viernes, 23 de diciembre de 2011
Dos planetas parecidos a la tierra
La primera que se usó para detectar por primera vez con toda certeza planetas girando alrededor de otras estrellas (en 1995) consiste en observar la estrella durante mucho tiempo para ver si se bambolea al desplazarse por el espacio. El bamboleo es señal de que otro objeto le está girando alrededor. De paso, el tamaño y la frecuencia del bamboleo sirven para sacar conclusiones acerca de la masa del planeta y la distancia a su estrella. Lo malo es que este método sólo sirve para detectar planetas de masas muy grandes, del tamaño de Júpiter, por ejemplo, que es 320 veces más masivo que la tierra. Por eso conocemos muchísimos planetas de dimensiones jovianas, pero, hasta hace poco, ninguno del tamaño del nuestro.
Para detectar planetas de tamaños terrestres se está usando otro método que consiste en observar las variaciones del brillo de la estrella. Si tiene planetas que le pasan enfrente, estos pasos se verán en los datos como una disminución periódica del brillo debida a que el planeta obstruye parte de la luz que nos llega de la estrella. Éste es el método que emplea el Telescopio Espacial Kepler, de la NASA, lanzado en marzo de 2009 para encontrar planetas extrasolares, y específicamente para encontrar planetas parecidos al nuestro. El aparato es tan sensible que podría detectar el cambio de luminosidad que produce una persona al obstruir una ventana en un rascacielos con todas las ventanas iluminadas. Este "método de los tránsitos" (porque los astrónomos llaman "tránsito" al paso de un cuerpo pequeño y opaco frente a uno luminoso y grande) tiene la ventaja de dar también el tamaño del planeta. Pero no todo cambio periódico de brillo es señal inequívoca de un planeta: puede ser que uno esté observando, sin saberlo, un par de estrellas que giran una alrededor de la otra (un sistema binario) de las cuales una es ligeramente menos brillante. Hay muchas otras posibles fuentes de confusión, por lo que los científicos del equipo del telescopio Kepler nunca declaran el descubrimiento de un planeta antes de haberlo confirmado por otros medios (por ejemplo, el del bamboleo, que por razones técnicas se llama "método espectroscópico").
Esta semana un equipo de investigadores asociados con el telescopio Kepler y dirigidos por François Fressin, del Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica, publicó en la revista Nature un artículo en el que informan del descubrimiento confirmado de dos planetas de tamaño terrestre en órbita alrededor de la estrella llamada Kepler-20, a la cual ya se le conocían planetas jovianos. Uno de los planetas es ligeramente más pequeño que Venus y el otro es prácticamente del mismo tamaño que la tierra. Lo interesante del artículo es el método de confirmación. Los planetas Kepler-20e y Kepler-20f, como los llamaron, son demasiado pequeños para darle a su estrella tirones significativos: no se puede usar el método espectroscópico como validación independiente. Fressin y sus colaboradores recurrieron a una método estadístico llamado BLENDER (que quiere decir "licuadora"): simularon por computadora todas las situaciones imaginables que podrían generar la misma señal que se observa con el Kepler y luego calcularon las probabilidades de que esta señal no se deba al tránsito de un planeta de dimensiones terrestres. En ambos casos la probabilidad resultó muy baja, lo que los investigadores toman como confirmación de que los dos planetas existen.
El método del bamboleo permitiría obtener, además del tamaño que ya conocemos por el método de tránsitos, la masa de estos planetas, y de ahí se podría obtener su densidad. Con esto, sabríamos si están hechos de roca, como la tierra, pero falta esta información. No queda más remedio que especular informadamente. Con esos tamaños, los planetas Kepler-20e y Kepler-20f deben ser rocosos, pero en esto no hay certeza.
Lástima que estos gemelos de la tierra en cuanto a tamaño no lo sean en cuanto a nada más: de las variaciones de brillo de la estrella se deduce que uno le da una vuelta completa en poco más de seis días y el otro en unos 20, lo que quiere decir que ambos están mucho más cerca de su estrella que Mercurio del sol... lo que a su vez quiere decir que deben estar a temperaturas altísimas: a uno se le calculan unos 800 grados y al otro 500 grados C. Definitivamente, no son planetas habitables, pero, como señala David Charbonneau, otro miembro del equipo de Fressin, encontrar un planeta del tamaño del nuestro es una especie de hito en la búsqueda de planetas extrasolares parecidos a la tierra.
viernes, 16 de diciembre de 2011
"Vamos a esperar a que haya más datos"
La semana pasada alegué que en ciertas circunstancias un experimento que da como resultado una página en blanco puede ser tan importante como otro que revela cosas positivamente. Esta semana los investigadores de los proyectos ATLAS y CMS, dos grandes detectores instalados en el GCH para desenmarañar choques de partículas y entender sus productos, convocaron una reunión con sus colegas de la Organización Europea de Investigaciones Nucleares. En esa reunión presentaron sus análisis estadísticos de los miles de millones de choques de protones que hasta hoy se han producido en ese acelerador de partículas, choques encaminados a buscar la partícula llamada "bosón de Higgs". Esta partícula es una pieza muy importante de la teoría física más fundamental y más precisa de la historia, llamada con recato modelo estándar. Por modesto que sea su nombre, la teoría aspira a explicar todas las maneras que tienen de jalarse, empujarse y transformarse las partículas más pequeñas que forman todo lo que existe en el universo. El modelo estándar explica los mecanismos microscópicos que están detrás, esencialmente, de todo. Los físicos están muy contentos con el modelo estándar porque sus predicciones se cumplen cabalmente en todos los experimentos... o casi: falta encontrar el bosón de Higgs. La teoría sólo sugiere cómo buscarlo y para eso, principalmente, el CERN se ha gastado más de 8000 millones de euros. En la reunión de esta semana los investigadores anunciaron que tenían acorralado al bosón de Higgs en una esquina donde podría encontrarse, pero sin certezas todavía. Una página en blanco diría "no existe el bosón de Higgs, así que a ponerse a construir teorías nuevas". Ésta es, más bien, una página con letras borrosas.
No es la primera vez que los experimentos en aceleradores de partículas ofrecen atisbos de posibles sombras del bosón de Higgs: en 2000 el antecesor del GCH (acelerador llamado LEP) dio pistas sugerentes que luego se desmintieron; en 2007 el Tevatron del Laboratorio Fermi, en Estados Unidos, también insinuó resultados emocionantes, pero nada. Los físicos, como todo el mundo, son sensibles a las decepciones y prefieren mostrarse cautos: en vez de anunciar con clarines que han descubierto el bosón de Higgs, discretamente proponen que hay buenas razones para sospechar que los datos podrían estar sugiriendo que se ha encontrado el bosón de Higgs. ¿Notan la gran diferencia? ¿Todos esos términos condicionales? Es muy difícil construir una noticia sabrosa con ingredientes tan insípidos.
Tras la conferencia de esta semana la línea de acción que se adoptó por unanimidad fue ésta: "vamos a esperar a que haya más datos".
Nosotros también.
viernes, 9 de diciembre de 2011
La página en blanco
viernes, 25 de noviembre de 2011
¿Hay vacas en Marte?
El metano es gaseoso en las condiciones de la Tierra y de Marte (en Titán, satélite de Saturno, es líquido). Los rayos ultravioletas del sol rompen fácilmente las moléculas de metano: si uno inyecta metano en la atmósfera, éste desaparece en muy poco tiempo. Así que, si hay metano en una atmósfera, debe haber una fuente de metano en alguna parte. El gas no puede haber estado presente desde la formación de la atmósfera. En la Tierra la fuente principal de metano atmosférico es ¡la digestión de las vacas! O, para ponerlo de la manera más franca posible, sus gases y eructos. Otra fuente importante es el metabolismo de ciertas bacterias.
A principios de 2003, Mumma y sus colaboradores detectaron la huella digital del metano sobre tres regiones de Marte usando un telescopio que se encuentra en Hawai. Tres equipos más informaron de otras detecciones en 2004, pero estos resultados se consideran "controvertidos", lo que en lenguaje científico quiere decir que una buena parte de la comunidad de especialistas pertinente no está convencida. En caso de que sí haya metano en Marte, quedan muy pocas maneras de explicar su presencia (una vez eliminada la de las vacas marcianas): 1) reacciones químicas en agua caliente subterránea (pero eso produciría también otros gases de los cuales no hay ni rastro) y 2) bacterias marcianas, quizá del remoto pasado del planeta.
En este momento se encuentra en la torre de lanzamiento el cohete que pondrá en camino a la misión Laboratorio Científico para Marte. El lanzamiento se prevé para mañana y la nave llegará a Marte en agosto. El día de hoy el planeta está a 205 millones de kilómetros de la Tierra, y para agosto se encontrará a 243 millones de kilómetros, pero la nave recorrerá más de 500 millones de kilómetros porque a Marte no se va en línea recta. Lo que se hace es ponerse en una órbita alrededor del sol que intercepte a Marte. La trayectoria es curva y alargada, pero el viaje es muy económico: aparte del lanzamiento, la puesta en órbita y la llegada a Marte, no hace falta gastar combustible. Todo el trabajo lo hacen la gravedad y las leyes de Newton, como cuando se lanza una piedra para que caiga en un blanco determinado.
La misión lleva un vehículo de exploración, como las misiones Pathfinder (1996), Spirit y Opportunity (2004), pero el nuevo vehículo, llamado Curiosity, es del tamaño de una camioneta familiar, con una antena que rebasa los dos metros y seis ruedas independientes de 50 centímetros de diámetro. Sus antecesores, con otros aparatos puestos en órbita alrededor del planeta por la NASA y la Agencia Espacial Europea, han dejado bien asentado que en Marte hubo agua líquida, pero hace unos 4000 millones de años, y han recogido pruebas de que el agua podría estar congelada en el subsuelo. Hoy muchos especialistas piensan que Marte debe haber sido propicio para la vida por lo menos en el pasado, cuando aún tenía actividad geológica (Marte es más pequeño que la Tierra y al parecer hace mucho que perdió su calor interno).
El Curiosity lleva, entre otros instrumentos y experimentos automáticos, un detector de metano muy fino. Si hay metano en Marte, este robot tiene buenas posibilidades de encontrarlo y zanjar así la controversia. En ese caso, se abren perspectivas interesantes para los científicos que piensan que en Marte podría haber vida microscópica subterránea hoy, o que la hubo en el pasado. Eso sí: el vehículo explorador no está equipado para detectar microorganismos, de modo que no va a encontrar bacterias marcianas. Será en otra ocasión, si lo permiten los recortes presupuestales que se le están imponiendo a la NASA.
viernes, 18 de noviembre de 2011
Los primos de Mersenne
El número 1 es un número hermoso por completo y sólido: no se puede partir, se basta a sí mismo. Otros números, como el 4, el 6, el 9, el 465,962, se pueden partir de una o varias maneras: el cuatro se parte en dos, el seis en dos y en tres, el nueve en tres. Es como si estuvieran hechos de números más sencillos, o como si tuvieran articulaciones: son números compuestos, derivados de otros. En general, cuando uno encuentra cosas compuestas, las puede separar en partes más elementales. El agua en su mínima expresión es una molécula hecha de un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno.Las moléculas de un compuesto químico se pueden partir en átomos de distintos elementos químicos. Los elementos tienen un lugar especial en nuestra estimación por ser las sustancias más simples a partir de las cuales se construye todo lo demás. ¿Habrá números, aparte del 1, que puedan considerarse como los átomos de la numeración?
Sí los hay, y se llaman números primos (por primarios, primigenios, prístinos). Los números primos no se pueden partir, o dividir, en números más sencillos. El 2, por ejemplo. El 2 no está hecho de nada. Sólo se puede dividir entre 1 (lo que no tiene ninguna gracia) y sí mismo (que tampoco es muy interesante). El 3, el 5 y el 7 también son primos. El 9 no, porque se puede obtener de multiplicar 3 x 3. Conforme uno avanza hacia números más grandes buscando primos se da cuenta de que estos números no están distribuidos homogéneamente en la recta numérica. 11, 13, 17, 19, 23, 29, 31, 37... parece que los números primos van saltando al azar, sin ton ni son, sin orden ni concierto. Si uno camina por la avenida de los números, se topa con tramos cada vez más largos completamente desiertos de números primos, salpicados por bosquecillos de primos apiñados. En otras palabras, parece que no hay reglas para encontrar números primos. Para saber si un número es primo no queda más remedio que dividirlo entre todos los números posibles y ver si alguno lo divide exactamente (o sea, sin residuo); un método pedestre y aburrido.
Sin embargo, hace más de 2400 años que los matemáticos saben que hay un número infinito de números primos. También saben, aunque ese conocimiento es más reciente, que, para todo número que no sea primo, siempre hay dos o más primos que lo dividen. Por eso los matemáticos dicen a veces que los primos son el esqueleto, o la estructura fundamental, de los números naturales. Qué frustrante que no haya receta para encontrar primos.
En 1644 el matemático francés Marin Mersenne publicó una receta para predecir números primos, con la que encontró un primo muy grande: 2 multiplicado por sí mismo 67 veces, menos 1. Este número es uno de los llamados "primos de Mersenne". Es un número de 21 dígitos. Imposible ponerse a dividirlo entre todos los números menores para ver si se puede partir y comprobar así que, en efecto, sea primo. Pero Mersenne lo había construido con su fórmula y para él era primo y sanseacabó.
Pasaron muchos años.
En 1903, en el congreso de la Sociedad Matemática de Estados Unidos, un individuo llamado Frank Nelson Cole presentó una ponencia titulada "Sobre la factorización de números muy grandes". Cuando le llegó el turno de hablar, Cole no habló. Se puso en pie, se fue hasta el pizarrón y empezó a escribir sin decir ni pío. Escribió 2 elevado a la potencia 67 menos 1, trazó un signo de igual y se puso a escribir cifras: el número de Mersenne, pero ya no en la clave que usan los matemáticos para simplificar, con "potencias" para indicar cuántas veces se ha de multiplicar un número por sí mismo, sino con todas sus 21 cifras en glorioso tecnicolor: 147,573,952,589,676,412,927. Luego fue al otro extremo del pizarón y escribió una multiplicación de dos números gigantescos, uno de nueve dígitos y otro de 12: 193,707,721 x 761,838,257,287. Y se puso a hacer la multiplicación con el viejo método que todos conocemos, cifra por cifra, sin decir ni una palabra. Los circunstantes aguantaban la respiración mientras seguían el cálculo para verificar que no hubiera errores. Al cabo de una hora, durante la cual en la sala sólo se oyó el golpeteo del gis en la pizarra, Cole concluyó su multiplicación. El producto de los dos números era el primo de Mersenne, que por lo tanto no era primo. Hacía tiempo que se sospechaba esto, pero una cosa es intuir que algo existe y otra es verlo ante sus propios ojos, como un unicornio en la sala de conferencias. Cole había encontrado al unicornio.
Se cuenta que ésa fue la primera ocasión en la historia que una asamblea de matemáticos prorrumpió en aplausos al concluir una presentación.
Cole dijo más tarde que encontrar los factores del número de Mersenne le había llevado "tres años de domingos", o 156 domingos. Fue una labor de fuerza bruta, poco característica de la forma de trabajar de los matemáticos, que tienen modos de llegar a conclusiones tremendas de la manera más ingeniosa y frugal. En matemáticas incluso se valora y celebra la elegancia de las demostraciones. Pero aunque la demostración de Frank Nelson Cole no fue elegante, la Sociedad Matemática de Estados Unidos instituyó un premio en su honor.
viernes, 11 de noviembre de 2011
El maestro como bicho de laboratorio
La semana pasada les conté a mis alumnos de Área 2 sobre los experimentos de Skinner con las palomas supersticiosas de los que hablé aquí la semana pasada. "Ah, sí", me dijeron. "Nosotros estamos haciendo un experimento igual". Durante la breve pausa que hizo aquí el joven Coque, me imaginé que en laboratorio de biología estarían poniendo ratas en laberintos o hamsters en jaulas con juegos; en cualquier caso, que sería un experimento del programa escolar con algún tipo de bicho. Me equivoqué en lo del programa escolar (era un experimento que emprendieron por su propia cuenta), pero no me equivoqué en lo del bicho.
"¿Con qué animal están haciendo el experimento?", pregunté.
"Con Carmina".
Carmina (nombre falso para proteger a los inocentes) es una de sus maestras.
Cuando se me pasó el ataque de risa, les pedí detalles. El experimento consiste en poner mucha atención en clase (o fingir que se pone mucha atención en clase) cuando Carmina está del lado izquierdo del salón y desinteresarse y no hacerle caso cuando está del lado derecho, pero todo muy sutilmente. Al cabo de muchas sesiones los malditos chamacos esperan inducir en Carmina un cambio de comportamiento: pasar más tiempo del lado izquierdo del salón.
El experimento no es sólo una ocurrencia estudiantil. Lo tienen tan bien planeado, que hasta han previsto un periodo de observación de control, durante el cual medirán estadísticamente cuánto tiempo pasa la maestra de cada lado del aula. Una vez establecido el patrón de comportamiento espontáneo del bicho experimental, aplicarán el tratamiento durante un número suficiente de sesiones y luego volverán a medir la proporción del tiempo de clase con que la pobre maestra favorece al lado izquierdo del salón.
Me asombró el cuidado que pusieron en diseñar el protocolo experimental. ¿Por qué no son así cuando se trata de un experimento del programa de estudios? La explicación, por supuesto, está en la motivación. Este experimento, a diferencia de muchos de los que vienen enlatados y listos para consumirse, sí les interesa. Y tiene otra ventaja sobre los experimentos de escuelita: que no se sabe qué va a resultar. En esto se parece mucho más a la ciencia de verdad y por eso yo creo que los apasiona, al grado de que los impulsa a ponerle un cuidado especial, como verdaderos científicos. El papel de la educación escolarizada debería ser prepararlos para la vida profesional, y en el caso de mi materia en particular, mostrarles cómo se hace de veras la ciencia. El experimento que espontáneamente emprendieron va a ser mucho más didáctico que los que tradicionalmente se hacen en los laboratorios de ciencia de las escuelas, que se hacen con la descaminada idea de "comprobar" lo que dice en clase el maestro de teoría, en vez de ser para explorar una parte del universo e interpretar lo que se observa.
Les pedí que no dejaran de informarme de los resultados mientras me decía, muy ufano: "¡qué niños tan listos!" Sí, muy listos. Tanto, que ya me está dando frío: tengo que hacer un esfuerzo de memoria para acordarme si cuando me contaron todo esto con tanta confianza, candidez e interés estaba yo del lado derecho o del lado izquierdo del salón.
Petición necesarísima: si eres de mi escuela, ¡chitón! No le cuentes a nadie de este experimento. Es parte del protocolo que el sujeto no sepa que es sujeto. No lo digas aunque puedas ser tú el bicho experimental. Es por el bien de la ciencia.
viernes, 4 de noviembre de 2011
En qué se parece la ciencia a la superstición
Los deportistas son muy supersticiosos. Se sabe de beisbolistas que por haber ganado un día en que llegaron al partido sin afeitarse, empiezan a presentarse con la barba descuidada en todos los juegos. Otros usan amuletos o consagran unos segundos antes del encuentro a algún breve y privado rito para propiciar la buena suerte.
Pero no sólo los deportistas son supersticiosos; también lo son los adeptos del juego. En un casino, según los entendidos, se puede ver desplegada una variada gama de conductas insólitas entre los que juegan en las máquinas tragamonedas. Como el personaje de Jack Nicholson en As Good As It Gets, que va por las calles cuidándose de no pisar las cuarteaduras de la acera y hace girar la llave tres veces para un lado y para otro antes de echar el pestillo de noche en su casa, los jugadores tienen sus fórmulas mágicas para atraer la fortuna.
Y no sólo los deportistas y los jugadores son supersticiosos. También las palomas. En un experimento clásico de los años 50, el psicólogo B. F. Skinner puso unas palomas en sendas jaulas. De una ranura salía alimento a intervalos regulares. Skinner observó que, al cabo de cierto tiempo, las palomas hacían movimientos extraños como mecerse de un lado a otro, dar vueltas o estirar el cuello en cierta dirección, como si creyeran que con eso iban a obtener comida. Skinner lo interpretó como una asociación de ideas: el animal repetía lo que hubiera estado haciendo cuando obtuvo alimento la primera vez. Era como si las palomas tuvieran creencias supersticiosas.
No sólo los deportistas, los jugadores y las palomas son supersticiosos: también yo. Cuando iba en preprimaria (que en mi escuela, no sé por qué, se llamaba "preprimario"), había en el patio de los chiquitos un arenero muy grande bordeado de una barda baja donde nos sentaban a la 1:00 de la tarde a esperar a nuestras mamás. En esos ratos yo conversaba mucho con mi prima Tanina, que fue mi compañera de clase hasta el quinto año de primaria. No sé cómo fue, pero un día se nos metió en la cabeza que podíamos hacer llover por medio de magia. Con el paso del tiempo, fuimos elaborando un ritual complicadísimo de palabras mágicas y movimientos que tenían por efecto el que por la tarde lloviera. "¿Hacemos llover?", sugería uno durante la espera, y empezábamos con el rito. Si más tarde se soltaba el aguacero, yo me reía secretamente, regodeándome en mi poder. Tal vez sólo era un niño pequeño, pero había descubierto cómo hacer llover y nadie más lo sabía. Muajajajaaaaa...
Todos los animales tenemos cerebros que buscan asiduamente patrones en el entorno y relaciones entre los acontecimientos. Somos muy buenos para asociar ideas porque asociar ideas siempre ha sido útil para aumentar las probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia. Si vas por la selva y oyes ruido en la maleza, puedes adoptar una de estas dos estrategias:
- no hacer caso y seguir tu camino, o
- pensar que detrás de los arbustos acecha un depredador y huir
- la ciencia (que consiste en asociar ideas y probar las asociaciones), y
- la superstición (que consiste en asociar ideas y no molestarse en probar las asociaciones)
viernes, 28 de octubre de 2011
¿Ciencia? ¿Y eso con qué se come?
Para trasladar el esqueleto, lo cubrieron de yeso protector y trajeron un helicóptero, pero el paquete pesaba demasiado, por lo que fue necesario dividirlo en dos. Los investigadores tuvieron que partir uno de los fémures en dos trozos grandes y unos cuantos fragmentos más pequeños, algunos de los cuales fueron a dar al laboratorio donde trabajaba la paleontóloga Mary Schweitzer, en Carolina del Norte.
Schweitzer se dedicaba a investigar la estructura microscópica de huesos de dinosaurio. La paleontóloga se puso a observar los fragmentos que le habían enviado del Museo de las Rocallosas. De inmediato se dio cuenta de que Bob no podía ser Bob. "Es hembra y está embarazada", le dijo Schweitzer a una de sus ayudantes. ¿Cómo lo supo?
Mary Schweitzer sabía que el organismo de una mujer embarazada toma calcio de sus propios huesos para formar el esqueleto del feto. También sabía que en las aves hembra, antes de la época de apareamiento se forma una estructura rica en calcio llamada "hueso medular" en los huesos de las patas. El calcio que contiene esta estructura sirve para formar los cascarones de los huevos que la hembra pondrá más tarde. Con el ojo en el microscopio, Mary Schweitzer supo que aquello era el hueso de una hembra de tiranosaurio que estaba formando huevos, y por lo tanto no había que llamarla Bob.
Para estar segura, Schweitzer se procuró el esqueleto de un pariente moderno de los dinosaurios, y en particular, del pariente moderno más antiguo: un avestruz. Pero antes tuvo que lanzar un llamado a los criadores de avestruces de la región. Al cabo de unos meses, recibió la respuesta que esperaba. "¿Todavía necesita ese avestruz hembra?", le dijo por teléfono el granjero. Schweitzer y dos de sus ayudantes fueron al lugar y le cortaron una pata al animal, que llevaba muerto varios días y olía a demonios. Con el análisis de ése y otros huesos, Mary Schweitzer publicó un artículo en la revista Science. En el artículo, la investigadora muestra fotografías de estructuras calcificadas en huesos de avestruz y emú junto a las estructuras que encontró en el fémur de "Bob". Al parecer, son casi idénticas: "Bob" era hembra y estaba formando huevos cuando murió, hace 68 millones de años.
Los paleontólogos piensan que las aves no sólo son descendientes directos de los dinosaurios, sino que en cierta forma son dinosaurios modernos con plumas. El resultado de Mary Schweitzer refuerza esta idea (por si hiciera falta). Desde que lo sé, no veo con los mismos ojos a los pajaritos que todos los días picotean el asfalto en busca de comida en mi calle, o salen volando despavoridos cuando me acerco en mi coche: las patas escamosas de tres dedos, los ojitos ausentes... ¡son dinosaurios!
A veces me preguntan por qué estas historias que tanto me gusta narrar rara vez ocurren en México. Creo que dos noticias recientes lo explican bastante bien. La Ley de Ciencia y Tecnología, que se publicó desde el año 2002, exige que se dedique por los menos el 1% del producto interno bruto a la ciencia y la tecnología. Esa ley se viola año con año, y 2012 no será la excepción (el presupuesto para la ciencia nunca ha rebasado el 0.6 % del PIB). Ayer el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, organismo independiente formado por instituciones de investigación, educación, políticas y empresariales para asesorar al gobierno sobre asuntos de ciencia y tecnología, envió a la cámara de diputados un mensaje de incoformidad, que, como cada año, se quedará sin respuesta. Parece que ni los diputados ni el Presidente saben con qué se come la ciencia. Hace unos días, y por primera vez en los 50 años que tienen de existir, la Academia Mexicana de Ciencias entregó los Premios de Investigación en ausencia del Presidente de la República, que tradicionalmente los entregaba en una ceremonia oficial. La academia esperó cuatro años a que el Presidente le hiciera espacio en su agenda, pero fue en vano. El 18 de octubre se entregaron los premios de 2008, 2009, 2010 y 2011. La ciencia, al parecer, no importa. (Eso sí: hay que ver cómo se desviven los presidentes cuando se trata de antender a futbolistas, cantantes y atletas olímpicos. Es conmovedora la atención que se prodiga a estos pilares de la sociedad.)
viernes, 14 de octubre de 2011
El lado oscuro del Universo
Dime cuánto brillas y te diré a qué distancia estás
Lo que está escrito en el cielo
Poco o mucho
El lado oscuro
Dos posibilidades
Adiós, mundo cruel
viernes, 16 de septiembre de 2011
La risa, ¿remedio infalible?
Yo atesoro los ataques de risa loca. Los recuerdo como hitos en mi vida no por escasos, sino por intensos y placenteros. Una vez me reí cinco horas seguidas por culpa de mi amigo Luis Miguel Lombana, actor y director de teatro, ópera y televisión, que es un genio del humor cuando está relajado y feliz. En otra ocasión mi hermano Juanjo me prestó un libro de Woody Allen y por leerlo en la cama desperté a mi esposa con mis risitas y mis sacudidas incontrolables. Otros libros que me han hecho reír sin poder parar son The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, de Douglas Adams, Sin noticias de Gurb, del escritor catalán Eduardo Mendoza, Twitterature, de Alexander Aciman y Emmett Rensin, y --cómo no-- Alicia en el país de las maravillas.
Después de un ataque de risa loca uno se siente bien. Quizá por eso la sección de chistes del Reader's Digest se llamaba "La risa, remedio infalible" y quizá por eso también la risoterapia da buenos resultados. Al parecer la risa tiene una virutd analgésica. Pero, ¿cómo opera el mecanismo?
La risa se investiga desde muchos ángulos y con miras a contestar preguntas muy diversas: qué otras especies ríen (sin ninguna duda todos los primates, y quizá otros mamíferos, como las ratas, pero eso es más dudoso), qué cosas nos hacen reír (o cómo funciona el humor), por qué existe la risa (¿para afianzar vínculos sociales?, ¿para facilitar el aprendizaje?, ¿para atraer a la pareja?; en esto no hay consenso). La que nos ocupa aquí es cómo produce la risa su efecto psicológico y fisiológico. De eso trata un artículo que se publicó el 14 de septiembre en la revista Proceedings of the Royal Society B. Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, y colegas de otras universidades británicas y una holandesa, se propusieron entender las propiedades analgésicas de la risa. Su hipótesis es que el acto físico de reír (las contracciones musculares, la respiración entrecortada, los ruiditos tontos) activa el sistema de producción de endorfinas del sistema nervioso central.
"Endorfina" significa "morfina endógena", o sea, morfina producida por el organismo. El cuerpo tiene su propia farmacia interna. Las endorfinas son sustancias que usa el cerebro, entre otras cosas, para mitigar el dolor.
Para Dunbar y colegas hubiera sido muy fácil poner gente a reírse y luego medirles la concentración de endorfinas. El problema es que el cerebro tiene un sistema de compuertas herméticas que no deja pasar sustancias del cerebro al flujo sanguíneo (sólo al revés, como demuestra el efecto del café o del alcohol en las funciones cerebrales). El nivel de endorfinas no se puede medir en la sangre, por lo que hace falta un método indirecto de evaluarlo. Dunbar y sus colaboradores lo asocian con el umbral del dolor: mientras más tiempo soportes estímulos incómodos, mayor debe ser la concentración de endorfinas en el cerebro. Con esta suposición, los investigadores hicieron seis experimentos distintos. Para hacer reír a los participantes probaron dos métodos: 1) mostrarles videos chistosos (Los Simpson, Mr. Bean, South Park...) o 2) hacerlos presenciar un espectáculo humorístico (rutinas de cómicos profesionales de las inmediaciones de Oxford). Al mismo tiempo, otros participantes vieron videos ya sea de valor emotivo neutro (documentales) o que producen bienestar sin risa (escenas de la naturaleza).
Antes y después los investigadores probaron el umbral del dolor de todos poniéndoles una manga helada en el antebrazo o apretándoselo con un esfigmomanómetro y midiendo el tiempo que soportaban el dolor.
Luego de muchas mediciones y análisis estadísticos, así como de considerar objeciones posibles, los investigadores concluyen que en las personas que estuvieron expuestas a los videos humorísticos en umbral del dolor aumentó notablemente, lo que ellos interpretan como señal de que el sistema nervioso central de esas personas produjo más endorfinas. Si la conclusión se sostiene (y falta que otros repitan los experimentos y no les encuentren objeciones), entonces la risa, como ya sospechábamos, nos hace generar endorfinas, como tantas otras experiencias placenteras. Lo que me parece más interesante es que Dunbar y sus colaboradores mantienen que no es el proceso cognitivo del humor (lo que pasa en la mente del que ríe) lo que propicia la producción de endorfinas, sino el acto físico de reír a carcajadas, y lo comparan con otros actos extenuantes que se sabe que están relacionados con el placer y las endorfinas, como hacer ejercicio. También es interesante que distingan entre la risa cortés (y en buena medida falsa) de todos los días, y la risa franca e incontrolable, que se llama "risa Duchenne" en honor al médico francés que las separó en el siglo XIX. Los dos tipos de risa se distinguen fisiológicamente (entran en acción músculos distintos en una y otra), neurológicamente (hacen intervenir partes del cerebro diferentes) y psicológicamente (una disipa emociones negativas y la otra no).
Para terminar les dejo un video que a mí me produce risa Duchenne cada vez que lo veo:
viernes, 26 de agosto de 2011
El espejo de Ramachandran
viernes, 19 de agosto de 2011
¿Ver el futuro?
Daryl Bem es un respetado psicólogo de la Universidad Cornell. Daryl Bem cree haber encontrado evidencia de que algunas personas pueden sentir el futuro.
viernes, 12 de agosto de 2011
"Soy totalmente hemisferio derecho"
jueves, 28 de julio de 2011
Emociones en estado puro
A los 15 años, en una época en que estaba de moda que los adolescentes varones fueran sentimentales y supieran llorar, yo era un insensible. Tenía dos amigos que eran novios. Se la pasaban besuqueándose, lo cual me parece muy bien, pero también se la pasaban hablándose como bebés, lo que me daba repelús (y me sigue dando). Mi renuencia a hacer como ellos y hablar como restrasado mental para expresar amor les parecía señal de que yo tenía el corazón de piedra.
Así que se empeñaron en volverme una persona sentimental y un día me invitaron al cine a ver una película que ellos habían visto hacía unos días: El campeón, de Franco Zefirelli, con Jon Voight y Ricky Schroder (al parecer es un remake de una película de los años 30). Me acuerdo que me dijeron, muy entusiasmados ante la posibilidad, “vas a ver que en esta película sí vas a llorar”.
Vimos la película. Un boxeador venido a menos tiene un hijito de ocho años, llamado T.J., que lo idolatra y lo llama “campeón”. Al final todo sale mal y el campeón se muere después de una pelea mientras T.J. (y buena parte del público) se deshace en lágrimas. Yo, como iba dispuesto a no dar mi brazo a torcer ni mis lagrimales a exprimir —y como siempre he reaccionado muy mal cuando siento que me están manipulando—, me quedé con los ojos más secos que la superficie de Marte mientras mis sentimentales amigos lloraban a moco tendido por segunda vez. Mi reacción (o su falta) los dejó entre desencantados y ofendidos: sólo un monstruo podía no llorar al final de El campeón.
La película fue olvidada por todo el mundo, empezando por mí, y pasaron los años. Muchos años. Hasta ayer, cuando me encontré con una noticia que informa que El campeón ha trascendido de una manera inesperada.
Si eres psicólogo y quieres estudiar los efectos de la tristeza sobre el comportamiento de las personas tienes que conseguir gente confiablemente triste. Otra alternativa es buscarse unos voluntarios y provocarles la tristeza en condiciones de laboratorio (controlables y medibles). Ahora bien, hacerlos creer que algún familiar ha sufrido una desgracia sería poco ético. Alejarlos irremediablemente de su familia o provocarles una enfermedad incurable también. ¿Cómo entristecer a los participantes sin que el experimento tenga consecuencias en sus vidas?
En 1988 Robert Levenson y James Gross, de la Universidad de California, en Berkeley, optaron por provocarles tristeza (y otras emociones) a sus objetos de estudio por medio de películas. Otros psicólogos habían probado con engaños, hipnosis, imágenes, música y repetición de palabras; y otro más recurrió a las películas por la misma época que Levenson y Gross. Para poner en práctica esta idea había que encontrar los filmes más tristes. La tarea no era fácil, porque las películas tendrían que inspirar aflicción pura y prístina, sin mezclas de otras emociones, como la rabia y la indignación. Los investigadores pensaron que esta búsqueda de la pena sin aleaciones les llevaría unos meses. Les llevó cinco años.
Primero solicitaron recomendaciones a los expertos: críticos de cine, dependientes de tiendas de video, cinéfilos diversos. Obtuvieron 250 películas, de las cuales extrajeron 78 escenas selectas. Estas escenas se mostraron a públicos de prueba compuestos de estudiantes, cuya respuesta emotiva a las películas se evaluó por medio de encuestas. Levenson y Gross desecharon muchas escenas porque evocaban emociones mixtas. Ellos necesitaban reacciones bien definidas para cumplir su objetivo: ofrecer a la investigación psicológica un muestrario de estímulos emotivos en estado puro, desde la pesadumbre más profunda hasta la risa loca, para usarse en el laboratorio (y quizá en alguna fiesta, digo yo).
Con mucho trabajo destilaron una gama de escenas de película que ha cundido entre los psicólogos. Su artículo original se encuentra aquí. Comprobado: la escena más triste --por lo menos hasta 1995, cuando Levenson y Gross publicaron su lista-- es la última de El campeón, donde Ricky Schroder llora sobre el cadáver de su padre (y la más chistosa es una escena donde se discute el orgasmo en When Harry Met Sally, por si quieren el antídoto). En eficacia para inspirar tristeza El campeón superó incluso a la muerte de la mamá de Bambi, que ya es decir.
Desde entonces, muchos otros investigadores han echado mano del elixir de tristeza de Levenson y Gross para estudios relacionados con las emociones. He aquí dos extremos: una investigación con gente llorosa sirvió para programar computadoras para reconocer emociones a partir de la frecuencia cardiaca, la temperatura y otros parámetros medibles de las personas. En otra, Noam Sobel, del Instituto Weizmann de Israel, recolectó lágrimas de mujer (inducidas por la película de marras) y las usó para hacer experimentos con hombres. Sobel y su equipo encontraron que oler lágrimas de mujer reduce la concentración de testosterona y en general da al traste con la excitación sexual de cualquier macho que se respete.
La tristeza de T.J., el hijito del campeón, también ha servido para ver si la gente deprimida tiene más probabilidades de llorar que otros (resulta que no, ¡sorpresa!), y si uno tiende a gastar más dinero cuando está triste (resulta que sí); así como para determinar si la edad tiene algun efecto sobre la tristeza (un poco: las personas mayores tienden a sentirse más tristes que los jóvenes, como era de esperar).
Desde que Gross y Levenson publicaron su lista han pasado 16 años durante los ucales no han faltado películas tristes (como Titanic). Sería hora de irla actualizando. Con el afán de ampliar y mejorar el arsenal de los investigadores de las emociones, la revista Slate acaba de lanzar un llamado a nominar escenas de películas que evoquen las mismas emociones que la de Levenson y Gross. Uno de ellos evaluará las sugerencias de los lectores de Slate.
Aquí presento mi selección de escena triste: la secuencia inicial de Up:
¿Y yo? ¿Me he suavizado con la edad, como los participantes de algunos de estos estudios? ¿Estarían contentos conmigo mis emotivos amigos? No lo sé.
No he querido ver nuevamente la escena final de El campeón...