jueves, 27 de septiembre de 2007

Los falsos "abiertos"

Tener mente abierta... ¿qué quiere decir?
Solía significar estar dispuesto a contemplar creencias y convicciones distintas de las propias, e incluso estar dispuesto a cambiar de opinión.
Ahora parece que ser "abierto" quiere decir aceptar sin resistencia cualquier idea sin pruebas, en especial las creencias New Age.
A los científicos nos pasa a cada rato: ¿Martín Bonfil escribe en su columna de Milenio que no cree en el señor japonés que dice que al agua le gusta la música de Mozart y en cambio detesta el heavy metal? Pues enseguida recibe mails donde lo tachan de "cerrado". ¿Que yo expreso mis dudas acerca de que la mecánica cuántica sirva para curar y para hacernos felices? ¡Lo mismo! Algún amable lector o radioescucha me increpará y me invitará a tener la mente más "abierta".
Ser abierto hoy quere decir no sólo estar dispuesto a creer cualquier patraña, sino, de hecho, creérnosla; y mientras más jalada, mejor, según parece. Me gustaría alegar en defensa de la apertura mental de los científicos y otros descreídos.
De hecho, ser abierto es fundamental en la vida científica. Para que la ciencia funcione bien --para elaborar explicaciones realistas y confiables de los fenómenos del universo-- la ciencia exige, ante todo, que las ideas se discutan continuamente. Por lo mismo, requiere que todas las ideas que se echan a la discusión estén bien fundamentadas en observaciones experimentales o en argumentos teóricos coherentes.
El científico que se sube al ring con sus ideas --por estrafalarias que sean-- se sube luego de haberlas sometido él mismo a las pruebas más rigurosas. El científico serio se anticipa a las objeciones de sus colegas, e incluso trata de inventarse objeciones inusitadas para probar si su idea es defendible. Si le parece que sí, la publica en una revista científica especializada o la presenta en un coloquio.
Ya en el ring el científico debe estar muy seguro de sí mismo. Pero sabe que no le conviene estar tan seguro que sea imposible hacerlo cambiar de opinión. Si sus ideas tienen fallas, el primer interesado en saberlo es él mismo. En la ciencia, la terquedad a veces conduce al descrédito. Además, bien sabe todo científico que se respete que la experiencia científica más común, con mucho, no es el placer del descubrimiento, sino la pesadumbre de ver derrumbarse ante la evidencia nuestra teoría favorita.
Se cuenta de Galileo Galilei, científico italiano del siglo XVII, que cuando defendía sus ideas contra el establishment religioso y académico se adelantaba a todas las objeciones de sus detractores aristotélicos, que creían que la Tierra estaba en el centro del universo y que el sol, los planetas y las estrellas giraban alrededor de ella. Galileo incluso fortalecía los argumentos en su contra ideando objeciones aristotélicas que no se les habían ocurrido a sus furiosos detractores. Luego las destripaba con argumentos lógicos y hechos observables. Y lo hacía con un placer rayano en el sadismo. Los aristotélicos no querían mucho a Galileo.
Las ideas, en general, pueden ser correctas o erróneas. Pero hay una tercera clasificación, que proviene de lo que dijo el físico Wolfgang Pauli cuando le presentaron el artículo de cierto joven físico. Pauli estimó que las ideas que contenía el artículo eran tan absurdas --o estaban tan mal fundamentadas-- que no llegaban ni siquiera a ser erróneas. Las ideas que se expresan de tal manera que es imposible someterlas a prueba --imposible verificarlas o desmentirlas-- no son ni siquiera erróneas y no les interesan a los científicos.
El científico, así pues, sí cambia de opinión...pero sólo cuando lo convencen. Ése es el derecho que nos niegan los promotores del New Age, la astrología y las curaciones cuánticas: el derecho a pensar por nosotros mismos y decidir si estamos convencidos o no. A ellos, según parece, hay que creerles so pena de que nos tachen de cerrados. Es como obligar a creer en dios.
La historia de la ciencia está salpicada de episodios en que una comunidad entera de científicos cambia de opinión. En cambio, yo aún no he visto cambiar de opinión a un convencido de la astrología o la curación cuántica. No están dispuestos a abandonar sus teorías si las pruebas en contra son sólidas.
Tal vez la justa medida de la apertura mental esté en esta frase que oí o leí alguna vez: hay que tener la mente abierta, pero no tanto que se te salgan las ideas.