Ludwig van Beethoven cumple hoy 238 años, lo cual no le ha impedido componer algunas cosas recientemente, como por ejemplo, esta variación sobre el primer movimiento de su sonata Op. 27 No. 2, o bien el primer movimiento de su décima sinfonía, que se estrenó en 1988.
Beethoven lleva muerto 181 años, pero su estilo de componer sobrevive por lo menos en dos cerebros, uno electrónico y el otro humano. El cerebro electrónico al que me refiero compuso el fragmento al que conduce el vínculo del párrafo anterior y se llama EMI, siglas de Experiments in Musical Intelligence. EMI es un programa de computadora creado por el compositor David Cope para simplificarse la vida. Cope empezó alrededor de 1980, con un programa muy sencillo que pudiera sugerirle cómo continuar una composición cuando la musa se mostraba arisca. Al paso de los años, y con mejores computadoras para hacer el trabajo difícil, Cope construyó un sistema que analiza piezas musicales y puede producir imitaciones convincentes. De hecho, EMI compuso una "sinfonía número 42 de Mozart" que se estrenó en San Francisco hace algunos años. Lo más interesante de este programa analizador de música es que si uno lo alimenta con piezas de dos compositores distintos, produce música que suena como una mezcla de los dos estilos, según cuenta el filósofo contemporáneo Daniel Dennett en un artículo que se puede descargar de su página web. Muy bien: Cope ha producido un programa que hace viles imitaciones de los "grandes compositores" (y de los pequeños también: EMI es una computadora y trabaja sobre lo que le dé su programador). Pero no sólo eso: nada impide alimentar a EMI con mucha música de muchos compositores. EMI mezcla los estilos obedientemente. ¿Y si luego se le alimenta con sus propias producciones? Eso es lo que ha hecho Cope. Lo que otuvo es música cada vez más original y alejada de sus "maestros", aunque con claras influencias, como cualquier compositor humano. Hoy en día el programa EMI es un compositor hecho y derecho, y no sólo de imitaciones de los clásicos. Los resultados están en la página web de Cope.
Daniel Dennett sugiere que el proceso mecánico de producción con excedentes y selección que se encuentra en la base de la evolución darwiniana podría ser en el fondo la única manera de crear, sea uno ingeniero, artista o la madre naturaleza. Dennett muestra (como Darwin en El origen de las especies) que el proceso ciego de la selección natural basta para crear organismos que parecen “diseñados” sin necesidad de diseñador. Luego Dennett invade un terreno que Darwin (como los ángeles) no se atrevió a hollar: aplica la selección natural al origen de la mente, de la cultura y de todas las producciones humanas. Detrás de todo lo creado (por la naturaleza o por la humanidad) hay algún proceso de generar cosas y ponerlas a prueba.
A la luz de estas ideas las obras de arte pueden considerarse como productos diseñados igual que son productos diseñados las ballenas, los lenguajes y las computadoras. En el caso de la creatividad individual, ¿dónde ocurre el proceso de generar y probar que da como resultado la obra terminada? En la mente del artista. Crear música, por ejemplo, es relacionar ideas musicales de una manera evocativa, equilibrada y expresiva. Para eso el compositor selecciona melodías, patrones rítmicos, colores orquestales y otros elementos musicales que puede sacar del mundo exterior (por ejemplo, Chaikovsky al usar temas folclóricos rusos en su Capricho italiano) o del interior. A veces una idea surge formada en la mente, otras veces la idea proviene de pasear los dedos más o menos al azar por el teclado del piano. En cuanto aparece algún elemento útil, el gusto de artista (otro mecanismo cerebral) lo selecciona. El compositor anota la idea y ésta pasa a formar parte de la materia prima con que luego construirá la obra.
Eso en cuanto a compositores puramente biológicos. Pero nada impide que el músico, como David Cope, emplee máquinas para la etapa de generar ideas o incluso para la de desarrollarlas por selección darwiniana. El compositor británico Brian Eno es una especie de cyborg musical, cuyo sistema de composición es un híbrido biológico-tecnológico. “Hace años que uso reglas para componer. Por ejemplo, he usado sistemas múltiples de cintas sin fin que se pueden reconfigurar de varias maneras. Yo sólo proporciono los sonidos o elementos musicales originales y dejo que el sistema genere patrones con ellos. Es una máquina musical caleidoscópica que genera variaciones continuamente”.
El otro cerebro donde pervive el estilo de Beethoven (o al menos una buena parte) es el del compositor británico Barry Cooper. Cooper es experto en Beethoven. En los años 80 examinó los manuscritos del genio de Bonn y construyó con los fragmentos sueltos una versión de lo que podría haber sido la décima sinfonía de Beethoven. La obra se estrenó en 1988. Luego Cooper produjo una segunda versión, más pulida, de la cual, al parecer, hay varias grabaciones. Las décimas sinfonías de Beethoven, ¡de Cooper!, son lo bastante buenas para convencer a los expertos, como la sinfonía 42 de Mozart, de EMI. Al parecer, pues, el estilo de un compositor es analizable, y no sólo eso: se puede transformar en un algoritmo que puede ser reproducido por una persona, o por una simple (bueno...) computadora. ¿No es maravilloso?
¿Dicen ustedes que no? Piénsenlo así: conocemos a una persona por la apariencia, la voz, la forma de caminar, el tipo de chistes que cuenta, los gustos… Toda esa información está guardada en nuestra mente, de tal modo que, incluso si la persona está ausente -o aún si está muerta- recordamos todos estos detalles, y hasta las opiniones que emite o emitía. En nuestro cerebro residen modelos de las personas que conocemos y con esos modelos nos las representamos y hasta podemos conversar con ellas. (Quizá sea esta la única forma en que vivimos después de la muerte…) El algoritmo beethoveniano (al que llamaremos algoritmo B para ahorrar saliva) sería una especie de modelo mental del lenguaje musical de Beethoven. Todos los músicos que hayan hecho el ejercicio de componer una pieza beethoveniana (y recuerdo que la pianista Eva María Zuk tocaba en son de broma Las mañanitas como si las hubiera compuesto Beethoven, haciéndolas sonar como la sonata de arriba) tienen grabados en el cerebro por lo menos unos cuantos renglones del algoritmo B.
¿Puede la creatividad ser un algoritmo que reside en el cerebro? Al parecer, hay muy buenas razones neurológicas para pensar que sí. En ese caso, ¿es el compositor humano indispensable? ¿Qué implicaría para el arte la existencia de máquinas artistas? ¿Habría que negarles ese calificativo? En esta época en la que se celebra la diversidad por todas partes, ¿habría que lamentar la diversidad de entes inteligentes y creativos? Si acaso su inteligencia resultara muy distinta a la humana, ¿qué formas de pensar inimaginables podrían aportar las máquinas? Tener otra vez a Beethoven –o a todos los demás, o a unos nuevos que jamás existieron— ¿no sería maravilloso? Tenerlos en cada computadora personal, ¿acabaría por trivializarlos?
La marcha por la ciencia 2019
Hace 5 años
4 comentarios:
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No olviden a Manuel Felguérez y su máquina estética, a finales de los 60's, que hacía lo mismo: generar a partir de figuras básicas pinuras de Felguérez.
Eric Nava
Sergio: por supuesto que tu nota es mas que otra cosa PROVOCATIVA, y por supuesto son interesantes tus afirmaciones pero MAS INTERESANTES Y CON ENORMES IMPLICACIONES TUS PREGUNTAS.
En el fondo, pienso, lo que nos inquieta como humanos es ser REPLICABLES. No ser unicos. No ser especiales.
Dos objeciones a definir lo que hace la maquina como creatividad: no puede DECIDIR poner algo FEO con toda intencion, en su musica. Es incapaz de poner algo de manera irracional, por rebeldia, por retar al oyente.
El ser humano, es capaz de crear no solo belleza, sino fealdad, con el simple motivo de RETAR al espectador. Esa falta de LOGICA, es todavia un terreno inaccesible a una maquina
Luis Martin Baltazar Ochoa, Guadalajara, Jalisco
¡Muy interesante!
Sin embargo, es importante subrayar que estos algoritmos solamente imitan estilos y preservan estructuras armónicas y realmente son incapaces de crear obras originales. Uno podría darle a este algoritmo las primeras ocho sinfonías de Beethoven y sería incapaz de producir algo remotamente cercano a la novena. ¿Producir la Gran Fuga (Op. 130) a partir de todos las otras composiciones de Beethoven? ¡Imposible! Tendría la computadora que vivir, sentir lo que es ser un Ser Humano para poder producir esos estados existenciales que sólo han sabido producir los grandes maestros. Todavía está MUY lejos la inteligencia artificial de esto.
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