viernes, 26 de abril de 2013

Adonde fueres haz lo que vieres

Cultura es todo lo que hacemos que no viene programado de fábrica en el cerebro: nuestro idioma nacional y la variante local que hablamos, las reglas de urbanidad, la política, la religión, la ciencia, los cuentos infantiles, los héroes a los que rendimos culto. Poseer la cultura local facilita interactuar con los nativos y a fin de cuentas favorece la supervivencia.

¿Cómo se adquiere la cultura? Aquella en la que uno nace se adquiere imitando a los padres sobre todo. La imitación también es la forma por excelencia de adquirir una cultura a la que se llega.

El aprendizaje social de la cultura es una especie de herencia parecida a la herencia genética. Podríamos decir que hay unos conocimientos y comportamientos que heredeamos por vía genética y otros que heredamos culturalmente. Los humanos hemos inventado un "segundo sistema de herencia" que complementa al que nos dio la naturaleza.

Pero no somos, ni de lejos, los únicos animales culturales. Dos artículos que aparecen en el número de Science de esta semana lo ilustran bien.

El primero es de Erica van de Waal, Christèle Borgeaud y Andrew Whiten. Los tres trabajan en una reserva en Sudáfrica y provienen colectivamente de la Universidad St Andrews, Escocia, y de la Universidad de Neuchâtel, Suiza. Van de Waal y sus colaboradores hicieron un estudio de la importancia del aprendizaje social en cuatro grupos de monos vervet silvestres. En la primera parte del experimento, pusieron en el territorio de cada grupo dos recipientes llenos de granos de maíz teñido, de azul en uno y de rojo en otro. A una de las variedades de maíz le añadieron un sabor desagradable: a la azul en dos grupos y a la roja en los otros dos, de modo que, al cabo de varias semanas, cada grupo aprendió a preferir la variante que no sabía a rayos (es decir, la azul en dos grupos y la roja en los otros dos).  En la segunda etapa, los investigadores esperaron a que maduraran las crías recién nacidas, que nunca habían probado maíz ni azul ni rojo y por lo tanto no tenían prejuicios, y luego volvieron a poner los dos recipientes de maíz teñido, pero ahora sin sabor desagradable de modo que ambas variedades eran igual de sabrosas.

El objetivo era ver si las crías aprendían a comer el maíz favorecido por el grupo imitando a sus madres pese a que el otro maíz era igual de sabroso. También querían probar si los adultos de otros grupos que se incorporaban a un grupo nuevo adoptaban las costumbres locales pese a su conocimiento y preferencia previa. El resultado, en resumen, es que sí y que sí, pero con dos sutilezas interesantes. Los monos vervet, como muchas especies de primate, tienen jerarquías sociales. En un grupo dado los únicos monos que probaban el maíz que no estaba de moda eran los que estaban más abajo en el escalafón, y esto se debía, básicamente, a que los aristócratas no les dejaban ni pizca del maíz favorecido. Entre los inmigrantes, en cambio, los únicos que llegaron a probar el maíz alternativo fueron los dominantes.

Dicen los autores: "Nuestros resultados muestran que el aprendizaje social es muy fuerte tanto en las crías del grupo como en los adultos inmigrantes". Éstos "subyugan su conocimiento anterior a las costumbres que observan en la mayoría en la nueva comunidad".

Imitar puede ser una forma estratégica de comportarse: cuando uno no sabe cómo comportarse en un entorno desconocido --qué comer, en quién confiar, qué peligros temer--, lo más expedito es hacer lo que vieres: aprovechar el conocimiento de los expertos locales imitándolos.

En vista de esta fuerte tendencia a aprender por imitación --probadísima en humanos y, en este estudio, en monos vervet--, los autores concluyen que "establecer comportamientos novedosos puede ser un proceso frágil". El objetivo que proponen para futuras investigaciones es entender por qué ciertas novedades no prosperan mientras que otras cunden y se establecen como nuevas tradiciones.

viernes, 19 de abril de 2013

Cómo invertir la postura política de un votante

La semana pasada apareció en la revista PLOS ONE un artículo del científico cognitivo Lars Hall y sus colaboradores, de la Universidad de Lund, Suecia. Hall y su equipo reportan los resultados de una investigación divertida e inquietante. Y con utilidad práctica si usted es político (me repugna la posiblidad de ofrecerles a los políticos de mi país una posible herramienta para manipular al electorado, aunque en México no hay necesidad: el electorado se puede comprar).

En 2010 hubo elecciones generales en Suecia. Según todas las encuestas, los votantes estaban polarizados equitativamente entre izquierda y derecha, con 10 % de indecisos. Hall y sus amigos entrevistaron a 162 participantes voluntarios en las calles de Malmö y Lund. A cada participante le pidieron manifestar su preferencia (izquierda/derecha), manifestar su certeza acerca de esta preferencia y completar una encuesta. La encuesta preguntaba su postura respecto a 12 asuntos políticos que estaban en juego en la elección, y en los que izquierda y derecha estaban completamente divididas. He aquí algunos de los asuntos sobre los que los participantes tenían que ubicarse en una escala de 0 a 100 (0 desacuerdo total, 100 acuerdo total):


  • Hay que aumentar el impuesto a la gasolina
  • Los beneficios de la seguridad social deberían ser de tiempo limitado
  • Se debería permitir trasladar a otra escuela a los estudiantes problemáticos incluso contra su voluntad y la de sus padres
  • Se debería abolir la ley que permite al gobierno espiar los correos electrónicos y llamadas telefónicas cuando estima que hay peligro para Suecia
  • Se debería permitir que los hospitales más importantes operen como empresas privadas
  • Se debería incrementar el monto del seguro de desempleo
  • ...


Sin saberlo los participantes, mientras llenaban sus encuestas el entrevistador iba llenando otra idéntica con posturas opuestas a las que veía que manifestaba el participante. Usando un truco de prestidigitación inventado en el siglo XVII, el entrevistador cambiaba subrepticiamente las encuestas. Luego le solicitaba al participante que justificara sus respuestas. Juntos, entrevistador y participante dilucidaban la postura política que mostraban las falsas respuestas. Después el entrevistador le pedía al participante que volviera a decir por quién pensaba votar. Muy burdo, ¿no? Nosotros nunca nos dejaríamos engañar así.

Pues bien, como informan Hall y amigos en el artículo de PLOS ONE, los participantes sólo detectaron 22 % de las respuestas alteradas (y muchos pensaron que el error era suyo por haber leído mal la pregunta). Un tremendo 92 % no se dio cuenta de que les habían cambiado la encuesta. Como resultado de la discusión sobre la encuesta falsa, 10 % de los participantes cambiaron de bando, 19 % pasaron de la certeza a la indecisión y 18 % ya eran indecisos antes de la encuesta. Esto indica, como señalan Hall y sus colaboradores, que 47 % de los votantes tienen en realidad una posición flexible pese a la certeza que puedan manifestar antes de la encuesta. Los autores del estudio sugieren que, a la luz de estos resultados, es un error en política dirigir una campaña sólo a los votantes que en las encuestas políticas se manifiestan como indecisos porque en realidad hay muchos más votantes cuya postura está abierta a cambiar.

Hall y sus colaboradores ya tienen una larga historia de investigaciones de este fenómeno, que llaman choice blindness, o ceguera de elección. Hay experimentos psicológicos que sugieren que las certezas que tenemos acerca de nosotros mismos son pura ilusión. Inferimos nuestra propia personalidad por introspección, el análisis de nuestros procesos mentales. Tan íntimo es este análisis, que nos parece estar contemplando la esencia misma de nuestra manera de ser. Por lo tanto, tendemos a no dudar de nuestra propia introspección y en cambio a poner en duda la de los demás. Después de todo, yo no puedo ver lo que piensan ustedes. ¿Qué me dice que de veras piensan tan bien como yo? Esta ilusión de autoconocimiento conduce muchas veces a la ilusión paralela de superioridad sobre los demás. El fenómeno se conoce como ilusión de la introspección. Una consecuencia de esta ilusión que nos da la seguridad de que nosotros sí sabemos cómo somos y los demás no nos hace pensar que nuestras elecciones y decisiones siempre están bien fundamentadas en nuestras más firmes creencias. Así, cuando la encuesta de Hall y colaboradores nos muestra opiniones alteradas que creemos nuestras, hacemos todo lo posible por justificarlas. Horrible, ¿no?

Sin embargo, la invesigación de la maleabilidad de nuestras convicciones políticas no está libre de críticas. Al parecer, se sabe que nuestras convicciones en general se hacen más endebles de lo que manifestamos si nos vemos obligados a explicarlas. Analizar sinceramente nuestras opiniones las desestabiliza. Otra observación crítica de algunos psicólogos es que el estudio de Hal y colaboradores no mide la duración del efecto.

Al final de las encuestas, a todos los participantes se les reveló la verdad. Los investigadores observaron dos reacciones: 1) de complacencia de no ser tan cerrado políticamente y 2) de alivio de no ser del partido equivocado.