lunes, 11 de agosto de 2008

En mi casa espantan

Bienvenidos a la nueva época de Imagen en la Ciencia. Espero sus comentarios. Gracias por su paciencia.

Vivo en una casa más o menos grande y vieja del norte de la Ciudad de México. Los inquilinos anteriores decían que aquí espantaban. Quizá por eso una noche se fueron sin avisar ni pagar la renta de los últimos seis meses. O quizá sólo se fueron porque eran unos sinvergüenzas.

Al poco tiempo de vivir aquí empecé a entender por qué decían los desaparecidos inquilinos que en la casa había fantasmas: en ciertas circunstancias se oía un fuerte tamborilear dentro de las paredes, o más bien como una ametralladora: taca-taca-taca-taca-taca. El ruido nos recordaba la película de Jumanji, en la que se oyen tamborazos cada vez que va a pasar algo horrible. En noches de viento la ventana de mi cuarto emite rechinidos misteriosos y no pasa noche sin que el mueble de la tele truene justo cuando estoy a punto de quedarme dormido, con lo que me despierto con un sobresalto. ¿Malicia de los espíritus chocarreros? A las cuatro o cinco de la mañana las ventanas de mi estudio vibran como si alguien estuviera zarandeando la casa, como si un espíritu preso entre los muros intentara en vano romper los cristales. Y otras veces, cuando todo está en silencio, detrás de la pared se oye un tenue repiqueteo, como de piedritas que caen.

Cuando tenía doce años una vez nos llamó una vecina a mi amigo Rodrigo y a mí para que fuéramos a salvarla. Estaba sola en su casa y oía ruidos. Temía que hubiera ladrones (creo que no se le ocurrió que también podía ser fantasmas). Al llegar mi amigo y yo nos quedamos parados en silencio en la sala para ver si oíamos los ruidos. Sí los oímos. Para mí eran claramente los sonidos que hace la estructura de una casa al contraerse cuando cae la noche y empieza a enfriarse. No había nada que temer. Por supuesto que había otra interpretación de lo observado —ladrones o fantasmas—, pero al oír los ruidos a mí por lo menos no me quedó la menor duda: era la contracción térmica.

Los espantos de mi casa también tienen otras explicaciones: el taca-taca resultó ser una tubería que vibraba cuando entraba agua al tinaco en las mañanas y en las noches. El inquietante ruido desapareció cuando el plomero instaló una tubería de desalojo de aire que faltaba en la instalación del calentador. El rechinido de la ventana es simplemente la rama del granado que tenemos en el jardín, que roza con el vidrio cuando la agita el viento. El estampido del mueble de la tele es atribuible a la contracción térmica, como la mayoría de los ruidos que hacen las casas viejas y achacosas, y la vibración de las ventanas del estudio ocurre exactamente a las horas en que empiezan a circular los camiones por una avenida cercana y hacen resonar los vidrios a frecuencias infrasónicas. En cuanto a las piedritas que se oye caer dentro de los muros, se deben a que la casa está infestada de termitas.

Crecí en un ambiente más o menos racional, lo cual les agradezco infinitamente a mis padres. En mi casa no les teníamos miedo a los ruidos raros ni a los truenos porque nunca creímos en los fantasmas. A mí nunca se me hubiera ocurrido interpretar las manifestaciones sonoras de mi casa como otra cosa que fenómenos físicos perfectamente explicables, pero la interpretación de los inquilinos prófugos me puso a pensar en cómo ven el mundo quienes no comparten mi visión naturalista y materialista del universo. Si yo creyera en fantasmas, sin duda alguna habría llegado a la misma conclusión que ellos y hubiera considerado estos divertidos fenómenos como confirmación de que, además de termitas, en la casa medran los aparecidos. Quizá ésta sea la diferencia entre una persona con mentalidad científica y otra con mentalidad mágica: el tipo de explicaciones que nos dejan satisfechos. Yo prefiero una explicación sencilla en términos de fenómenos naturales (y casi siempre la encuentro); los inquilinos fugados, al parecer, se sentían más cómodos atribuyéndoles todo lo que no entienden a los fantasmas.

No quiero dar a entender que esta visión del mundo sea “mejor” en un sentido absoluto (es mejor para extraer de la naturaleza conocimientos confiables que otras personas pueden verificar, pero éste no es el único objetivo de la existencia). No pretendo convencer a nadie; sólo mostrar una posibilidad, una alternativa al pensamiento mágico, tan predominante hoy: muchas veces (si no todas) las cosas más insólitas tienen explicación. En realidad de eso se trata la ciencia: es el juego de buscarle a todo lo que sucede (si de veras sucede) una explicación natural en vez de sobrenatural. Es un juego que nos ha revelado, por una parte, un montón de cosas útiles que podemos aprovechar para mejorar nuestra vida, y por otra, un universo más hermoso y misterioso que el que se imaginan quienes creen en los fantasmas.

3 comentarios:

Sergio de Régules dijo...

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Anónimo dijo...

En Tecomán, Colima, tuve un compañero de trabajo que disfrutaba mucho contándonos anécdotas familiares en las que siempre intervenía lo sobrenatural -desde fantasmas y gnomos hasta San Juan Dieguito y el mismísimo Bogo-. En una ocasión nos contó la historia de la lámpara que rechinaba al poco tiempo de ser encendida, y sólo después de ser encendida. Se molestó bastante conmigo cuando, en público y con testigos, intenté hacerle ver que un fenómeno sobrenatural que adquiere regularidad, predecibilidad, pasa de inmediato al campo de lo natural.

Epinefrina dijo...

DE acuerdo contigo Sergio, creo que buscar la verdadera causa de los fenómenos nos siembra de certidumbre y seguridad, pero existe cierto misticismo en esta cultura mexicana y en otras más que prefiero quede indefinido ante la ciencia ya que da sabor a nuestro folclore.

Me gusto el comentario final de anónimo, cuando un fenómeno adquiere regularidad predecible pasa al campo de lo natural y puede ser estudiado y registrado en patrones de comportamiento.