miércoles, 28 de enero de 2009

Autorretrato galáctico


Imagínense que no existieran los espejos. ¿Cómo sabríamos qué cara tenemos?

Observando los rostros de los demás podríamos hacer ciertas inferencias razonables acerca del nuestro: que probablemente tenemos dos ojos, una nariz y una boca, por ejemplo. Pero para saber los detalles específicos no habría más remedios: tendríamos que medirnos de alguna manera.

Sucede una cosa parecida con nuestra galaxia, la colección de miles de millones de estrellas, gas, polvo y materia oscura de la que forma parte el Sol con todos sus planetas. No podemos verla desde fuera igual que no nos podemos ver la cara sin espejo, pero mirando otras galaxias (y hay miles de millones de dónde escoger) podemos inferir que la nuestra también es un disco plano con el centro abultado y la materia brillante distribuida en espirales. Los detalles específicos, empero, no los sabremos mientras no hagamos alguna clase de medición.

Una galaxia es una cosa muy grande; tanto, que fue hasta la tercera década del siglo XX cuando los astrónomos reunieron suficientes pruebas para convencerse de que la nuestra no era la única.

En 1912 Henrietta Swan Leavitt, del Observatorio Harvard, descubrió casi por accidente un método para estimar distancias enormes. Cierto tipo de estrellas brillan todas con la misma intensidad. Se llaman variables cefeidas y son relativamente fáciles de identificar. Si sabemos a qué distancia se encuentra una estrella de este tipo, podemos calcular a qué distancia se encuentra cualquier otra comparando los brillos aparentes de ambas. Es como estimar la distancia relativa de dos focos (o bombillas) de 100 W: el que se ve más brillante está más cerca. Así, si uno localiza una variable cefeida en un conjunto de estrellas, puede determinar a qué distancia se encuentra éste. Cuando el astrónomo Edwin Hubble localizó una variable cefeida en la gran nebulosa de la constelación de Andrómeda, los astrónomos no tardaron en reconocer que ésta era otra galaxia y no una nube de gas y polvo en condensación, como creían algunos. La galaxia de Andrómeda, calculó Hubble, se encontraba a un millón de años luz de la nuestra (hoy sabemos que está cerca de dos veces más lejos).

El método de Henrietta Swan Leavitt nos abrió las puertas del universo y permitió medir por primera vez nuestra propia galaxia. Harlow Shapley, acérrimo enemigo de Hubble, lo usó para medir las distancias a las que se encuentran unas insólitas agrupaciones de estrellas de forma casi esférica, llamadas cúmulos globulares. Los cúmulos globulares pueden contener hasta un millón de estrellas. Shapley trazó un mapa de los cúmulos considerando su posición en el cielo y sus distancias y se dio cuenta de que formaban una distribución aproximadamente esférica alrededor de nuestra galaxia. El astrónomo conjeturó que el centro de esa distribución debía ser también el centro de la galaxia. Entre la niebla empezaba a definirse la cara de la Vía Láctea.

La Vía Láctea y la galaxia de Andrómeda son las dos hermanas grandes de la familia de galaxias conocida como Grupo Local. Desde tiempos de Hubble y Shapley --y hasta hace unas semanas-- pensamos que Andrómeda era, con mucho, la mayor. El más reciente episodio en la historia del descubrimiento de la cara de la Vía Láctea muestra que nuestra galaxia está girando mucho más rápido de lo que se pensaba. Como la velocidad de rotación de una galaxia aumenta con la masa, eso quiere decir que la galaxia es más grande de lo que creíamos. Mark Reid, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian, anunció en un congreso reciente que el Sol está girando alrededor del centro de la galaxia cerca de 15 % más rápido de lo que pensaban los astrónomos, lo que significa que la masa de la galaxia es del doble de lo que se pensaba. Nuestra galaxia es un peso completo y no le pide nada, en términos de tamaño, a la galaxia de Andrómeda: más que hermanas, las dos galaxias son gemelas.

Lo cual tiene implicaciones interesantes. Hace mucho que sabemos que ambas galaxias se están acercando a cientos de miles de kilómetros por hora, cosa muy natural, puesto que se atraen gravitacionalmente. Cada estrella, cada nube de gas y cada partícula de materia oscura de una está atrayendo a las estrellas, nubes y partículas de la otra. Y así poco a poco se cierra el abismo de espacio que las separa. Llegará el día en que las hermanas chocarán. He aquí una simulación digital del choque:





...que más que un choque parece un baile: las hermanas se acercan, extienden los brazos (formados por miles de millones de estrellas), se alejan, se estiran y se vuelven a acercar, hasta que al final se funden en un abrazo que las convierte en un solo objeto. En la simulación, una supercomputadora les sigue la pista a 100 millones de puntos virtuales que representan estrellas que se atraen unas a otras siguiendo las leyes del movimiento de Newton. La simulación también incluye los efectos de la atracción gravitacional de la materia oscura. Lo que acaban de ver representa unos mil millones de años de la vida de las dos galaxias.

Antes de saber que la Vía Láctea tiene dos veces más masa de lo que creíamos los astrofísicos calculaban que la colisión se produciría (o más bien empezaría a tener efectos, puesto que no hay manera de definir un momento exacto del choque) dentro de unos 5,000 millones de años. La nueva información implica que la cosa se adelantará.

No hay necesidad de hacer las maletas, por dos razones. La primera es, desde luego, que de todos modos falta muchísimo tiempo, y quizá para cuando ocurra el Sol habrá dejado de existir y con él la Tierra. La otra es que una colisión de galaxias es como el choque de dos soplos de humo, o de dos nubes. Las estrellas están tan separadas, que es muy poco probable que haya colisiones entre ellas. El choque es más bien un gran trastorno de la distribución de las estrellas de ambas galaxias sin destruir ninguna. Me imagino que los planetas habitados de esos tiempos futuros seguirán estando habitados durante el choque y después. Eso sí: las dos hermanas quedarán irreconocibles. Lo que sigue es otra simulación del choque de dos galaxias, pero interrumpida por fotografías de objetos celestes reales con todas las formas intermedias que se producen durante la colisión:



Me imagino a los Harlow Shapley de esas galaxias deformadas por una colisión en curso: los pobres no encontrarían formas sencillas como esferas cuyo centro y tamaño se puede calcular desde su planetita insignificante. ¿Podrán deducir de lo que ven la dramática historia de sus galaxias? ¿Cómo hubiera sido la historia de la astronomía reciente en la Tierra si Shapley no hubiera visto un patrón esférico?

domingo, 25 de enero de 2009

Regalito para los lectores

Hola todos:

En diciembre pasado la revista ¿Cómo ves?, de la cual soy editor científico y colaborador asiduo, cumplió 10 años. Desde el segundo aniversario de la revista se hizo tradición que, además de los discursos de rigor, hubiera una presentación humorística, la cual recayó en mí, misteriosamente. Así, todos los años preparo algo para el aniversario de nuestra querida revista y creo que la gente ya lo espera con ansia. He aquí lo que presenté este año.

A manera de antecedente para lo que verán en la segunda parte, diré que la SOMEDICYT es la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, de la cual soy miembro, y que en noviembre nos reunimos en Tepic, Nayarit, en nuestro congreso anual.
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Pónganle buen sonido y que se diviertan.

Tercera llamada...

Primera parte:




Segunda parte:


jueves, 22 de enero de 2009

La última batalla de un guerrero prehistórico


No, no me refiero a George Bush, guerrero prehistórico que hace dos días, ¡por fin!, dejó de ser presidente de Estados Unidos. Hemos esperado ocho años este momento.

El guerrero al que me refiero, en cambio, esperó bastante más para narrar su historia.

En 1991 dos turistas alemanes que paseaban cerca del glaciar Similaun, en la frontera entre Austria e Italia, vieron una cabeza que sobresalía del hielo. Primero pensaron que era una vieja muñeca abandonada a la intemperie, pero no tardaron en darse cuenta de que era una cabeza humana y dieron aviso a las autoridades de ambos países. Como la cabeza tenía un agujero en la parte posterior, los turistas pensaron que se trataba del cadáver de un asesinado. Tenían razón, pero no como ellos creían...

Se hicieron varios intentos de extraer el cuerpo del hielo para identificarlo y avisar a los familiares: un rescatista austriaco se valió de un martillo hidráulico, otros la emprendieron a golpes de zapapico contra el cadáver. Por fin, a los cinco días del descubrimiento, alguien se dio cuenta de que no iba a ser posible encontrar a los familiares, porque el cuerpo era muy antiguo. Para entonces varios visitantes ya se habían llevado partes de la vestimenta y las herramientas del personaje.

Resultó que el cuerpo llevaba unos 5300 años atrapado en el hielo, según las pruebas de fechamiento por radiactividad. La noticia cundió por todo el mundo. "El hombre del hielo", lo llamaron los medios de comunicación. ¿Por qué tanto interés? Porque, con 53 siglos, el hombre del hielo es el cuerpo más antiguo tan bien conservado (hay momias egipcias más antiguas, pero no tienen los órganos internos porque los egipcios los extraían antes de momificar un cuerpo). Más importante aún: como al hombre glacial lo sorprendió la muerte en las montañas, lejos de su casa, no lo vemos rodeado de objetos propios de los ritos funerarios, sino con sus artículos de todos los días: botas de cuero con hierba en el interior para conservar el calor, una capa tejida de juncos, vestimenta de piel de venado y de cabra, alforja con los restos de algunas plantas con propiedades medicinales, flechas -algunas sin terminar- con puntas de piedra y plumas en la parte posterior para hacerlas girar mientras vuelan, lo que mejora la precisión del tiro. El cuerpo tiene tatuajes y muestra evidencia de haberse cortado el pelo, costumbres que se creía eran más modernas.

Los primeros estudios revelaron la constitución física del viajero neolítico. Medía 1.60 m y al morir tendría unos 45 años, pesaba alrededor de 50 kilos (era bajito incluso para su época) y estaba en buena condición física. Aunque tenía la nariz y los labios aplastados por el hielo, se podía inferir que era de facciones regulares y que, si nos lo encontráramos hoy en la calle ataviado con prendas modernas, no nos llamaría la atención. Estudiando el polvo y el polen que acompañaban el cuerpo, así como el esmalte de los dientes, los científicos han deducido que vivió su infancia en la región actual del Tirol, pero que en la edad adulta se fue a vivir más al norte. Se sabe también que unas ocho horas antes de su muerte había comido carne de venado con algunos granos y frutas. A partir de un trozo de uña, el único que se recuperó, se sabe que el hombre del hielo padeció tres enfermedades en los seis meses previos a su muerte, una de ellas una parasitosis intestinal.

Durante mucho tiempo los arqueólogos pensaron que el hombre del hielo era un pastor perdido en las montañas durante una tormenta, pese a que iba bien armado: además de arco y flechas, llevaba una daga de pedernal con mango de madera. El pastor neolítico habría muerto de frío, simplemente. Markus Egg, experto en prehistoria de la Universidad de Innsbruck, pensaba que quizá el personaje se aventuró en parajes de mayor altitud para aprovechar la hierba que crecía allí en verano (se sabe que era verano por los restos de unas bayas que llevaba el hombre de hielo en su alforja). Pero en 2001 el misterio se complicó: los científicos encargados del cuerpo encontraron una punta de flecha enterrada en uno de los hombros, lo que demostraba que el tiro vino de atrás. ¿Sería un caso de asesinato? Un análisis de ADN de la sangre que había en una de las flechas reveló que ésta había sido usada para herir a varios enemigos. El hombre de hielo tenía una cortada profunda en una mano, lo que sugería que tuvo que luchar cuerpo a cuerpo. La chaqueta de cuero del guerrero tiene manchas de sangre de otra persona, lo que podría indicar que después de la batalla auxilió a un amigo, o bien que los dos trataron de escapar juntos. Al menos ésta es una manera de interpretar los rastros del pasado. Faltaría encontrar los restos del amigo o de los atacantes, lo que no ha sucedido.

El cuerpo del hombre del hielo fue objeto de una enconada disputa entre los gobiernos de Austria e Italia. Hoy el cuerpo se encuentra en el Museo Arqueológico del Tirol del Sur, en Bolzano, Italia, pero durante varios años residió en la Universidad de Innsbruck. Helmut y Erika Simon, los turistas que lo encontraron, han pedido una suma de 150,000 euros por el descubrimiento y varias personas más se han presentado como codescubridores del hombre del hielo por ser parte del tour en el que iban los Simon.

Y, por supuesto, ya se habla de una maldición del hombre del hielo.

martes, 20 de enero de 2009

Obama y la ciencia, reloaded

A los pocos minutos de empezado su discurso de toma de posesión, Barack Obama dijo: "Le devolveremos a la ciencia el lugar que le corresponde". Ya sabíamos que el nuevo presidente de Estados Unidos era partidario de la ciencia (ver Obama y la ciencia en este blog). Con esta temprana mención del tema, nada más empezar a ser presidente, el ex senador reafirma su promesa de campaña y nos da confianza a los adeptos de la ciencia de que la cosa va en serio. (Y desde luego, con George Bush sentado a dos metros del podio, el verbo "devolver" tiene lo suyo de sabroso: si a la ciencia hay que "devolverle" su lugar, es porque se lo habían quitado).

Las ventajas para la ciencia durante el mandato de Barack Obama van más allá del apoyo del gobierno. Como señala Natalie Angier, del periódico The New York Times en un artículo reciente, ahora ser científico podría ser cool, como lo fue en los años 60 y 70. Angier sugiere que hay buenos motivos para esperar que la ciencia y otras actividades intelectuales recuperen el prestigio y que con este cambio de percepción social haya más mujeres que se animen a elegir carreras científicas. Dedicarse a la ciencia exige más años de estudio y de trabajo arduo y relativamente mal remunerado que otras carreras. Son pocas las mujeres que: 1) deciden sacrificar la vida familiar tradicional por la ciencia, o bien 2) que habiendo elegido la ciencia, pueden hacer empatar profesión y familia. Con todo, estos obstáculos no son, al parecer, lo que más les preocupa a las científicas. En una encuesta que cita Angier, se entrevistó a 1,350 mujeres científicas de 70 países distintos. Las entrevistadas coincidieron en que el obstáculo más grande para las mujeres es la percepción social de la ciencia como una actividad masculina. Así, cuanto más fácil sea para las mujeres compaginar la vida académica con la familia (y mientras más compartan las responsabilidades con sus parejas, científicos o no) -y al mismo tiempo se vuelva más chic ser científico-, más mujeres participarán en la empresa científica...

...en Estados Unidos. En otros países, como México, ni hay apoyo del gobierno ni hay percepción social favorable: a las mujeres se les sigue exigiendo el grueso de la responsabilidad de la casa y la ciencia sigue siendo para machos. Lástima

miércoles, 14 de enero de 2009

La naturaleza, versión 2.0


¿Quién dice que en esta vida no puedes ser al mismo tiempo científico y artista, o ingeniero y artista? Es más, ¿quién dice que ciencia y arte están claramente separadas?

No, no voy a hablar de Leonardo da Vinci, sino del escultor holandés Theo Jansen.

Jansen hace esculturas que se mueven con la energía del viento. Sus máquinas ambulantes, parecidas a esqueletos de animales descomunales, tienen velas que parecen abanicos de tela, sistemas de almacenamiento de energía neumática hechos de botellas de plástico herméticas conectadas con mangueras de goma y patas como de insecto o de cangrejo, las cuales se mueven en secuencia por medio de un cigüeñal, como los pistones de un coche. Las patas y la estructura, así como los pistones de aire que los impulsan, están hechos de tubos de PVC vil y vulgar.

Jansen "libera" a sus animales en las playas de Holanda, a veces en manadas. El viento agita los abanicos o los hace girar. El sistema neumático almacena la energía y cuando hay suficiente, el animal avanza. El inventor y escultor ha ideado incluso un cerebro neumático, hecho de los mismos materiales, que sirve para contar los pasos que da la máquina. El mecanismo puede así invertir su marcha al cabo de cierto número de pasos para evitar obstáculos.



Theo Jansen estudió física para complacer a un profesor que le caía bien, pero luego se dio cuenta de que no estaba a gusto. Se dedicó a la pintura. Luego leyó El gen egoísta, célebre libro del etólogo británico Richard Dawkins, publicado en 1976, y su vida cambió. Las esculturas de Jansen son hermosas e inquietantes, pero además de belleza plástica, tienen una dimensión filosófica que no salta a la vista, y que se deriva de las ideas de Dawkins y del filósofo estadounidense Daniel Dennett.

Hay quien se opone a que consideremos a los seres vivos como máquinas. Dicen que, por más complejo que sea un mecanismo, un ser vivo es aún más complejo, como si fuera competencia. En su libro La peligrosa idea de Darwin, Dennett demuestra que en realidad no hay distinción posible entre una simple molécula que fabrica copias de sí misma (que no es difícil ver como pequeña máquina molecular) y un organismo vivo, lo cual es de esperarse, puesto que los seres vivos de hoy han evolucionado a partir de las moléculas autocopiadoras de ayer. No existe, pues, una esencia de la vida ni una chispa divina que distinga lo animado de lo inanimado. En su libro, Dennett sugiere que se puede obtener el rico comportamiento típico de los seres vivos por medio de máquinas suficientemente complicadas. Dennett propone que nosotros mismos somos, no una máquina, sino una colección de miles de millones de mecanismos de escalas diversas, que van desde máquinas moleculares hasta órganos.

Las máquinas eólicas ambulantes de Theo Jansen se desplazan por las playas holandesas con movimientos de una belleza conmovedora y además muy convincente. Parecen animales, en efecto. El inventor les ha ido añadiendo capacidades: un sistema neumático que les permite detectar que han llegado al agua, el cerebro contador del que ya hablé, un mecanismo para anclarse en la arena cuando el viento arrecia y un sistema para almacenar la energía del viento para usarla después. Jansen dice que sus animales ya tienen una especie de imaginación muy primitiva con su cerebro de válvulas y botellas. Quizá ya sean más inteligentes que algunos microorganismos. Con el tiempo, el inventor quisiera que sus animales pudieran sobrevivir solos en la playa.



Para diseñar sus animales, Theo Jansen se vale de una computadora y un tipo de programa conocido como "algoritmo genético", que es un programa de optmización de soluciones que funciona como la evolución por selección natural. La selección natural produce individuos bien adaptados para vivir en cierto entorno al cabo de muchas generaciones de organismos con aptitudes distintas que compiten. Los que mejor se las arreglan dejan más descendientes como ellos. El algoritmo genético produce soluciones óptimas para el problema de interés al cabo de muchas generaciones de soluciones variadas que la computadora pone a prueba y desecha si no cumplen ciertos criterios. A las que sí los cumplen, se les hacen variaciones y pasan a la segunda ronda de pruebas.

"Los animales también son máquinas", dice Theo Jansen en una entrevista con la revista Wired. "Yo hacía animales nada más con tubos por ser éstos muy baratos, pero luego me resultaron muy útiles para crear vida artificial porque son muy flexibles y versátiles. Hoy los considero como una especie de proteína... Se pueden fabricar cosas muy variadas con un solo material y eso es lo que yo trato de hacer".

Theo Jansen empezó haciendo máquinas capaces de hacer pilas de arena frente al mar para contener las mareas. Estos diques son muy necesarios en Holanda, no en vano llamada "los países bajos": una buena parte de su territorio está bajo el nivel del mar. Sus máquinas le evocaban animales y el escultor cambió de objetivo. Se puso a construir máquinas ambulantes por el puro gusto.

De momento quizá sea exagerado decir que ha creado "vida artificial", pero si Jansen siguiera por ese camino, añadiéndoles funciones y capacidades a sus animales playeros, ¿hasta dónde podría llegar? ¿Qué pasaría si le damos los 4000 millones de años que le lleva de ventaja la selección natural? Los animales de Theo Jansen ya tienen una especie de cerebro con una o dos neuronas. ¿Qué pasaría si tuvieran miles de millones de neuronas neumáticas como nosotros tenemos miles de millones de neuronas biológicas (pero que funcionan básicamente igual)? ¿Podría llegar a ser consciente un hipotético animal de Jansen del tamaño de una galaxia?

martes, 13 de enero de 2009

¿Santos científicos?

Cerca del Lago de Chapultepec, en la Ciudad de México, hay una estatua de bronce del astrónomo polaco del siglo XVI Nicolás Copérnico. La estatua está ennegrecida y salpicada de manchas blancas: la opinión de las palomas (injusta opinión, creo yo, pero admito que las palomas también tienen libertad de expresión).

En la escuela, cuando nos hablan de un científico importante, generalmente nos lo pintan como un santo o un mártir. Se queda uno con la idea de que para ser científico hay que ser justo, leal, noble, ascético, profético, desinteresado e infalible. ¡Difícil profesión! Consecuencia: nadie quiere estudiar ciencias.

En la revista ¿Cómo ves?, de cuyo equipo editorial formo parte, recibimos como colaboración muchos artículos históricos acerca de las contribuciones de los personajes importantes. Algunos de esos artículos están escritos como vidas de santos. Cuando preparo uno de esos artículos para publicación, lo primero que hago es borrar todas las frases del tipo "el gran científico fulano", "el incomparable mengano". Luego reviso que no contenga errores históricos del autor, que en su afán hagiográfico puede prestarle al presonaje virtudes que no tenía. Por ejemplo, Antoine Laurent Lavoisier fue un químico extraordinario y le debemos mucho, pero Lavoisier era concesionario de la Ferme Générale, entidad que se encargaba de cobrar los impuestos en Francia y que lo hacía por "outsourcing". Lavoisier fue ejecutado el 8 de mayo de 1794 por los revolucionarios, que sabían poco de sus contribuciones a la química, pero mucho acerca de sus actividades como cobrador de impuestos. Galileo Galilei, uno de mis personajes preferidos, escribió uno de sus libros más importantes para alegar que los cometas son fenómenos atmosféricos y no cuerpos astronómicos (el libro es importante porque en él Galileo expone los principios del buen razonamiento científico, paradójicamente). Como en la revista no nos interesa pintar a los científicos como seres humanos superiores, esos artículos los rechazamos o los enmendamos, cuando se puede. Los científicos se equivocan, como todo el mundo, y pueden tener defectos morales, como cualquiera.

Un ejemplo extremo es el del físico experimental húngaro-alemán Philipp Lenard, premio Nobel de física 1905. Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, el despecho se tradujo, para muchos, en antisemitismo. El odio de los antisemitas se concentró en la persona de Albert Einstein, el científico más famoso del mundo ya entonces. En marzo de 1920 los científicos antisemitas fundaron una organización pomposamente llamada "Grupo de Estudios de Filósofos Naturales de Alemania" con el objetivo de atacar a los científicos judíos. Y también a sus teorías, lo que resulta aún más tonto. Tenían mucho dinero, y lo usaron para pagar una campaña contra Einstein. Philipp Lenard se unió a sus filas y su presencia le dio al grupo una falsa respetabilidad. Lenard afirmaba que las teorías de la relatividad eran un "fraude judío" y que había que desterrarlas de la física alemana.

Enterado de la existencia de estos simpáticos muchachos, Einstein les puso el mote de "Compañía Antirrelativista". La compañía organizó una serie de 20 conferencias en la Sala de la Filarmónica de Berlín. Durante una de las charlas, estaba el expositor despotricando contra la relatividad cuando entre el público se oyó el murmullo de "Einstein, Einstein". Y en efecto, ahí estaba Einstein, al parecer muy divertido, porque se moría de risa. Al terminar la plática, el famoso físico les agradeció el buen rato a sus anfitriones involuntarios y se fue. Trece años después, Albert Einstein se fue de Alemania para siempre.

A Philipp Lenard lo hicieron profesor emérito de la Universidad de Heidelberg en 1931.

martes, 6 de enero de 2009

Nubes del pasado


Hay historiadores para todo: para las guerras y la política, desde luego, pero también hay historiadores de la ciencia, de la moda, de la vida cotidiana y hasta del clima. Los historiadores tradicionales buscan rastros del pasado en documentos de la época: en los periódicos, los diarios personales, las fotografías, la literatura, las fés de bautismo y los certificados de defunción, los títulos de propiedad y las lápidas de los cementerios.

Los historiadores del clima se basan en registros de la temperatura y la presión tomados por los científicos de la época que les interesa, pero esos documentos, como tantos otros de los que emplean los historiadores, tienen límites: antes de alrededor de 1740 no hay manera de registrar la temperatura de manera exacta y confiable, por lo que se tiene uno que conformar con bitácoras y diarios donde dice “hoy hizo mucho frío” o “el río Támesis se congeló por primera vez en 40 años”.

Por suerte para los paleoclimatólogos, las condiciones atmosféricas dejan huella también en los anillos de crecimiento del tronco de los árboles y en las capas de hielo perpetuo (hoy menos perpetuo) de Groenlandia, por ejemplo. En las muestras cilíndricas de hielo que extraen los glaciólogos y las secciones de tronco que cortan los dendrocronólogos se puede leer la composición de la atmósfera, el nivel de elementos radiactivos, la concentración de ciertos gases, la temperatura, la duración del verano y del invierno. El registro es tan preciso, que en una capa de hielo se puede distinguir el verano del invierno de un mismo año. Lo mismo pasa con los anillos de crecimiento de los árboles. Estudiando estos rastros los climatólogos han logrado reconstruir la historia del clima global de los últimos 15,000 años, o sea, desde la última glaciación.

A partir del siglo XVII se añade un arma más al arsenal de los climatólogos: los registros de la cantidad de manchas solares. Las manchas las observó Galileo Galilei a principios del siglo, aunque ya otros las habían visto sin prestarles mucha atención. Aunque pasaron cerca de 300 años para que se pudieran interpretar bien, los científicos empezaron a registrar la actividad de las manchas. Hoy sabemos que esa actividad tiene un ciclo de unos 11 años y que mientras más manchas solares hay, más intensa es la radiación del Sol, o dicho de otro modo, más calienta. Gracias a los registros se sabe que en el siglo XVII, uno de los más fríos de los últimos 1000 años, hubo un periodo de cerca de 40 años durante el cual no se observó ni una sola mancha solar. Nadie sabe por qué, pero sí podemos hacer conjeturas acerca de la relación entre este lapso y las bajísimas temperaturas que se registraron en Europa por esa época.

¿Y si quisiéramos saber el pasado de la nubosidad? ¿Qué haríamos? Las nubes no dejan rastro físico una vez que se disipan. Si uno quisiera completar sus estudios del clima durante la edad media y los primeros siglos de la era moderna con datos acerca de la nubosidad, no podría recurrir ni a las muestras de hielo ni a los anillos de crecimiento de los árboles ni a los registros de manchas solares; y los diarios de algún monje que hubiera escrito “hoy estuvo muy nublado” no servirían de gran cosa porque no se puede saber qué tan nublado es “muy nublado” (el clásico problema de “qué tanto es tantito”, o la relatividad de las observaciones subjetivas).

En 1970 Hans Neuberger, profesor de meteorología de la Universidad Estatal de Pensilvania, encontró la solución, la cual explicó en un artículo titulado “El clima en el arte”. Neuberger recorrió los museos de Estados Unidos y Europa para estudiar 6500 obras pictóricas pintadas entre 1400 y 1967. En efecto, la pintura es una fuente muy generosa de información acerca del pasado. Por ejemplo, en El jardín de las delicias, de Hyeronimus Bosch, llamado El Bosco, pintado en el siglo XV, se ve en un rinconcito a dos personajes jugando backgammon. En otros cuadros se ve el interior de las casas, los instrumentos para arar o los utensilios de cocina, ropas, instrumentos musicales…y nubes.

Neuberger hizo un estudio estadístico del grado de nubosidad que se observa en los cuadros. Encontró que la nubosidad aumentó poco a poco entre 1400 y 1550, época en la cual se observa un aumento repentino. En los cuadros de entre 1550 y 1850 es común ver nubes bajas en gran abundancia, indicadoras de mal tiempo. El periodo de frío (en promedio) conocido como “la pequeña glaciación”, que empezó en la edad media, termina precisamente alrededor de 1850. A partir de ese año, las nubes de las pinturas que analizó Neuberger se van aligerando, pero en cambio el cielo deja de ser tan azul para volverse más amarillento. Es la época en que la revolución industrial cubrió Europa de humo de carbón.

¿Serán las nubes pintadas buen indicio de la nubosidad en el pasado? No hay manera de saberlo, pero, a falta de una máquina del tiempo para ir a ver con nuestros propios ojos, son buenísima idea.