martes, 30 de junio de 2009

Dedos de ballena

En el capítulo 55 de la novela Moby Dick, del escritor estadounidense Herman Melville, el narrador lamenta que no haya ilustraciones de ballenas que hagan justicia a estos animales. Hasta el siglo XIX las ballenas estaban mal representadas en las ilustraciones tanto de profanos como de expertos. Ilustradores de la historia de Jonás (personaje bíblico que vivió varios días en las entrañas de un monstruo marino llamado Leviatán) y naturalistas yerran por igual al dibujar ballenas. Quien no les pone escamas, las representa con surtidores de agua saliéndoles de la cabeza (imagen muy popular en las caricaturas de hoy, por cierto). Otros les dan ojos descomunales y uno más las representa con la cola vertical en vez de horizontal.


No es que el narrador de Moby Dick tenga derecho a quejarse de los errores de observación científica de los demás. Él mismo comete uno grave: llamar peces a las ballenas, que son mamíferos. Pero por lo menos podemos confiar en que ha visto ballenas con sus propios ojos. Los errores de quienes no han tenido oportunidad de vivir en un barco ballenero los atribuye el narrador a que estas personas sólo han visto ejemplares varados en la playa. Es como querer dar idea de la majestad de un navío con las velas desplegadas a partir de los restos destrozados de un naufragio.

Dice el narrador de Melville: “Pero podría pensarse que a partir del esqueleto desnudo de la ballena varada se puede obtener información exacta acerca de su verdadera forma. No es así. Pues es una de las más insólitas características de este Leviatán que su esqueleto da muy mala idea de su forma general”. Y un poco más adelante: “Esta particularidad se nota especialmente en las aletas, cuyos huesos responden casi exactamente a los de una mano humana. Esta aleta tiene cuatro dedos óseos: el índice, el medio, el anular y el meñique. Pero todos estos huesos están permanentemente alojados en una funda de carne, como los dedos humanos en mitones”.

En la sala de biodiversidad del museo de ciencias Universum puedes comprobar lo que afirma el narrador de Moby Dick. Desde el vestíbulo del museo se ve colgado un esqueleto de ballena de cerca de 10 metros de largo (es un bebé). Pertenece a las colecciones del Instituto de Biología de la UNAM. A ambos lados de la caja del tórax cuelgan los famosos huesos de las aletas, con todas sus falanges, falanginas y falangetas. ¿Por qué tiene dedos un esqueleto de ballena? Porque la historia de un organismo deja huellas en su fisiología. Tal vez los huesos de las aletas de las ballenas no revelen la forma del animal, pero sí dicen mucho acerca del pasado de su especie.

Lo mismo ocurre en el ámbito de la tecnología. Los aparatos que usamos hoy también guardan huellas de su pasado. Veamos un caso que me ayudará a explicarles por qué tiene dedos una aleta de ballena.

QWERTY

Vamos a inventar la máquina de escribir. Ya sé que alguien se nos adelantó 130 años, pero imagínense que no existen estos aparatos y que nunca hemos visto una. Primero inventamos una manera de imprimir letras en una hoja de papel. Ahora necesitamos lo que hoy en día se conoce como interfaz: un artefacto para comunicarle nuestras intenciones a la máquina. Lo más natural será un tablero de palancas o botones que accionen las letras. ¿Cómo distribuimos los botones o palancas en el tablero? Podríamos usar el orden alfabético, un sistema para ordenar muy socorrido que se conoce en una buena parte del mundo. Después de todo, ya se usa en diccionarios y enciclopedias. Así pues, el primer botón corresponderá a la letra A, el segundo a la B, y así sucesivamente.

Hemos inventado la máquina de escribir (bueno, más o menos).

Ahora fíjate en el teclado de una computadora. Las letras, como te darás cuenta, no están distribuidas de esta manera tan razonable que hemos ideado. La hilera superior de letras empieza con la Q, sigue con la W, luego la E, la R, la T, la Y. Esta distribución de las letras tan insólita se conoce como teclado QWERTY por razones más o menos obvias. El teclado QWERTY parece absurdo. Es difícil aprender a usarlo. Yo aprendí en la secundaria (en máquinas de escribir porque aún no había computadoras presonales). Teníamos que practicar mucho. Cuando nos aprendíamos la posición de una letra, la maestra le ponía al botón correpondiente un taponcito de plástico de color para taparla. A mí me tomó varios meses tapar la mayor parte del teclado (y nunca lo tapé por completo). Aprender a escribir en el teclado QWERTY no es cualquier cosa.

De hecho, el teclado QWERTY es tan complicado que uno sospecha que detrás de ese orden desordenado debe haber una buena razón. Y la hay.

La primera patente para una máquina de escribir la concedió la reina Ana en Inglaterra el 7 de enero de 1714 a un tal Henry Mill. Durante el siglo XIX hubo muchos intentos de fabricar un aparato para escribir rápido, que además de rápido fuera práctico, pero nadie lo consiguió

En 1867 tres inventores radicados en Milwaukee, Wisconsin, hicieron un prototipo de máquina de escribir. Uno de ellos, Christopher Latham Sholes, había leído en la revista de divulgación de la ciencia Scientific American un artículo acerca de una máquina de escribir fabricada en Gran Bretaña. Sholes construyó 30 modelos de prueba y el 1 de marzo de 1873 firmó un contrato con la fábrica de armas Remington para manufacturar su invento. En los primeros meses de 1874 la Remington lanzó al mercado la primera máquina de escribir funcional. La máquina de Christopher Latham Sholes y sus amigos ya incluía el teclado QWERTY.

Pero los primeros modelos no. Sholes y sus colaboradores tuvieron al principio la misma idea que nosotros: poner los botones en hileras ordenadas alfabéticamente. Ahora bien, la ciudad de Milwaukee no era exactamente el centro del universo. Las máquinas herramientas de que disponían los socios no servían para fabricar piezas de precisión, de modo que el mecanismo de la máquina de escribir tenía algunos defectos. El peor: se trababa cuando uno tecleaba demasiado rápido. Especialmente si dos letras sucesivas eran vecinas en el mecanismo.

Sholes echó mano de un estudio realizado por el educador Amos Densmore, hermano del socio capitalista de Sholes. Densmore estudió las frecuencias con que aparecían en inglés todos los pares de letras (por ejemplo, el par TH es bastante común en esa lengua). Sholes separó las letras que formaban pares frecuentes para que los mecanógrafos más veloces no trastornaran el burdo mecanismo de la primera máquina de escribir. El resultado fue el teclado QWERTY. Sholes se fue corriendo a la oficina de patentes. Poco más de 100 años después, mis compañeros y yo batallábamos para aprendernos su absurdo sistema.

Que no es absurdo. El misterio se ha disipado. El teclado QWERTY sirvió para resolver un problema técnico de su tiempo. Y lo resolvió muy bien. Escribir con la máquina de Sholes era mucho más rápido que a mano y que con el teclado alfabético, que producía trabazones cada tres teclazos.

Ahora el misterio es que sigamos usándolo. Durante el siglo XX se inventaron varias disposiciones distintas de las teclas. Está demostrado que todas son superiores al teclado QWERTY en facilidad de aprendizaje y velocidad. Pero para cuando se inventaron las alternativas, ya había millones de máquinas de escribir en el mundo. Los usuarios se habían aprendido el teclado QWERTY y nadie estaba dispuesto a cambiarlo por otro. Las aparentes ventajas de los otros teclados no eran ventajas frente al tremendo esfuerzo que haría falta para que todos aprendiéramos a usar otro teclado. En cierta forma, el teclado QWERTY sigue siendo una buena idea, aunque el problema técnico que lo originó haya desaparecido hace mucho. La historia ha dejado un rastro que se conserva incluso en nuestras modernas computadoras. Y se conserva porque sería muy costoso y complicado cambiarlo.

Evolución de los cetáceos

Volvamos a la ballena de Universum con sus (aparentemente) absurdos e inútiles dedos. Los dedos de las ballenas son tan absurdos e inútiles, de hecho, que uno se pregunta si no habrá una buena razón para que existan. Y la hay.

Los dedos de las ballenas son el rastro inconfundible de que estos mamíferos marinos tuvieron antepasados que fueron mamíferos terrestres. Dicho de otro modo, son la huella de la evolución. El narrador de Moby Dick no se lo imaginó, pero su amado Leviatán tiene esos huesos porque desciende, por una línea muy larga, de mamíferos costeros que pasaban parte del tiempo en el agua.

En años recientes los paleontólogos han ido encontrando los restos de todos los eslabones de la cadena evolutiva de las ballenas, que va desde un mamífero claramente terrestre llamado Pakicetus (paki porque lo encontaron en Pakistán, cetus por ser un antiguo cetáceo), pasando por varios anfibios (Kutchicetus, Rhodocetus) hasta mamíferos inconfundiblemente acuáticos, como el Dorudon y el basilosaurio.

La clave para reconocer las distintas etapas han sido los huesos de las patas traseras. Los fósiles más antiguos (el Pakicetus, de unos 53 millones de años de antigüedad y el Ambulocetus, de 48) tienen patas traseras que se adivinan fuertes y funcionales. En los intermedios (Rhodocetus, de 45 millones de años de antigüedad) las patas traseras, aunque presentes, ya no sirven bien para mantener en pie a la mole del animal. A los fósiles más recientes (Dorudon y Basilosaurus, ambos de hace unos 38 millones de años) les quedan sólo patas vestigiales que aún se extienden fuera del cuerpo, pero que ahora sirven para maniobrar, como el timón de cola de un avión. Algunas ballenas modernas tienen todavía unos vestigios óseos de patas traseras, que crecen enterrados en la musculatura de la parte posterior del animal.

Una señora tacaña

Los miembros de una especie no son todos idénticos. Entre padres e hijos hay variaciones al azar, llamadas mutaciones. La gran mayoría de estas variaciones son imperceptibles y dejan al organismo hijo igual de bien adaptado que sus padres al estilo de vida de su especie. Pero de tanto en tanto aparecen variaciones más notables. La mayoría producen “monstruos”: organismos inviables que no tardan en morir. Pero algunas, fortuitamente, pueden darle al individuo que las posea una ventaja sobre sus congéneres. Como dice Jorge Wagensberg, director del Museo de Ciencias de la Fundación La Caixa y colaborador de ¿Cómo ves?, las cebras, para sobrevivir, no tienen que ser más veloces que las leonas que les dan caza, sino más veloces que las otras cebras. Una cebra más veloz tendrá más probabilidades de vivir lo suficiente para dejar descendencia. Sus hijos heredarán esta ventaja. Nada les garantiza aun la supervivencia (igual pueden morir aplastados por un piano, por veloces que sean). Pero al cabo de muchas generaciones, los herederos de esa ventaja fortuita se irán haciendo más numerosos entre la población, hasta dominarla. Acumulando cambios durante millones de años, las poblaciones se diferencian hasta separarse en especies distintas.

La selección y acumulación de diferencias opera sólo cuando esas diferencias son ventajas (si no lo fueran, los organismos que las poseen simplemente no tendrían más probabilidades de sobrevivir que sus congéneres y no se harían más numerosos). El que sean ventajas depende del entorno de la especie. Ser veloces no les serviría de nada a las vacas, por ejemplo, ni a las almejas. Si el entorno no lo exige, las especies no cambian (salvo por las pequeñas variaciones al azar que mencioné antes). El proceso de selección que queda descrito aquí es ciego respecto al futuro. Sólo influyen las necesidades del momento. Por eso hay especies que no cambian en muchos millones de años. No es que la evolución los haya olvidado. Es que siguen adaptadas a su entorno.


Las huellas de la señora

El paleontólogo Stephen Jay Gould y su archienemigo, el filósofo Daniel Dennett, han usado el ejemplo del teclado QWERTY para simbolizar los rastros que deja la evolución en los organismos. Charles Darwin, en el siglo XIX, se regocijaba encontrando ejemplos de estos rastros. “¿Qué puede ser más curioso que el hecho de que la mano de un hombre, hecha para aferrar, la de un topo para cavar, la pata de un caballo, la aleta de una marsopa y el ala de un murciélago estén todas construidas sobre el mismo patrón?” escribió en uno de los últimos capítulos de El origen de las especies. Para Darwin, estas semejanzas “proclaman abiertamente que las incontables especies, géneros y familias de que está poblado este mundo son todas descendientes de antepasados comunes y todas se han modificado en el curso de las generaciones”. Luego, usando un poquito de retórica, Darwin añade: “yo no dudaría en adoptar este punto de vista (la evolución por selección natural) aunque para justificarlo no hubiera otros hechos ni argumentos”.

Hoy en día hay muchísimos más “hechos y argumentos” en favor de la evolución de los que presentó Darwin en 1859 (que ya eran numerosos, por cierto). Los biólogos ya saben cómo opera el proceso incluso en la escala molecular y no sólo anatómica y fisiológica. En Estados Unidos se están llevando a cabo experimentos con simulaciones en las que los organismos son programas informáticos que se reproducen e interactúan con su entorno digital. Los organismos producen especies que evolucionan adquiriendo habilidades complejas al cabo de varias generaciones sin intervención de los investigadores. Si ya en 1859 Darwin no veía motivos para rechazar la evolución, hoy en día la idea está tan firmemente establecida como la redondez de la Tierra.

martes, 23 de junio de 2009

El matrimonio, la pluma y el martillo




Erin Finnegan y Noah Fulmor, de Nueva York, se quitaron un peso de encima cuando se casaron, el 20 de junio de 2009.

De hecho, se quitaron todo el peso de encima, porque su boda se llevó a cabo en condiciones de ingravidez.

La señorita Finnegan y el señor Fulmor se casaron en un avión de la compañía Zero Gravity Corp, que se especializa en suprimir la gravedad. Para eso, el Boeing 727-200 de la compañía asciende a 34,000 pies y luego se deja caer como una piedra. Esto lo hace entre 12 y 15 veces por vuelo de una hora de duración. El aparato va trazando así una serie de parábolas, las curvas que naturalmente siguen los cuerpos cuando la única fuerza que los solicita es la gravedad.

Galileo Galilei nunca se imaginó lo que estaba poniendo en marcha aquel día de 1590. Según el primer biógrafo de Galileo, por esas fechas su biografiado subió al último nivel del campanario de la catedral de Pisa con una bola de plomo y otra de madera, de pesos muy distintos. Se supone que Galileo soltó las dos bolas para demostrar que caían al mismo tiempo. El experimento era una provocación directa y sin disimulo contra sus colegas universitarios, que seguían sosteniendo una teoría del movimiento que a la sazón ya tenía 2000 años. Aristóteles, creador de esta teoría, pensaba que los objetos más pesados caen más rápido, lo cual es muy natural, puesto que la fuerza de gravedad que se ejerce sobre ellos es mayor. Galileo, que había estado haciendo experimentos y reflexionando, se había dado cuenta de dos aspectos del problema de la caída de los cuerpos: 1) la fuerza de gravedad, en efecto, es más intensa sobre un objeto pesado; pero al mismo tiempo, 2) el objeto pesado es más difícil de mover. En opinión de Galileo, estos dos efectos se anulan y los objetos deben caer al mismo tiempo, sin importar cuanto pesen (y siempre que no intervenga la resistencia del aire). Galileo se subió a la torre, soltó sus bolas y...




Nadie sabe si de verdad hizo el experimento, pero hoy no tenemos la menor duda del resultado: si la única fuerza que actúa sobre muchos cuerpos es la gravedad, todos caen con la misma aceleración.

Volvamos al avión con Erin y Noah, que están ansiosos de casarse. Cuando el aparato se deja caer libremente, todos los cuerpos que van en su interior (incluyendo los humanos) caen a la par, como las bolas de Galileo. El efecto es que todo flota como si no hubiera gravedad.

He escrito "efecto" y "como si no hubiera gravedad", pero no hay que pensar que la ingravidez que se produce en el avión de Zero-G es un truco ni una simulación. No: ingravidez, en física, es equivalente a caída libre y no hay otra manera de flotar -ni en la Tierra ni en el espacio- más que ponerse a merced de los campos gravitacionales que estén presentes. La Tierra cae libremente, abandonada a la gravedad del sol; la luna a la de la Tierra. Y los astronautas, con sus transbordadores y estaciones espaciales, sólo flotan porque están en caída libre, no porque estén lejos de la gravedad de la Tierra (no lo están: las órbitas típicas de esos vehículos, de unos cuantos cientos de kilómetros de altitud, se ciñen apretadamente a la superficie del planeta, que tiene 12,800 kilómetros de diámetro).

Una forma más barata de sentir ingravidez, aunque sea por unos instantes, es ir a la feria (el parque de atracciones). En la de la Ciudad de México está la Power Tower (o algo así), juego en el que un carro sube hasta unos 70 metros de altura por una columna y luego se deja caer libremente. Otra forma todavía más barata: ¡saltar!

La compañía Zero-G no sólo ofrece bodas sin gravedad: también tiene actividades recreativas y hasta educativas (a 5,000 dólares por persona, más o menos). Aprovecho este espacio para sugerirles a los administradores de esa compañía otra actividad que muchos soñarán con llevar a cabo en condiciones de ingravidez, y que hubiera sido la culminación natural de la boda de Erin y Noah: ¡sexo sin peso!


Consulta también esta página, donde explico este asunto de manera más didáctica (el de la ingravidez, no el del sexo sin peso, lamentablemente).

jueves, 11 de junio de 2009

Otra vez la misma cantaleta con Marte (corregido)

La noticia, como siempre, me llegó por e-mail. Ya dos veces en una semana.  "Dos lunas" dice el asunto del mail y la información que contiene es interesantísima: el 27 de agosto Marte se verá como la luna llena, espectáculo nunca visto, “ningún ser viviente lo volverá a ver”, o algo así, "comparta con su familia".

¿Les suena conocido? La misma noticia se difundió el año pasado por estas fechas. Y el año anterior. Y el año anterior. Y el año anterior... así, hasta llegar en reversa a 2003.

Este e-mail recurrente tiene una historia extraña: resulta que Marte y la Tierra sí se acercan periódicamente. Son como dos deportistas que corren a velocidades distintas en una pista circular, uno en un carril interno y otro en uno externo: cuando el del carril interno rebasa al otro, están muy cerca  (en el caso de estos planetas, unos 56 millones de kilómetros); cuando se encuentran en lados opuestos de la pista están muy lejos (alrededor de 400 millones de kilómetros; nótese qué amplio es el margen). Los rebases ocurren cada 2 años y 2 meses aproximadamente.

Con todo, Marte no se va a ver como la luna llena ni el 27 de agosto ni nunca. Para verse del tamaño de la luna llena Marte tendría que estar mucho más cerca. 

Con ayuda de WolframAlpha (que para estas cosas es una maravilla), calculé a qué distancia tendría que estar Marte para verse del mismo tamaño que la luna llena. Marte tiene un diámetro de 6772 kilómetros, la luna de 3475 km, o sea, 1.95 veces más pequeña. Así pues, Marte tendría que estar 1.95 veces más lejos que la luna para verse del mismo tamaño, es decir, a unos 760,000 kilómetros.  Ahora bien, hoy martes el planeta vecino no está tan vecino: se encuentra (dixit WolframAlpha) a cerca de 300 millones de kilómetros: unas 395 veces más lejos. Si la distancia que media entre ambos planetas se redujera a 760,000 kilómetros, el acontecimiento sería en efecto "único", "insólito" y todo lo demás, pero de ninguna manera habría motivo para celebrar reuniendo a la familia. Quizá sí para lamentar, porque se armaría un desbarajuste gravitacional de miedo que sacaría a la Tierra de su cómoda órbita.

La última vez que la Tierra rebasó a Marte en agosto fue en 2003. En esa ocasión, las fuentes astronómicas serias hicieron circular la noticia de que Marte estaría más cerca que en los últimos 60 mil años (por muy poquito, pero un récord es un récord). También informaban que Marte se iba a ver como la luna llena con un telescopio casero. Pero la parte del telescopio se perdió en el espacio cibernético. La información se desvirtuó y empezó a circular la extraña versión que ya conocen.

Desde entonces, cada mes de agosto vuelve como un cometa maldito el mail de marras, que me recomienda que reúna a mis hijos, mis nietos y mis bisnietos porque el 27 de agosto Marte va a dar un espectáculo irrepetible y blablabla…

Curiosamente, este fenómeno de desinformación sólo es posible en la era de la información. Antes del correo electrónico y las páginas web, el mensaje engañoso no hubiera tenido la menor probabilidad de resucitar cada año porque a la primera vuelta se habría disipado en la atmósfera cultural de los tiempos (se habría olvidado, pues). Con internet, el mensaje tiene la posibilidad de esconderse y esperar al acecho, como un virus de la influenza que circula entre las aves hasta que contagia a un cerdo, se mezcla con otros virus y adquiere la capacidad de infectar a las personas. En el caso del virus de la desinformación, el papel de coctelera no lo desempeña un cerdo, sino algún cretino que no se fija en la fecha del mensaje original y con gran entusiasmo y alborozo empieza a propagar el virus a golpe de e-mails dirigidos a toda su lista de correo electrónico como ráfagas de metralla. "¡Dos lunas! ¡Reúne a la familia!".

En su más reciente mutación, el virus de la desinformación marciana viene con un añadido más: ¡resulta que los mayas predijeron lo de las dos lunas! ¡Claro! (Me pregunto qué nos depara el año entrante, y que sigue, y el que sigue...).

Lo digo otra vez: Marte no se va a ver del tamaño de la luna llena ni el 27 de agosto ni nunca. Es más, tan seguro estoy de que tengo razón --tanta confianza tengo en la ciencia-- que estoy dispuesto a hacer la siguiente apuesta: si usted cree que es verdad lo de las dos lunas, déjeme un mensaje en el blog o envíeme un mail, y si el 27 de agosto Marte se ve como la luna llena, yo le doy a usted un millón de pesos (que no tengo, pero no importa). En cambio si no ocurre, usted me da el millón de pesos a mí.

Hay quien cree que los mayas también predijeron que el mundo se va a acabar en el año 2012. Extiendo la apuesta a esa fecha y reviro: si se acaba el mundo, yo pierdo y les doy dos millones de pesos, pero si no se acaba el mundo, yo gano y ustedes me los dan a mí.

martes, 9 de junio de 2009

Newton, funcionario

Isaac Newton hizo una mueca de descontento: los carpinteros le estaban robando dinero. Bueno, a él no, sino a la Real Casa de Moneda de Inglaterra, cuyo flamante director era Newton. La función del director era, ante todo, vigilar que se administraran bien las instalaciones de la Casa de Moneda, a la sazón situadas en la horrible Torre de Londres, mejor conocida como prisión que como recinto dedicado a acuñar las monedas de plata con que los ingleses de la época compraban sus alimentos, pagaban la cerveza y liquidaban sus impuestos.

Le habían dado el puesto en 1696, y era un cargo en gran medida honorario. Diez años antes Newton había publicado un mamotreto titulado Principios matemáticos de la filosofía natural. En el pesado volumen Isaac Newton exponía tres leyes matemáticas que permitían describir cualquier tipo de movimiento, además de una descripción matemática de la fuerza con la que el sol atrae a los planetas (y los planetas se atraen entre sí). Como en pocas ocasiones en la ciencia, la obra volvió célebre a su autor en muy poco tiempo. Así, diez años después, el gobierno de su país lo recompensaba con un cargo muy bien pagado, pese al poco trabajo que le tendría que haber exigido.

Newton fue director de la Real Casa de Moneda durante 30 años, hasta su muerte en 1727, y sí tuvo trabajo. Las cuentas de los carpinteros eran lo de menos. La institución tenía otro problema mucho más grave: para establecer su sistema monetario y acuñar dinero, el reino había empleado unas pesas de referencia con las cuales se determinaba el contenido de plata de las piezas de cada denominación. Pero las pesas eran demasiado pesadas: la plata contenida en un chelín, por ejemplo, valía más que un chelín. Convenía más fundirla y venderla que conservarla como moneda. Como resultado de esta pifia, la gente empezó a cortar las monedas, a fundirlas y desde luego a falsificarlas. Al poco tiempo ya casi no había circulante en Inglaterra y el sistema financiero, en el que el dinero en papel era una novedad aún poco socorrida, se tambaleaba. 

Isaac Newton llegó a tiempo para modificar el sistema monetario del reino. El muchacho sabía sumar, como demuestra su altercado con los tramposos carpinteros, pero también sabía hacer cálculos mucho más interesantes: es más, Isaac Newton había inventado una nueva rama de las matemáticas que le permitía expresar matemáticamente el cambio y el movimiento, encontrar soluciones óptimas, maximizar, minimizar y calcular tasas. Por si fuera poco, el físico más famoso de antes de Albert Einstein había empezado a ocuparse de alquimia, conjunto de procedimientos entre científicos y mágicos cuyo objetivo era encontrar un material para transformar cualquier metal en oro. La alquimia dio lugar más tarde a la química moderna, y aunque Newton no podía convertir plomo en oro (ni Newton ni nadie), sus conocimientos sí le sirvieron para idear métodos para purificar y sopesar la plata de las piezas de moneda. La institución que dirigía Isaac Newton instauró un nuevo sistema monetario en el que las piezas seguían teniendo el valor real que representaban, pero en el que poco a poco se introduciría la idea del dinero como abstracción: una moneda o un billete no valen intrínsecamente, sólo representan su valor. Algunas décadas antes de Adam Smith, el teórico de la economía, Isaac Newton escribió "el valor del dinero es sólo una cuestión de opinión"; dicho de otro modo, se establece por convención. Con todo, Newton perdió un debate en el consejo encargado de modificar el sistema monetario. Ganó la idea de que las monedas valen intrínsecamente y como resultado, al cabo de diez años el nuevo sistema también estuvo a punto de venirse abajo.

El director de la Real Casa de Moneda tuvo que lidiar con los falsificadores. No había policía, no había documentos de identidad, no se podía saber el paradero de un individuo con la facilidad con que se puede hoy. Añádase a esto que Newton no era muy sociable y que había vivido toda su vida en ciudades muy pequeñas, como su pueblo natal del Woolsthorpe y la ciudad universitaria de Cambridge. En Londres se encontró una población desmedida (600,000 habitantes) y un índice de criminalidad al que no estaba acostumbrado. Isaac Newton armó un equipo de agentes e informantes que se disfrazaban para infiltrarse en los círculos de los falsificadores (en cierta ocasión pagó 5 libras, una fortuna, por un disfraz para uno de sus agentes). Aunque el cargo de director de la Real Casa de Moneda era tradicionalmente honorario, Newton se lo tomó muy en serio (y ésta es quizá una de las pocas consecuencias positivas que tuvo en su vida su personalidad maniática).

Con los personajes célebres ocurre que sus vidas se van destilando en la imaginación popular hasta dejar sólo uno o dos acontecimientos importantes. A Newton lo recordamos como el fundador de la física moderna con sus leyes del movimiento y el cálculo diferencial e integral. Pero Isaac Newton hizo muchas otras cosas en su larga vida. Se sabe que dedicó más tinta a la alquimia y la teología que a la ciencia propiamente dicha. Se obsesionó con la interpretación de la Biblia. Se ganó la enemistad sincera de algunos contemporáneos. Fue presidente de la Real Sociedad (sociedad científica que sigue existiendo), así como miembro del Parlamento. Se dice que la única vez que levantó la mano para tomar la palabra decepcionó a los asistentes, que esperaban conteniendo la respiración las palabras del súper sabio Newton, porque sólo pidió que cerraran una ventana porque tenía frío.

La historia de Newton, el funcionario, se encuentra en el libro Newton and the Counterfeiter, de Thomas Levinson.

martes, 2 de junio de 2009

El rabo entre las patas

Mi perrita Camila gimotea, baja los ojos y anda con el rabo entre las patas cuando descubrimos que por buscar algo de comer desparramó la basura, o cuando le levantamos la voz por haber hecho alguna otra trastada. Estos signos sugieren que Camila  sabe que se portó mal y que preferiría no haber hecho lo que hizo: es decir, que se arrepiente. "Me equivoqué. Lo reconozco. ¡Piedad!", dicen sus ojos tristes.

¿Está arrepentida de verdad? ¿Siente la emoción que nosotros llamamos arrepentimiento, o es su conducta sólo una señal que entre los perros salvajes del pasado remoto ayudaba a lubricar las relaciones sociales en la manada?

En el siglo XVII, y hasta principios del XX por lo menos, los filósofos y los científicos pensaban que los animales son autómatas (aunque Darwin, en el XIX, escribió un tratado sobre la expresión de las emociones en los animales). Su comportamiento, por lo tanto, no era resultado de la reflexión y la voluntad, sino la respuesta de una especie de máquina. Era una postura cautelosa, digna de alabanza: después de todo, en muchos otros ámbitos de la ciencia hemos aprendido con dolor que lo que parece no necesariamente es. Con las señales de arrepentimiento de los animales podría ser lo mismo. Con todo, creo que la idea también tiene mucho del clásico prejuicio humano: somos el pináculo de la creación y por lo tanto nos distinguimos de los otros animales; pero ¿en qué?

Aristóteles, en el siglo IV a. C. tuvo la ocurrencia de afirmar que las personas somos los únicos animales racionales. Así, si un animal de otra especie da muestras de previsión, deliberación o arrepentimiento no hay que tomárselo en serio. Como no es un "animal racional", la única posibilidad es que esté programado para reaccionar así, pero sin las emociones que acompañan estos estados mentales.

A principios del siglo XX  un investigador estadounidense hizo experimentos con simios para ver si eran capaces de indignarse. Más recientemente, los primatólogos Frans de Waal y Sara Brosnan extendieron esos experimentos y encontraron que sí: un simio acostumbrado a recibir una recompensa muy apreciada daba muestras de rabia al recibir una menor, sobre todo cuando su compañero de jaula obtenía el premio acostumbrado. El animal vejado incluso llegaba a arrojarles a la cara la recompensa a sus cuidadores. (Ver en este blog la entrada "¡Toma tu asqueroso pepino!")

En el número del 15 de mayo de la revista Science Benjamin Hayden, John Pearson y Michael Platt, de la Universidad Duke de Durham, Reino Unido, llevaron la investigación de las emociones de los animales un paso más allá de la simple observación del comportamiento: examinaron el cerebro de unos chimpancés mientras les ponían una prueba. La prueba consistía en buscar una recompensa escondida. Cuando el simio levantaba la caja que no era y le mostraban la que sí, en su cerebro aparecían señales que, según estos investigadores, pueden interpretarse como el equivalente simiesco de "¡Chin, la regué!" (que, traducido del mexicano, significa: "¡Demonios! ¡Me equivoqué!"). Dice Michael Platt que los monos reaccionaron cambiando de estrategia en la siguiente prueba, igual que nosotros cuando vemos que nuestras acciones fallan.

En un zoológico un tigre joven arrancó unos arbolitos que la administración había mandado plantar. Al llegar su cuidador, el animal se tapó los ojos con las patas. Y en otro zoológico, unas hembras chimpancé se robaron el equipo y la pintura de los encargados de pintar unas rejas. Los animales se calaron unos guantes y pintaron a sus crías de blanco. Sus cuidadores se pusieron hechos unos basiliscos, tras lo cual las madres chimpancé desaparecieron y al poco rato regresaron con sus crías bien limpias.

La indignación y el arrepentimiento, al parecer, están presentes en algunas especies. ¿Qué otras habilidades relacionadas con una mente más o menos racional tienen los animales?

Se ha observado en los chimpancés comportamientos que antes hubiéramos creído exclusivamente humanos. En estado silvestre estos monos hacen alianzas, se traicionan, cabildean y emprenden guerras contra grupos vecinos. El parecido con los partidos políticos mexicanos (y supongo que de otros países) es asombroso, y no es casualidad: los políticos y los monos están emparentados por descender de un ancestro común que vivió hace unos seis millones de años. Las cosas no han cambiado tanto en ese lapso y cabe espera que las especies se parezcan en forma y en comportamiento.

La imagen de los animales está cambiando. Hoy cada vez se hace más insostenible la postura de Aristóteles, y en general la idea de que sólo las personas razonan, sienten emociones y son capaces de crear.