Dibujos de Pepe de la Herrán |
En plena concentración alguien llama a la puerta de mi cuchitril mal ventilado. Es José de la Herrán. Hace ya muchos años, después de una cena en casa de un amigo suyo en Monterrey -y en vista de que nos habíamos divertido mucho juntos- José me dijo inesperadamente "dime Pepe", y así lo he hecho desde entonces, sin perder de vista el honor que este ofrecimiento de familiaridad representa. Recuerdo que al salir de la cena, ya entrada la noche, hacía mucho más frío y viento que cuando entramos y Pepe dijo: "el clima va en franca mejoría negativa". Así pues, era Pepe de la Herrán. Pepe y yo tenemos un acuerdo tácito: de tarde en tarde, cuando pasa por mi puerta, entra a comentar conmigo algún acontecimiento científico reciente. Muchas veces la conversación deriva hacia el tesoro de historias que guarda en su memoria. Pepe de la Herrán no es un narrador cualquiera: modula el tono de la voz para darle a lo que va contando el significado correcto, no deja fuera las emociones, no le teme al "yo" y tiene un fino sentido de la progresión dramática.
Esto es lo que me contó. Su amigo Norman Cole era experto en espejos de telescopio. Los espejos de telescopio se pulen a partir de un tejo de vidrio al que se le va quitando lo que le sobra para ser una parábola por la parte superior, un poco como esculpía Miguel Ángel: tomaba una piedra y le quitaba todo lo que no era la escultura. Los telescopios profesionales requieren espejos grandes -desde un metro hasta ocho de diámetro- y se pulen a partir de tejos muy pesados y frágiles pese a lo flexibles que son las pastillas de vidrio de esos tamaños. Hay que escoger muy bien el material con que se hacen: tiene que ser un vidrio muy especial y una de las características más buscadas es que no se rompa fácilmente.
Norman Cole estaba de visita en una fábrica de tejos de vidrio para espejos de telescopio (creo que Owens Illinois). En la fábrica tenían la costumbre de echar a la intemperie los tejos fallidos y dejar que las inclemencias del tiempo (y especialmente el vaivén del calor al intenso frío del invierno illinoisiano) los fueran fragmentando para luego recoger los pedazos y volverlos a usar en otra colada. Cole salió al solar de los tejos muertos y lo encontró sembrado de cadáveres vítreos. Pero había un tejo que no se había roto. "Tenía un error de composición y lo tiramos", le dijeron. "Pero no se ha roto", observó Cole. "No, no se ha roto", le dijeron. Entonces Cole volvió a decir con más énfasis: "¡Pero no se ha roto!"
Norman Cole pidió todos los registros de esa colada. "Y como allá no se ocultan los errores como en México, sino que se escriben...", me contó Pepe de la Herrán.
Se probó la composición que se había considerado errónea y dio espejos mucho más resistentes. Desde entonces y durante mucho tiempo se usó ese tipo de vidrio para fabricar espejos de telescopio.
Pepe me contó otras cosas: por ejemplo, que cuando él estaba diseñando y supervisando la construcción del telescopio del Observatorio Astronómico Nacional en San Pedro Mártir, Baja California, se le ocurrió cuestionar la costumbre de hacer los tejos de un espesor igual a un sexto de su diámetro. Como nadie le supo dar razón de esa regla más allá de "así se ha hecho siempre", Pepe se puso a pensar y acabó inventando una manera de aligerar el espejo (lo que al mismo tiempo lo hacía más resistente y más barato), pero dejaré que sea él quien lo cuente en un artículo que espero que podamos publicar pronto en ¿Cómo ves?