En el año 2000, según cuenta la revista de la Institución Smithsoniana en un artículo del año 2006, Bob Harmon, del Museo de las Rocallosas, se estaba comiendo un sándwich plácidamente en un cañón del estado de Montana cuando vio un hueso que afloraba en la pared de roca. Resultó ser un hueso de tiranosaurio, que en el transcurso de tres años fue extraído cuidadosamente con todo y el resto del esqueleto del animal: cerca de una tonelada de huesos fosilizados en total. El equipo que extrajo el esqueleto llamó al ejemplar "Bob" en honor a su descubridor.
Para trasladar el esqueleto, lo cubrieron de yeso protector y trajeron un helicóptero, pero el paquete pesaba demasiado, por lo que fue necesario dividirlo en dos. Los investigadores tuvieron que partir uno de los fémures en dos trozos grandes y unos cuantos fragmentos más pequeños, algunos de los cuales fueron a dar al laboratorio donde trabajaba la paleontóloga Mary Schweitzer, en Carolina del Norte.
Schweitzer se dedicaba a investigar la estructura microscópica de huesos de dinosaurio. La paleontóloga se puso a observar los fragmentos que le habían enviado del Museo de las Rocallosas. De inmediato se dio cuenta de que Bob no podía ser Bob. "Es hembra y está embarazada", le dijo Schweitzer a una de sus ayudantes. ¿Cómo lo supo?
Mary Schweitzer sabía que el organismo de una mujer embarazada toma calcio de sus propios huesos para formar el esqueleto del feto. También sabía que en las aves hembra, antes de la época de apareamiento se forma una estructura rica en calcio llamada "hueso medular" en los huesos de las patas. El calcio que contiene esta estructura sirve para formar los cascarones de los huevos que la hembra pondrá más tarde. Con el ojo en el microscopio, Mary Schweitzer supo que aquello era el hueso de una hembra de tiranosaurio que estaba formando huevos, y por lo tanto no había que llamarla Bob.
Para estar segura, Schweitzer se procuró el esqueleto de un pariente moderno de los dinosaurios, y en particular, del pariente moderno más antiguo: un avestruz. Pero antes tuvo que lanzar un llamado a los criadores de avestruces de la región. Al cabo de unos meses, recibió la respuesta que esperaba. "¿Todavía necesita ese avestruz hembra?", le dijo por teléfono el granjero. Schweitzer y dos de sus ayudantes fueron al lugar y le cortaron una pata al animal, que llevaba muerto varios días y olía a demonios. Con el análisis de ése y otros huesos, Mary Schweitzer publicó un artículo en la revista Science. En el artículo, la investigadora muestra fotografías de estructuras calcificadas en huesos de avestruz y emú junto a las estructuras que encontró en el fémur de "Bob". Al parecer, son casi idénticas: "Bob" era hembra y estaba formando huevos cuando murió, hace 68 millones de años.
Los paleontólogos piensan que las aves no sólo son descendientes directos de los dinosaurios, sino que en cierta forma son dinosaurios modernos con plumas. El resultado de Mary Schweitzer refuerza esta idea (por si hiciera falta). Desde que lo sé, no veo con los mismos ojos a los pajaritos que todos los días picotean el asfalto en busca de comida en mi calle, o salen volando despavoridos cuando me acerco en mi coche: las patas escamosas de tres dedos, los ojitos ausentes... ¡son dinosaurios!
A veces me preguntan por qué estas historias que tanto me gusta narrar rara vez ocurren en México. Creo que dos noticias recientes lo explican bastante bien. La Ley de Ciencia y Tecnología, que se publicó desde el año 2002, exige que se dedique por los menos el 1% del producto interno bruto a la ciencia y la tecnología. Esa ley se viola año con año, y 2012 no será la excepción (el presupuesto para la ciencia nunca ha rebasado el 0.6 % del PIB). Ayer el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, organismo independiente formado por instituciones de investigación, educación, políticas y empresariales para asesorar al gobierno sobre asuntos de ciencia y tecnología, envió a la cámara de diputados un mensaje de incoformidad, que, como cada año, se quedará sin respuesta. Parece que ni los diputados ni el Presidente saben con qué se come la ciencia. Hace unos días, y por primera vez en los 50 años que tienen de existir, la Academia Mexicana de Ciencias entregó los Premios de Investigación en ausencia del Presidente de la República, que tradicionalmente los entregaba en una ceremonia oficial. La academia esperó cuatro años a que el Presidente le hiciera espacio en su agenda, pero fue en vano. El 18 de octubre se entregaron los premios de 2008, 2009, 2010 y 2011. La ciencia, al parecer, no importa. (Eso sí: hay que ver cómo se desviven los presidentes cuando se trata de antender a futbolistas, cantantes y atletas olímpicos. Es conmovedora la atención que se prodiga a estos pilares de la sociedad.)
viernes, 28 de octubre de 2011
viernes, 14 de octubre de 2011
El lado oscuro del Universo
El Premio Nobel de Física 2011 es para Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess por "descubrir que la expansión del Universo se está acelerando por medio de observaciones de supernovas lejanas". Éste es el artículo que publiqué en ¿Cómo ves? hace unos años para explicar el hallazgo.
Lo que está escrito en el cielo
Alguien se acerca por la oscura
ladera de la montaña. ¿Cuántos son? No lo sabemos. Sólo se ve una lucecita que
sube y baja por el camino de tierra, aumentando de brillo. Nosotros somos
cuatro, pero con 17 años en promedio no nos sentimos muy poderosos, la verdad.
A la luz de nuestra fogata, somos claramente visibles para los visitantes
inesperados.
Cada valeroso expedicionario
compara sin pensar el brillo aparente de la lucecita con el brillo de la
linterna que lleva en la mano. La comparación da un estimado vaguísimo de la
distancia: ¿unos 30 metros? ¿o quizá 50? Esperamos con la vista clavada en la
lucecita que se acerca, se acerca…
–Buenas noches—dicen tres amables
lugareños que siguen de largo sin hacernos más caso.
–Buenas…
¡Qué alivio!
Dime cuánto brillas y te diré a qué distancia estás
Cuando no podemos acercarnos a un
objeto luminoso (¡o no nos atrevemos!), es posible obtener mucha información
analizando su luz. La suposición más sencilla es ésta: si brilla mucho, está
cerca; si brilla poco, está lejos. Pero la cosa no es tan sencilla: ¿qué tal si
está lejos, pero su brillo intrínseco es
altísimo? La luminosidad aparente
de semejante objeto podría ser mayor que la de otro que está más cerca pero es
más tenue, y concluiríamos erróneamente que el primero es el más cercano. En
aquél campamento, y apremiados por el miedo, nuestros cerebros optaron
instintivamente por la solución simple: suponiendo que la linterna de nuestros
visitantes tenía el mismo brillo intrínseco que las nuestras, lo tenue de la lucecita
misteriosa nos daba una idea de la distancia. Desde luego, todo esto lo hicimos
automáticamente y sin saber, igual que calculamos, sin saber física, cuánto
impulso imprimirles a las piernas para saltar de un lado al otro de un arroyo.
Los astrónomos usan el mismo método
para determinar las distancias más grandes en el universo –las que median entre
las galaxias— pero lo hacen con más un poco más de conocimiento que mis amigos
y yo. Pueden medir luminosidades con toda precisión y saben exactamente cuánto
se atenua la luz con la distancia (un mismo objeto al doble de la distancia se
ve cuatro veces más tenue; al triple, nueve veces más tenue y al cuádruple,
dieciséis…). Lo único que necesitan para saber a qué distancia se encuentra una
galaxia es localizar en ella algún objeto cuya luminosidad intrínseca se
conozca: un objeto que sirva como patrón de luminosidad.
Lo que está escrito en el cielo
Usando el primer patrón de
luminosidad que sirvió para medir distancias intergalácticas –las estrellas de
brillo variable conocidas como cefeidas— el
astrónomo estadounidense Edwin Hubble calculó en 1929 las distancias de
alrededor de 90 “nebulosas espirales”, como se llamaba en esa época a lo que
hoy conocemos como galaxias. Luego comparó sus datos con los estudios de
velocidad de otros astrónomos.
Resulta que la luz de una galaxia
también puede decirnos a qué velocidad se acerca o se aleja de nosotros. Una
moto que pasa suena más agudo cuando viene y más grave cuando se va. Por una
razón parecida, la luz de una galaxia se ve más roja cuando ésta se aleja y más
azul cuando se acerca (el color de una onda de luz es como el tono de una onda
de sonido: ambos se relacionan con la frecuencia de las ondas). El grado de
enrojecimiento de la luz de una galaxia debido a la velocidad con que se aleja
se llama corrimiento al rojo, y se puede
medir con precisión. Los astrónomos de principios del siglo XX esperaban
encontrar una distribución equilibrada de nebulosas espirales con corrimiento
al rojo (que se alejan) y con corrimiento al azul (que se acercan). En vez de
eso descubrieron que todas (menos las más cercanas) presentan corrimiento al
rojo.
Cuando, en 1929, Hubble comparó los
datos de corrimiento al rojo con los de distancia, se llevó el susto de su
vida: los datos se acomodaban en una bonita recta (bueno, más o menos), lo cual
indica que cuanto más lejos está una galaxia, más rápido se aleja y que la
relación entre distancia y velocidad es una simple proporcionalidad directa:
una galaxia al doble de la distancia se aleja al doble de la velocidad, una al
triple, al triple… Ésta es la llamada ley de Hubble, y se interpreta como signo de que el universo se está
expandiendo.
El descubrimiento de Hubble condujo
al poco tiempo a la teoría del Big Bang del
origen del universo. Si las galaxias se están separando, en el pasado estaban
más juntas. En un pasado suficientemente remoto estaban concentradas en una
región muy pequeña y muy caliente –y no eran galaxias, sino una mezcla
increíblemente densa de materia y energía. Hoy en día el recuerdo de esas
densidades y temperaturas aún debería estar rondando por el cosmos, pero ya muy
diluido, en forma de una radiación muy tenue distribuida por todo el espacio.
En 1965, Arno Penzias y Robert Wilson, dos físicos que estaban probando una antena
de comunicación satelital, detectaron por accidente lo que hoy se llama radiación
de fondo, con lo cual la teoría del Big
Bang convenció a casi todo el mundo.
El modelo del Big Bang se fue ajustando con los años. A principios de los
años 80, los cosmólogos (empezando por el físico Alan Guth) añadieron al modelo
el concepto de inflación para
explicar los resultados de ciertas observaciones. Según la hipótesis
inflacionaria, en la primera fracción de segundo una fuerza de repulsión muy
intensa hizo que el embrión de universo pasara de un tamaño menor que el de un
átomo al de una toronja en un tiempo brevísimo. Este modelo
inflacionario resolvía tan bien las
dificultades de la teoría original del Big Bang que no tardó en convertirse en el favorito de los
cosmólogos.
Poco o mucho
Una de las predicciones más
importantes del modelo inflacionario atañe a la forma global del espacio. Caben
tres posibilidades. Si el espacio es plano
(¡cuidado!: no quiere decir que sea de dos dimensiones, sino sólo que satisface
los postulados de la geometría euclidiana, llamada también geometría plana),
los ángulos de un triángulo trazado entre cualesquiera tres puntos sumarán 180
grados.
Esto es lo que todo el mundo
hubiera esperado antes de 1916, cuando Albert Einstein publicó la teoría
general de la relatividad, que es la que usan los cosmólogos para describir la
forma global del universo. Esta teoría permite otras dos posibilidades
insólitas: si el espacio tiene curvatura
positiva, los ángulos de un
triángulo suman más de 180 grados, si tiene curvatura negativa menos. Todo depende de qué tan fuerte jale la fuerza
de gravedad total del universo, o en otras palabras, de cuánta materia y
energía contenga éste en total:
1.
poca: curvatura negativa
2.
ni mucha ni poca: geometría plana
3.
mucha: curvatura positiva
El asunto es importante porque de
la cantidad de materia y energía (más precisamente, de su densidad total)
dependía también que el universo siguiera expandiéndose para siempre (casos 1 y
2) o bien que la expansión un día se detuviera y se invirtiera (caso 3), como
una piedra que se lanza hacia arriba y que empieza a bajar al llegar a cierta
altura. Y por la misma razón que la piedra: la atracción gravitacional
combinada de todo el universo.
Aunque las observaciones indicaban
que había tan poca materia que el universo debía tener curvatura negativa, la
teoría –el modelo inflacionario que tanto les gustaba a los cosmólogos— exigía
que el cosmos fuera de geometría plana.
De una cosa no cabía la menor duda:
en cualquiera de los tres casos, la fuerza de gravedad –una fuerza de
atracción, que tira hacia dentro, digamos—frenaba la expansión del universo.
¿Dónde quedó el universo?
Para mediados de la década de los
90 la cosmología se encontraba en la siguiente situación:
· Según
el modelo inflacionario, el universo debía contener suficiente materia y
energía para que la expansión se fuera deteniendo sin nunca parar por completo
(geometría plana)
· Los
estudios de variaciones de temperatura en la radiación de fondo corroboraban
observacionalmente que el universo es de geometría plana, y sanseacabó
· Los
recuentos del contenido de materia y energía del universo decían
categóricamente que éstas no alcanzaban ni de lejos para producir la geometría
plana que exigían el modelo inflacionario y los estudios de las variaciones de
temperatura de la radiación de fondo
Por lo tanto, concluyeron los
cosmólogos, faltaba una parte del universo. De hecho, faltaba la mayor parte:
alrededor del 75 % de la energía necesaria para aplanar el universo. ¿Dónde
estaba?
Grandes explosiones, tenues
lucecitas
El 15 de octubre de 1998 el
telescopio Keck II, situado en la cima del volcán Kilauea, en Hawai,
escudriñaba un retazo de cielo en el área de la constelación de Pegaso. Hacía
unas semanas, los científicos del Proyecto de Cosmología con Supernovas (Supernova
Cosmology Project), dirigido por Saul
Perlmutter, habían tomado fotos de las galaxias de la misma región como
referencia. Al comparar las nuevas imágenes con las de referencia, vieron que
en una galaxia había aparecido un punto brillante. Era una supernova, una estrella que hizo explosión –justo lo que
estaban buscando. La llamaron Albinoni, como el compositor italiano del siglo
XVIII (Perlmutter toca el violín).
Nueve días después, el grupo –un
equipo internacional de investigadores—usó el Telescopio Espacial Hubble, además
del Keck II, para medir la luminosidad aparente de Albinoni, así como el
corrimiento al rojo de su galaxia. Al cabo de varios días confirmaron que se
trataba de una supernova de tipo Ia con un corrimiento al rojo de 1.2, lo que
indicaba que hizo explosión hace miles de millones de años.
Este grupo, así como el Equipo de
Búsqueda de Supernovas de Alto Corrimiento al Rojo (High-z Supernova Search
Team), dirigido por el astrónomo Brian
Schmidt, se dedica a buscar supernovas de este tipo por todo el cielo. Las
supernovas Ia son muy intensas, lo que permite verlas desde muy lejos, y
alcanzan todas aproximadamente el mismo brillo intrínseco, por lo que son
excelentes patrones de luminosidad. Hoy en día, las supernovas Ia son el patrón
más usado para determinar distancias a galaxias muy lejanas. Los dos equipos de
cosmología con supernovas comparan la distancia de las supernovas Ia que
descubren con el corrimiento al rojo de sus galaxias para estudiar el pasado de
la expansión del universo.
Expansión acelerada
En astronomía, mirar lejos es mirar
al pasado. La luz, viajando a 300 mil kilómetros por segundo, tarda cierto
tiempo en llegar a la Tierra desde sus fuentes: ocho minutos desde el Sol, unas
horas desde Plutón, unos años desde las estrellas más cercanas, 30 mil años
desde el centro de nuestra galaxia y muchos miles de millones de años desde las
galaxias más lejanas. La luz de Albinoni y su galaxia, por ejemplo, llegó al
espejo del telescopio Keck II 10 mil millones de años después de producirse la
explosión.
El corrimiento al rojo de las
galaxias lejanas se debe a que la expansión del universo “estira” (es un decir)
su luz. Comparándolo con la distancia a la que se encuentra la galaxia se
obtiene información acerca del ritmo de expansión del universo en épocas
remotas.
Para 1998, los equipos de Schmidt y
Perlmutter habían estudiado unas 40 supernovas que explotaron entre 4000 y 7000
millones de años atrás. Estos datos les bastaron para convencerse de que algo
andaba mal con la cosmología del Big Bang. Las
supernovas se veían 25% más tenues de lo que correspondía a su corrimiento al
rojo si la expansión del universo se va frenando. Luego de descartar posibles
fuentes de error (como intromisiones de polvo intergaláctico ) y de verificar
que ambos equipos obtenían los mismos resultados, luego de devanarse los sesos
por espacio de varios meses buscando explicaciones prosaicas, los
investigadores anunciaron públicamente una conclusión nada prosaica: la
expansión del universo, lejos de frenarse como casi todo el mundo suponía, se
está acelerando.
El lado oscuro
La cosa tiene implicaciones, por
ejemplo, en la antigüedad del universo. Ésta se calculaba suponiendo que la
gravedad frenaba la expansión. Con aceleración, el cálculo cambia y el universo
resulta más antiguo. El descubrimiento de los equipos de Perlmutter y Schmidt
resolvió así el problema, que llevaba algunos años gestándose, de que ciertos
cúmulos de galaxias fueran, al parecer, más viejos que el universo.
Pero la implicación más tremenda
del universo acelerado tiene que ver con el asunto de la gravedad. Ésta es una
fuerza de atracción y, en efecto, tiende a frenar la expansión del universo.
Entonces, ¿quién demonios la está acelerando?
En las ciencias, como en la vida,
las cosas tienen muchas facetas. El efecto de aceleración del universo nos pone
ante un problema –el de buscar al responsable—pero al mismo tiempo resuelve
otro. Porque si ahora resulta que hay más energía en el universo de la que
habíamos visto hasta hoy –el efecto de aceleración cósmica requiere energía en
cantidades…ejém…cósmicas—entonces podemos reconciliar por fin el modelo
inflacionario con las observaciones. Aunque no sepamos qué es, esta nueva energía
oscura (como la han llamado los cosmólogos,
pero no porque sea maligna, sino porque no se ve), añadida a los recuentos anteriores de materia y
energía, completa la cantidad necesaria para que el universo sea de geometría
plana, como exige el modelo inflacionario.
Pero, ¿qué es la energía oscura?
Dos posibilidades
O por lo menos, ¿qué podría ser?
Antes de 1929 todo el mundo creía
que el universo era estático. Cuando la teoría general de la relatividad mostró
que no podía ser así, Einstein añadió a sus ecuaciones un término que
representaba una especie de fuerza de repulsión gravitacional y que tenía el
efecto de mantener quieto al universo. Le llamó constante cosmológica, y no le gustaba nada por ser un añadido que no se
podía justificar por medio de principios fundamentales. Cuando Hubble descubrió
la expansión del universo, Einstein retiró la constante cosmológica con cierto
alivio. Pero su extraña creación reapareció, por ejemplo, en el modelo
inflacionario del Big Bang, y
ahora podría ser el origen de la fuerza de repulsión que le está ganando la
partida a la atracción gravitacional.
La constante cosmológica es una
propiedad intrínseca del espacio, es decir, el espacio simplemente es así y se
acabó. Imagínate que quieres conocer el silencio absoluto. Apagas todas las
fuentes de ruido que hay en tu cuarto, cierras rendijas, te tapas los oídos y
metes la cabeza debajo de la almohada. Con todo, tus oídos siguen percibiendo
una señal (prueba y verás, o más bien, oirás). Una cosa similar pasaría con el
espacio con constante cosmológica si quisieras sacar toda la energía de una
región. Tendrías que extraer toda la materia, aislar la región de fuentes de
energía externas, eliminar todos los campos (eléctricos, magnéticos,
gravitacionales). Pese a todos tus esfuerzos, quedaría en esa región una energía
irreducible, inseparable del espacio como el huevo es inseparable de la
mayonesa. Esa energía es la constante cosmológica.
La otra posibilidad (que en
realidad es toda una clase de posibilidades) es que la energía oscura provenga
de un nuevo tipo de campo, parecido a los campos eléctricos y magnéticos, al
que algunos cosmólogos llaman quintaesencia.
En la teoría de la relatividad todos los campos producen atracción
gravitacional por contener energía, pero la quintaesencia produce repulsión
gravitacional.
Las diferencias entre la constante
cosmológica y la quintaesencia permitirán a los cosmólogos decidirse por una u
otra algún día. La constante cosmológica, como propiedad intrínseca del
espacio, no cambia de densidad con la expansión del universo, no interactúa con
la materia y no cambia de valor en distintas regiones del universo. En cambio
la quintaesencia sí podría interactuar con la materia y cambiar de valor. Otra
diferencia detectable (pero aún no detectada) es que la quintaesencia acelera
la expansión del universo menos que la constante cosmológica. Los nuevos
telescopios, tanto terrestres como espaciales, que se están construyendo nos
ayudarán a elegir. (Por cierto, ¿no podrían ser las dos cosas?)
Adiós, mundo cruel
El universo se va a acabar –o por
lo menos se van a acabar las condiciones aptas para la vida—pero no te pongas a
escribir tu testamento, aún falta muchísimo. Con todo, es interesante
preguntarse cómo podría ser el final.
Antes de 1998 se consideraban, en
esencia, dos posibles capítulos finales para el universo: ¿sería la fuerza de
gravedad total lo bastante intensa como para frenar la expansión e invertirla,
o seguiría el universo creciendo para siempre? En el primer caso el universo
terminaba con un colosal apachurrón exactamente simétrico al Big Bang; en el segundo, la expansión seguía eternamente,
diluyendo el cosmos y haciéndolo cada vez más aburrido.
Con el descubrimiento de la
expansión acelerada y la energía oscura las cosas han cambiado. Aunque aún no
se pueda decidir si la energía oscura es constante cosmológica o quintaesencia,
está claro, en todo caso, que la posibilidad del Gran Apachurrón queda
excluida. El universo seguirá expandiéndose para siempre hasta que desde la
Tierra no veamos ya otras galaxias por haber aumentado tanto las distancias que
su luz ya no nos alcance.
Pero nuestra propia
galaxia seguirá acompañándonos, por así decirlo. Las estrellas que la componen
seguirán unidas por la fuerza gravitacional, como también seguirán unidos los
planetas a sus estrellas. De modo que, pese a todo, las cosas en la Tierra
seguirán su curso normal. Pequeño detalle: al sol se le acabará el combustible
en 5000 millones de años, de modo que, más allá de ese tiempo, no se puede
decir que las cosas en la Tierra sigan su curso normal, pero pasemos por alto
esta minucia.
El año pasado algunos
cosmólogos propusieron una variante de la teoría de la energía oscura que
consiste en tomar en cuenta ciertos valores, antes desdeñados, de un parámetro
que la describe. Para distinguirla de la quintaesencia los científicos llamaron
“energía fantasma” a la energía oscura de este tipo. No precipiten conclusiones
los esotéricos: estos nombres son sólo nombres, que no llevan significado
oculto ni ocultista. A los científicos les gustan los nombres llamativos, como
a cualquiera.
Si la energía oscura resulta
ser de tipo energía fantasma, el final del universo será muy distinto a lo que
nos habíamos imaginado. Según el físico Robert Caldwell y sus colaboradores,
llegará un día, dentro de unos 22 mil millones de años, en que la aceleración
de la expansión del universo empezará a notarse a escalas cada vez más pequeñas
para producir un final que se llama Big Rip (el “Gran Desgarrón”). Mil millones de años antes del Big Rip, la energía fantasma superará a la atracción
gravitacional que une a unas galaxias con otras y se desmembrarán los cúmulos
de galaxias. Sesenta millones de años antes del fin se desgarran las galaxias.
Tres meses antes del Big Rip, el
efecto alcanza la escala de los sistemas planetarios: los planetas se
desprenden de sus estrellas. Faltando 30 minutos para el postrer momento, los
planetas se desintegran. En la última fracción de segundo del universo los
átomos se desgarran. Luego, nada.
Espantoso, ¿verdad? Por suerte,
para entonces hace mucho que la Tierra habrá dejado de existir. Qué alivio.
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