miércoles, 19 de noviembre de 2014

Tres dimensiones

Comparto con ustedes un texto reciclado en lo que se me pasa el ataque de flojera que me dio desde que me salí de Imagen. Escribí esta columna en 2004, en mi sección "Las orejas de Saturno" en un periódico de la Ciudad de México.

Luego de leer el cuento “Todo en un punto”, de Italo Calvino, se siente uno muy agradecido de que exista el espacio. Si todo estuviera en un punto estaríamos incomodísimos, todos encimados y metiéndonos los codos por las córneas unos a otros. Pero lo peor sería que, con todo tan cerca –el Taj Mahal, la zona del silencio, las obras completas de Proust, Halle Berry…--no podríamos apreciar nada porque para apreciar hay que tomar distancia. Agradezcamos, pues, a quien resulte responsable de que exista el espacio. Demos gracias por las dimensiones que nos tocaron en suerte –arriba-abajo, adelante-atrás y hacia los lados. Son tres dimensiones, tres…
         ¿Estaríamos conformes con sólo dos dimensiones? Tal vez sí. Después de todo, esas personas tan parecidas a nosotros que vemos en las fotos sonríen todo el tiempo y nada parece impedirles divertirse en Acapulco o posar frente a las pirámides. Quizá podríamos vivir en dos dimensiones tranquilamente (y en ese caso las fotos y las pinturas serían de una dimensión, ¿se imaginan?).
         Ahora miremos con lupa filosófica la foto donde aparecemos –o aparecen nuestros dobles bidimensionales—tan contentos. ¡Esas personas no tienen entrañas! ¿Dónde podrían tenerlas? Viven en las dos dimensiones de la foto, donde nada se nos puede ocultar a los seres de la dimensión superior (nosotros, tridimensionales). Vemos todo lo que ellos tienen y son. Piensen en el plano arquitectónico de una casa. Los seres bidimensionales que viven en ese plano ven la casa como un conjunto de líneas sólidas, pero nosotros, además de las líneas que representan los muros, vemos el interior de todas las habitaciones. De modo que las personas de las fotos no tienen tripas, y sin tripas no resulta claro cómo podrían vivir.
         Supongamos que dibujamos un animal bidimensional al que queremos dotar de los órganos necesarios para que pueda vivir (al menos vivir como entendemos ese verbo los tridimensionales). Pintémoslo, por simplicidad, como un círculo, atendiendo al hecho de que un animal ha de ser un todo contenido y que en dos dimensiones nada contiene más eficazmente que el círculo. Para que pueda ingerir alimentos borremos un segmento de la circunferencia. Es la boca. La boca debe conectar con el estómago, así que trazamos una carreterita de la boca de nuestro bicho circular hacia dentro, hasta desembocar en otro círculo, que será el estómago. Pero el animal también debe desechar lo que le sobra, de modo que el estómago se conecta a su vez con el lado contrario de la circunferencia. Muy bien, ya tiene aparato digestivo. Pero algo anda mal. ¡El aparato digestivo bidimensional parte en dos a nuestro bicho! (Dibújenlo si no me creen.)
         Así que no, no estaríamos conformes con sólo dos dimensiones. ¡Qué suerte que el universo tenga tres! Pero, ¿por qué conformarnos con tres? ¿Y si tuviera más? ¿Qué proezas podríamos realizar en cuatro o cinco dimensiones? ¿Seríamos más felices? ¿Habría más posiciones sexuales?
         Francamente no sé si en cinco dimensiones hay más posiciones sexuales. Mi amigo Martín Bonfil, que sabe mucho de sexo, dice que sí. Mi prima Concha Ruiz, que sabe mucho de matemáticas, dice que no, y la explicación es que, en teoría de nudos, las cosas no cambian mucho si las dimensiones no aumentan mucho. Las posiciones sexuales, claro, son pura teoría de nudos. Según me explica Concha, es cuestión de topología. La topología del Kama Sutra, podríamos decir.
Lo que sí sé es que los físicos no se conforman con tres dimensiones espaciales para construir las teorías más fundamentales, con las que pretenden explicar desde la estructura del espacio-tiempo hasta las propiedades de la materia. En la llamada teoría de supercuerdas, candidata a teoría de todo (como dicen los físicos sin morderse la lengua), el espacio-tiempo tiene muchas más dimensiones de las que percibimos. ¿Y por qué no las percibimos? Porque en esas dimensiones no hay tanto espacio como en las tres que conocemos bien. De hecho, hay poquísimo espacio, cuando mucho un milímetro, y eso en las más extensas. De manera que, además de arriba-abajo, adelante-atrás y a los lados, hay otras direcciones que no vemos. Todos nos proyectamos en esas dimensiones, pero no podríamos vernos esas partes ni mirándonos de cerca el ombligo.

         Con todo, podríamos vislumbrar las dimensiones invisibles con experimentos en aceleradores de partículas. Algunos ya se están llevando a cabo. El objetivo es detectar los efectos que tendrían las dimensiones invisibles sobre el comportamiento de la fuerza de gravedad. Si la teoría es correcta, los científicos esperan ver procesos insólitos, como la aparición transitoria de agujeros negros microscópicos. El asunto es muy importante para la física (ya les traeré noticias). Pero también puede ser importante para el sexo, siempre y cuando las 11 dimensiones que, al parecer, tiene el espacio basten para hacer más interesante la topología del Kama Sutra.