Mi trabajo como comunicador de la ciencia es interpretar y comentar la investigación científica y los acontecimientos del mundo de la ciencia. ¿Todos? No: sólo los que 1) me interesan y creo que pueden interesarle al público y 2) creo que puedo entender suficientemente bien para dar una explicación significativa. La dificultad principal es que, a diferencia de un comentarista de deportes como Pablo Carrillo, yo no puedo suponer que mi público se sabe las reglas del juego ni conoce su lenguaje. La investigación científica se expresa en lenguajes súper especializados. Cada disciplina científica tiene su propio dialecto.
El lenguaje especializado tiene la ventaja de ser compacto y preciso y la desventaja de que sólo lo entiende quien lo ha estudiado durante años: se gana en eficacia comunicativa pero se pierde en difusión. De ahí se desprenden 1) la necesidad de intérpretes y críticos como su seguro servidor, 2) la impresión común de que los especialistas en ciencias despepitan pura palabrería sin significado real y 3) la ilusión (y tentación) de forjarse una reputación científica despepitando pura palabrería sin significado real.
En 1996 el físico estadounidense Alan Sokal decidió que ya bastaba de tonterías: según él, en ciertas disciplinas académicas de las ciencias sociales (especialmente los "estudios culturales") el lenguaje técnico había degenerado en cháchara hueca (o quizá siempre lo había sido, sin pasar por el estado de lenguaje técnico de verdad). Para demostrarlo, Sokal redactó un artículo perfectamente absurdo pero eso sí: repleto de expresiones y términos muy de moda en el ámbito de los estudios culturales, y lo envió a una prestigiosa revista del gremio llamada Social Text.
Se supone que las revistas académicas tienen filtros muy estrictos para publicar. El más importante y sagrado es la "revisión por pares": el texto es analizado por expertos independientes que deciden si es original, importante y coherente. La revisión por pares es deber y orgullo de las publicaciones académicas... y el pretexto para cobrar unas cuotas de suscripción estratosféricas, que normalmente pagan las instituciones de investigaciones, no los individuos.
El texto de Sokal fue publicado y con esto, según él, quedó demostrado que las ciencias sociales posmodernas son pura palabrería hueca. La idea, claro, es que eso sería imposible en el ámbito de las ciencias naturales y sus derivados...
En 2005 Jeremy Stribling y otros estudiantes de posgrado del MIT en ciencias informáticas diseñaron un programa que genera falsos artículos de investigación tomando al azar términos técnicos y palabrejas domingueras de la disciplina. Con su juguetito, llamado Scigen, generaron un artículo y lo enviaron como ponencia a un congreso internacional. Los congresos, como las revistas, también tienen revisión por pares y la cobran. El artículo fue aceptado. Luego Stribling y sus amigos pusieron su generador de cháchara científica gratis en internet... y abrieron la caja de Pandora.
El año pasado Cyril Labbé, de la Universidad Joseph Fourier de Grenoble, Francia, detectó cientos de artículos generados con Scigen en las publicaciones de la importantísima editorial científica Springer de Alemania y del Instituto de Ingenieros Electricistas y Electrónicos de Estados Unidos (IEEE). También los detectó en memorias de congresos. Esto ha sido muy vergonzoso para las revistas y congresos que se supone que tienen revisión por pares, pero también sugiere algo más inquietante: Jeremy Stribling y sus amigos lo hicieron de broma y para probar el sistema de publicación científica (casi como un servicio, pues), pero ¿cuántas personas no habrán usado Scigen para forjarse credenciales académicas falsas?
Cyril Labbé desarrolló un programa de computadora para detectar texto generado por Scigen y Springer y el IEEE ya han retirado los artículos falsos, pero ¿cómo llegaron a publicarse en revistas de ciencias "duras" con revisión por pares? (¡Tómala, Alan Sokal!)
Hay quien piensa que Sokal es un héroe por haber desenmascarado a los estudios culturales. Otros piensan que no les hizo ningún favor ni a la ciencia ni a otras disciplinas académicas. Lo mismo pasará ahora con Jeremy Stribling y los otros autores de Scigen. Su broma reveló un problema muy importante en el mundo académico (qué bueno), pero también potenció el problema poniendo Scigen a disposición no sólo de otros bromistas (y hay muchos), sino de personas sin escrúpulos, que las hay en todas las profesiones.
La marcha por la ciencia 2019
Hace 5 años
2 comentarios:
Y ahora ¿quién podrá defendernos?
¿Cómo se puede confiar en revistas que no detectan ni lo fácil de detectar? ¿Tenemos que esperarnos años en lo que se prueban las investigaciones? Qué mala onda. Ojalá pierdan credibilidad todas las revistas que no revisen bien lo que publican, pierdan el dinero que ganaban y queden solo las que sí hacen bien su trabajo, una selección natural simple, y los que saben, puedan seguir adquiriendo información de ellas.
¿Tu tienes alguna revista a la que le creas más que a otras, Sergio? ¿Cómo las identificas?
Saludos
Sergio. me he encontrado con este artículo tuyo y me da pena no haberlo hecho hace un par de meses atrás cuando escribía una de mis Historias Acuícolas.
http://www.cristobalaguilera.com/2015/02/el-primero-de-la-clase.html
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