viernes, 27 de diciembre de 2013

Realidad virtual intracraneal

Un día iba yo manejando un Ford 1949 amarillo por el Periférico, a la altura de la Fuente de Petróleos, cuando me di cuenta de que estaba soñando. Fue un momento de certeza impoluta: aquello era un sueño sin lugar a dudas. Quizá lo más revelador fue el Ford 1949 amarillo, coche ridículo que yo no manejaría más que en sueños. Con la seguridad de estar soñando, pisé el acelerador y empecé a atravesar los coches de enfrente con delirante abandono. Si te das cuenta de que estás soñando, puedes controlar el sueño y se abre un mundo de posibilidades increíbles.

Resulta que esta conciencia de estar soñando (que no es lo mismo que soñar que sueñas) es suficientemente común para tener nombre: sueños lúcidos; y suficientemente interesante para ser motivo de estudio científico. El equipo de Ursula Voss, de la Universidad Goethe de Frankfurt, se dedica a estudiar este fenómeno.

¿Cómo se estudian los sueños lúcidos? Durante muchos años no hubo más remedio que confiar en informes personales, que son muy poco confiables. Ursula Voss y sus colaboradores usan una técnica que se desarrolló en los años 70: se le pide al participante que haga una señal con un movimiento de ojos particular cuando se dé cuenta de que está soñando. Durante los sueños los ojos se mueven erráticamente y muy rápido. La señal es fácil de identificar entre el caos de movimientos. Ya que tienen una persona que está soñando lúcidamente, Voss y sus colaboradores estudian la actividad cerebral por medio de electroencefalogramas. Con esta técnica se puede visualizar el concierto de las neuronas. En un estudio publicado en 2009, el equipo de Voss informa que la actividad del cerebro durante los sueños lúcidos tiene muchas semejanzas con su actividad en estado de vigilia: el lóbulo frontal se comporta como si el participante estuviera muy concentrado y las distintas regiones del cerebro actúan más concertadamente que durante los sueños normales.

Era más o menos de esperarse. Lo que nos gustaría en realidad es saber cómo solicitar sueños lúcidos como si uno solicitara películas de paga a su proveedor de televisión por cable. En un artículo publicado en Scientific American Mind Voss ofrece una técnica sacada de la página web del Lucidity Institute


  1. Hazte el hábito de preguntarte periódicamente si estás soñando. Esto aumenta las probabilidades de preguntárselo también durante el sueño, lo que a su vez aumenta las probabilidades de experimentar sueños lúcidos.
  2. Cuando te lo preguntes, trata de mirarte al espejo o leer algunas letras. Si te ves raro y no puedes leer, es probable que estés soñando.
  3. Lleva un diario de tus sueños. Recordar sistemáticamente los sueños ayuda a tener sueños lúcidos.
  4. Antes de irte a dormir concéntrate en lo que quieres soñar (lo que se llama "incubar" el sueño y también sirve para resolver problemas soñando).
Y cuando te dés cuenta de que estás soñando, suéltate el pelo... Tomar control de los propios sueños permite probar todo lo que a uno se le ocurra: dar rienda suelta a las inhibiciones, experimentar fantasías (no necesariamente sexuales), conversar con celebridades, revivir a los muertos...

Muy divertido, pero también puede ser útil. Después de todo, controlar los sueños es como tener un simulador de realidad virtual inctracraneal: puede servir como terreno de práctica o laboratorio de ensayos para experimentar en total seguridad situaciones difíciles, delicadas o angustiantes. Así, hay quien propone que los sueños lúcidos pueden servir como terapia para mitigar las pesadillas recurrentes y la ansiedad, ensayar en los deportes y en las artes, inspirarnos ideas originales y resolver problemas. Uno puede incluso llamar en sueños personajes para asistirlo: Einstein, por ejemplo, o el gurú preferido de uno. El matemático Don Newman una vez soñó que John Nash (futuro premio Nobel de economía) le daba la solución de un problema con el que estaba batallando. Nash recordó más tarde que Newman siempre le agradeció la ayuda, pese a que, claro está, fue el propio Newman el que en sueños encontró la solución.


(Pasando a otra cosa, el 2 de diciembre la revista ¿Cómo ves? cumplió 15 años. Éste es el video que preparé para esa ocasión.)

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Agujeros

Como cada año, hace unos días, en el aniversario de ¿Cómo ves?, presenté mi ya tradicional tontería...


viernes, 29 de noviembre de 2013

Los chistosos somos más listos y más atractivos


Los científicos no saben para qué sirve el sentido del humor. Antes de que se me malinterprete puntualizo: no saben si cumple alguna función en la historia evolutiva de nuestra especie.

Lo que sí sabemos es que el sentido del humor existe y se valora en todas las culturas, lo que sugiere que es una característica de la especie, programada en los genes (digamos para simplificar), y no un rasgo cultural, contingente y pasajero.

Buscando en Google Scholar me encontré un filón muy rico de artículos de investigación sobre el sentido del humor, su origen y sus posibles funciones. Hay un libro buenísimo sobre la risa del neurobiólogo Robert Provine, pero Provine estudia la risa como comportamiento reflejo y analiza sus características físicas y fisiológicas, así como los numerosos contextos sociales en que ocurre. Estudia la duración y frecuencia de los jijijís y jajajás, quién se ríe más, hombres o mujeres (resulta que las mujeres). Para Provine el humor es sólo una de muchas causas de la risa y en consecuencia lo trata de manera pasajera.

Los psicólogos Eric Bressler y Sigal Balshine han publicado varias investigaciones encaminadas a explorar si el sentido del humor nos hace más atractivos. No es para saber si nos conviene ser más chistosos a la hora de ligar (o no sólo para eso), sino para ver si el sentido del humor surgió en nuestra especie por el mecanismo que los biólogos llaman selección sexual. 

Así surgió la cola del pavorreal macho. En muchas especies, los machos despliegan sus aptitudes como procreador y las hembras escogen. Si eres macho, te conviene echarles mucha crema a tus tacos (o sea, alardear lo más posible), incluso al grado de mentir; pero si eres hembra, te conviene tener mecanismos para detectar faroles. Así, en un estira y afloja evolutivo de millones de años, surge una señal de aptitud garantizada, que no se puede fingir, como la cola del pavorreal: una cola hermosa sólo se puede tener si además se tiene buena salud y otras características deseables para las hembras en el futuro padre de sus hijos.

En la naturaleza hay muchas garantías de aptitud que no se pueden falsificar como la cola del pavorreal. Bressler y Balshine (y otros) sugieren que el sentido del humor en los humanos (y especialmente en los varones) es una de esas garantías. Dicho de otro modo, a las mujeres les gustan más los hombres que las hacen reír porque esto es una señal inconfundible de aptitud. ¿Y qué tipo de aptitud señala el sentido del humor? Eric Greengross y Geoffrey Miller, de la Universidad de Nuevo México, proponen que el sentido del humor es señal de inteligencia, y mencionan otros estudios en que la inteligencia a su vez está relacionada con características más directamente deseables, como buena salud, longevidad y (¡gulp!) "calidad" del semen.

En 2011 Greengross y Miller publicaron una investigación en la revista Intelligence. Su propósito era mostrar que el sentido del humor y la inteligencia van de la mano y que, así, el sentido del humor es señal indirecta de un montón de aptitudes deseables en el macho (ya Bressler y Balshine habían mostrado que a las mujeres les gustan más los hombres que las hacen reír, pero a los hombres les atraen más las mujeres que se ríen de sus bromas). Para eso, Greengross y Miller toman a 400 estudiantes de su universidad (edad promedio: 20 años, pero intervalo de edades de 18 a 57 años; es una universidad muy acomodaticia en el asunto de la edad de sus alumnos de primer ingreso), y les hacen tres tipos de pruebas:

Prueba de inteligencia, y en concreto, una prueba de razonamiento abstracto ("¿cuál de estas figuras cuadra con esta otra?") y de inteligencia verbal ("¿cuál de estas palabras tiene un significado más parecido a esta otra?").

Prueba de sentido del humor (ojo: de creación de humor, no de habilidad para contar chistes hechos). Les dan tres caricaturas de un concurso de la revista The New Yorker (conocida, entre otras cosas, por sus paneles humorísticos de un sólo cuadro) y les dan 10 minutos para que inventen el mayor número posible de frases chistosas para acompañar cada caricatura. Luego un jurado independiente califica los resultados sin saber de quién son en una escala del 1 al 7. (Los autores señalan que la gran mayoría de las frases no tenían la menor gracia.)



Prueba de éxito reproductivo... o en estos tiempos en que el sexo rara vez conduce a la reproducción, prueba de éxito en el ligue. En la evolución gana quien deja más descendencia. Todo lo que sirva para obtener más parejas sexuales es una ventaja evolutiva. La prueba de éxito reproductivo sirve para saber si los participantes resultan atractivos al sexo opuesto. Para medir esta esquiva característica, Greengross y Miller les dan a sus participantes una lista de preguntas. He aquí algunos ejemplos: edad del primer encuentro sexual (promedio, 16 años tanto en hombres como en mujeres), número de encuentros en el último mes (hombres: 6.01, mujeres: 6.69), número de parejas sexuales en el último año (h: 1.85, m: 1.78), número de encuentros de una sola vez (2.63, 1.83) y número de veces que se acostaron con dos o más personas distintas en un lapso de 24 horas (0.66, 0.24).

Resultados resumidísimos: el humor se relaciona más con la inteligencia verbal que con la capacidad de abstracción en ambos sexos, pero más en los varones. Los participantes más chistosos salieron más proclives al sexo casual y frecuente, y en general, la inteligencia, revelada por medio del humor, conduce en promedio a más encuentros sexuales, sobre todo para los varones. Es decir, el sentido del humor es sexy, cosa que ya sabíamos. Greengross y Miller concluyen que esto demuestra que el humor es una característica de la especie y que surgió por selección sexual, como una señal, imposible de fingir, de inteligencia. Como buenos científicos, al final del artículo los autores enumeran las limitaciones de su estudio; por ejemplo, que no hay medidas bien validadas del sentido del humor, que la situación en que los participantes produjeron frases humorísticas es poco natural (en particular, no fue en situación de ligue) y que sólo evaluaron dos aspectos de la inteligencia. Su conclusión final es una maravilla de concisión y prudencia científicas: "la capacidad humana de producir y apreciar el humor puede ser análoga a las capacidades de otros animales de producir y apreciar otros tipos de comportamientos de cortejo que son prueba confiable de cualidades fenotípicas y genéticas."

viernes, 15 de noviembre de 2013

Evolución congelada

Para ver la evolución en acción se necesita una vista panorámica de miles de generaciones. Por eso, si uno quiere hacer experimentos para observar aspectos generales de la evolución, le conviene usar organismos que se reproduzcan muy rápido, como las bacterias Escherichia coli. 

En 1988 Richard Lenski puso a cultivar 12 muestras idénticas de Escherichia coli y se sentó a esperar, metafóricamente hablando, porque en realidad estaba muy activo. Quería estudiar la velocidad de la evolución y si esa velocidad cambia a lo largo de las generaciones; si los cambios evolutivos de una población se pueden repetir en otra; cómo se relacionan los cambios en los genes con los cambios observables externamente.

Los genes en una población cambian porque siempre hay errores al replicarse el ADN de una generación a la siguiente. Estos errores de copiado se llaman mutaciones y ocurren al azar. Las bacterias de Lenski no mezclan sus genes con los de otros linajes, es decir, no practican el sexo, ¡las pobrecitas! Eso simplifica las cosas para Lenski y sus colaboradores porque las mutaciones se pueden rastrear más fácilmente que cuando ocurre la mezcla de genomas que caracteriza a la reproducción sexual. Por supuesto, esto también limita el alcance de las conclusiones, pero eso es inevitable en cualquier experimento.

Hasta hoy ya varias generaciones de estudiantes de posgrado han colaborado con Lenski, pero no tantas como las generaciones de bacterias, que ya rondan las 60,000.

Desde 1988 Lenski y sus colaboradores han seguido un estricto protocolo: todos los días se extrae una muestra de cada cultivo y se pone en un nuevo cultivo. Cada 500 generaciones (más o menos 75 días) se extrae una muestra grande de cada linaje y se congela a 80 grados bajo cero. Las bacterias no se mueren, sólo quedan inactivas, o sea que en cualquier momento se pueden descongelar y reactivar. Es como tener copias pasadas del disco duro de tu computadora. O mejor aún: como tener un registro fósil perfecto y reanimable. Imagínense poder revivir dinosaurios para estudiarlos (me informan que eso ya se le ocurrió a alguien, pero no era científico, sino novelista). Cada tanto, Lenski y amigos comparan las poblaciones nuevas con las antiguas para medir cambios en la capacidad de reproducirse y estudian cualquier suceso interesante que pueda ocurrir...

Para hoy, con cerca de 60,000 duplicaciones de población y 100 millones de millones de bacterias en el experimento, la probabilidad dice que toda mutación posible en el genoma de la E. coli (estrictamente, toda mutación consistente en cambiar una sola letra del genoma) ya debe de haber ocurrido varias veces, o sea que las poblaciones de Lenski han tenido oportunidad de explorar todas las variantes posibles. Como las mutaciones ocurren al azar, lo más probable es que sean nocivas o neutras; menos probable es que sean favorables, pero ya deberían de haber ocurrido también muchas de éstas.

Y en efecto, así es: todas las poblaciones, en estas condiciones de estabilidad y alimento inagotable, han desarrollado bacterias más grandes y todas se han vuelto especialistas en consumir glucosa, el alimento que les da Lenski. También se han vuelto malas consumidoras de otros nutrientes que sus antepasadas consumían sin remilgos. Algunas de las poblaciones han desarrollado defectos en el sistema que repara daños en la información genética, lo que facilita las mutaciones y acelera el ritmo de exploración de posibilidades (es decir, de cambio evolutivo).

Pero lo más asombroso que han hecho las bacterias de Lenski ocurrió en la generación 33,127. Lenski y sus estudiantes vieron que uno de los cultivos estaba muy turbio, señal de que las bacterias habían proliferado más de lo normal. Por medio de experimentos laboriosos realizados por el estudiante Zachary Blount, el equipo se dio cuenta de que las bacterias de esa población estaban consumiendo ácido cítrico, sustancia presente en el cultivo, pero que a las otras poblaciones no les servía de alimento. Lenski y Blount recurrieron a su registro fósil congelado y descubrieron que los primeros ejemplares de esa variante aparecieron entre las generaciones 31,000 y 31,500 (es decir, la característica tardó unas 2000 generaciones en cundir). Luego tomaron 72 muestras de poblaciones anteriores, cuatro de las cuales volvieron a desarrollar la capacidad de consumir ácido cítrico. Pero, dato revelador, el hallazgo no se repitió en ninguna población de antes de la generación 20,000. A Lenski y sus colaboradores esto les sugiere que ciertas adaptaciones requieren adaptaciones previas que las potencien.

En la investigación más reciente de este fértil experimento, el equipo analizó la capacidad reproductiva de los 12 linajes en 41 puntos de su historia. Esperaban que, en el entorno estable y rico que el experimento ofrece a las bacterias, esta capacidad fuera aumentando en los primeros años, pero luego se estabilizara en un máximo. En efecto, se esperaría que si el medio ambiente no cambia, las especies alcancen un máximo de adaptación y no lo rebasen. Pero Lenski y sus colaboradores observan que, aunque la habilidad para reproducirse de las generaciones sucesivas ya no aumenta tan rápido, sigue cambiando. Esto sugiere que la evolución no para ni siquiera en condiciones estables.

El experimento de Lenski ha producido más de 50 artículos de investigación y muchos posgraduados. Y pensar que el investigador estuvo a punto de abandonarlo hace 15 años.

martes, 8 de octubre de 2013

Apareció el bosón, pero Higgs está perdido

Si alguna vez hubo un premio Nobel anunciado, inminente y esperado es el Nobel para los padres del famoso bosón de Higgs. Aquí está lo que escribí en este blog el año pasado, cuando en el CERN se anunció que había evidencia suficiente de una partícula que tenía toda la pinta del Higgs.

Así pues, el premio Nobel de física de 2013 es para Peter Higgs, bien conocido físico británico, y el físico belga François Englert, por trabajos publicados ¡en 1964! Englert trabajó en colaboración con Robert Brout, quien murió hace dos años, pero que también hubiera recibido el Nobel. La misma idea la tuvieron independientemente Tom Kibble, Carl Hagen y Gerald Guralnik, pero sus artículos no llegaron a tiempo a la redacción de las revistas (parece que por una huelga de correos), de modo que nada de Nobel para ellos.

Todo esto sugiere una imagen de cómo opera el galardón científico más apetecido del mundo: 1) no se otorga póstumamente, 2) no se otorga a los que llegan en segundo lugar, sea por la razón que sea, incluso una huelga de correos y 3) no se otorga a trabajos exclusivamente teóricos sin comprobación experimental ni aplicación práctica (por eso los 50 años que pasaron entre el trabajo y el Nobel para Higgs y Englert). Esta regla es la que tiene todavía sin nobelizar al físico más famoso del mundo, Stephen Hawking, cuyo trabajo más conocido entre los físicos es la predicción de que los agujeros negros, ayudados por la mecánica cuántica, no son tan negros como se creía; es decir, que emiten un tipo de radiación conocida como "radiación de Hawking" que por ahora sólo existe en papel. He notado que muchas personas se sorprenden al saber que Hawking no es premio Nobel. Hételo ahí: no lo es, y no es porque sea tonto, sino porque sin resultado experimental no hay Nobel.

Lo cual suscita otra pregunta interesante: ¿entonces por qué no el Nobel para el equipo de científicos que encontró el bosón de Higgs? Una razón podría ser que en realidad es difícil precisar exactamente quién está en ese equipo: ¿los que firman los artículos que surgen de la investigación con los detectores ATLAS y CMS?, ¿todos los que participaron en la construcción del Gran Colisionador de Hadrones? Ahí las fronteras son difusas, pero creo que hay una razón más práctica: Higgs y Englert tienen más de 80 años y ya han esperado bastante (de hecho, se esperaba que les tocara el premio el año pasado). Predicción: ¿Nobel de física 2014 para los experimentales? Veremos...

El Nobel para Higgs y Englert es señal de otra cosa interesante: aunque el año pasado el CERN anunció que había aparecido una partícula muy parecida al Higgs, y no que habían descubierto el bosón de Higgs, el premio es señal clarísima de que la comunidad física reconoce que el bosón está en el bolsillo. El que anda desaparecido, al parecer, es Peter Higgs. Ya se sospechaba lo que se le venía encima y no tenía ganas de enfrentar la aclamación mundial que vendría con este premio Nobel tan distinto de los normales por esperado y anunciado. Hace unos días avisó que se iba de viaje y que regresaría el viernes , pero no dijo adónde iba, y como no tiene celular ni computadora... Pese a todo, sí dejó un mensaje: "Espero que este reconocimiento a la ciencia fundamental ayude a fomentar la conciencia del valor de la investigación pura (él dijo "blue-sky science")", es decir, el valor de la investigación que se hace simplemente por saber, sin esperanzas ni posibilidades de aplicaciones prácticas, beneficio comercial ni solución de problemas nacionales.

Pues ojalá...

Mientras tanto, ¿se acabó la física? De ninguna manera. Como han señalado ya varios físicos, ni siquiera es que el bosón de Higgs sea una pieza tan importante del consorcio de teorías del que forma parte, llamado Modelo Estándar (que es la teoría más fundamental para explicar en los términos más sencillos posibles toda la diversidad de cosas que forman el universo). No es el único mecanismo necesario para "explicar la masa", y posiblemente haya otros tipos de bosón de Higgs. Lo que pasa es que es la única pieza que faltaba. Añádase a esto que desde hace años se repite la cantaleta de que el Gran Colisionador de Hadrones se construyó para encontrar el bosón de Higgs (falso: tiene muchos otros objetivos) y el lamentable traspié que en mala hora tuvo el físico Leon Lederman, hace ya muchos años, cuando a un libro sobre el bosón de Higgs se le ocurrió ponerle por título La partícula de Dios, y se entenderá por qué tanta alharaca con el bosón de Higgs. Así pues, encontrar el bosón de Higgs corona el Modelo Estándar, pero el Modelo Estándar ni siquiera es la teoría más completa posible, porque, por ejemplo, le falta el pequeño detallito de que no explica la fuerza de gravedad, que forma planetas, estrellas, sistemas solares y galaxias. Hay varias candidatas a terías más completas; por ejemplo, las famosas supercuerdas, la "supersimetría"... Algún día el Gran Colisionador de Hadrones podría ayudar a los físicos a decidirse por una. Queda mucho que hacer para esta máquina.

Mientras tanto, muchos físicos están más bien un poco desilusionados de que sí haya aparecido el bosón de Higgs y Englert (y Brout... y Kibble, Hagen y Guralnik) --o de que sólo haya aparecido el bosón de Higgs. Lo que más les gusta a muchos físicos son las sorpresas, porque abren nuevos caminos para la investigación.

viernes, 4 de octubre de 2013

Charlatanes inocentes

Lo confieso: fui charlatán. O, si no charlatán, por lo menos sí una persona ignorante y crédula que pensó que era fácil obtener resultados científicos sin conocimientos científicos.

Yo tenía ocho años y vivía con mi familia en un departamento en la Colonia Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. Nosotros vivíamos en el departamento 4. En el 7 vivía la familia Copo. Los copo eran muy interesantes: papá Copo era cubano y mamá Copo española, Lolita, la hija mayor, era guapísima; José Antonio, el menor, era de mi edad y podíamos jugar; pero los más interesantes eran los hermanos Julio y Víctor, que tenían 14 y 15 años (aunque yo los veía como adultos). Julio y Víctor eran genios de la mecánica y la electrónica. Arreglaban todo: mi helicóptero de juguete que rompí el mismísimo día de Navidad, los teléfonos antiguos que compró mi papá en Poza Rica para instalarlos en la casa, mi tocadiscos portátil (siempre se le fundía el bulbo 50 C 5), teles, estéreos caseros, radios. En el cuarto de servicio, en lugar de cama, tenían una mesa de trabajo mugrienta y montones de cajones y cajas de herramientas llenos de condensadores, resistencias, cautines, soldadura, cinta de aislar, bulbos, cables, desarmadores, pinzas, lupas y placas de baquelita. A mí me fascinaba verlos cambiar piezas y poner a funcionar un radio otrora mudo. ¿Cómo sabían qué hacía falta?

Un día me prestaron una placa de baquelita y un puñado de resistencias y condensadores. A mí se me había metido en la cabeza que podía construir un radio. Después de todo, sólo se necesitaba un receptor, un amplificador y una bocina. Ése era mi modelo de un aparato de radio. Y no está tan mal. El problema grave era mi método: me puse a conectar elementos al azar con la esperanza de que milagrosamente colaboraran para dar como resultado un radio. ¿No trabajaban así los hermanos Copo? Me afané intensamente toda la tarde. Estaba convencidísimo de que podía funcionar. Así es la falta de información: si no concibes siquiera todos los conocimientos y habilidades que tenían Julio y Víctor, te podía parecer fácil lo que hacían estos dos expertos adolescentes y altas tus probabilidades de duplicar sus hazañas.

Pero no funcionó (¿alguien lo dudaba?) Un niño de ocho años sin conocimientos de electrónica trabajando por su cuenta no puede construir un radio porque un radio no es un conglomerado de piezas electrónicas puestas al ai se va, sino una especie de organismo con partes que tienen funciones específicas y que operan en conjunto para obtener el efecto planeado por diseñadores con muchos años de estudios y herederos de conocimientos que se remontan por lo menos a los orígenes de la ciencia moderna, en los siglos XVII y XVIII. ¡Hay tantas formas de ensamblar elementos electrónicos al azar y tan pocas que den un aparato que funcione!

Por eso entiendo (sin disculpar) a cierto de tipo de charlatanes: no a los que engañan deliberadamente a la gente para ganar dinero, como Jaime Maussán, sino a los que de veras creen que se pueden desarrollar teorías y demostraciones científicas dignas de ese nombre sin estudios científicos, afiliaciones académicas ni consenso de una comunidad de profesionales. Estos charlatanes no son malintencionados, sólo ingenuos. Eso sí: son muy entusiastas, como yo a los ocho años. En la redacción de la revista ¿Cómo ves? de la UNAM, donde trabajo, a cada rato recibimos e-mails de genios incomprendidos que solicitan que publiquemos sus "teorías" porque nadie más ha querido publicarlas. El caso más reciente es el de un individuo que nos envía su teoría de "la velocidad de la luna". No entendí nada, ni siquiera qué se pretende modelar, explicar o revelar, pero se ve que el autor se lo toma muy en serio.

A este tipo de charlatanes ingenuos me parece que pertenece el ingeniero Gabriel Curiel Flores, de reciente y fugaz fama facebookera por andar anunciando terremotos de 8.5 grados para la Ciudad de México. Su caso no me merecería atención si no fuera porque los anuncios del ingeniero cundieron en Facebook, como dije, e incluso entre algunos de mis amigos. Y si no fuera porque alguno de esos amigos me ha reclamado airadamente por mostrarme escéptico y arrogante. Trataré de alegar que no lo rechazo por arrogancia.

Lo dicho: las personas que diseñan radios (o aviones o métodos para pronosticar sismos) se han formado en comunidades académicas que son herederas de conocimientos que se han ido afinando por medio del ensayo y la crítica por lo menos desde hace 400 años. El control de calidad ha sido tremendo. No son personas que inventan ocurrencias encerradas en sus casas. Si rechazo el mensaje de Curiel es porque tiene todas las marcas de la charlatanería ingenua.

Cuando junto información para una entrada en este blog, un artículo o una participación en radio busco ciertas marcas de calidad. La información original debe estar avalada por una universidad, una institución de investigación identificable (digamos, con página web y dirección de correo si no es una institución conocida) o una revista especializada con arbitraje por expertos (pero cuidado, porque de éstas también hay marca patito). El autor debe ser experto en la disciplina de la que pretende hablar y estar afiliado a alguna institución académica seria (y, por añadidura, al departamento de investigación de la disciplina en cuestión; no vale que sea el administrador de la universidad). También es importante que otros expertos reconozcan y citen al autor, aunque esto no es imprescindible para mí. Eso sí: si la investigación aún no ha sido citada, la manipulo con precaución y trato de dejar bien claro que aún no ha superado esa prueba.

La información del ingeniero Curiel no cumple ninguno de esos criterios. Sabemos (porque nos lo dice) que es ingeniero (¿ingeniero en qué?), no geofísico ni sismólogo. Parece que título de ingeniero apantalla ingenuos. Y está bien. Pero un ingeniero sabe ingeniería. ¿Se dejarían operar del cerebro por un contador que dijera tener una novedosa teoría del cerebro? En segundo lugar, las predicciones del ingeniero Curiel están publicadas en su blog personal. No hay cálculos. No hay referencias. Sólo afirmaciones sin sustento. En los artículos académicos sobre sismología y en particular sobre posibles métodos de pronóstico no hay mención de su trabajo ni de su supuesta teoría, que además tiene un nombre que suena ingenuo y simplista: "Teoría de las fuerzas gravitacionales". En algún periódico dicen que el ingeniero es egresado de cierta escuela, pero es una escuela de administración y gerencia, no de geofísica.

En descargo del ingeniero Curiel debo añadir que en la última publicación de su blog, fechada el 29 de agosto, dice que ni el Servicio Sismológico Nacional ni el Instituto de Geofísica de la UNAM aprueban ni avalan sus pronósticos. Incluso informa que los expertos "lo refutaron, explicándome claramente sus puntos de vista y los diversos estudios al respecto". Luego añade que los expertos "me ofrecieron toda la ayuda en cuanto a información estadística y publicaciones científicas..."

Merece crédito Curiel por esta respuesta a los expertos y merecen crédito el Sismológico y el Instituto de Geofísica de la UNAM por dialogar civilizadamente con el ingeniero. Pero no merecen crédito ni el pronóstico ni los métodos del ingeniero Curiel...

...lo cual NO quiere decir que no vaya a temblar. Sólo quiere decir que, como siempre, no sabemos cuándo.

martes, 27 de agosto de 2013

Las ventajas de quedarse a trabajar tarde

Dibujos de Pepe de la Herrán
HOY ME QUEDÉ HASTA tarde en la oficina, lo que en mí es bastante raro. Aproveché para avanzar en tres textos distintos que tengo que escribir para ayer ("ayer" a veces es futuro), pero no es ésa la ventaja a la que me refiero en el título.

En plena concentración alguien llama a la puerta de mi cuchitril mal ventilado. Es José de la Herrán. Hace ya muchos años, después de una cena en casa de un amigo suyo en Monterrey -y en vista de que nos habíamos divertido mucho juntos- José me dijo inesperadamente "dime Pepe", y así lo he hecho desde entonces, sin perder de vista el honor que este ofrecimiento de familiaridad representa. Recuerdo que al salir de la cena, ya entrada la noche, hacía mucho más frío y viento que cuando entramos y Pepe  dijo: "el clima va en franca mejoría negativa". Así pues, era Pepe de la Herrán. Pepe y yo tenemos un acuerdo tácito: de tarde en tarde, cuando pasa por mi puerta, entra a comentar conmigo algún acontecimiento científico reciente. Muchas veces la conversación deriva hacia el tesoro de historias que guarda en su memoria. Pepe de la Herrán no es un narrador cualquiera: modula el tono de la voz para darle a lo que va contando el significado correcto, no deja fuera las emociones, no le teme al "yo" y tiene un fino sentido de la progresión dramática.

Esto es lo que me contó. Su amigo Norman Cole era experto en espejos de telescopio. Los espejos de telescopio se pulen a partir de un tejo de vidrio al que se le va quitando lo que le sobra para ser una parábola por la parte superior, un poco como esculpía Miguel Ángel: tomaba una piedra y le quitaba todo lo que no era la escultura. Los telescopios profesionales requieren espejos grandes -desde un metro hasta ocho de diámetro- y se pulen a partir de tejos muy pesados y frágiles pese a lo flexibles que son las pastillas de vidrio de esos tamaños. Hay que escoger muy bien el material con que se hacen: tiene que ser un vidrio muy especial y una de las características más buscadas es que no se rompa fácilmente.

Norman Cole estaba de visita en una fábrica de tejos de vidrio para espejos de telescopio (creo que Owens Illinois). En la fábrica tenían la costumbre de echar a la intemperie los tejos fallidos y dejar que las inclemencias del tiempo (y especialmente el vaivén del calor al intenso frío del invierno illinoisiano) los fueran fragmentando para luego recoger los pedazos y volverlos a usar en otra colada. Cole salió al solar de los tejos muertos y lo encontró sembrado de cadáveres vítreos. Pero había un tejo que no se había roto. "Tenía un error de composición y lo tiramos", le dijeron. "Pero no se ha roto", observó Cole. "No, no se ha roto", le dijeron. Entonces Cole volvió a decir con más énfasis: "¡Pero no se ha roto!"

Norman Cole pidió todos los registros de esa colada. "Y como allá no se ocultan los errores como en México, sino que se escriben...", me contó Pepe de la Herrán.

Se probó la composición que se había considerado errónea y dio espejos mucho más resistentes. Desde entonces y durante mucho tiempo se usó ese tipo de vidrio para fabricar espejos de telescopio.
Pepe me contó otras cosas: por ejemplo, que cuando él estaba diseñando y supervisando la construcción del telescopio del Observatorio Astronómico Nacional en San Pedro Mártir, Baja California, se le ocurrió cuestionar la costumbre de hacer los tejos de un espesor igual a un sexto de su diámetro. Como nadie le supo dar razón de esa regla más allá de "así se ha hecho siempre", Pepe se puso a pensar y acabó inventando una manera de aligerar el espejo (lo que al mismo tiempo lo hacía más resistente y más barato), pero dejaré que sea él quien lo cuente en un artículo que espero que podamos publicar pronto en ¿Cómo ves?

sábado, 24 de agosto de 2013

Vajes en el tiempo

Mi plática Pídele al tiempo que vuelva desde la Universidad de Costa Rica, sede Liberia, el 23 de agosto de 2013:


Video streaming by Ustream

sábado, 3 de agosto de 2013

"Agonía y éxtasis de Steve Jobs" a discusión. Los espero.

"What would you say about a young man who had a strange theory about a certain work of art, believed in his theory, and committed a forgery in order to prove it?"

(¿Qué dirías de un joven  que,  habiendo concebido una extraña teoría acerca de cierta obra artística, teoría en la que tiene fe, hubiera cometido una falsificación para demostrarla?)

--Oscar Wilde, The Portrait of Mr. W.H.

El martes 6 de agosto estoy invitado a discutir el espectáculo Agonía y éxtasis de Steve Jobs, de Mike Daisey, en su puesta en escena chilanga dirigida por Claudia Romero. El espectáculo no es exactamente una obra de teatro en el sentido tradicional. Se originó en un monólogo que escribió el actor y narrador Mike Daisey a partir de una investigación de campo que llevó a cabo en China, en las fábricas donde se hacen los productos de Apple Computer. Mike Daisey cuenta que recorrió varias plantas con una traductora, haciéndose pasar por negociante, para ver las condiciones en que operan los proveedores chinos de Apple. Durante su monólogo Daisey narra historias desgarradoras de explotación infantil, hacinamiento, insalubridad y violaciones de los derechos humanos. La culminación dramática del monólogo de Daisey es la historia de un anciano que perdió una mano en una máquina y nunca recibió indemnización. En la historia el actor le muestra su iPad. El anciano nunca ha visto uno de estos aparatos pese a que perdió la mano por fabricarlos. El viejo trabajador manco se maravilla y dice que el aparato es una especie de magia. Muy melodramático...

...y, ahora resulta, completamente falso. Todo empezó cuando Daisey permitió que se presentara su monólogo en el programa de radio This American Life, conducido por Ira Glass, a sabiendas de que los productores de ese programa exigen que las historias que transmiten cumplan las normas de veracidad del periodismo. Antes de aceptar una historia para transmitirla el equipo de Glass verifica fuentes, confirma informes y en general comprueba que se cumplan esas normas. Pero Daisey presentaba su espectáculo como periodismo, es decir, como hechos presenciados por Daisey y verificables por terceros. Los productores le creyeron. Es lo que se conoce como buena fe. La historia se transmitió. Yo la escuché, embelesado, en el coche. Daisey es un magnífico narrador, de eso ni duda cabe.

Luego alguien en el equipo de This American Life se topó con indicios inquietantes de que por lo menos algunas partes de la narración de Mike Daisey eran falsas. El equipo emprendió una investigación: buscaron a la traductora (y la encontraron, pese a que Daisey les dio pistas falsas para evitarlo); la traductora desmintió que Daisey hubiera visitado muchas fábricas, que hubiera guardias con armas de fuego, y sobre todo que hubiera niños trabajando en las plantas que sí visitaron; revisaron rimeros inmensos de auditorías y cuentas de Apple, consultaron expertos...y finalmente confrontaron a Daisey ante los micrófonos del programa. Daisey confesó haber inventado muchos elementos de su estupenda narración y lamentó lo que reconoció como el error de haber presentado su obra en This American Life sabiendo cabalmente que es un programa que pone por encima de todo la veracidad en el sentido tradicional del mejor periodismo. Al final del episodio de retractación de la historia de Daisey, el equipo dedica un segmento del programa a extraer de reportajes serios una imagen de las verdaderas condiciones de trabajo en las fábricas chinas que abastecen a Apple Computer, y aunque la imagen que emerge sigue sin ser muy halagüeña para Apple, de ninguna manera pinta al monstruo de explotación capitalista sin escrúpulos que se desprende del monólogo de Daisey.

Al final el asunto que se ilumina con todo esto no es tanto si Steve Jobs era un explotador repugnante o no (eso puede seguir en debate y cada quien se hará su opinión), sino el espinoso concepto de la verdad. La ciencia y el periodismo comparten la idea de que la verdad se construye tentativamente a partir de "hechos" que se pueden corroborar por distintos caminos: testimonios, documentos... En cambio en las artes esto no tiene mucha importancia: las mejores novelas son obras de imaginación y nadie en su sano juicio exige que lo que narran haya sido "verdad" en el sentido periodístico o científico. ¿Una pintura es "verdad"? A mí me parece que la pregunta ni siquiera tiene sentido. Who cares? Eso no es lo que le pedimos. Así pues, Mike Daisey está en su derecho de inventar para construir un espectáculo apasionante, pero no a presentar su historia como periodismo... ¿o sí?

Vamos a discutirlo el martes 6 de agosto. La función de Agonía y éxtasis de Steve Jobs empieza a las 8:00 PM en el teatro del Hotel NH, en Liverpool 155, Zona Rosa. Actúa Alfonso Dosal, dirige Claudia Romero, produce División Teatro de OCESA, Morris Gilbert y Federico González Compeán.

miércoles, 31 de julio de 2013

Del archivo de la risa

El domingo dediqué un par de horas a poner en un blog todas las columnas que escribí entre 2000 y 2008 para el boletín El muégano divulgador. El Muégano empezó en 2000 como boletín interno de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM y por mandato no me acuerdo si de Julieta Fierro, a la sazón directora, o de Julia Tagüeña, directora de museos. El caso es que nos tocó construir el proyecto a Martín Bonfil, Nemesio Chávez, Lourdes Arenas y a mí. Los "muérganos", para quien no lo sepa, son unos dulces mexicanos hechos de almohaditas de harina fritas y aglomeradas con caramelo. Son la imagen misma de la unión y por eso los escogimos para dar nombre a nuestro boletín. Queríamos unir a los divulgadores degedeceros (de la DGDC, pues). El objetivo se logró a medias, pero el Muégano trascendió el apretado recinto de la DGDC para convertirse en una publicación valorada por un grupo amplio de divulgadores mexicanos y extranjeros.

Mi labor en ese boletín tan lleno de referencias, ideas y reflexiones útiles, era escribir la sección más inútil, titulada a partir de la segunda entrega "Peripatéticos ecológicos" por razones que entenderán tras leer la primera. Esa sección, pese a todo, se convirtió en una especie de estandarte del boletín, por lo menos en la DGDC. Al cabo de unos cuantos números publicados, me dí cuenta de que la gente esperaba, ¡con ansia!, la aparición del Muégano para leer mis tonterías con su café matinal. Para repartir el boletín Martín y yo cargábamos sendos rimeros de muéganos y recorríamos todo el edificio, oficina por oficina. "¡Muéganos! ¡Muéganos! ¿Quién quiere su muégano?", íbamos pregonando como si, en vez de revistas, repartiéramos dulces. Creo (tal vez por iluso) que los colegas se alegraban al vernos por los pasillos con nuestro cargamento de papel amarillo.

Aquí está, pues, el blog en el que puse todos los "Peripatéticos ecológicos" -cuarenta publicados y uno que se quedó en el tintero cuando murió el Muégano. Tienen lectura para rato.

viernes, 19 de julio de 2013

Lo que cabe en una gota de asfalto

En 1927 un profesor de física de la Universidad de Queensland, Australia, montó un experimento didáctico para ver si el asfalto fluía a temperatura ambiente. Tomó varios pedazos de asfalto sólido, los puso en un embudo cerrado por abajo y esperó tres años a que el asfalto se asentara como un pudín. En 1930 abrió el embudo.

La primera gota cayó en diciembre de 1938. Nadie presenció el momento. Era muy difícil: la gota tardó ocho años en formarse y una décima de segundo en caer. Al paso de los meses la gota se fue aplanando en un recipiente mientras se formaba otra en el tiro del embudo. La segunda gota cayó en febrero de 1947. Nadie la vio caer.

Para el año 2000, fecha de la octava gota, los encargados del experimento habían instalado una cámara web... que no estaba operando cuando cayó esa gota. La novena gota de Queensland se espera en los siguientes seis meses, pero el honor de ser los primeros en captar en video este fugaz momento no será para los encargados de ese experimento: el 11 de julio de 2013 a eso de las 5:00 de la tarde se les adelantó el equipo que cuida otro experimento idéntico que se montó en el Trinity College de Dublín en 1944. A decir verdad, el experimento de Dublín estuvo abandonado en una vitrina hasta hace cuatro o cinco años, cuando alguien se dio cuenta de que una gota estaba a punto de caer. Los físicos del laboratorio instalaron el montaje frente a una cámara y... he aquí el glorioso momento inmortalizado:



A partir de los lapsos entre gotas y los detalles de la caída, Shane Bergin y sus colaboradores del Trinity College estiman que el asfalto es 20,000 millones de veces más viscoso que el agua.

El experimento y su resultado no tienen ningún valor práctico, y escasísimo valor como conocimiento nuevo, como bien saben los físicos de Queensland y de Dublín. ¿Entonces...para qué? La cámara web de Queensland tiene cientos de miles de seguidores por todo el mundo. ¿Qué esperan sacar estas personas de ver caer una gota de asfalto?

Yo creo que el experimento es muy sugerente de una manera poética. A mí me evoca los muchos fenómenos que a primera vista no tienen nada en común, pero que en el fondo son el mismo fenómeno visto en distinta escala de tamaño o de tiempo. Por ejemplo, el movimiento de la sopa en una olla hirviendo y el fluir del magma en el manto terrestre (ambos debidos a las corrientes de convección), el sonido de una flauta y esa molesta vibración que se siente en los oídos en algunos coches en movimiento con las ventanas medio abiertas (ambos son ejemplos de ondas estacionarias en una masa de aire confinada) y el flujo de una gota de miel y el de una de asfalto, conectadas por el concepto de viscosidad. Encontrar estas relaciones ocultas entre fenómenos distintos es, precisamente, entender. "Esto es como aquello", pensamos, y encontrar la relación nos da mucho placer, como apreciar o inventar una metáfora. La gota de asfalto reúne metafóricamente la escala de tiempo de la vida cotidiana con la de los procesos geológicos.

En el universo hay muchos procesos que no son ni remotamente perceptibles en nuestra escala de tiempo: la formación de montañas, la evolución por selección natural... ¿Cómo podemos conocerlos si no podemos presenciarlos? No nos queda más remedio que deducirlos a partir de sus rastros, como la historia de erupciones volcánicas pasadas. Otros fenómenos lentos se pueden entender como entendemos la vida de las estrellas. Ésta se mide en miles de millones de años. Nadie ha visto vivir una estrella. Pero hay millones de estrellas en nuestra galaxia. Es como tener un montón de experimentos de la gota de asfalto en distintas etapas de formación de la gota: la secuencia de los acontecimientos casi salta a la vista. Otra forma de entender fenómenos lentos es, simplemente, recoger datos durante mucho tiempo. La física solar empezó cuando Galileo se puso a registrar cotidianamente los cambios de las manchas solares, hace 400 años. Desde entonces no se ha dejado de llevar este registro. A partir de esos datos hoy sabemos que el Sol tiene ciclos de actividad de alrededor de 11 años y que hay una relación entre la cantidad de manchas solares y la frecuencia e intensidad de las auroras polares. El registro de manchas solares también ha servido para entender la relación entre la actividad del sol y el clima. Observar el mundo en escalas de tiempo superiores a las de la vida humana revela fenómenos ocultos.

¿Qué aspectos del universo se nos revelarían si funcionáramos a otra escala de tiempo? Por ejemplo, la escala en la que una gota de asfalto que cae cada 10 años se percibe como un chorro continuo (¿se imaginan un océanos de asfalto agitado por las olas?). O equivalentemente: ¿cómo entenderemos el universo cuando, en vez de 400 años de ciencia moderna, llevemos varios millones? Mientras lo pensamos, otra gota de asfalto se está formando en Dublín...

...y en Alemania se interpreta una pieza para órgano que durará 639 años...

viernes, 12 de julio de 2013

Grandes erupciones del Popocatépetl

En busca de algo interesante que decir sobre el Popocatépetl -algo que no se hubiera repetido ya mil veces en todos los noticieros- y también movido por mi curiosidad sobre los volcanes en general y los nuestros en particular, me puse a hurgar en Google Scholar, el buscador de Google especializado en artículos y libros académicos. Descubrí que hay mucha investigación sobre los volcanes de la Sierra Nevada de México: el Popocatépetl y el Iztaccíhualt, desde luego, pero también otros que hasta hoy yo no sabía que existían -el Telapón y el Tláloc. De paso también di con artículos sobre la estructura geológica del Nevado de Toluca (o Xinantécatl, por su bonito nombre en náhuatl) y sobre el monte Ajusco, quizá la montaña que más cerca tengo del corazón. Lo que me extraña es lo poco de esta información que ha llegado al público... o por lo menos a mí.

Encontré un artículo publicado en mayo de 1996 en la revista Geology por Claus Siebe y José Luis Macías, del Instituto de Geofísica de la UNAM, Michael Abrams, del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA y Johannes Obenholzner, del Instituto de Ciencias de la Tierra de Austria. El artículo se titula "Repeated volcanic disasters in Prehispanic time at Popocatépetl, central Mexico: Past key to the future?" (que podríamos traducir así "Desastres volcánicos del Popocatépetl en tiempos prehispánicos: ¿clave de su futuro?"). Siebe y colegas cuentan que examinaron las capas de despósitos volcánicos en varios sitios de la falda del volcán. En las columnas estratigráficas que construyen a partir de este análisis encuentran ceniza, piedra pómez, evidencia de deslaves, y en algunos lugares pedazos de cerámica, restos de viviendas y surcos de tierra arada. A partir de pruebas de carbono radiactivo determinan que hay evidencia de tres erupciones catastróficas en los últimos 5,000 años. Lo malo es que estas pruebas sólo permiten ubicarlas con una precisión de entre 400 y 600 años. Las fechas que obtienen Siebe, Abrams, Macías y Obenholzner son éstas:
  • entre 3200 y 2830 a. C.
  • entre 800 y 215 a. C. y
  • entre 675 y 1095 d. C
¿Y cómo saben la magnitud de estas erupciones, dos de las cuales ocurrieron ya con habitantes en la zona, como indican los restos de cerámica, etcétera? Los autores citan dos artículos de Bursik, Sparks y colaboradores, publicados en 1992, en los que estos autores estudian la distribución de partículas de cenizas, arenas y rocas de distintos tamaños y aplican un modelo físico para deducir la altura de la columna de gases y ceniza que las despositó. Usando este mismo método (con todas sus suposiciones e imprecisiones), Siebe y colegas deducen que la altura de las columnas de estas tres erupciones fue de más de 25 kilómetros, lo que quiere decir que las corrientes de las capas superiores de la atmósfera deben haber dispersado el material por todo el mundo. 

Y si lo dispersaron por todo el mundo, tal vez estas erupciones hayan dejado huellas en otras partes. Los autores citan el trabajo de unos glaciólogos (expertos en hielo) dirigidos por G. A. Zielinski. Zielinski y sus amigos han analizado las muestras cilíndricas de hielo extraídas de los glaciares de Groenlandia por el proyecto GISP2. Estas muestras de hielo tienen franjas formadas por la acumulación de nieves más densas en invierno que en verano. Contando franjas se puede saber con mucha precisión en qué año se depositó una determinada capa de hielo (como con los árboles, pero por razones distintas). En las muestras cilíndricas extraídas en Groenlandia se han encontrado arenas del desierto de Gobi, plomo proveniente de las forjas de la Roma antigua y otras sorpresas. Por ejemplo, en los hielos de Groenlandia (y de la Antártida) también quedan registradas las grandes erupciones volcánicas en forma de partículas despositadas en la capa gélida y el registro se puede leer utilizando un método inventado en los años 80 (lo que nos lleva a oooootro artículo, pero no entremos en tantos detalles). Zielinski et al. resumen en su artículo 7, 000 años de actividad volcánica de gran magnitud. Siebe y sus amigos sólo tienen ojos para una erupción que ocurrió exactamente en el año 823 d.C.: seguramente es la tercera de sus erupciones del Popocatépetl (que sería la más reciente de las grandes, GRANDES, erupciones de este volcán: las que se han producido desde tiempos de la Colonia no se consideran muy grandes y ninguna ha sido catastrófica).

Siebe, Abrams, Macías y Obenholzner luego observan que sus dos últimas grandes erupciones coinciden más o menos bien con el inicio y el final del Periodo Clásico de la arqueología mesoamericana, y en particular con el ascenso y caída de dos grandes ciudades-estado de la región: Teotihuacan y Cholula, y proponen que el volcán pudo haber tenido que ver con el asunto (después de todo sabemos con certeza que las erupciones del volcán Xitle hace dos mil años acabaron con el poderío de la gran Cuicuilco, lo que luego permitió que surgiera Teotihuacan como centro de poder).

Qué bonito rompecabezas. Pero, como todo en la ciencia, tiene sus bemoles: en artículos posteriores a 1996, fecha de publicación del trabajo de Siebe et al. encuentro una comparación entre los registros de actividad volcánica que se obtienen de muestras de hielo tomadas de tres estaciones en Groenlandia. Sólo en uno de estos registros aparece la erupción del año 823. Sí se confirma, en cambio, una erupción en el 871, pero otros indicios señalan que esa erupción ocurrió muy cerca de Groenlandia, lo que excluye que pueda ser la tercera gran erupción del Popocatépetl que encuentran Siebe y sus amigos. Lo que tendría yo que hacer ahora es preguntarles a los investigadores si después de su artículo de 1996 se han ocupado de fechar mejor sus tres erupciones. Haré el intento. Informaré más tarde... si no me dan metafóricamente con la puerta en las narices por aguafiestas.

Al final de su artículo Siebe et al. señalan que, tomando en cuenta las incertidumbres de sus métodos, entre sus dos erupciones más recientes pueden haber transcurrido 1038 o 1622 años y añaden: "Si suponemos que este lapso aproxima aunque sea crudamente el intervalo entre erupciones, y extrapolando al futuro, podría producirse otra erupción catastrófica antes del siglo XXII. Nuestra extrapolación es muy especulativa, basada como está en información escasa y una suposición aventurada, pero sí suscita preguntas importantes. ¿Es la presente actividad del Popocatépetl un breve interludio en una larga cadena de erupciones inocuas desde la Conquista? ¿Es capaz el volcán de volver a las erupciones más violentas y destructivas que lo caracterizaron en el periodo prehispánico? Nuestro conocimiento actual del volcán y nuestra capacidad de interpretar los datos que arroja el monitoreo no permiten contestar con certeza estas preguntas."

Lo dicho en 1996 sigue siendo válido en 2013.

miércoles, 3 de julio de 2013

Factor de impacto

Sin algo que medir o cuantificar no se puede saber si está funcionando el negocio, la campaña, la política de estado, la revista. Así, uno se inventa indicadores más o menos arbitrarios para tener algo que medir y en lo cual basar evaluaciones y decisiones: el rating en radio y televisión, las calificaciones en la escuela... y luego sacraliza esos indicadores, lo que acarrea errores, injusticias (niño con malas calificaciones = niño tonto)... y trampas.

En la ciencia hay indicadores para evaluar 1) a los investigadores individuales (indicadores: número de artículos publicados, número de veces que se citan sus artículos, tipo de revista en que publica sus artículos); 2) instituciones y 3) revistas especializadas. Las revistas especializadas son el sistema circulatorio y la sangre de la ciencia. Ningún trabajo cuenta en ciencia si no está publicado en un medio académico profesional como las revistas especializadas, por eso es fundamental inventar una manera de evaluar el desempeño de éstas.

Desde 1975 el desempeño de las revistas científicas se evalúa por medio del factor de impacto. Para obtener su factor de impacto la revista tiene que estar incluida en una lista llamada Journal Citation Reports (hoy administrada por la empresa Thomson Reuters). La lista se publica cada año e incluye información como el área de especialidad de la revista, el número de artículos que publicó en un lapso de dos años y el número de veces que se citaron los artículos de esa revista (incluyendo citas en la misma revista). La lista de 2013, que se acaba de publicar, contiene datos de 10,853 revistas de 232 especialidades científicas (naturales y sociales). El factor de impacto de una revista se calcula dividiendo el número de citas de artículos de la revista en los últimos dos años entre el número de artículos publicados en ese lapso. Dicho de otro modo, es el promedio de citas por artículo para los últimos dos años. Un factor de impacto menor que 2 se considera bajo; las revistas más conocidas, como las semanales Science y Nature, tienen factores de impacto de alrededor de 30.

Este año 379 revistas recibieron su factor de impacto por primera vez y 37 fueron suprimidas de la lista por... bueno, en un momento veremos por qué.

El factor de impacto se ha vuelto muy importante desde que lo introdujo Eugene Garfield en 1963 porque se usa para tomar decisiones importantes: las bibliotecas universitarias y de centros de investigación lo usan para escoger revistas para suscribirse (y las suscripciones institucionales a estas revistas cuestan entre 5,000 y 20,000 dólares; nada que ver con la suscripción personal a Reader's Digest o Scientific American); los investigadores lo usan como guía para elegir qué revistas consultar y en cuáles publicar su trabajo; y los evaluadores lo usan para estimar el desempeño de investigadores e instituciones de investigación. Y, como cabía esperar, en vista de la importancia que ha cobrado el factor de impacto no faltan revistas que traten de sacar provecho indebido de los defectos de este sistema de evaluación.

Los defectos son muchos, como los de cualquier indicador. No todos los artículos científicos empiezan a generar citas con la misma prontitud: en física y matemáticas los primeros dos años de vida de un artículo generan entre 1 y 3 % de las citas; en biología y afines, en cambio, es entre 5 y 8%, por lo tanto no tiene sentido comparar el factor de impacto de una revista de física con el de una de biología, ni en general, entre disciplinas. Además, un simple promedio aritmético como el factor de impacto no describe la manera compleja en que un artículo va generando citas a través de los años, especialmente desde que todos los artículos científicos especializados están disponibles en internet. Quizá el defecto más grave del factor de impacto sea que las muchas citas no necesariamente implican gran mérito científico en un artículo especializado. Todavía se cuenta con horror y en susurros la historia del artículo "A Short History of SHELX", publicado en la revista Acta Chrystallographica A. Antes de 2009 el factor de impacto de esa revista había variado entre 1.5 y 2.5, pero ese año se disparó a 50 por culpa de un sólo artículo que obtuvo cerca de 6,000 citas en el periodo de cálculo. Ningún otro artículo de la revista para ese periodo fue citado más de 3 veces. El popularísimo artículo es una descripción del desarrollo de un conjunto de programas de computadora llamado SHELX que se usa mucho en cristalografía desde 1976.  El artículo quedaba que ni hecho a la medida para que lo citaran los científicos que usan estos socorridos programas. Así, sin ser ni una investigación original ni un descubrimiento revolucionario que trastoca una disciplina, esta simple monografía sin pretensiones incrementó más de 20 veces el factor de impacto de la revista.

Pese a todo esto y pese a que en los últimos años se ha disparado el número de nuevas medidas bibliométricas para la ciencia, el factor de impacto sigue siendo el rey, y se sigue usando bien y mal. Anthony van Raan, director del Centro de Estudios de la Ciencia y la Tecnología de la Universidad de Leiden, Holanda, dice: "Todo bibliotecario sabe que nunca se debe usar el factor de impacto para evaluar el desempeño de un artículo o de un individuo; es un pecado mortal". Si fuera así, entonces muchos evaluadores se van a ir al infierno, porque eso es precisamente lo que hacen. Y, en efecto, usar el factor de impacto de la revista en la que se publica un artículo como medida del mérito de ese artículo es tan absurdo como evaluar el desempeño de un estudiante por la calificación que obtuvo su estado en la prueba ENLACE.

Todo esto sugiere maneras de darle un empujoncito al factor de impacto de una revista científica especializada. He aquí varias, unas legítimas, otras francamente fraudulentas:

  • Publicar preferentemente artículos del tipo conocido como review, monografías del estado de avance de una disciplina. Estos artículos son muy útiles para los lectores porque sirven como puerta de entrada a una disciplina. En vez de ir a buscar uno por uno los artículos importantes de esa disciplina, se lee el review y ya está uno al día. Este tipo de artículos genera muchas citas porque es más fácil citarlos que citar los artículos individuales que se reseñan. Publicar reviews no es trampa. Publicar un número excesivo de reviews es sospechoso.
  • Evitar citar a la competencia
  • Pubicar números "best-off", y el único truco verdaderamente tramposo:
  • Obligar a los aspirantes a publicar en la revista a citar artículos de la misma revista --o por lo menos sugerírselo encarecidamente. 

Este año 37 revistas fueron suprimidas del Journal Citation Reports estimarse que incurrieron en fraudes para aumentar su factor de impacto. Estas revistas podrán volver a ingresar en dos años.


viernes, 21 de junio de 2013

Sol sticial

Hoy es el solsticio de verano en el hemisferio norte. Hoy es el día en que el sol... ¿en que el sol qué?

Hay bastante confusión en las noticias que se refieren a este fenómeno astronómico. Para disiparla les propongo que adoptemos la perspectiva del astrónomo antiguo, cuyo único instrumento de medición era el horizonte, en especial los puntos descollantes de su horizonte local ("hoy el sol salió por el montecito de allá").

Hace muchos años vivía yo en la parte occidental de la Ciudad de México. La ventana de mi reducido estudio daba exactamente al poniente y sólo se veía campo y montañas. Durante dos años cumplí periódicamente el ritual de situarme en una posición fija frente al clóset, taparme un ojo, observar por dónde se metía el sol y poner una marca con fecha en el alféizar de la ventana. Así reuní una colección de datos astronómicos muy interesante. Descubrí que el sol se pone por lugares muy apartados en invierno y en verano. Hay un día en que alcanza su posición más tendida al sur y otro, claro, en que llega a su posición más extrema hacia el norte. Entre estas dos posiciones habrá, por supuesto, dos días en que el sol se ocultará exactamente en el punto medio. Siguiendo una tradición ya muy antigua, llamé solsticios a los días en que el sol llegaba a sus puntos extremos norte y sur y equinoccios a los días en que se ocultaba por el punto medio.

El solsticio de invierno era un punto situado en el extremo izquierdo de mi ventana, los equinoccios quedaban como a 3/4 de la distancia entre este extremo y el lado derecho, y el solsticio de verano se salía con mucho del marco de la ventana.

Así pues, el solsticio de verano (en el hemisferio norte) es el día en que el sol sale y se oculta más al norte. Hoy, con instrumentos astronómicos y cálculos modernos, podemos calcular el instante preciso en que el sol alcanza su máxima posición norte. Por eso se dice que el solsticio fue a tal hora (y es un error decir "el solsticio empezó a tal hora"). Pero volvamos a la perspectiva del astrónomo maya, babilonio o sumerio. ¿Qué se ve que hace el sol en un solsticio de verano?

Hoy en todos los lugares situados a lo largo del trópico de Cáncer el sol al mediodía pasará por el cenit, el punto más alto del cielo, y por lo tanto también dará la máxima iluminación. Pero eso sólo es en el trópico de Cáncer. Al norte del trópico el sol siempre está inclinado hacia el sur (mucho o poquito, según la latitud). En esos lugares el sol de mediodía pasa hoy por su máxima altura anual y por eso en Europa y Estados Unidos (y otros lugares boreales) el 21 de junio se considera el máximo día de verano, cuando el sol es más intenso y está más tiempo por encima del horizonte.

Pero al sur del trópico -como en la Ciudad de México y una buena parte de este país- el sol del solsticio está inclinado hacia el norte. No es el día de máxima intensidad solar (aunque sí el día más largo). Eso ocurre los días que el sol de mediodía pasa por el cenit. En la Ciudad de México (y en general a los 20 grados de latitud norte) eso ocurre alrededor del 15 de mayo (cuando el sol pasa por el cenit de camino al norte) y el 30 de julio (cuando vuelve a pasar por el cenit de regreso al sur).

En México se solía enseñar varios despropósitos astronómicos debidos a que se adoptaba un punto de vista adecuado a Europa y Estados Unidos sin darse cuenta de que en otras latitudes la cosa funciona de otra manera. Así el mito de las cuatro estaciones, con flores y verdor renovado en primavera, calor en verano, hojas secas en otoño y nieve en invierno. Pero estas cuatro estaciones clásicas de los países de latitudes altas se mezclan y confunden conforme uno se acerca al ecuador. En la Ciudad de México las hojas se secan en noviembre, hace frío en diciembre y enero, los árboles reverdecen en febrero, hace calor en abril y mayo y llueve el resto del tiempo (más o menos; las cosas se han alterado mucho con el cambio climático). En Colombia, mucho más cerca del ecuador, dicen que "hace invierno" cuando llueve, lo que puede ocurrir en cualquier época del año. (Y al contrario, lejos del ecuador, como en Finlandia, donde vive mi amigo Francisco, hace calor tan pocos días, que yo solía decirle de broma a Francisco que en Fnilandia decían "este año el verano cayó en jueves".) Así también la idea de que el solsticio es el día de máxima insolación y calor.

El año pasado estuve en el Centro Explora de Medellín, Colombia, para un festival de teatro de ciencia y una de las obras que presentaron los chicos del centro (que tienen una compañía de teatro muy buena) se trataba de las estaciones en distintos lugares del planeta. Al principio algunos nos preguntamos si no sería aburrido para los espectadores que les repitieran en el escenario lo que se aprende en un salón de clases, pero luego nos dimos cuenta de que en Colombia las cuatro estaciones, ya poco marcadas a la latitud de México, simplemente son una leyenda de tierras lejanas. La obra funcionaba perfectamente bien en el contexto de un país ecuatorial, que, para confundir más las cosas, tienen tales desniveles orográficos que el clima en Bogotá (2,645 metros de altitud, unos 300 más que la Ciudad de México) no tiene nada que ver con el clima en Tumaco, a nivel del mar (en este momento en Bogotá hace 19 grados, mientras en Tumaco están a 27 grados).

Otra observación interesante: en las culturas antiguas de Europa había festividades en el solsticio de verano (día de máximo sol en esas latitudes) mientras que en las culturas antiguas de estas latitudes más tropicales lo que se celebraba era el paso cenital del sol (día de máximo sol en estas latitudes).  El solsticio de invierno, en cambio, sí es el día de menos sol en todas partes.

He aquí una explicación más gráfica de las cosas. La escribí hace 12 años para la página Red Escolar. Al verla hoy me dio un poco de repelús el tonito condescendiente que le puse. Me disculpo. Uno aprende. Hoy no le hablaría así ni al niño más demostradamente tonto.




viernes, 14 de junio de 2013

Mensajes secretos

Hace dos días llegó mi hija Ana a la casa muy emocionada y me preguntó si mi tocadiscos podía tocar al revés. Ana es fan de Pink Floyd desde hace tiempo. Un amigo suyo le dijo que en una de las pistas de The Wall había un mensaje secreto grabado al revés. Yo me imaginé que sería una de esas tonterías que se decían desde los años 80 de ciertos discos de rock: que si uno los hacía sonar en reversa se oían mensajes satánicos, pero no dije nada. Bajamos al tocadiscos, desempolvamos el acetato, buscamos un poco y, en efecto, encontramos un mensaje secreto en la pista "Empty Spaces" que está en el lado 2 del álbum.  ¡Treinta y dos años hace que tengo ese disco y tiene que venir una mocosa de 14 años a revelarme sus secretos! Es lo bueno de tener hijos.

Le conté a Ana acerca de la leyenda urbana de los mensajes satánicos en los discos, leyenda que cundió cuando yo era niño. Los que la propagaban al parecer creían que, tras escuchar uno de estos discos, uno no podía resistir poner los ojos desorbitados y echar a caminar todo tieso y con los brazos extendidos a registrarse en las oficinas de la secta satánica más cercana a su domicilio. Decían que eran "mensajes subliminales". Parece que esta idea provenía de grupos religiosos de Estados Unidos, lo que no me extraña nada, y ahora sé que estos grupos trataron de demandar a varios músicos de rock, pero las demandas no prosperaron por falta de pruebas de que un mensaje invertido, por satánico que fuera, tuviera la menor probabilidad de afectar el comportamiento de la gente.

Pese a todo, me acuerdo que a mí me encantaba poner discos al revés, y hasta desarrollé una fina técnica para hacerlos girar con el dedo muy homogéneamente. Haciendo estos experimentos en esa época descubrí dos cosas: 1) que, tocado al revés, todo suena diabólico, y 2) que francamente había que forzar mucho la imaginación para oír palabras en esa cacofonía (a diferencia del mensaje de Pink Floyd, que, al hacer sonar el disco al revés, suena al derecho y con toda claridad). En fin, que oír mensajes en una voz en reversa está relacionado con ver figuras en las nubes y caras en las manchas de humedad: es un intento desesperado del cerebro por encontrarle significado a la información sensorial, incluso a la que no lo tiene (este fenómeno es bien conocido y en el caso de imágenes que se ven donde no las hay se llama paraeidolia).

El mensaje secreto de Pink Floyd me recordó también el temor añejo a los mensajes subliminales en las películas y en la tele, igualmente de moda en mi adolescencia. Parece que el temor provenía de un acontecimiento que ocurrió mucho antes, en 1957. Ese año un mercadólogo llamado James Vicary convocó una rueda de prensa para revelar que durante varias semanas se las había arreglado para poner anuncios publicitarios de tres milisegundos de duración que decían "coma palomitas" o "tome Coca Cola" insertados a intervalos de cinco segundos en la película que se proyectaba en un cine de Fort Lee, Nueva Jersey. Mientras la gente veía la película sin sospechar, estas imágenes se estaban insinuando subrepticiamente hasta lo más profundo de su psique y afectando su comportamiento (o eso se supuso). Según Vicary, las ventas de palomitas aumentaron 18 % y las de Coca Cola 58 %.

La reacción fue furibunda. El público ya se sospechaba que los publicistas y el gobierno lo podían controlar. Esto era la confirmación de que les estaban lavando el cerebro y manipulándolos como marionetas. La CIA rápidamente hizo un informe sobre el potencial estratégico de los mensajes subliminales. Se publicaron libros de denuncia y la publicidad subliminal se prohibió en Estados Unidos y el Reino Unido.

Pero cuando otros investigadores trataron de replicar los resultados de Vicary no obtuvieron nada: los mensajes subliminales no afectaban para nada el comportamiento de las personas. Para colmo, a los pocos años James Vicary confesó que todo había sido un engaño... pero nadie le hizo caso. Había nacido la leyenda urbana de los mensajes subliminales.

Ni la prohibición ni la falta de resultados han impedido que ocasionalmente se intente manipular el comportamiento del público con este tipo de mensajes. En el año 2000 la campaña de George Bush transmitió un anuncio en el que, mientras se hablaba de Al Gore y los demócratas, aparecía brevísimamente la palabra "ratas". Las autoridades obligaron a Bush y compañía a retirar el anuncio y el candidato dijo que había sido "un descuido" (sí, claro).

Otra forma de mensaje subliminal (palabra que, por cierto, significa "por debajo del umbral de la conciencia") era el mensaje verbal (al derecho) disimulado a bajísimo volumen en una pista musical. Sobre este principio se construyó toda una industria de CDs y cassettes de autoayuda y relajación. Se suponía que uno escuchaba la música mientras el mensaje subliminal se abría paso hasta el subconsciente y afectaba el comportamiento positivamente. Pero en 1991 Anthony Greenwald, de la Universidad de Washington, hizo un estudio con 237 participantes a los cuales puso a escuchar un cassette de música clásica con mensajes inaudibles para mejorar la memoria y la autoestima. Los participantes estaban divididos en dos grupos: unos pensaban que estaban escuchando solamente música (falso), los otros pensaban que bajo la música había mensajes (cierto). Al cabo de cinco semanas los investigadores hicieron pruebas para ver el efecto de los mensajes y no encontraron nada medible. Sin embargo los participantes que esperaban que el cassette tuviera efectos reportaron mejoras en su memoria y autoestima. Conclusión: el efecto era pura sugestión.

Durante 10 o 15 años la investigación en mensajes subliminales perdió adeptos, pero recientemente en Holanda y Estados Unidos se han estado realizando nuevos experimentos consistentes sobre todo en poner imágenes subliminales en pruebas de atención. En un experimento un grupo de participantes vio sin saberlo mensajes que decían "sed" y "agua mineral" y otro grupo no vio nada. Al final los que vieron los mensajes fueron más propensos a pedir de beber, pero no más propensos a preferir agua mineral, lo que sugiere que el mensaje subliminal sólo puede afectar la intención de beber, mas no la preferencia de bebida. El experimento se repitió exitosamente en Estados Unidos. En otro experimento se trató de probar si se podía influir en la marca de bebida que uno pide. Las conclusiones son que: 1) el mensaje sólo puede impulsar a beber a quien ya tiene sed, 2) no te puede hacer cambiar de opinión si tienes una marca preferida de bebida y 3) en todo caso, sólo tiene un (débil) efecto en hacerte cambiar de marca si conoces la marca que se te propone subliminalmente.

En cuanto al mensaje de Pink Floyd, no hay nada que temer. En primer lugar el cerebro no tiene manera de descifrar -ni consciente ni subconscientemente- los mensajes invertidos, y en segundo, el mensaje no pretende manipular a nadie, mucho menos inducirlo al satanismo, y ni siquiera a preferir a Pink Floyd sobre el resto de la música del universo porque simplemente dice "congratulations, you have just discovered the secret message".




viernes, 31 de mayo de 2013

El martirio científico como aspiración

La semana pasada se celebró el congreso conjunto de divulgación de la Red de Popularización de la Ciencia de América Latina y el Caribe y de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la técnica en Zacatecas. En una conferencia magistral el físico portugués Joao Magueijo nos contó sus experiencias de investigador convertido en divulgador de su propia ciencia. Magueijo es conocido por haber propuesto, junto con otros, que la velocidad de la luz ha ido cambiando a lo largo de la historia del universo. En la física mainstream la velocidad de la luz tiene fama de constante. Es más: nuestra imagen científica del mundo depende crucialmente de que lo sea. La idea de Magueijo es revolucionaria... si se confirma.

Joao Magueijo es culpable de dos actos que en ciertas partes de la comunidad científica se consideran pecados: escribir un libro de divulgación de la ciencia y tener éxito con su libro. Incluso habló del "efecto Sagan": el astrónomo y divulgador Carl Sagan fue objeto de ataques por haber realizado un programa de televisión que vieron varios miles de millones de personas. Uno se puede reír de los científicos envidiosos que le reclaman a Magueijo el ser popular, pero el físico portugués también ha incurrido en otro pecado más cientificamente importante: en opinión de muchos físicos, su idea no es necesaria. En ese caso, Magueijo (y otros: desde luego, no es el único al que se le ha ocurrido esta idea) estaría proponiendo trastocar la física nada más porque sí (exagero, pero por el momento no es muy importante entrar en detalles).

Magueijo dio una plática muy entretenida. Nos contó "lo bueno, lo malo y lo feo" de sus relaciones con sus colegas y con la prensa. De sus colegas cuenta que ahora lo miran de soslayo y con desconfianza y de la prensa (sobre todo la especializada) dice que lo han malinterpretado hasta niveles absurdos. A decir verdad, me dio la impresión de estar un poquito amargado. Luego también detecté un susurro de algo más inquietante: ¿estaba empezando Magueijo a verse a sí mismo como un mártir de la ciencia?

El mártir de la ciencia es un personaje arquetípico. Es primo del mártir en general, personaje atractivo que nos gusta por su estoicismo taciturno y por su nobleza. En el caso del mártir científico, su historia típica va así: descubres, o se te revela, un resultado asombroso, nadie te cree, tú perseveras y te mantienes firme cuando en tu derredor todo el mundo se ofusca y tacha tu entereza, al final viene el gran momento de la reivindicación cuando se reconoce que tú tenías razón, te dan el Premio Nobel y tus enemigos se tienen que tragar sus palabras. La tentación de ponerse en este papel es muy grande.

La historia de la ciencia se narra muchas veces como una sucesión de genios incomprendidos y mártires. A veces incluso la historia es verdad: es el caso del físico israelí Dan Shechtman. En 1982 Shechtman encontró un material de estructura imposible. Perseveró y se convenció de que era cierto lo que le mostraban sus aparatos. Lo corrieron de su equipo de trabajo y lo mandaron a releer los libros de texto de su especialidad. El Premio Nobel de química Linus Pauling se burló de él. Pero pasaron los años, la gente se fue convenciendo y, para no hacerles el cuento largo, en 2011 Dan Shechtman recibió el Premio Nobel de química por descubrir una clase de materiales hoy llamados cuasicristales. En el caso de Dan Shechtman la historia arquetípica del mártir se realizó cabalmente; pero en otros casos el modelo del mártir es falso.

Es (posiblemente) el caso de la bioquímica Felisa Wolfe-Simon, del Instituto de Astrobiología de la NASA, que en 2010 publicó con unos colegas un artículo en la revista Science. El artículo informaba que los investigadores habían descubierto una bacteria originaria del lago Mono, California, que usaba arsénico en vez de fósforo para realizar diversas funciones. Todos los seres vivos de la Tierra usan fósforo. El que un organismo pudiera remplazar el fósforo por arsénico abría un montón de posibilidades para la vida en otros planetas. Todo indica que la NASA se precipitó al anunciar el resultado provisional de Wolfe-Simon y colegas. Todo indica también que la revista Science fue menos meticulosa que de costumbre, quizá por tratarse de un resultado con tal potencial para causar un gran impacto en la ciencia. El mismo día del anuncio y de la publicación del artículo ya muchos blogs científicos habían despedazado el resultado con análisis implacables de esos que a los científicos les gusta aplicar, especialmente a los resultados ajenos. Así pues, tres días después del anuncio ya era consenso que el equipo no había sido suficientemente diligente con sus evidencias, que la investigación estaba mal hecha y que la conclusión, por lo tanto, no se sostenía. Con todo, según dicen algunos, Felisa Wolfe-Simon siguió presentando el resultado en foros extracientíficos como si fuera cierto pese a la opinión de una comunidad de especialistas muy exigentes. La científica incluso había empezado, en sus pláticas, a hacer alusión a todos los personajes del pasado que fueron objeto de escarnio antes de verse reivindicados. Felisa Wolfe-Simon quizá había empezado a vestirse de mártir. (Mi amiga Antígona Segura, investigadora del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM --que es amiga de Wolfe-Simon-- me cuenta, por otro lado, que la reacción de los colegas científicos no ha lucido tampoco por razonable: en los congresos, dice Antígona, la gente rehuye a Wolfe-Simon y le han aplicado la ley del hielo.)

He aquí las etapas por las que pasa el científico que se está erigiendo en mártir de la ciencia: primero empiezas a verte como un iconoclasta, una persona con ideas demasiado avanzadas para la comunidad científica. Luego toda crítica te empieza a parecer un ataque con motivos siniestros, un esfuerzo de ocultar la verdad, en vez de un procedimiento estándar en la ciencia para mejorar la calidad de los resultados científicos. Después empiezas a enumerar casos históricos de iconoclastas reivindicados: Galileo, Colón, los hermanos Wright. Finalmente, te empiezas a decir que, si se ríen de ti, es prueba de que en el fondo tienes razón. Ahí sí ya te perdimos.

Pero, como dice Carl Sagan, "se rieron de Colón, se rieron de los hermanos Wright... pero también se rieron de Bozo el Payaso". No es Galileo toda persona que haya sido objeto de burlas. Muchas veces las burlas no están erradas. Es más, yo diría que, en general, por cada Colón hay miles de Bozos, pero sólo nos llegamos a enterar de los colones y pervive el mito del mártir científico.

viernes, 26 de abril de 2013

Adonde fueres haz lo que vieres

Cultura es todo lo que hacemos que no viene programado de fábrica en el cerebro: nuestro idioma nacional y la variante local que hablamos, las reglas de urbanidad, la política, la religión, la ciencia, los cuentos infantiles, los héroes a los que rendimos culto. Poseer la cultura local facilita interactuar con los nativos y a fin de cuentas favorece la supervivencia.

¿Cómo se adquiere la cultura? Aquella en la que uno nace se adquiere imitando a los padres sobre todo. La imitación también es la forma por excelencia de adquirir una cultura a la que se llega.

El aprendizaje social de la cultura es una especie de herencia parecida a la herencia genética. Podríamos decir que hay unos conocimientos y comportamientos que heredeamos por vía genética y otros que heredamos culturalmente. Los humanos hemos inventado un "segundo sistema de herencia" que complementa al que nos dio la naturaleza.

Pero no somos, ni de lejos, los únicos animales culturales. Dos artículos que aparecen en el número de Science de esta semana lo ilustran bien.

El primero es de Erica van de Waal, Christèle Borgeaud y Andrew Whiten. Los tres trabajan en una reserva en Sudáfrica y provienen colectivamente de la Universidad St Andrews, Escocia, y de la Universidad de Neuchâtel, Suiza. Van de Waal y sus colaboradores hicieron un estudio de la importancia del aprendizaje social en cuatro grupos de monos vervet silvestres. En la primera parte del experimento, pusieron en el territorio de cada grupo dos recipientes llenos de granos de maíz teñido, de azul en uno y de rojo en otro. A una de las variedades de maíz le añadieron un sabor desagradable: a la azul en dos grupos y a la roja en los otros dos, de modo que, al cabo de varias semanas, cada grupo aprendió a preferir la variante que no sabía a rayos (es decir, la azul en dos grupos y la roja en los otros dos).  En la segunda etapa, los investigadores esperaron a que maduraran las crías recién nacidas, que nunca habían probado maíz ni azul ni rojo y por lo tanto no tenían prejuicios, y luego volvieron a poner los dos recipientes de maíz teñido, pero ahora sin sabor desagradable de modo que ambas variedades eran igual de sabrosas.

El objetivo era ver si las crías aprendían a comer el maíz favorecido por el grupo imitando a sus madres pese a que el otro maíz era igual de sabroso. También querían probar si los adultos de otros grupos que se incorporaban a un grupo nuevo adoptaban las costumbres locales pese a su conocimiento y preferencia previa. El resultado, en resumen, es que sí y que sí, pero con dos sutilezas interesantes. Los monos vervet, como muchas especies de primate, tienen jerarquías sociales. En un grupo dado los únicos monos que probaban el maíz que no estaba de moda eran los que estaban más abajo en el escalafón, y esto se debía, básicamente, a que los aristócratas no les dejaban ni pizca del maíz favorecido. Entre los inmigrantes, en cambio, los únicos que llegaron a probar el maíz alternativo fueron los dominantes.

Dicen los autores: "Nuestros resultados muestran que el aprendizaje social es muy fuerte tanto en las crías del grupo como en los adultos inmigrantes". Éstos "subyugan su conocimiento anterior a las costumbres que observan en la mayoría en la nueva comunidad".

Imitar puede ser una forma estratégica de comportarse: cuando uno no sabe cómo comportarse en un entorno desconocido --qué comer, en quién confiar, qué peligros temer--, lo más expedito es hacer lo que vieres: aprovechar el conocimiento de los expertos locales imitándolos.

En vista de esta fuerte tendencia a aprender por imitación --probadísima en humanos y, en este estudio, en monos vervet--, los autores concluyen que "establecer comportamientos novedosos puede ser un proceso frágil". El objetivo que proponen para futuras investigaciones es entender por qué ciertas novedades no prosperan mientras que otras cunden y se establecen como nuevas tradiciones.

viernes, 19 de abril de 2013

Cómo invertir la postura política de un votante

La semana pasada apareció en la revista PLOS ONE un artículo del científico cognitivo Lars Hall y sus colaboradores, de la Universidad de Lund, Suecia. Hall y su equipo reportan los resultados de una investigación divertida e inquietante. Y con utilidad práctica si usted es político (me repugna la posiblidad de ofrecerles a los políticos de mi país una posible herramienta para manipular al electorado, aunque en México no hay necesidad: el electorado se puede comprar).

En 2010 hubo elecciones generales en Suecia. Según todas las encuestas, los votantes estaban polarizados equitativamente entre izquierda y derecha, con 10 % de indecisos. Hall y sus amigos entrevistaron a 162 participantes voluntarios en las calles de Malmö y Lund. A cada participante le pidieron manifestar su preferencia (izquierda/derecha), manifestar su certeza acerca de esta preferencia y completar una encuesta. La encuesta preguntaba su postura respecto a 12 asuntos políticos que estaban en juego en la elección, y en los que izquierda y derecha estaban completamente divididas. He aquí algunos de los asuntos sobre los que los participantes tenían que ubicarse en una escala de 0 a 100 (0 desacuerdo total, 100 acuerdo total):


  • Hay que aumentar el impuesto a la gasolina
  • Los beneficios de la seguridad social deberían ser de tiempo limitado
  • Se debería permitir trasladar a otra escuela a los estudiantes problemáticos incluso contra su voluntad y la de sus padres
  • Se debería abolir la ley que permite al gobierno espiar los correos electrónicos y llamadas telefónicas cuando estima que hay peligro para Suecia
  • Se debería permitir que los hospitales más importantes operen como empresas privadas
  • Se debería incrementar el monto del seguro de desempleo
  • ...


Sin saberlo los participantes, mientras llenaban sus encuestas el entrevistador iba llenando otra idéntica con posturas opuestas a las que veía que manifestaba el participante. Usando un truco de prestidigitación inventado en el siglo XVII, el entrevistador cambiaba subrepticiamente las encuestas. Luego le solicitaba al participante que justificara sus respuestas. Juntos, entrevistador y participante dilucidaban la postura política que mostraban las falsas respuestas. Después el entrevistador le pedía al participante que volviera a decir por quién pensaba votar. Muy burdo, ¿no? Nosotros nunca nos dejaríamos engañar así.

Pues bien, como informan Hall y amigos en el artículo de PLOS ONE, los participantes sólo detectaron 22 % de las respuestas alteradas (y muchos pensaron que el error era suyo por haber leído mal la pregunta). Un tremendo 92 % no se dio cuenta de que les habían cambiado la encuesta. Como resultado de la discusión sobre la encuesta falsa, 10 % de los participantes cambiaron de bando, 19 % pasaron de la certeza a la indecisión y 18 % ya eran indecisos antes de la encuesta. Esto indica, como señalan Hall y sus colaboradores, que 47 % de los votantes tienen en realidad una posición flexible pese a la certeza que puedan manifestar antes de la encuesta. Los autores del estudio sugieren que, a la luz de estos resultados, es un error en política dirigir una campaña sólo a los votantes que en las encuestas políticas se manifiestan como indecisos porque en realidad hay muchos más votantes cuya postura está abierta a cambiar.

Hall y sus colaboradores ya tienen una larga historia de investigaciones de este fenómeno, que llaman choice blindness, o ceguera de elección. Hay experimentos psicológicos que sugieren que las certezas que tenemos acerca de nosotros mismos son pura ilusión. Inferimos nuestra propia personalidad por introspección, el análisis de nuestros procesos mentales. Tan íntimo es este análisis, que nos parece estar contemplando la esencia misma de nuestra manera de ser. Por lo tanto, tendemos a no dudar de nuestra propia introspección y en cambio a poner en duda la de los demás. Después de todo, yo no puedo ver lo que piensan ustedes. ¿Qué me dice que de veras piensan tan bien como yo? Esta ilusión de autoconocimiento conduce muchas veces a la ilusión paralela de superioridad sobre los demás. El fenómeno se conoce como ilusión de la introspección. Una consecuencia de esta ilusión que nos da la seguridad de que nosotros sí sabemos cómo somos y los demás no nos hace pensar que nuestras elecciones y decisiones siempre están bien fundamentadas en nuestras más firmes creencias. Así, cuando la encuesta de Hall y colaboradores nos muestra opiniones alteradas que creemos nuestras, hacemos todo lo posible por justificarlas. Horrible, ¿no?

Sin embargo, la invesigación de la maleabilidad de nuestras convicciones políticas no está libre de críticas. Al parecer, se sabe que nuestras convicciones en general se hacen más endebles de lo que manifestamos si nos vemos obligados a explicarlas. Analizar sinceramente nuestras opiniones las desestabiliza. Otra observación crítica de algunos psicólogos es que el estudio de Hal y colaboradores no mide la duración del efecto.

Al final de las encuestas, a todos los participantes se les reveló la verdad. Los investigadores observaron dos reacciones: 1) de complacencia de no ser tan cerrado políticamente y 2) de alivio de no ser del partido equivocado.

viernes, 15 de marzo de 2013

Puro cuento

Ayer revisé un texto que nos propusieron para la revista ¿Cómo ves? Era un artículo sobre aritmética maya que exponía detalladamente cómo se hacen operaciones con el sistema de numeración de ese pueblo. Así como estaba resultaba un poco aburrido, porque parecía una entrada de enciclopedia o un capítulo de libro de texto. La explicación era buena, pero no invitaba a leerla. ¿Qué le fallaba?

Al poco rato me senté a comer unos tacos de canasta con mis amigas y colegas Libia Barajas y Sofi Argüelles. Libia nos contó esta historia real: una señora mayor (conocida de una amiga de Libia) iba de pie en un vagón de metro atestado cuando se dio cuenta de que le habían robado el reloj. Desesperada, mira de un lado a otro para ver si el ladrón sigue por ahí y se da cuenta de que el individuo que va junto ella trae puesto su reloj. "¡Qué cinismo!", piensa la señora, y le empieza a dar una rabia incontenible. "¡Qué insulto! Encima de que me roba el reloj, se queda ahí paradote sin importarle que yo me dé cuenta. Seguramente piensa que soy una viejita indefensa". En estas elucubraciones va la pobre señora, enchilándose cada vez más conforme pasan las estaciones del metro, cuando, en nombre y honor de todas las viejitas indefensas del mundo, decide reclamar sus derechos y no dejarse pisotear. ¡Ya basta de humillaciones! Sin poder contener la rabia, se vuelve hacia el tipo y sólo acierta a decirle con voz entrecortada: "¡El reloj! ¡El reloj!", con lo que el individuo se lo quita apresuradamente y se lo extiende a la señora. ¡Un triunfo para la justicia! La señora se va corriendo y casi nos la podemos imaginar saltando por los pasillos de la estación Juanacatlán sin prestar atención a su artritis mientras se aleja profiriendo gritos de emoción con el reloj en alto. Al llegar a su casa encuentra su reloj en la mesa del comedor.

Hasta masticar se nos olvidó mientras Libia contaba la historia. Nos tenía prendidos de sus palabras. Acabamos llorando de risa, que es una de las sensaciones más agradables del mundo. Imagínense la historia que contó el pobre individuo al llegar a su casa: "¡Me asaltó una viejita!"

Y he ahí lo que le faltaba al artículo de la aritmética maya: no contaba ninguna historia.

He descubierto con la experiencia que si quiero acaparar la atención del público (en una conferencia, en un libro o artículo, en un programa de radio y hasta en una clase) lo mejor es pasar al modo narrativo. Narrar es la forma por excelencia de transmitir información y convencer. Y por buenas razones, al parecer. Hay una línea de investigación relativamente reciente que consiste en indagar 1)  por qué todas las culturas de todos los tiempos, sin excepción, tienen cuentos que se pasan de generación en generación y 2) qué se requiere para que un relato absorba a su público (para que el público se deje transportar por la narrativa). Los resultados sugieren varias cosas interesantes.

En primer lugar, que no cualquier cadena de sucesos contados constituye una narrativa. Para ser eficaz la historia necesita "agentes intencionales" con deseos y motivaciones: personajes reconocibles como humanos en situaciones de adversidad, que al final se superan o no. Una lista de hechos no es una narrativa. Una explicación descarnada tampoco. Hace falta gente y conflicto.

La psicóloga Melanie Green, de la Universidad de Carolina del Norte, ha llevado a cabo experimentos que demuestran, como ya se sospechaba, que las personas reaccionan más intensamente a las historias si lo que éstas describen les es conocido. Green puso a un grupo de voluntarios a leer la historia de un hombre homosexual que llega a una fiesta de su generación de la universidad. Como es natural, los participantes con amigos o parientes homosexuales (o que lo eran ellos mismos, claro) se dejaron transportar más por la historia. Debe ser el famoso "sentirse identificado". Otra investigación que me parece más interesante muestra que hay relación entre el nivel de empatía de una persona (que mide cuan buena es esa persona para ponerse en los zapatos de los demás) y la intensidad con que se deja llevar por una historia. Hay gente que no se conmueve con nada y las hay que lloran hasta con un anuncio en la tele.

Para poderse poner en los zapatos de los demás uno necesita, antes que nada, creer que los demás funcionan igual que uno: que tienen deseos, intenciones, motivos parecidos a los nuestros. Esta creencia tiene nombre: los psicólogos le han puesto "teoría de la mente" y en experimentos con niños pequeños han encontrado que los menores de cuatro o cinco años en general son incapaces de imaginarse qué puede estar pensando otra persona. Esos niños no han desarrollado la "teoría de la mente". En cambio los niños mayores no tienen ninguna dificultad en entender que todas las personas tienen mente como ellos, y que el contenido de esa mente, aunque no se vea (lo que es útil para decir mentiras, por ejemplo), se puede inferir (por lo que hay que tener cuidado, por ejemplo, cuando uno dice mentiras).

La "teoría de la mente" es una habilidad indispensable para vivir en sociedad, por eso la mayoría de la gente la posee. Es más, la poseemos en tan alto grado, que nos vamos de largo y tendemos a atribuirle mente e intenciones a todo lo que se mueva, sin importar si es cosa o animal... o mancha móvil en una pantalla de cine. En 1944 Fritz Heider y Mary-Ann Simmel lo demostraron con un bonito experimento. Pusieron a sus voluntarios a ver una película animada de dos triángulos y un círculo que daban vueltas alrededor de un cuadrado y luego les pidieron que describieran lo que pasaba. Todos describieron la escena como si las figuras geométricas tuvieran intenciones: "el círculo está persiguiendo a los triángulos" y cosas por el estilo. De ahí a inventar dioses del viento, de la lluvia, de las plantas sólo hay un paso.

"La información es poder" se dice por ahí, y esto ya era cierto cuando nuestros antepasados itineraban por las llanuras heladas de Europa y Asia en busca de alimento y refugio temporal. Si vives en comunidad, es importante saber qué hacen los demás. Esto da lugar a la conversación social y a los chismes. También es importante enseñarles a los niños un montón de normas sociales y de reacciones adecuadas en situación de peligro, de preferencia, sin ponerlos realmente en peligro. Keith Oatley, profesor de psicología cognitiva aplicada de la Universidad de Toronto, piensa que los cuentos que se transfieren de generación en generación en todas las culturas son una especie de simulador de vuelo para practicar en la mente las habilidades sociales sin meter la pata. Quizá otra forma de ver esta gran base de datos cultural de historias que nos contamos podría ser así: los cuentos son información extra que no viene de fábrica en el cerebro y que hay que "descargar" del ambiente como las aplicaciones que se le ponen a un teléfono celular, metáfora de la cultura que sé que me puede costar cara. (Experimento: ponerlo en Facebook y esperar a que se me lancen a la yugular por comparar la cultura con la  App Store).

En resumen: tenemos un cerebro finamente ajustado para reaccionar intensamente a la información expresada en forma narrativa. Lo saben los publicistas, que desde hace años han dejado de ensalsarnos las bondades de los productos para, en su lugar, contarnos historias en las que a veces ni figura el producto. Y los sabemos los divulgadores de la ciencia (algunos por lo menos). Sí, eso le propondré a la autora del artículo sobre aritmética maya: no nos expliques tanto, mejor cuéntanos.