Tengo a la vista una foto tomada en 1898 o 1899. Muestra a un grupo de jóvenes de unos 19 años formados en dos hileras frente a una fuente, unos de pie, otros sentados en una banca. Ninguno mira a la cámara, pero todos posan, inmóviles, esperando a que la película fotográfica registre su imagen para el futuro.
Uno de los muchachos se distingue de los otros. Tiene el pelo muy negro, complexión robusta, ojos grandes e intensos, vueltos hacia la izquierda. Se distingue porque lleva la corbata floja y tiene una expresión de autosuficiencia, incluso de altanería. Tiene una pierna cruzada y se recarga indolentemente en el respaldo de la banca, el brazo izquierdo colgando detrás de éste en una pose que expresa desinterés.
Otra foto del mismo individuo, tomada pocos años después, muestra a un joven de expresión despreocupada. Tiene las manos en los bolsillos, la cadera inclinada hacia un lado con coquetería y lleva puesto un traje de tres piezas con corbata. La cabeza, también ladeada, hace gala de una cabellera no demasiado larga, pero sí descuidada. El joven no debe ser una persona convencional. La boca apretada tiende a la risa y en los ojos un poco caídos se nota la ironía con que el individuo ha accedido a posar para la foto.
De joven Albert Einstein era un dandy. Una amiga de su segunda esposa dijo de él: “en su juventud, e incluso ya en la madurez, Einstein tenía los rasgos regulares, las mejillas rollizas, la barbilla redondeada; una belleza masculina del tipo que causó tantos estragos a principios de siglo”. ¿Einstein, el hermoso? ¿Einstein chic?
Pues sí, así parece. El sabio sereno y mal vestido de la aureola de pelo blanco es un personaje inventado por Einstein en sus últimos años de vida, a partir de 1933, cuando se estableció definitivamente en Princeton, Nueva Jersey, en la casa ubicada en el número 112 de la calle Mercer. Antes de esa época Einstein aparece en todas las fotos con traje de tres piezas, o incluso vestido de etiqueta. En el peor de los casos lleva pantalones de casimir y un suéter de botones, quizá un poco apretado sobre el vientre en expansión. Eso sí, el pelo va sufriendo un deterioro continuo a partir de 1920, cuando Einstein tenía 40 años.
Se cuenta que, en cierta ocasión, el embajador de Alemania se presentó en el número 112 de Mercer Street. Cuando Elsa, la segunda esposa de Einstein, le pidió a éste que se arreglara un poco para recibir al dignatario, el científico le contestó: “Si quieren verme, aquí estoy. Si quieren ver mi ropa, abre el armario y muéstrales mis trajes”. Sospecho que Elsa no lo hizo, pero si hubiera obedecido, el embajador de Alemania habría comprobado que en cuestiones de vestuario Albert Einstein tendía al minimalismo: pocas prendas y todas de la mayor simplicidad. “Uso la misma ropa todo el año”, le dijo una vez Einstein a un amigo de la familia en tono de jactancia. “Sí”, confirmó Elsa. “Para su primera esposa se arreglaba, para mí no”.
La física de Einstein se parece a su guardarropas de los últimos años: pocos postulados y todos de la mayor simplicidad. Pero de esos postulados sencillos Einstein era capaz de extraer las consecuencias más asombrosas. Por ejemplo, de exigir que la velocidad de la luz sea siempre igual, sin importar si la mide uno desde su sillón preferido o desde una nave espacial que surca el espacio como bólido, y que las leyes de la física no cambien de forma al pasar del sillón a la nave, Einstein concluye que el tiempo transcurre más despacio en ésta que en el sillón (entre otras cosas). Los postulados serán sencillos, pero las implicaciones son tremendas. ¿Se parece en esto también el vestuario de Einstein a su física? ¿Cuáles son las implicaciones del contenido de un armario?
Concedo que buscarlas sería llevar demasiado lejos la metáfora del guardarropas. Con todo, permítanme empujarla sólo un poquito más. La naturaleza se le presenta al físico como una colección de sucesos tan variados como el guardarropa de una diva o de una primera dama. La aspiración del físico es poner orden en lo que ve, encontrar detrás del caos unos cuantos principios rectores que lo expliquen. Los trajes de la diva, por ejemplo, podrían ser todos del mismo diseñador, o sólo de unos cuantos; o quizá prefiere los tonos ocres y en consecuencia éstos predominan entre sus prendas. Y cuantos menos principios rectores, más contento está el físico. Dicho de otro modo, la física es una búsqueda de la simplicidad (sí, sí, aunque no lo crean). De hecho, los físicos no construyen sus teorías sólo sobre datos empíricos y mediciones. Al darles forma aplican pautas de simetría, de unidad en la multiplicidad, de máxima eficacia con un mínimo de recursos. Este rechazo de lo farragoso, de lo enredado y de lo que confunde, de lo feo por apiñado y variopinto, tiene más de estético que de estrictamente científico. La física es una estética minimalista.
Albert Einstein, cuya fermosura en la juventud alabara la amiga de Elsa, se puso feo en la vejez, pero su pensamiento se fue volviendo cada vez más estético. Durante los últimos 20 años de su vida se dedicó a tratar de construir una visión unificada de todas las fuerzas de la naturaleza que se conocían en la época. Al mismo tiempo, su guardarropas se fue despojando de lo superfluo. Se cuenta que en los años 50 el dandy de otrora no usaba calcetines y se sujetaba el pantalón con un mecate, un hippie avant la lettre.
El catrín de la juventud de Einstein había muerto, pero ahora, en compensación, el pensamiento del físico se había unificado para siempre con su concepto de la moda.
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3 comentarios:
Sergio, es muy cierto lo que dices, el cientifico busca "decodificar el caos, aparente" descubriendo las leyes que rigen, no este caos, sino la multifonomenologia que es la existencia fisica...
Pero, a veces, esa NECESIDAD de simplicidad es un lastre en la comprension de un cientifico. El mismo Einsten, "peco" cuando sus conclusiones lo llevaban a concluir que el universo se expandia... con la inconveniencia que en ese momento, no habia pruebas de que se expandiera.
Einstein "se invento" un parche, su teoria especial de la relatividad. Pero cuando Edwin Hubble aporto pruebas de que en efecto el universo se expande, la veegüenza y el arrepentimiento de Einstein de haber adandonado sus primeras conclusiones y crearse otra teoria, a modo...
¿que mas complicado que el principio de incertidumbre de Heissenberg, que es parte de la teoria cuantica? ¿que mas complejo y aun no del todo entendido, que el comportamiento cuantico?
Somos seres nacidos, resultado y anheladores del cosmos (el orden) y rehuimos el caos (sin orden)... pero, es el universo que vemos TAMBIEN hijo del cosmos o eso es solo lo que quisieramos nosotros?
Saludos, Luis Martin Baltazar Ochoa, Guadalajara, Jalisco
No sabia que habia terminado "momentaneamente" (lo espero)tu participación en Imagen, a veces sólo sintonizaba la radio para escuchar "Imagen en la Ciencia" y ya se me hacia raro, así que busque y encontre este blog, es un gusto saber que aunque no podemos escucharte tenemos este medio para seguir leyendo temas tan interesantes como el presente, FELICIDADES POR TU BLOG!....Xóchilt
Luis Martín: sí, en efecto: el científico no debe exagerar en eso de pugnar por la simplicidad porque el universo no está obligado a ajustarse a nuestros gustos. Lo cierto, sin embargo, es que muchas veces la explicación más simple resulta ser la buena. Y no es que la naturaleza se pliegue a nuestros deseos, sino más bien que nuestros deseos (de simplicidad) son producto de la evolución de nuestro cerebro en un mundo ordenado. En pocas palabras, si nos gusta imponerle orden al mundo es porque el mundo le ha impuesto orden a nuestro cerebro.
Xóchitl: gracias por tus palabras. Sí, todavía puede ser que vuelva yo a Imagen. Mientras tanto, trataré de ir llenando el blog, aunque a veces me tardo un poco.
No se vayan.
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