Frank Zappa –polifacético compositor que pasaba con desparpajo del rock a la música orquestal de vanguardia—decía que componer es, en esencia, decorar el tiempo.
El tiempo, como la casa, se puede decorar con mal gusto o con bueno. La música de, digamos, Julio Iglesias, es como colgar del techo del tiempo candilejas con gotas de plexiglás y poner en los estantes payasitos de porcelana sobre carpetas tejidas a gancho: una pesadilla decorativa. La música de Zappa, en cambio, puede pintar los muros con motivos psicodélicos, narrar historias alucinadas de cerditos en Volkswagen (contar cuentos también es cronodecoración), o dejar las salas del tiempo como recintos diseñados por Frank Lloyd Wright.
Uno de los cronodecoradores más originales del siglo XX fue el compositor francés Olivier Messiaen, quien murió en 1992. Si ustedes creen que ya lo han oído todo, escuchen a Messiaen; el encuentro puede ser un shock. Messiaen, como muchos compositores del siglo XX, no aplicaba la teoría de la armonía tradicional de la música occidental, que prescribe cómo combinar notas en acordes y cómo construir series de acordes para que suenen "bien". Sonar bien, claro, es una cualidad relativa. Hay quien no soporta la menor disonancia (en cuyo caso no podría escuchar ni la tercera sinfonía de Beethoven, obra con 200 años largos encima). Hay, en cambio, quien admite en la música cualquier combinación, melodiosa o disonante, dulce o estridente, con tal de que resulte interesante. Messiaen no era un fabricante de papel tapiz sonoro para adormecer los sentidos, sino un explorador, un investigador del ritmo, la armonía y el color orquestal. Estudió la música de la India y se apropió de su extenso catálogo de ritmos complejos y cargados de significados filosóficos. Se interesó por el canto de las aves y recorrió el mundo grabadora en mano para recoger las vocalizaciones de un gran número de pájaros, las cuales luego convirtió meticulosamente en música por medio del piano o de la orquesta.
Pero Messiaen se distingue sobre todo por pintar el tiempo de colores. Messiaen era una de esas raras personas que nacen con una especie de corto circuito de los sentidos llamado sinestesia (“sin”, en conjunto; “aistesis”, percepción). Las personas dotadas de sinestesia pueden oír colores, o ver sensaciones tactiles, por ejemplo. Como cuenta él mismo en una entrevista, Messiaen veía colores al oír acordes (combinaciones de notas que suenan juntas). Para asegurarse de que el efecto era fisiológico y no solamente psicológico, Messiaen hizo experimentos con su propia percepción. Notó que un mismo acorde le evocaba siempre la misma mezcla de colores. También observó que al transportar el acorde a escalas superiores el color se hacía más tenue. En vez de usar la sintaxis de la armonía tradicional, Messiaen decidió construir su música como sucesiones de colores, las cuales a veces indicaba en la partitura (y las mezclas podían ser tan insólitas como bolas púrpura con borde dorado sobre fondo verde). Como resultado, la música de Olivier Messiaen no se parece a nada que haya usted escuchado en las salas de concierto de México (es raro que se interprete a Messiaen en nuestro país).
Una de las obras más características de la técnica del color de Messiaen es Chronocromie, compuesta en 1959. Los sinestésicos tienen el don de la metáfora (después de todo, una metáfora es una manera de relacionar ideas muy distintas, que es lo que hace el cerebro sinestésico). El título de esta obra de Messiaen se puede traducir como “el color del tiempo”.
Durante mucho tiempo la sinestesia se interpretó como efecto de una simple asociación de recuerdos en la psique de los afectados. Pero Vilayanur S. Ramachandran y Edward M. Hubbard, investigadores de la Universidad de California en San Diego, han esclarecido por medio de experimentos que la sinestesia va más allá: al parecer, se trata, en efecto, de un corto circuito, o una mutua activación de regiones del cerebro que manipulan distintos estímulos, como sonidos y colores en el caso de Messiaen. Según estos investigadores, la sinestesia podría deberse a una mutación. Ramachandran y Hubbard calculan que una de cada 200 personas tiene algún tipo de sinestesia notable. También se preguntan si la destreza metaforizante de los artistas podría deberse a cierto grado de sinestesia (esta facultad es siete veces más frecuente entre las personas que se dedican a actividades creativas).
Un investigador ruso relata el caso de un individuo que tenía todos los sentidos conectados. Me pregunto cómo verá el mundo esa persona y si su facultad será para él un don o una maldición. ¿Qué música compondría semejante individuo? ¿Cómo decoraría el tiempo?
(La selección de Olivier Messiaen que escucharon es "Le désert", primera parte de la obra Des canyons aux étoiles, estrenada en 1974).
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2 comentarios:
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Sergio, sigo con la duda de si vas a seguir en Imagen... nos habias dicho que como bloque cientifico no, pero en lo personal por fortuna si. No se si te van a cambiar d dia y/o de hora, a mi me quedaba muy a todo dar los viernes ya cercano del foin del noticiro, era como EL RICO CAFE para despues de la comilona de noticias. Espero de verdad que nos digas dia y hora de tus participaciones. saludos, Luis Martin Baltazar Ochoa
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