Museos en la
Ciudad de México hay muchos, pero no tantos son de ciencias. Los museos de
ciencias existen desde el siglo XVIII. Primero fueron colecciones de objetos
curiosos que algún personaje exhibía en vitrinas en su casa para edificación de
sus amigos. En estos “gabinetes de curiosidades” el visitante podía
maravillarse con fósiles, esqueletos de animales exóticos, arte de países
lejanos y cabezas reducidas del Amazonas, pero sólo podía ver, no tocar. En el
siglo XX el acento pasó del ver al hacer. Por eso el lema de los museos de hoy
es “prohibido no tocar”, y desde hace unos 20 o 30 años se habla de museos
interactivos.
¿Qué
entienden ustedes por interactivo? Para mí es un lugar donde el visitante se
relaciona con el elemento de exposición más allá del simple mirar el objeto y
leer la cédula. Por desgracia, el concepto de museo interactivo surgió más o
menos al mismo tiempo que el boom de las
computadoras y muchos entendieron “interactivo” como sinónimo de mecanizado y
computarizado. El resultado es una idea muy difundida de que para hacer equipos
interactivos forzosamente hay que ponerles computadoras con simulaciones y
juegos de video, botones que echen a andar algún mecanismo, y en el peor de los
casos, libros de texto disfrazados de hipertexto, como si leer en la pantalla
fuera una experiencia más intensa que leer en papel. La interactividad resulta muy
pobre. He visto equipos cuya interactividad consiste en que el visitante
aprieta un botón. Un mecanismo hace lo demás. En todos los casos, un texto le
explica al visitante exactamente cómo debe interpretar lo que ve. “¿Qué hacer?”
dice la cédula, y responde sin demora cómo poner en marcha el equipo. “¿Qué
sucede?” propone de inmediato, como si no quisiera darle al visitante
oportunidad de averiguarlo por sí mismo.
En
inglés los museos interactivos llevan el calificativo de hands-on, que indica que ahí se va a usar las manos. Pero hay muchas maneras
de interactuar sin meter las manos. En los museos de vanguardia es interactivo
cualquier elemento de exposición que propicie un cambio mental en el visitante.
Un poema que te sacude el alma es interactivo (pero sólo si te sacude el alma);
una imagen que te hace soñar también (pero sólo si te hace soñar).
La
semana pasada (o sea, en 2003 o 2004) subí a la sala de exposiciones temporales de Universum, el museo de ciencias de la UNAM, a ver la nueva exposición de
algas (se llama Algo sobre Algas; qué pena,
desperdiciar la oportunidad de ponerle Son Algas). Me acompañaban mis amigos Estrella Burgos, editora de la
revista ¿Cómo ves?, y Miguel Alcubierre,
investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM. De regreso a mi
oficina pasamos por la sala Conciencia de nuestra ciudad, donde se encuentra el que, en mi opinión, es el mejor equipo de
todo el museo (en la época aún no existía Google Maps): una foto gigante de la Ciudad de México tendida en el suelo e
iluminada desde abajo. Unas placas de plexiglás transparente permiten al
visitante caminar sobre la foto. La imagen es suficientemente nítida para
distinguir casas individuales (hasta hace poco hubo una foto más nítida –se distinguían
coches—, pero era de 1993; la de hoy es de 2000 y se hizo originalmente para la
exposición ABCDF).
“Aprovechando
que nos queda de paso”, les había dicho yo a Estrella y Miguel para
tranquilizarlos dando a entender que aquello era cosa de cinco minutos. Nos
quedamos 45, ubicando nuestras casas, siguiendo a pasitos de gallo-gallina
nuestras respectivas rutas diarias a la UNAM, comparando distancias, poniendo
el dedo en Universum (¡se ve el voladizo
triangular de la entrada!), localizando hitos (en el Toreo se
alcanza a leer “Labastida”, era época de elecciones), y admirándonos de la
cantidad de cráteres volcánicos que hay al sur de la ciudad. Observamos que al
poniente, por Interlomas, Santa Fe y el Desierto de los Leones, el trazo de las
calles muestra que esos barrios están en las montañas. Vimos que el aeropuerto
es inmenso (y que ese día había tres Boeing 747). Nos reímos de una
aglomeración de Combis claramente visible en el Metro Chapultepec.
La foto hace soñar. Yo he visto a un montón de jóvenes visitantes
tendidos panza abajo con los pies levantados y la barbilla apoyada en las
manos, perdidos en el reconocimiento de su barrio. Como en todos los mapas
públicos, el punto que corresponde al emplazamiento del mapa lleva las marcas
de los miles de dedos índices que lo han tocado (“mira, estamos aquí”).
La foto de Conciencia de nuestra ciudad –casi sobra decirlo—no tiene ni un solo botón y la computadora más
cercana está a 20 metros. Con todo, difícilmente se podría imaginar una pieza
de exposición más interactiva. Ya en la calle el visitante ve la urbe con otros
ojos: ha ocurrido una transformación. También es posible que note que dejó el
corazón en esa foto. Tendrá que volver a recogerlo.
6 comentarios:
Qué bonita entrada Sergio, qué bueno que la publicaste. Me uno a tu crítica de la ecuación interacción = computadoras. Me recordaste a mi sobrino, que uno de sus juguetes favoritos son las puertas corredizas de vidrio: le gusta mucho cerrarlas y abrirlas y pegar la cara al vidrio, reirse de ti cuando esta cerrada la puerta y correr cuando la abres y lo puedes alcanzar.
Pero es cierto que las computadoras nos han ayudado mucho a la interacción (e.g. este blog en el que compartes ideas y nosotros las comentamos). Eso que hiciste tu en el mapa del DF en Universum, cuánta gente no lo hemos hecho en google earth (o google maps como mencionaste en la entrada). Yo lo hice desde el primer día que lo bajé, buscando mi departamento en Turín y repasando mis rutas al politécnico y a los bares que iba, ja!
Con los libros es igual (como comentas de los poemas), ya lo he dicho antes, me encanta tener que cerrar un libro a media lectura para pensar sobre lo que acabo de leer.
Bueno ya, me alargué mucho.
Por favor sigue publicando tus artículos de antaño.
Excelente recordatorio de que lo más simple es lo más interesante. Es como recordar porqué los niños pequeños pueden divertirse por horas con una caja de cartón vacía. Bueno recordar este ejemplo de años atrás, para reflexionar si han mejorado o no los museos de ciencias e interactivos en México. Los últimos diez años se han construido varios por todo el país. ¿Serán realmente interactivos?
Excelente recordatorio de que lo más simple es lo más interesante. Es como recordar porqué los niños pequeños pueden divertirse por horas con una caja de cartón vacía. Bueno recordar este ejemplo de años atrás, para reflexionar si han mejorado o no los museos de ciencias e interactivos en México. Los últimos diez años se han construido varios por todo el país. ¿Serán realmente interactivos?
a esto me refería:
http://9gag.com/gag/4659708
WOOO TIENE TODA LA VERDAD Y ES ALGO EN LO TENEMOS QUE PONERNOS A PENSAR POR K YA VIENDOLO DESDE ESE PUNTO DE VISTA T DAS CUENTA EN LO QUE NOS EMOS COMBERTIDO
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