miércoles, 27 de agosto de 2008

La física desde la playa

En 1905 un joven físico free lance casi desempleado les dio una sorpresa a sus colegas con un artículo que publicó en la revista alemana Annalen der Physik. Sus reflexiones, que llevó a cabo en la soledad y el aislamiento, lejos del mundo académico, resolvían un viejo problema de la física.

Ciento dos años después, la historia se repite: en noviembre del año pasado un joven físico free lance casi desempleado les dio una sorpresa a sus colegas con un artículo que publicó en la base de datos arXiv.org, depósito electrónico de artículos de investigación en física y matemáticas que les está ganando terreno a las revistas especializadas de hoy. Sus reflexiones, que llevó a cabo lejos del mundo académico, podrían resolver un viejo problema de la física.

El joven de la primera historia era Albert Einstein. Einstein trabajaba en la oficina de patentes de la ciudad de Berna, Suiza, y sus reflexiones transformaron nuestro concepto del tiempo y el espacio. Hoy casi no se puede hacer física interesante sin tomar en cuenta su teoría especial de la relatividad.

El joven de la segunda historia es Garrett Lisi, se dedica principalmente al surf en Hawai y al snowboarding en Nevada y su artículo promete una teoría de todo “excepcionalmente simple”. Empero, a diferencia de Einstein, Lisi aún no cuenta con el aval de la comunidad científica.

Los físicos están convencidos de que todo lo que ocurre en el Universo es consecuencia de cuatro fuerzas fundamentales nada más, cuatro maneras de afectarse unos cuerpos a otros. Las cuatro fuerzas se llaman gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear débil y fuerza nuclear fuerte y no podemos hacer nada sin que intervengan. Nadie sabe por qué son cuatro. Sería más simple y elegante si sólo hubiera una fuerza fundamental. Así pues, los físicos llevan varias décadas buscando una descripción matemática unificada en la que las cuatro fuerzas aparezcan como distintos aspectos de un solo fenómeno, las cuatro caras de una misma moneda muy rara o las cuatro personalidades de una naturaleza esquizofrénica. Hace más de 30 años que tenemos una teoría unificada de las fuerzas nucleares débil y fuerte con la electromagnética. La cuarta, la gravedad, no ha querido integrarse al club. Los físicos llaman “teoría de todo” a la anhelada teoría que unificaría las cuatro fuerzas de la naturaleza y nos permitiría verlas como una sola fuerza con cuatro personalidades.

En 30 años han surgido muchas posibilidades. Las ideas que compiten por el título de teoría de todo tienen nombres como supersimetría, supercuerdas, teoría M y gravedad cuántica de lazos y todas son de una complejidad matemática horrorosa. Ninguna ha convencido a la comunidad de expertos pertinente. Por eso los físicos pararon las orejas cuando Garrett Lisi publicó en arXiv.org su teoría de todo “excepcionalmente simple” (la simplicidad es relativa). Luego del revuelo que causó la cautivadora historia del playero gandul que irrumpió en la torre de marfil y les dio una lección a los encumbrados académicos, éstos empezaron a analizar con cuidado la propuesta de Lisi. Unos le encontraron mérito, otros la descalificaron casi a las primeras de cambio.

Nadie ha dicho que los físicos estén exentos de prejuicios. De hecho, los científicos tienen tantos prejuicios como cualquier hijo de vecino, aunque quizá no los mismos. Uno de los prejuicios más arraigados en el mundo académico es el que dicta que las personas no merecen que les hagamos caso si no tienen un doctorado y una plaza en una universidad o un centro de investigación. Garrett Lisi tiene un doctorado de la Universidad de California en San Diego, pero no está afiliado a ninguna institución de investigación. Estas cosas cuentan, aunque los científicos digan que no, y se conocen casos históricos en que se ha menospreciado el trabajo de un investigador más por no ser miembro del club que por habérseles encontrado defectos a sus ideas. Con todo, ahora que han pasado casi 10 meses desde que Garrett Lisi hizo olas entre los físicos se puede decir que el consenso es que la teoría no cumple todo lo que promete.

Lisi está de acuerdo. El físico aventurero no defiende sus ideas como un fanático. Conoce y acepta las reglas de la ciencia, lo que se le nota cuando en su página web y en unos foros de discusión reconoce que puede estar errado y se somete, como buen científico, al dictamen de sus pares. Aunque su teoría de todo no haya conquistado los cerebros apropiados, su estilo le ha ido granjeando el respeto de la comunidad. Lisi se ha reunido con los físicos “todólogos”. El año pasado incluso estuvo en México, en una reunión del grupo de gravedad cuántica de lazos que se celebró en el Instituto de Matemáticas de la UNAM, unidad Morelia. Luego fue a Ontario y a Islandia, donde participó en sendos congresos. Para ser aceptado en la comunidad científica, ganar es menos importante que jugar sin hacer trampa.

Garrett Lisi desarrolló su trabajo lejos de la torre de marfil y sin apoyo de ninguna institución académica, como Einstein. Pero a diferencia del físico alemán, Lisi no estaba aislado. Con una computadora y una conexión a internet el físico de hoy tiene acceso a los artículos de investigación que otrora sólo estaban al alcance de quien tenía a la mano una buena biblioteca especializada. Así, se puede hacer buena física teórica casi desde cualquier lugar del mundo. Lisi propone crear institutos de investigación en lugares donde los científicos puedan solazarse con actividades deportivas y de recreo como las que él practica. Los llama Hostales Científicos, y en ellos se favorecería el equilibrio entre el ejercicio intelectual y el físico. Yo me apunto. ¿Dónde firmo?

lunes, 25 de agosto de 2008

Del olfato nace el amor

¿Qué notan de raro en estos dichos populares?

• “Lo olí con mis propias narices”
• “Hasta no oler, no creer”
• “Del olfato nace el amor”

Lo que suena raro es que en su versión original todos hacen alusión a la vista, no al olfato. El olfato nunca ha tenido tan buena reputación como la vista, tal vez porque ésta es el Michael Phelps de nuestros sentidos: los ojos humanos son de lo mejorcito que hay, en cambio el olfato humano es un sentido casi inútil, por lo menos en la vida urbana contemporánea.

La mala reputación del olfato está cambiando y ahora muchos investigadores creen que este sentido tan injustamente menospreciado tiene más influencia en nuestro comportamiento de lo que habíamos pensado. En ciertas circunstancias incluso nos controla como marionetas, pero con los hilos ocultos.

En un experimento ya clásico, el biólogo suizo Claus Wedekind, de la Universidad de Lausana, Suiza, identificó un elemento odorífico en el sudor que influye en las mujeres al elegir pareja. El estudio se conoce informalmente como “experimento de las camisetas sudadas”. Wedekind pidió a los participantes varones que se dejaran puesta la misma camiseta dos noches seguidas. Luego metió las prendas impregnadas de olor en cajas y les pidió a las participantes que olieran las camisetas y, sin saber de quién eran, dijeran cuáles tenían el olor más agradable.

El olor de las secreciones sudorosas contiene información acerca del sistema inmunitario del individuo, es decir, su sistema de defensa contra los invasores. En particular, el sudor contiene información sobre un grupo de genes llamado complejo principal de histocompatibilidad, genes que producen sustancias químicas por medio de las cuales el organismo reconoce a sus propias células y las distingue de las extranjeras.

Por lo general, cuanto más diferentes son los CPH de los padres, más robusto será el sistema inmunitario de los hijos. Así pues, sería ventajoso para nosotros tener algún mecanismo para reconocer, entre nuestras parejas potenciales, a los individuos que menos se nos parecen inmunitariamente hablando. Antes del experimento de Wedekind ya se sabía que el olfato cumple estas funciones en los ratones y en algunos peces. El investigador suizo quería probarlo con personas. Las mujeres de su estudio tendían a escoger las camisetas de los varones con CPH más distinto al de ellas.

Wedekind y sus colaboradores, Thomas Seebeck, Florence Bettens y Alexander Paepke, dicen en su artículo: “Esto sugiere que el CPH u otros genes relacionados influyen en la selección de pareja en los humanos”.

Los estudios más recientes de la psicóloga alemana Bettina Pause y su equipo muestran que el olor de los individuos con CPH más parecido provoca en quien lo olfatea mayor actividad cerebral. Así, dice Bettina Pause, “no es que el olfato nos conduzca a la pareja ideal, sino más bien que nos aleja de las parejas menos deseables”.

Otras funciones posibles del olfato en los humanos son: detectar miedo en los otros, reconocer las madres a sus hijos recién nacidos y viceversa, detectar extraños y hasta juzgar a las personas a la primera impresión –un montón de funciones importantes para un sentido que creíamos casi perdido en nuestra especie.

lunes, 18 de agosto de 2008

Sasquatch en Georgia


El viernes pasado el periódico New York Times, uno de los más rigurosos del mundo, publicó en su sección de ciencia la noticia de que dos individuos habían convocado una conferencia de prensa para revelar que tenían en su casa un ejemplar muerto del legendario sasquatch de la mitología indígena estadounidense. Matthew Whitton y Rick Dyer, oriundos del estado de Georgia, narraron cómo encontraron el cuerpo en un bosque (no precisaron dónde) y se lo llevaron arrastrando…¡ante la mirada de tres otros sasquatch vivos! Como evidencia presentaron una fotografía del supuesto animal, en la que se ve una especie de disfraz de gorila (el pelaje es lo menos convincente: parece peluche) arrumbado en una caja blanca que según los intrépidos cazadores es un refrigerador. Además afirmaron tener un e-mail de un entomólogo (especialista en insectos) en el que el científico reporta los resultados de tres pruebas de ADN hechas con muestras que le enviaron los georgianos. “Cuando presentemos todas las pruebas se van a tragar sus palabras”, dijo Whitton a los escépticos. Como por casualidad, Whitton y Dyer tienen un negocio de paseos turísticos temáticos centrados en el sasquatch.

(Extractos de la conferencia en YouTube)


Los resultados de las pruebas de ADN ya están listos: una muestra era humana, la otra tenía altas probabilidades de ser de zarigüeya y la tercera resultó inapropiada para el análisis, por lo que no arrojó datos concluyentes. No faltará, lo sé, quien afirme que el entomólogo quiere ocultar la terrible verdad: que la tercera muestra era de sasquatch; pero, ¿cómo lo sabría? No tenemos ADN de sasquatch con que comparar la tercera muestra. En el mejor de los casos, se podría decir que es una muestra de ADN desconocido. Incluso los entusiastas del “pie grande” (como también se le llama a la criatura) se muestran incrédulos, sobre todo al ver a uno de los reporteros que asistieron a la conferencia de prensa, el cual se presentó con un disfraz de Chewbacca muy parecido a la foto con que los cazadores pretendían sustentar su afirmación.

Con todo, ¿es completamente imposible que exista el sasquatch? ¿No podría haber una población de una especie de primate gigante hasta hoy desconocida medrando en los bosques de Estados Unidos? Bueno, imposible no es. Después de todo, en 1938 se encontró en el Océano Índico una especie de pez que se creía extinta hace 65 millones de años (el celacanto, del que hablaremos en otra ocasión). Lo que sí resulta difícil de creer es que semejante primate gigante pueda vivir oculto en los bosques de un país tan poblado como Estados Unidos.

En las historias asombrosas de aparecidos, sucesos extraños y monstruos del lago o del bosque hay grados de credibilidad. Algunas, como las de fantasmas de personas muertas que regresan, son muy difíciles de creer porque violentan leyes físicas en las que tenemos mucha confianza. Podríamos decir que son imposibles, o bien que la probabilidad de que sean verdaderas es tan baja que no vale la pena dedicar tiempo ni dinero a investigarlas (después de todo, la vida del científico también es breve); otras, como las de animales desconocidos, suenan por lo menos plausibles, y por eso se han hecho esfuerzos serios para buscar al monstruo del Lago Ness, por ejemplo (esfuerzos que, lamentablemente, casi no dejan lugar a dudas de que el Nessie no existe). El sasquatch podría ser un caso como el segundo, aunque sería mucho más creíble si viviera en Siberia…

Así pues, hay por lo menos un científico certificado y serio que se ha interesado científicamente en el “pie grande”. Se llama Jeffrey Meldrum y es profesor adjunto de anatomía y antropología de la Universidad Estatal de Idaho. Meldrum es fan del sasquatch desde que era niño. En 1996 le mostraron unas supuestas huellas de sasquatch vaciadas en yeso. Al principio se mostró escéptico, pero luego el grado de detalle con que estaban hechas, y otros indicios que sólo ve el ojo experto, lo convencieron de que los moldes eran legítimos y que, por lo tanto, valía la pena investigar la leyenda de pie grande. En ciencias, sin embargo, la convicción de uno nunca basta, por experto que sea: se requiere la convicción de muchos expertos, y esos muchos no se han dejado convencer. Aunque respetan a Meldrum por su trayectoria y publicaciones sobre antropología de homínidos y primates, su faceta sasquatch deja a sus colegas con una sonrisa lacónica. ¿Necios que no quieren ver la verdad?

No necesariamente. Como dice el astrónomo y divulgador Carl Sagan, “se rieron de Colón, se rieron de los hermanos Wright…pero también se rieron de Bozo el Payaso”. El menosprecio de los colegas no es signo de que uno tenga razón; es más: por lo general (salvo en casos muy contados), es signo de todo lo contrario. Pese a todo, algunos de sus colegas, aunque disienten, reconocen que Meldrum podría estar haciendo un trabajo útil. Que un científico serio se dedique a investigar al sasquatch les parece razonable, en lo que a recursos invertidos en el asunto se refiere. El resto de sus colegas se burlan de él despiadada, y quizá merecidamente, hay que decirlo.

¿Qué opina Meldrum de las afirmaciones de Matthew Whitton y Rick Dyer? “Nada convincentes. Parece un disfraz con unas tripas encima para añadir efecto”, dijo de las fotografías a la revista Scientific American, lo que habla bien de su seriedad. Un fanático no pone en duda ni el indicio menos convincente de que podría estar en lo cierto; un científico, en cambio, tiene la obligación de cuestionar hasta la evidencia más sólida de que está en lo cierto.

(Para saber más sobre animales extraños y cómo los ven los científicos les recomiendo descaradamente mi nuevo libro Después del miedo, la ciencia (Editorial Castillo). Link a Gandhi Libros).

Lista de mis otros libros en mi página personal.

miércoles, 13 de agosto de 2008

La ola perfecta y lo que nos dice de la ciencia

A fines de 1915 el explorador británico Ernest Shackleton llegó con sus 27 hombres a la isla Elefante, una migaja de tierra situada frente a las costas de la península Antártica. Les quedaban tres embarcaciones no más grandes que simples lanchas y nada más. Habían estado derivando en el hielo durante muchos meses, desde que su barco, el Endurance, quedó atrapado entre los témpanos. Éstos terminaron por aplastar el navío y los expedicionarios habían tenido que acampar en el hielo durante muchas semanas. La última esperanza que les quedaba era afincarse en tierra firme y mandar una expedición en busca de ayuda. Para eso había que cruzar 1300 kilómetros del mar más violento de la Tierra y Shackleton escogió a sus mejores marinos para acompañarlo en ese intento desesperado por salvarse.

La travesía de Shackleton es una de las aventuras marinas más escalofriantes de la historia y el explorador la narra vívidamente en su libro de memorias South. El Atlántico Sur hizo honor a su fama. Shackleton escribe: “Tan pequeño era nuestro barco y tan grandes las marejadas que a menudo la vela se ponía lacia en la calma que sobrevenía entre cresta y cresta. Luego, al remontar la siguiente ola, nos daba de lleno la furia del ventarrón y nos rodeaba la blancura como de lana de las rompientes”.

A la medianoche de la décima jornada Shackleton iba al timón cuando divisó a lo lejos una luz blanca y mortecina. Pensó que era un claro en el cielo. Luego se dio cuenta de que no era un claro, sino la cresta de una ola descomunal.
--¡Por el amor de Dios, sujétense! –vociferó Shackleton --. ¡Nos va a arrastrar!
La ola gigante pasó de largo. La embarcación sobrevivió, pero por un pelo. Los marinos se pusieron a sacar el agua de la embarcación “con la energía del que lucha por su vida”.

Una ola gigante no es solamente una ola muy grande; es una verdadera pared de agua en movimiento, que puede alcanzar los 30 metros, o sea, la altura de un edificio de 10 pisos. No hay que confundirla con un tsunami. Los tsunamis sólo son destructivos al llegar a las costas. En altamar son ondulaciones apenas perceptibles, de un metro de altura a lo sumo, pero de varias decenas de kilómetros de ancho. El tsunami se manifiesta al llegar a aguas someras, donde el frente de la larguísima onda empieza a frenarse. Las partes posteriores se agolpan sobre las anteriores como los vagones de un tren cuya locomotora diera un frenazo violento; el agua se levanta y arremete contra la costa. La ola gigante en cambio es una ola de aguas profundas y de corta longitud de onda, pero muy destructiva. Para definirlas, algunos hacen lo siguiente: se toma un registro de olas y sus alturas correspondiente a un lugar y a cierto lapso. Se desechan los dos tercios bajos de la distribución. Al tercio que queda –las olas más altas—se le saca el promedio. El promedio del tercio superior de la distribución de olas de un lugar se llama altura significativa. Pues bien, las olas gigantes son aquellas cuya altura es por lo menos el doble de la altura significativa. Las boyas detectoras situadas en altamar han llegado a medir oleajes con alturas significativas de 18 metros y medio.

Hasta hace poco no había más prueba de la existencia de las olas gigantes que las narraciones de marinos como Shackleton. Se contaba de muros de agua de 30 metros que aparecían de repente, desplazándose en una dirección distinta a la del movimiento del oleaje, incluso en condiciones de buen tiempo. Como dicen los científicos, sólo había evidencia anecdótica, pero el 1 de enero de 1995 una ola gigante causó daños en una plataforma petrolera del Mar del Norte y con este suceso se confirmó la existencia de estos verdaderos monstruos marinos. Una vez que sabemos que existen, podemos tratar de entender cómo se forman, lo que podría ser útil para saber en qué condiciones ocurren y así predecirlas y evitar accidentes en el mar. El problema es que hasta hace poco a nadie se le había ocurrido un mecanismo convincente.

En la vida cotidiana casi nunca sucede que salga uno a buscar champiñones y regrese con fresas, pero en la ciencia sí. Es común que la descripción física de un fenómeno –por ejemplo, el movimiento de una pelota colgada de un resorte—sirva inesperadamente para describir otro, como las variaciones de la corriente en un circuito eléctrico provisto de una resistencia, un capacitor y un alambre enrollado. Así pues, el equipo que más recientemente ha anunciado una explicación de las olas gigantes no está compuesto de oceanógrafos, sino de físicos, y su tema de estudio no son las ondas en la superficie del mar, sino la transmisión de calor en el helio líquido en estado de superfluidez, ¡imagínense!

En efecto, Peter McClintock y su equipo no trabajan en un crucero oceanográfico, sino en un laboratorio de la Universidad de Lancaster, Reino Unido, y el aparato experimental que usan es un cilindro de unos cuantos centímetros de diámetro lleno de helio líquido muy frío por el que se hace pasar calor. En estas condiciones, el calor empieza a transmitirse de una manera muy distinta que en nuestra taza de café de la mañana. McClintock y colaboradores reportan que, en ciertas circunstancias, se producen en el helio líquido ondas de calor que crecen desmesuradamente en vez de disiparse, como esperaban los investigadores. Estudiando este fenómeno, los investigadores británicos y sus colaboradores rusos creen que pueden ayudar a entender en qué condiciones se forman las olas gigantes en el mar.

Independientemente de la explicación detallada del asunto, lo interesante de la historia es esto: la ciencia en México la patrocina básicamente usted lector y radioescucha. Como el dinero que usted lector y radioescucha destina a la ciencia es muy escaso, hay que repartirlo juiciosamente. Así pues, los administradores de la ciencia se han sentido en muchas ocasiones obligados a financiar solamente proyectos científicos que resuelvan problemas “importantes”. Imagínese que usted es administrador de la ciencia. Con este criterio es muy probable que, si alguien le llega con un proyecto para estudiar la transferencia de calor en el helio superfluido, usted lo mande a freír espárragos. Si en cambio le presentan un proyecto de investigación para aprender a predecir las olas gigantes en el mar –lo que permitiría salvar vidas y ahorrar mucho dinero—usted no tendría tantas dudas en financiarlo. En conclusión: la ciencia no se puede planear tanto como quisieran los administradores juiciosos, y no porque los científicos sean unos díscolos, sino por la forma misma en que opera la ciencia: en cualquier momento la investigación más esotérica puede arrojar resultados traducibles en beneficios directos a la sociedad que financia la ciencia. Parte de la tragedia de la ciencia en México es que los encargados de repartir el dinero no la entienden y le exigen lo que no puede dar.

La otra parte de la tragedia es que los científicos, por lo general, no saben cómo explicarles a los administradores, pero eso es harina de otro costal.

lunes, 11 de agosto de 2008

En mi casa espantan

Bienvenidos a la nueva época de Imagen en la Ciencia. Espero sus comentarios. Gracias por su paciencia.

Vivo en una casa más o menos grande y vieja del norte de la Ciudad de México. Los inquilinos anteriores decían que aquí espantaban. Quizá por eso una noche se fueron sin avisar ni pagar la renta de los últimos seis meses. O quizá sólo se fueron porque eran unos sinvergüenzas.

Al poco tiempo de vivir aquí empecé a entender por qué decían los desaparecidos inquilinos que en la casa había fantasmas: en ciertas circunstancias se oía un fuerte tamborilear dentro de las paredes, o más bien como una ametralladora: taca-taca-taca-taca-taca. El ruido nos recordaba la película de Jumanji, en la que se oyen tamborazos cada vez que va a pasar algo horrible. En noches de viento la ventana de mi cuarto emite rechinidos misteriosos y no pasa noche sin que el mueble de la tele truene justo cuando estoy a punto de quedarme dormido, con lo que me despierto con un sobresalto. ¿Malicia de los espíritus chocarreros? A las cuatro o cinco de la mañana las ventanas de mi estudio vibran como si alguien estuviera zarandeando la casa, como si un espíritu preso entre los muros intentara en vano romper los cristales. Y otras veces, cuando todo está en silencio, detrás de la pared se oye un tenue repiqueteo, como de piedritas que caen.

Cuando tenía doce años una vez nos llamó una vecina a mi amigo Rodrigo y a mí para que fuéramos a salvarla. Estaba sola en su casa y oía ruidos. Temía que hubiera ladrones (creo que no se le ocurrió que también podía ser fantasmas). Al llegar mi amigo y yo nos quedamos parados en silencio en la sala para ver si oíamos los ruidos. Sí los oímos. Para mí eran claramente los sonidos que hace la estructura de una casa al contraerse cuando cae la noche y empieza a enfriarse. No había nada que temer. Por supuesto que había otra interpretación de lo observado —ladrones o fantasmas—, pero al oír los ruidos a mí por lo menos no me quedó la menor duda: era la contracción térmica.

Los espantos de mi casa también tienen otras explicaciones: el taca-taca resultó ser una tubería que vibraba cuando entraba agua al tinaco en las mañanas y en las noches. El inquietante ruido desapareció cuando el plomero instaló una tubería de desalojo de aire que faltaba en la instalación del calentador. El rechinido de la ventana es simplemente la rama del granado que tenemos en el jardín, que roza con el vidrio cuando la agita el viento. El estampido del mueble de la tele es atribuible a la contracción térmica, como la mayoría de los ruidos que hacen las casas viejas y achacosas, y la vibración de las ventanas del estudio ocurre exactamente a las horas en que empiezan a circular los camiones por una avenida cercana y hacen resonar los vidrios a frecuencias infrasónicas. En cuanto a las piedritas que se oye caer dentro de los muros, se deben a que la casa está infestada de termitas.

Crecí en un ambiente más o menos racional, lo cual les agradezco infinitamente a mis padres. En mi casa no les teníamos miedo a los ruidos raros ni a los truenos porque nunca creímos en los fantasmas. A mí nunca se me hubiera ocurrido interpretar las manifestaciones sonoras de mi casa como otra cosa que fenómenos físicos perfectamente explicables, pero la interpretación de los inquilinos prófugos me puso a pensar en cómo ven el mundo quienes no comparten mi visión naturalista y materialista del universo. Si yo creyera en fantasmas, sin duda alguna habría llegado a la misma conclusión que ellos y hubiera considerado estos divertidos fenómenos como confirmación de que, además de termitas, en la casa medran los aparecidos. Quizá ésta sea la diferencia entre una persona con mentalidad científica y otra con mentalidad mágica: el tipo de explicaciones que nos dejan satisfechos. Yo prefiero una explicación sencilla en términos de fenómenos naturales (y casi siempre la encuentro); los inquilinos fugados, al parecer, se sentían más cómodos atribuyéndoles todo lo que no entienden a los fantasmas.

No quiero dar a entender que esta visión del mundo sea “mejor” en un sentido absoluto (es mejor para extraer de la naturaleza conocimientos confiables que otras personas pueden verificar, pero éste no es el único objetivo de la existencia). No pretendo convencer a nadie; sólo mostrar una posibilidad, una alternativa al pensamiento mágico, tan predominante hoy: muchas veces (si no todas) las cosas más insólitas tienen explicación. En realidad de eso se trata la ciencia: es el juego de buscarle a todo lo que sucede (si de veras sucede) una explicación natural en vez de sobrenatural. Es un juego que nos ha revelado, por una parte, un montón de cosas útiles que podemos aprovechar para mejorar nuestra vida, y por otra, un universo más hermoso y misterioso que el que se imaginan quienes creen en los fantasmas.