Para despedir el Año de Darwin, un enigma muy —¿cómo decirlo?— muy baboso: el enigma de los caracoles que pueblan las islas oceánicas.
Una isla oceánica es una isla que se encuentra en medio del mar (pues sí), muy lejos del continente más cercano: por ejemplo, las islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador, las islas Canarias, cerca de África, las islas Hawai y las islas Tristan da Cunha, en el océano Atlántico. A diferencia de las islas cercanas a los continentes, que se formaron por fragmentación --y por lo tanto estuvieron alguna vez unidas al continente--, las islas oceánicas se forman por erupciones volcánicas en medio del mar. Así pues, una isla oceánica nunca ha estado en contacto con un continente.
¿Y qué?, me dirán ustedes.
Pues que estas islas están habitadas por plantas y animales tanto acuáticos como terrestres. ¿Cómo llegaron ahí? ¿Será que simplemente fueron creados en esas islas por una mano divina?
En el capítulo 13 de El origen de las especies, Charles Darwin se propuso demostrar que no; o por lo menos que la hipótesis de creación independiente no explica los hechos tan bien como la hipótesis de evolución por selección natural –o “descendencia con modificación”, como él la llamaba.
Para empezar, Darwin observa que en las islas oceánicas siempre hay menos variedad de especies que en los continentes cercanos. Pero si nos fijamos en el número de especies endémicas (o sea, que no existen en ningún otro lugar) veremos que en las islas oceánicas es endémica una altísima proporción de las especies —así pues, en las islas, pocas especies, pero muchas endémicas.
Es muy difícil explicar estos hechos suponiendo que las especies de las islas fueron creadas independientemente. ¿Por qué se crearían menos especies en las islas que en los continentes, y por qué habría más endémicas en éstas que en aquellos? Si en cambio suponemos que todas las especies de hoy son descendientes modificadas y adaptadas de las especies de ayer, la cosa está clarísima: los primeros habitantes de una isla oceánica tienen que llegar de algún continente; si la isla está muy cerca de tierra firme, habrá contacto continuo entre las poblaciones, que por lo tanto no se apartarán una de otra al paso de las generaciones. Pero si la isla está en medio del mar, será muy baja la probabilidad de que lleguen ahí organismos por accidente (aves arrastradas por tormentas, peces llevados por corrientes, insectos y animales transportados por leños flotantes). Así, los organismos que por casualidad sobrevivan la travesía fundarán poblaciones aisladas, que con el tiempo se irán adaptando a las condiciones de su nuevo hábitat, separadas de las especies del continente. Esto explica perfectamente por qué en las islas: 1) hay menos especies y 2) hay más especies endémicas… uno de tantísimos enigmas que dejan de ser enigmáticos a la luz de la evolución por selección natural.
Pero un tipo de especies terrestres muy particular le causó a Darwin dolores de cabeza sin cuento: los caracoles --en especial los caracoles de la isla Tristán da Cunha. En esa isla, situada en medio del océano Atlántico, entre África y Sudamérica, se encuentran especies de caracol terrestre que se parecen mucho a una especie europea pese a que la isla está a 9000 kilómetros de ese continente. Dos especies que se parecen deben provenir de un ancestro común, y mientras más se parezcan, más reciente será el ancestro común. Así pues, los caracoles de las islas Tristán da Cunha debían estar emparentados con los europeos; es más, debían ser sus descendientes directos. Pero busquen estas islas en el mapa y verán por qué el asunto le causaba dolores de cabeza a Darwin. El tío Charles especuló que los ancestros de esos caracoles llegaron a colonizar la isla montados accidentalmente en las patas de aves marinas. No había más remedio.
Recientemente unos científicos de la Universidad de Cambridge examinaron genéticamente los caracoles de Tristán da Cunha y descubrieron que, en efecto, como ya sospechaba Darwin hace 150 años, son primos cercanos de los caracoles europeos, de modo que no hay duda de que tuvieron que llegar a las islas desde ese continente.
¿No pudieron haber llegado simplemente en barco? Después de todo, los navegantes de la época de las colonizaciones introdujeron especies europeas en muchas islas. No: las islas Tristán da Cunha fueron descubiertas en 1506. Es imposible que se hayan producido tantas especies nuevas en el lapso de sólo 500 años.
Como comenta Richard Preece, uno de los investigadores de Cambridge, los caracoles no tuvieron que llegar de un solo golpe. De hecho, el mismo género de caracoles se encuentra en las islas Azores y en las Canarias, que están en medio del Atlántico, pero mucho más cerca de Europa. Los caracoles pudieron haber viajado con escalas.
Nótese que el estudio de Cambridge no demuestra que los caracoles hayan viajado hasta Tristán da Cunha en Gaviota Airlines. Demuestra solamente que, en efecto, los caracoles son parientes muy cercanos de los europeos. De ahí se infiere, vía la teoría de la evolución, que sus antepasados tuvieron que llegar desde Europa de alguna manera.
Darwin hizo experimentos con caracoles y huevos de caracoles de esas especies. Observó que los huevos se hunden y mueren en agua de mar, pero también observó que algunas especies resistían hasta 20 días sumergidas en agua marina, y luego calculó que una corriente promedio transportaría en ese tiempo a los caracoles unos 1100 kilómetros —lo que no basta para llegar a Tristán da Cunha.
En 1883, un año después de la muerte de Darwin, una explosión volcánica arrasó con la isla de Krakatoa. También arrasó con todas las especies de caracoles terrestres de ese lugar. En 1908 se observaron dos nuevas especies de caracoles terrestres en lo que quedó de la isla. Darwin hubiera estado encantado.
Disfruten lo que queda del año en que celebramos 200 años del nacimiento de Charles Darwin y 150 de la publicación de El origen de las especies, uno de los libros científicos que más han transformado nuestra cultura.