Hace muchos años mi amigo
Luis Miguel Lombana, actor y director escénico, montó una versión muy chistosa
de una ópera cómica que compuso Mozart a los 12 años. La ópera se titula
Bastián y Bastiana, y es posible que nunca se haya interpretado en vida del compositor. Uno de los personajes es un
mago charlatán llamado Don Colás, que en la versión de Luis Miguel decía una
frase que se me quedó grabada: “Yo nunca me equivoco, especialmente cuando
estoy seguro de que estoy seguro”.
Suena a lo que podría decir
uno de esos próceres que pueblan la historia de la ciencia mal contada.
Galileo, Newton, Einstein, Stephen Hawking —y los científicos en general— se
nos muestran como genios infalibles cuyas palabras y pensamientos no pueden
contener errores… un poquito como el propio Mozart, de quien se dice que
componía de un tirón, sin borrones ni enmendaduras, como si tomara dictado de
los ángeles. Así pues, parecería que en el mundo hay gente común y corriente, por un lado, y genios que todo lo saben o lo adivinan, por el otro. En esta visión
sobresimplificada de la creatividad extraordinaria los genios son una especie
de monstruo con el cerebro conectado a la mente de Dios, o al sistema operativo
del universo (versión 1.0 sin actualizaciones desde hace 13,700 millones de
años).
Si fuera cierto que los
científicos geniales de la historia son infalibles cual papas renacentistas,
entonces habría bastado uno de ellos para decírnoslo todo y, por supuesto, esos
monstruos jamás dudarían ni se equivocarían; pero no es así, y por eso vemos
caducar hoy las teorías de ayer y esperamos que las del futuro superen a las
del presente. Los diamantes pueden ser para siempre, pero las ideas científicas
no.
Desde luego, hay de errores a
errores. No es lo mismo tener una idea que sirve durante cierto tiempo y luego
se desecha por obsoleta, como el modelo astronómico de los antiguos griegos,
que pergeñar un esperpento intelectual, como el atribuir los fósiles a la
malicia divina en vez de considerarlos evidencia de formas de vida del pasado
ya extintas. Entre estos extremos hay una gama de maneras de errar en las que
cualquiera puede caer. Los científicos no son magos como Don Colás. He aquí algunos ejemplos:
Galileo apuntó su telescopio
a Saturno y vio una forma oblonga. Como hacía poco había descubierto que
Júpiter tiene cuatro satélites girándole alrededor, Galileo naturalmente
interpretó la extraña forma telescópica de Saturno como dos grandes satélites
dispuestos a uno y otro lado del planeta. Más tarde escribió un libro completo para demostrar que los cometas son fenómenos atmosféricos,
no objetos astronómicos.
Isaac Newton inventó una
técnica matemática para describir el cambio y la usó para explicar todos los
movimientos con los que uno se puede topar en la vida cotidiana y más allá, en
el espacio. Pieza fundamental de este aparato teórico era su ley de la
gravitación universal que dice, en esencia, que todas las cosas con masa se
atraen. Luego se dio cuenta de que, en ese caso, las estrellas deberían estar
cayendo todas unas hacia las otras. Como no era así, Newton no tuvo más remedio
que invocar la voluntad divina: las estrellas se atraían, sí, pero Dios las
mantenía separadas. En las últimas décadas de su vida, Newton se dedicó a
interpretar la Biblia y entre otras cosas calculó que la Creación ocurrió hace
unos 6000 años.
En la obra de teatro Copenhague,
del dramaturgo británico Michael
Frayn, el físico Werner Heisenberg le dice a su antiguo mentor, Niels Bohr, “tú
eras el papa de la física”. En otra escena, Bohr cuenta de una reunión
internacional de físicos donde se esperaba que Albert Einstein diera su opinión
acerca de la nueva teoría cuántica. Bohr narra que esperó esa reunión con ansia
y dice: “Si yo era el papa, Einstein era Dios”. Es sólo una forma colorida de
expresarse, claro. Para los físicos no hay papas ni dioses —nadie es infalible,
por encumbrado que esté—, pese a lo cual, Einstein goza de una consideración
especial: tuvo razón tantas veces y de manera tan espectacular, que hasta los
físicos le conceden poderes extraordinarios. Quizá por eso nos gusta tanto
poder decir “Einstein se equivocó” con sonrisa socarrona y un guiño malicioso.
Voy a contarles algunos
posibles errores de Einstein, pero no me gustaría que suene a que quiero
presumir de osado ni de blasfemo. En la ciencia siempre ha sido fundamental
equivocarse, ¿cómo podríamos generar explicaciones de una cosa tan complicada
como el universo si no disparamos en todas las direcciones posibles, la mayoría
de las cuales no darán en el blanco? Así pues, la figura de Einstein no queda
desacreditada por haber cometido errores porque errar es lo más común en la
ciencia; dicho lo cual, pasemos a la sustancia.
1) La constante cosmológica. Cuando Einstein publicó en
1915 su nueva teoría de la gravedad, llamada teoría general de la relatividad,
se vio en un apuro parecido al que inquietó a Newton: sus matemáticas indicaban que el
universo debería estar expandiéndose o contrayéndose, no podía ser estático.
Como eso no era lo que mostraban las observaciones astronómicas, Einstein pensó
que se había equivocado y se sintió obligado a introducir en su bonito modelo
una fuerza de repulsión gravitacional de la que no había ningún indicio. La nueva e incómoda fuerza quedaba caracterizada
por un término matemático que Einstein llamó “constante cosmológica”. Quince
años más tarde, y con nuevas observaciones hechas por Edwin Hubble, resultó que
el universo sí se está expandiendo. Einstein soltó un suspiro de alivio y
retiró la constante cosmológica, llamándola “el error más grave de mi vida”.
Pero la vida está llena de ironías, y en 1998 otras observaciones astronómicas mostraron que el universo
no sólo se expande, sino que la expansión se está acelerando, lo que exige que
exista una fuerza de repulsión muy parecida a la constante cosmológica. Así pues, Einstein se equivocó al
pensar que estaba equivocado. ¿Contamos esto como un error, o será que dos
equivocaciones seguidas se pueden anular y Einstein tuvo razón?
2) La teoría unificada. Einstein, como Newton, también
dedicó sus últimas décadas a perseguir quimeras. Desde los años 20 hasta su
muerte, en 1955, estuvo tratando de construir una teoría para unificar las
descripciones, hasta entonces independientes, de los fenómenos
electromagnéticos, la gravedad y la mecánica cuántica. A diferencia de Newton,
Einstein no se apoyó en las Sagradas Escrituras sino en la física, pero tampoco
consiguió nada. La ciencia es una amante sin corazón.
3) La velocidad de la luz. El más reciente error posible
de Einstein tiene que ver con un artículo de septiembre del año pasado, que
discutí en Imagen en la ciencia. Un grupo de investigación de un laboratorio
italiano anunció en ese artículo haber encontrado partículas que viajan más
rápido que la luz, lo que contradice un resultado muy importante de la teoría
especial de la relatividad de Einstein, según el cual nada debería poder
propagarse más rápido que la luz en el vacío. La comunidad física ha puesto el
resultado en tela de juicio y el consenso hasta hoy es que debe haber algún
error en el experimento. A las pocas semanas, una parte del equipo de
investigación se retractó y el artículo no se publicó formalmente, pero si
llegara a comprobarse (y ya hay quien se está ocupando de repetirlo), entonces
habría que modificar la teoría especial de la relatividad y podríamos decir con
toda confianza “Einstein se equivocó” —lo cual puede tener valor como noticia
para la prensa amarillista, pero para los científicos no será nada del otro
jueves.