres de luz. April y Fool, descubridores del fenómeno, recomiendan a los padres de chamacos méndigos usar sus habilidades intuitivas para sintonizarse con la energía de estos niños y crear ondas cuánticas supercoherentes en estados enredados de Einstein-Podolsky y Rosen de pura bondad infinita, consejo súper práctico que no dudo que aprovecharán muchos de mis lectores.
Lo que sigue es una grabación auténtica, registrada con micrófonos ocultos en la casa de una familia con un chamaco méndigo. Esta grabación puede servirles a los padres como muestra de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer con estos seres llenos de luz y sabiduría:

Padre: Querida, el niño acaba de provocar un corto circuito que fundió los fusibles de todo el edificio. Metió los dedos en el enchufe.
Madre: ¿Otra vez? ¡Ay, que muchachito tan picarón!
Padre: ¿No crees que sería hora de decirle algo, no sé, un regañito muy chiquito, por ejemplo?
Madre: No seas bruto, Ramiro. Es un ser de luz. Es natural que quiera meter los dedos en la toma de corriente, y si les causa pequeños incovenientes a los vecinos, todo es por el reino de paz que se avecina.

Padre: Querida, el niño acaba de matar al perro.
Madre: ¡Qué inmensa bondad! Seguro que, con su clarividencia, vio que al perro el destino le deparaba mucho dolor y decidió ahorrarle el sufrimiento a la pobre bestezuela.
Padre: No se lo ahorró: se lo adelantó.
Madre: Pero, a ver, ¿está sufriendo el perro?
Padre: Ya no.
Madre: ¿Ves?

Padre: Querida, el niño acaba de saltar por la ventana. ¿Llamo a la ambulancia?
Madre: No. Sin duda ya había llegado su hora de partir en misión cósmica de pacificación.
Padre: No, pos ahora sí va a haber paz…por lo menos en esta casa.
Madre: ¿Qué dijiste, Ramiro?
Padre: Nada, querida.


April y Fool han observado que, con la llegada de los niños índigo, y sobre todo de los chamacos méndigos, cada vez hay menos niños maleducados. Esto puede deberse a la misión de paz y de luz de estos enviados de los dioses… o simplemente, como dicen algunos descreídos malditos, a que los padres somos capaces de inventarnos cualquier justificación, por tonta que sea, con tal de no reconocer que nuestros hijos son un asco.

viernes, 8 de agosto de 2014

De piedras italianas a cráter mexicano

La semana pasada les mostré las piedras de los estratos del periodo Cretácico y el posterior periodo Daniano que me dio el paleontólogo Jan Smit en el cañón del Bottaccione, en Italia. En la formación rocosa de donde las tomamos la paleontóloga Isabella Premoli Silva encontró en 1962 una catástrofe microscópica: una extinción masiva y abrupta de especies de organismos llamados foraminíferos que flotan en las aguas del mar. Entre los dos estratos Isabella Premoli encontró una misteriosa capa de arcilla oscura sin fósiles.

Tratando de determinar cuánto tiempo representaban los dos centímetros de espesor de la capa de arcilla, el geólogo Walter Alvarez y sus colaboradores, en los años 70, encontraron otro misterio: una altísima concentración del metal iridio, que es poco común en la superficie de la tierra, pero muy común en las rocas espaciales. Después de descartar trabajosamente otras explicaciones, Alvarez y compañía concluyeron que la capa de arcilla iridiada del cañón del Bottaccione está hecha de los restos pulverizados de un meteorito de unos 10 kilómetros de diámetro que chocó contra la tierra hace 65 millones de años. En un artículo publicado en 1980 proponen que el polvo que se esparció por todo el mundo oscureció y enfrió el planeta durante varios meses, lo que llevó a la extinción a todas esas especies de foraminíferos, a los dinosaurios y a muchas especies más que desaparecieron a fines del periodo Cretácico.

Pero los paleontólogos y los geólogos no les creyeron. En primer lugar, estaban acostumbrados desde el siglo XIX a que los acontecimientos importantes de la historia del planeta siempre fueran graduales, jamás abruptos. En segundo lugar, ¿dónde estaba el cráter que dejaría el tremendo impacto que proponían Alvarez y sus amigos?

En otro lugar muy distinto -y en otro ámbito profesional- en 1978, Petróleos Mexicanos emprendió una amplia campaña de prospección petrolera. Antonio Camargo y Glen Penfield fueron a Yucatán a explorar el subsuelo desde fuera con métodos magnéticos. En particular, querían saber qué era una misteriosa estructura enterrada que otros geólogos petroleros habían vislumbrado en los años 40 usando mediciones de la gravedad local. Camargo y Penfield detectaron una anomalía magnética aproximadamente circular, de unos 200 kilómetros de diámetro: un cráter de impacto muy antiguo, sepultado por la sedimentación de millones de años.

Durante los 80 ardió el debate de la extinción por impacto. Además de la  falta de cráter, a Alvarez y sus colaboradores se les objetaba que los fósiles de dinosaurio iban desapareciendo gradualmente en los estratos geológicos hasta que, a fines del Cretácico, no quedaba ninguno, lo que indicaba que se habían extinguido poco a poco y no abruptamente. Pero en 1982 Philip Signor y Jere Lipps demostraron por medio de un análisis estadístico que hasta la extinción más abrupta de organismos grandes parecería gradual en el registro fósil. Cuando otros investigadores se pusieron a buscar evidencia de que las especies que parecían apagarse poco a poco en realidad sí habían durado hasta el último momento, la encontraron y se disipó esta objeción. Otros alegaban que debería haber indicios de tsunamis de 100 metros en algún lugar. A fines de los 80 se encontraron esos indicios en Texas, Tamaulipas, Nuevo León, Cuba y Haití. En 1990, el geólogo canadiense Alan Hildebrand se dijo que el impacto tendría que haber ocurrido por ahí, en la región del Golfo de México, y se puso a escarbar entre todo lo escrito acerca de geología de esa región... hasta que dio con el informe de Camargo y Penfield.

Hildebrand se reunión con los geólogos petroleros y en 1991 publicaron juntos (y con otros colaboradores) un artículo que hoy se considera clásico en el que reúnen muchas pruebas de que el cráter mexicano de Camargo y Penfield tiene todas las características que se esperarían del impacto que propusieron Alvarez y sus colaboradores en 1980 a partir de las piedras italianas. Con el cráter en mano, y sobre todo con la investigación que llevó a cabo en el cráter la UNAM durante los años 90, la hipótesis de impacto fue ganando adeptos. Aunque el debate no está totalmente zanjado, hoy la hipótesis de Alvarez es la que ha generado más consenso.

viernes, 1 de agosto de 2014

Un divulgador y un compositor en la transición K/T

Es hora de retomar este blog tras una ausencia larga. Estuve en Italia con una beca de la Fundación Civitella Ranieri de Nueva York para una estancia en un castillo del siglo XV donde conviví con un grupo de artistas de varias disciplinas y países mientras cada quien trabajaba en lo suyo (y luego les digo en qué estuve trabajando yo).

El castillo de Civitella Ranieri, Umbria, Italia (¡foto del autor!)
Muchas ideas científicas tienen lugar de origen. No me refiero a la universidad donde trabajaban sus creadores, sino a sitios que fueron importantes para el desarrollo de la idea; por ejemplo, lugares donde se encontró la evidencia más elocuente. Así, la teoría de la evolución por selección natural se relaciona con las islas Galápagos, cuyas especies endémicas (sobre todo las tortugas y unos pajaritos llamados pinzones) proclaman a gritos que los organismos del presente son modificaciones de los organismos del pasado, moldeadas por el entorno.

Los dinosaurios se extinguieron por culpa de un meteorito; esa idea también tiene un lugar de origen: el Cañón del Bottaccione, situado en los montes Apeninos, a espaldas de la ciudad de Gubbio, Italia. Ahí se encuentran afloramientos de estratos geológicos que se depositaron en las profundidades de un antiguo mar y luego emergieron y se deformaron con la rotación de la península italiana y la formación de los Apeninos. Junto a una estrecha carretera flanqueada por riscos abruptos hay una playa de estacionamiento para emergencias. En la pared de roca se ven claramente unos estratos geológicos blancos y rojos inclinados unos 45 grados. Las rocas del Cañón del Bottaccione se desmoronan con facilidad. Una red de alambre cubre la pared de roca para detener las lajas de piedra que se desprenden todo el tiempo. Detrás de las mallas hay un letrero oxidado que dice "sitio de importancia científica": aquí se descubrió la primera evidencia del impacto que acabó con los dinosaurios y muchas otras especies de plantas y animales hace 66 millones de años.

Faltando unas semanas para irme a a Italia se me ocurrió preguntarme dónde quedaba Gubbio. Pensando que sería lejos de mi castillo, busqué en Google Maps. Sorpresa: Gubbio estaba a escasos 30 kilómetros. ¡Tenía que ir a ver los estratos de la cañada del Bottaccione! Sería imperdonable no ir estando tan cerca, ¿cuándo se iba a repetir semejante oportunidad?

Fue hasta la última semana que pude organizarme para ir. Tenía las coordenadas de uno de los sitios de donde tomaron muestras Walter Alvarez y sus colaboradores en los años 70 (de hecho, las coordenadas las saqué del artículo de 1980 en el que Alvarez y sus colaboradores proponen la hipótesis de impacto a partir de la evidencia de los estratos). Había ido a Gubbio con mis compañeros de beca hacía unos días, pero no quise machacar con mis estratos geológicos más de lo necesario (íbamos a conocer la ciudad, que existe desde tiempos del imperio romano y es impresionante). Me limité a mirar por ahí y distinguir a lo lejos el caminito que se metía entre dos abruptas montañas donde yo sospechaba que se encontraba el objeto de mi peregrinación. Esa semana decidí jugarme el todo por el todo, y armándome de valor, busqué la dirección de correo electrónico de Walter Alvarez. No es nada difícil encontrar los datos de un científico, por famoso que sea: generalmente están en las páginas web de sus universidades y muchas veces en los artículos que publican. Me presenté como escritor científico de visita en Italia y con interés en la "transición K-Pg", como se llama técnicamente a la capa de arcilla oscura que estudiaron Alvarez y sus colaboradores. Le solicité simplemente que me recomendara alguien en Gubbio que pudiera indicarme adónde ir. No pedía yo más. Pero Walter Alvarez contestó con generosidad y calidez: le encantaría poder llevarme personalmente, pero no se encontraba en Gubbio; por suerte, por ahí andaba de vacaciones su amigo Jan Smit (codescubridor de la evidencia del impacto y la extinción abrupta), ¡que con mucho gusto me acompañaría! Quedé con Smit para el lunes 21 de junio a las 11 de la mañana en un restaurante llamado Osteria del Bottaccione, famoso entre los geólogos por encontrarse a unos pasos del afloramiento más conocido.

Ahí estaba yo ese día, pese a que soplaba un ventarrón helado y empezaba a llover (y la hostería estaba cerrada). Me acompañó mi compañero de beca y nuevo amigo, el compositor brasileño Alexandre Lunsqui, que estaba muy interesado en la historia de las piedras, sobre todo porque su esposa es geóloga (Alex le había comentado que estuvo en Gubbio la primera vez que fuimos y ella le había reclamado por no ir a ver los estratos geológicos). Jan Smit llegó con su esposa, la historiadora Jesse Bos. Caminamos hasta el afloramiento mientras Smit nos explicaba que con cada paso estábamos recorriendo miles de años de sedimentación.

Jan Smit y Alex Lunsqui caminando hacia el afloramiento de la transición K-Pg (antes K/T). A la derecha se ve la pared de estratos geológicos levantados por los movimientos tectónicos de Italia. Cada paso equivalía a unos 250,000 años a lo largo de la pared.
Los estratos del Cañón del Bottaccione son famosos entre los geólogos por lo bien conservados que están: en la cañada se pueden examinar las páginas de una historia continua que va de hace unos 150 millones de años hasta hace unos 45 millones de años. Jan Smit es paleontólogo (estudia fósiles). Es el máximo experto mundial en los fósiles y la geología de la transición K-Pg, que ocurrió hace 66 millones de años. Al llegar al afloramiento famoso vemos una zanja muy profunda entre las piedras del periodo Cretácico y las de la era posterior. Jan Smit nos explica que los geólogos se han llevado muchas muestras de la capa de arcilla que contiene material del meteorito, por eso se ve hundida. Con su martillo de geólogo desprende pedacitos de roca de ambos estratos y nos explica que contienen fósiles microscópicos de faunas muy distintas. Con una lente de campo nos muestra los fósiles. Yo no los veo muy bien. Para empezar, tengo que ponerme los lentes para la vista cansada, y además está empezando a hacer más frío y a llover más fuerte, pero me imagino que los fósiles están ahí. Ése fue el primer indicio que se encontró de que entre el Cretácico y la era Terciaria (hoy llamada Paleógeno) había ocurrido una extinción masiva y abrupta.

El profesor Smit le muestra los microfósiles a Alex Lunsqui. Detrás de Alex se ve la zanja de la capa de arcilla que contiene material del meteorito. Hoy sabemos que ese meteorito cayó en lo que hoy es la península de Yucatán. El impacto tuvo efectos globales catastróficos para muchas especies. Walter Alvarez encontró la evidencia en este preciso lugar, en los años 70, y Jan Smit la encontró en España por la misma época.
Estoy escribiendo un artículo sobre esta experiencia y lo que nos platicó Jan Smit para la revista ¿Cómo ves? El artículo se publicará en diciembre, en el número de aniversario, y contendrá más fotos y más detalles. Este post es una probadita de ese divertidísimo día.

Piedras rotuladas por Jan Smit. En la primera, del Cretácico, hay microfósiles de una gran diversidad de especies de foraminíferos, organismos marinos de conchas calcáreas llenas de agujeros que forman parte del plancton y que al morir se depositan en el fondo del mar. En la segunda, después del impacto, la mayoría de esas especies ya no están. 
El autor, muy ufano, junto al martillo de geólogo de Jan Smit.