Un amigo físico sin ninguna habilidad artística especial (y que no se acompleja por ello) me decía, cuando me oía alguna mafufada: "Es que tú eres taaaaan hemisferio derecho". Lo decía con cariño y tal vez un poquitito de condescendencia. Él, físico puro, era "hemisferio izquierdo".
Tomen un cerebro humano, sopésenlo, denle vuelta. Un cerebro está hecho de dos mitades evidentes, separadas por un surco. Son los hemisferios cerebrales. Entre ambos forman una totalidad funcional y hasta estética. Los une un hato de fibras nerviosas denso como una cuerda de amarrar barcos que se llama cuerpo calloso (y unas cuantas hebras de tejido nervioso menos impresionantes). Para los neurocientíficos, son dos máquinas de gestión de datos interconectadas por una supercarretera de información, dos continentes de experiencia unidos por un puente muy transitado. No siempre se vio así. Lo más natural, al principio, antes de que se supiera nada acerca de su modo de operación, fue tratar al cerebro como a cualquier otro órgano. Un órgano, una función. El corazón impulsa, los riñones filtran, el estómago muele, los intestinos absorben y el cerebro piensa (es decir, impulsa, filtra, muele y absorbe, pero información). ¿Pensamos con todo el cerebro? ¿Se equivalen todas las provincias cerebrales y sirven todas como máquinas de pensar "todo terreno"?
La neurofisiología del siglo XIX ilustra vívidamente lo relativo que puede ser todo en la vida: a un individuo que trabaja en construcción de ferrocarriles una viga que sale disparada por una explosión accidental le perfora el cerebro, pero lo deja vivo; los científicos pueden examinar qué aspectos del comportamiento alteró el accidente. La desgracia de muchas personas que sufrieron accidentes cerebrales diversos sirvió para empezar a explorar las funciones de las distintas partes del cerebro. Por ejemplo, así descubrió Paul Broca que una región del hemisferio izquierdo, hoy llamada "área de Broca", funciona como cuartel general de la capacidad de hablar. Surgió de estas investigaciones la noción de funciones cerebrales separadas geográficamente en el órgano.
En los años 60 se popularizó un remedio para la epilepsia que consistía en cortar el cuerpo calloso y con eso interrumpir la comunicación entre los dos lados del cerebro (cortar el estrecho de Bering entre los dos continentes). Los pacientes después llevaban una vida perfectamente normal: no se les alteraba la memoria ni las capacidades cognitivas. Bueno, casi normal. Algunos operados empezaron a sentir como si una especie de espíritu se hubiera apoderado de su cuerpo, porque éste a veces hacía cosas a espaldas de la voluntad de la persona y hasta contra la voluntad de la persona. Michael Gazzaniga, recién doctorado en psicobiología por la Universidad de California, se interesó en el asunto y, con otros colegas, puso a prueba a varios pacientes con cerebro dividido. Gazzaniga y amigos le mostraban a un individuo dos imágenes. Una entraba al hemisferio derecho y la otra al izquierdo. Descubrieron que los pacientes podían nombrar lo que veía el hemisferio izquierdo, pero que no tenían ninguna conciencia de lo que se presentaba al derecho. Sin embargo, si les pedían que hicieran un dibujo con la mano controlada por ese hemisferio, representaban sin falla lo que habían visto. El hemisferio derecho no podía expresarse verbalmente, pero podía poner en movimiento respuestas no verbales a lo que experimentaba, lo que explica las acciones involuntarias de los pacientes con cerebro dividido.
Luego los investigadores observaron un fenómeno más interesante. En un experimento se pedía a cada hemisferio (es un decir: se le pedía al paciente que con cada mano...) que respondiera a lo que veía; por ejemplo, escogiendo con la mano correspondiente entre varias estampas, la que tuviera una imagen relacionada con lo que veía. El hemisferio izquierdo veía una pata de gallina y la mano correspondiente escogía, entre varios objetos posibles, una gallina; el hemisferio derecho veía un paisaje nevado y la mano correspondiente señalaba una pala. Los experimentadores sabían perfectamente a qué obedecía la elección del hemisferio derecho: la pala es para quitar la nieve, pero el paciente simplemente no sabía que con un lado del cerebro estaba viendo un paisaje nevado. Si le preguntaban "¿qué ves?", contestaba "una pata de gallina".
Entonces Gazzaniga y colegas daban el siguiente paso: preguntarle al paciente (es decir, a su hemisferio izquierdo, que es el único que puede expresarse verbalmente) por qué había escogido la pala con la otra mano. El hemisferio izquierdo no podía saberlo, puesto que la elección se hizo del otro lado del cerebro, con el que no tenía comunicación, sin embargo los pacientes siempre daban alguna respuesta; por ejemplo, "la pala es para limpiar el gallinero". El hemisferio comunicativo siempre encontraba, o mejor dicho, construía, explicaciones coherentes de lo que percibía. Gazzaniga y sus colegas llamaron a esta extraña función del hemisferio izquierdo "el narrador", o "el mecanismo interpretador", del cerebro. Este mecanismo no opera sólo en las personas con cerebro dividido; lo tenemos todos. En el cerebro, pues, hay un departamento encargado de editar la experiencia, de encontrarle sentido al mundo, de inventarle sentido al mundo a cualquier costo. "El mundo es un caleidoscopio. La lógica la pone el hombre", escribía Miguel de Unamuno. Hoy podríamos decir "la lógica la pone el hemisferio izquierdo".
Lo más interesante --y más inquietante-- es la facilidad con que se engaña este mecanismo interpretador... o la facilidad con que nos engañamos. Cuántos recuerdos con los que hemos construido nuestra autobiografía interna podrían ser falsos, o por lo menos estar muy trastocados por el mecanismo editor, que todo lo deforma para mejor formar historias coherentes, sean ciertas o falsas. Cuántas explicaciones que nos damos de nuestro comportamiento --explicaciones en las que el yo siempre queda del lado de la razón-- serán percibidas por los demás como pura componenda. ¡Qué horror!
Estos experimentos de Gazzaniga y sus colaboradores son los que establecieron que no sólo hay regiones especializadas del cerebro, como el área de Broca, sino que los hemisferios cerebrales tienen especialidades muy distintas: el hemisferio izquierdo predomina y sobresale en el habla y el razonamiento lógico; el derecho en percepción espacial, coordinación de movimientos, orientación. Pero de ahí a que las personas artísticas estén dominadas por su hemisferio derecho y las científicas por el izquierdo, hay mucho trecho. Hoy se reconoce que ésta es una sobresimplificación. Todos usamos el cerebro completo (y desde luego el viejo mito del 10 por ciento es absurdo), las artes requieren las dos especializaciones, las ciencias también. Podemos seguir diciendo "eres muy 'hemisferio derecho'", pero sin olvidar que esto ya no tiene ningún fundamento científico.