La semana pasada se celebró el congreso conjunto de divulgación de la Red de Popularización de la Ciencia de América Latina y el Caribe y de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la técnica en Zacatecas. En una conferencia magistral el físico portugués Joao Magueijo nos contó sus experiencias de investigador convertido en divulgador de su propia ciencia. Magueijo es conocido por haber propuesto, junto con otros, que la velocidad de la luz ha ido cambiando a lo largo de la historia del universo. En la física mainstream la velocidad de la luz tiene fama de constante. Es más: nuestra imagen científica del mundo depende crucialmente de que lo sea. La idea de Magueijo es revolucionaria... si se confirma.
Joao Magueijo es culpable de dos actos que en ciertas partes de la comunidad científica se consideran pecados: escribir un libro de divulgación de la ciencia y tener éxito con su libro. Incluso habló del "efecto Sagan": el astrónomo y divulgador Carl Sagan fue objeto de ataques por haber realizado un programa de televisión que vieron varios miles de millones de personas. Uno se puede reír de los científicos envidiosos que le reclaman a Magueijo el ser popular, pero el físico portugués también ha incurrido en otro pecado más cientificamente importante: en opinión de muchos físicos, su idea no es necesaria. En ese caso, Magueijo (y otros: desde luego, no es el único al que se le ha ocurrido esta idea) estaría proponiendo trastocar la física nada más porque sí (exagero, pero por el momento no es muy importante entrar en detalles).
Magueijo dio una plática muy entretenida. Nos contó "lo bueno, lo malo y lo feo" de sus relaciones con sus colegas y con la prensa. De sus colegas cuenta que ahora lo miran de soslayo y con desconfianza y de la prensa (sobre todo la especializada) dice que lo han malinterpretado hasta niveles absurdos. A decir verdad, me dio la impresión de estar un poquito amargado. Luego también detecté un susurro de algo más inquietante: ¿estaba empezando Magueijo a verse a sí mismo como un mártir de la ciencia?
El mártir de la ciencia es un personaje arquetípico. Es primo del mártir en general, personaje atractivo que nos gusta por su estoicismo taciturno y por su nobleza. En el caso del mártir científico, su historia típica va así: descubres, o se te revela, un resultado asombroso, nadie te cree, tú perseveras y te mantienes firme cuando en tu derredor todo el mundo se ofusca y tacha tu entereza, al final viene el gran momento de la reivindicación cuando se reconoce que tú tenías razón, te dan el Premio Nobel y tus enemigos se tienen que tragar sus palabras. La tentación de ponerse en este papel es muy grande.
La historia de la ciencia se narra muchas veces como una sucesión de genios incomprendidos y mártires. A veces incluso la historia es verdad: es el caso del físico israelí Dan Shechtman. En 1982 Shechtman encontró un material de estructura imposible. Perseveró y se convenció de que era cierto lo que le mostraban sus aparatos. Lo corrieron de su equipo de trabajo y lo mandaron a releer los libros de texto de su especialidad. El Premio Nobel de química Linus Pauling se burló de él. Pero pasaron los años, la gente se fue convenciendo y, para no hacerles el cuento largo, en 2011 Dan Shechtman recibió el Premio Nobel de química por descubrir una clase de materiales hoy llamados cuasicristales. En el caso de Dan Shechtman la historia arquetípica del mártir se realizó cabalmente; pero en otros casos el modelo del mártir es falso.
Es (posiblemente) el caso de la bioquímica Felisa Wolfe-Simon, del Instituto de Astrobiología de la NASA, que en 2010 publicó con unos colegas un artículo en la revista Science. El artículo informaba que los investigadores habían descubierto una bacteria originaria del lago Mono, California, que usaba arsénico en vez de fósforo para realizar diversas funciones. Todos los seres vivos de la Tierra usan fósforo. El que un organismo pudiera remplazar el fósforo por arsénico abría un montón de posibilidades para la vida en otros planetas. Todo indica que la NASA se precipitó al anunciar el resultado provisional de Wolfe-Simon y colegas. Todo indica también que la revista Science fue menos meticulosa que de costumbre, quizá por tratarse de un resultado con tal potencial para causar un gran impacto en la ciencia. El mismo día del anuncio y de la publicación del artículo ya muchos blogs científicos habían despedazado el resultado con análisis implacables de esos que a los científicos les gusta aplicar, especialmente a los resultados ajenos. Así pues, tres días después del anuncio ya era consenso que el equipo no había sido suficientemente diligente con sus evidencias, que la investigación estaba mal hecha y que la conclusión, por lo tanto, no se sostenía. Con todo, según dicen algunos, Felisa Wolfe-Simon siguió presentando el resultado en foros extracientíficos como si fuera cierto pese a la opinión de una comunidad de especialistas muy exigentes. La científica incluso había empezado, en sus pláticas, a hacer alusión a todos los personajes del pasado que fueron objeto de escarnio antes de verse reivindicados. Felisa Wolfe-Simon quizá había empezado a vestirse de mártir. (Mi amiga Antígona Segura, investigadora del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM --que es amiga de Wolfe-Simon-- me cuenta, por otro lado, que la reacción de los colegas científicos no ha lucido tampoco por razonable: en los congresos, dice Antígona, la gente rehuye a Wolfe-Simon y le han aplicado la ley del hielo.)
He aquí las etapas por las que pasa el científico que se está erigiendo en mártir de la ciencia: primero empiezas a verte como un iconoclasta, una persona con ideas demasiado avanzadas para la comunidad científica. Luego toda crítica te empieza a parecer un ataque con motivos siniestros, un esfuerzo de ocultar la verdad, en vez de un procedimiento estándar en la ciencia para mejorar la calidad de los resultados científicos. Después empiezas a enumerar casos históricos de iconoclastas reivindicados: Galileo, Colón, los hermanos Wright. Finalmente, te empiezas a decir que, si se ríen de ti, es prueba de que en el fondo tienes razón. Ahí sí ya te perdimos.
Pero, como dice Carl Sagan, "se rieron de Colón, se rieron de los hermanos Wright... pero también se rieron de Bozo el Payaso". No es Galileo toda persona que haya sido objeto de burlas. Muchas veces las burlas no están erradas. Es más, yo diría que, en general, por cada Colón hay miles de Bozos, pero sólo nos llegamos a enterar de los colones y pervive el mito del mártir científico.
viernes, 31 de mayo de 2013
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