Acaba de terminar la conferencia de prensa que se anunció la semana pasada como bombos, platillos y misterio. En efecto, el anuncio sólo decía que se iba a anunciar algo muy importante, pero no nos decían qué. Por suerte, en general es fácil darse una idea de por dónde viene la bolita simplemente viendo quién hace el anuncio. En este caso era la colaboración LIGO/VIRGO, que en 2015 detectó por primera vez las ondas gravitacionales que predijo Einstein cien años antes y cuyos creadores acaban de recibir el premio Nobel de física 2017: en conclusión, algo que ver con ondas gravitacionales, pero ¿qué podría ser tan interesante? Después de todo, tras su primer y espectacular anuncio en febrero de 2016 nos hemos idos acostumbrando a que, cada tanto, nos anuncien una nueva detectión de ondas gravitacionales. ¿Por qué tanta alaraca esta vez? ¿Cuál era la diferencia?
Los enterados empezaron a insinuar que los detectores de LIGO/VIRGO habían captado una colisión de estrellas de neutrones que, además de ondas gravitacionales, había emitido luz. Como ya ha ocurrido que estos anuncios anunciados acaban siendo un fiasco (aunque no los de LIGO), yo preferí esperar. El anuncio no me decepcionó esta vez: casi sin demora, David Reitze, portavoz de la colaboración, confirmó que el 17 de agosto los observatorios de LIGO y de VIRGO (en Estados Unidos e Italia) observaron las ondas gravitacionales producidas por el último alarido gravitacional de dos estrellas de neutrones que se fundieron una con otra tras mucho rondarse (sólo observamos la última fracción de segundo de esta danza que puede durar cientos de miles de años porque es el único momento que produce ondas gravitacionales suficientemente intensas para que las podamos captar con nuestros detectores) y que dos segundos después otros telescopios detectaron un estallido de rayos gamma en el mismo lugar. Los estallidos de rayos gamma traían a los astrofísicos de cabeza desde hace 50 años (el primero se observó en 1967). Son lo que su nombre indica: repentinos paroxismos de radiación de alta energía que provienen de un punto en el cielo, pero nadie sabía cómo se producían. Había hipótesis, y una de estas hipótesis era que se debían a colisiones de estrellas de neutrones que al fundirse lanzan material disparado al espacio en direcciones opuestas y con gran energía. El anuncio de hoy confirma que este modelo es correcto.
También confirma otra sospecha añeja: que la fusión de dos estrellas de neutrones crea átomos de elementos pesados (los ejemplos más socorridos en la conferencia, las preguntas y lo que se ha escrito ya a estas alturas del día son oro y platino) más eficientemente que otro proceso mucho más conocido: la explosión de una supernova. Así que ahora resulta que llevo años diciendo una mentira: que el oro de mi anillo de bodas se creó en la explosión de una supernova hace miles de millones de años. Parece que no: los átomos de mi anillo se formaron en una colisión de estrellas de neutrones, que es más emocionante. La explosión de agosto produjo, en elementos pesados, 16,000 veces la masa de la Tierra (!).