martes, 27 de noviembre de 2012

El tamagochi taquiónico del príncipe Serguei

Tomado de mi libro Las orejas de Saturno. Lo escribí originalmente para mi columna "Space-Time Chronicles" alrededor de 1995.



La princesa Magalia Yureievna Melgarova, célebre dama de sociedad de San Petersburgo, ofrecía una de sus aclamadas soirées, tertulias literarias semanales a las que asistía la crema de la intelectualidad petersburguesa. Eran los días del conde León Tolstoi, autor de suculentos libros que las damas de la aristrocracia leían sentadas al sol en sus dachas, en verano. Los arsitócratas rusos de aquella época hablaban en francés. El ruso lo usaban sólo para dirigirse a sus sirvientes y a sus vasallos.
         --Mon Dieu! --exclamó Magalia Yureievna arrugando su encantadora naricita cuando el ujier anunció al príncipe Serguei Sergueievich Regulov--. Llegáis tarde, príncipe.
         Regulov sacó un poco de rapé de una tabaquera dorada y lo aspiró por la nariz.
         --Tuve que atender un asunto urgente, querida princesa --dijo--. Mi secretario llamó para darme los resultados del hipódromo.
         --¿Y habéis ganado o perdido?
         --Voy a ganar --replicó Regulov enigmáticamente--. Sajarov, mi secretario, irá al hipódromo mañana.
         Magalia Yureievna arqueó las cejas. Estaba habituada a las excentricidades de su amigo, pero aquello era demasiado.
         --¡Lo que decís es absurdo, Serguei Sergueievich! ¿Cómo pudo llamaros desde el hipódromo si no irá allí hasta mañana? Además el teléfono no se ha inventado aún.
         Regulov fingió no haber escuchado.
         --A propósito, querida, ¿os conté de mi nuevo invento? --dijo al tiempo que se sacaba del bolsillo un aparato ovalado que le cabía cómodamente en la palma de la mano. La princesa volvió a arquear las cejas.
         --¿Un tamagochi? ¡Voy a creer!
         El asombro la hizo proferir esta exclamación en vulgar ruso sin darse cuenta.
         --No, no, ma chère --le dijo Regulov en francés--. Esto es un teléfono celular taquiónico. Los teléfonos celulares comunes y corrientes convierten el sonido en ondas electromagnéticas. Los fotones de las ondas electromagnéticas transportan el mensaje al otro teléfono. Los teléfonos normales envían mensajes al presente, o mejor dicho, al futuro muy cercano, porque los fotones, viajando a la velocidad de la luz, tardan una fracción de segundo en ir de un teléfono al otro. Mi teléfono taquiónico, empero, envía mensajes por medio de taquiones que, como sabéis, se propagan más rápido que la luz. Según las leyes de la relatividad, los taquiones viajan hacia atrás en el tiempo. Mi...¿cómo dijisteis?...tamagochi envía mensajes al pasado.
         La princesa se quedó pensativa.
         --¿O sea que vuestro secretario llamó desde el futuro?
         --Precisamente. Y ahora tengo en mi poder los resultados de las carreras de mañana. Voy a ganar, como ya os dije.
         La orquesta acometió un vals.
         La princesa Melgarova no era completamente ignorante en ciencias. Estaba al tanto de las pesquisas fallidas de Mike Kreisler, quien no había podido detectar los taquiones.
         --Pero pensé que los experimentos de Mike Kreisler demostraban que no...
         --Mike Kreisler buscó donde no debía --la interrumpió Regulov--. Kreisler es estadounidense. Estados Unidos es un país muy progresista. Los norteamericanos siempre miran hacia el futuro. Pero nosotros somos rusos atrasados. ¡Hasta nos vestimos y hablamos como si estuviéramos en tiempos de Tolstoi!
         --Estamos en tiempos de Tolstoi --le recordó la princesa.
         --Precisamente. Ésta es la Rusia feudal, país empantanado en el pasado. ¿Podéis imaginaros mejor lugar para buscar unas partículas que se desplazan hacia atrás en el tiempo? Yo detecté montones de taquiones en mi pequeña propiedad de Novgorod.
         En eso el aparatito parecido a un tamagochi empezó a sonar.
         --¡Ah, ahí está! --dijo Regulov--. O quizá debería decir: ahí estará. Sajarov irá el mes entrante a Nueva York a inspeccionar el mercado de valores. Me imagino que es él.
         Acto seguido, Serguei Sergueievich sacó una pluma y un trozo de papel. Del teléfono taquiónico salió la voz gangosa de su secretario.
         --Buenas noches, alteza.
         El príncipe escribió “buenas noches, Sajarov”. Como Magalia Yureievna lo miraba extrañada, Regulov explicó:
         --Los taquiones viajan hacia el pasado, pero no hacia el futuro. No puedo hacer que Sajarov me escuche en Nueva York dentro de un mes, de modo que escribo mis respuestas en un pedazo de papel, el cual le entregaré esta noche indicándole que lo abra cuando me llame desde Nueva York para comunicarme los resultados de la bolsa de valores.
         --Pero --objetó la princesa--, ¿no sería más fácil simplemente anotar los resultados que os dé Sajarov hoy? ¡Así ni siquiera tendría que tomarse la molestia de ir a Nueva York el mes que entra y os ahorraríais mucho dinero!
         --Mmmh... --hizo el príncipe pensativo, tratando de desenredar lo que su amiga acababa de decirle. La princesa había dado con algo importante, pero Regulov no sabía muy bien qué era.
         --¿Hola...? --dijo el tamagochi, esperando la respuesta del príncipe.
         Al mismo tiempo, pero un mes después, Sajarov se encontraba en Nueva York con la vista clavada en un trozo de papel que sólo decía: “buenas noches, Sajarov”.

viernes, 23 de noviembre de 2012

¿Qué encontró el Curiosity?

Me gustaría poder contestar sin rodeos la pregunta planteada en el título pero no puedo: el equipo del laboratorio ambulante Curiosity no suelta prenda. Lo único que se sabe es lo que le dijo al periodista Joe Palca el jefe de planeación de operaciones del aparato, John Grotzinger: "Esto podría ser digno de los libros de historia".

La precaución en los científicos es una virtud. Uno no anuncia resultados a menos que esté suficientemente seguro de lo que dice. Esto cobra más importancia si el resultado es potencialmente histórico. Los anuncios científicos inician discusiones y series de experimentos que cuestan tiempo y dinero, por eso se espera de un grupo científico que sus anuncios sean sólidos, que valga la pena discutirlos, y no que sean ocurrencias sin sustento como las de los charlatanes. Un excelente ejemplo es la historia de los neutrinos más veloces que la luz: en 2011 un grupo internacional llamado colaboración OPERA que trabaja en el Laboratorio Nacional del Gran Sasso, en Italia, anunció que en sus experimentos unas partículas llamadas neutrinos se desplazaban más rápido que la luz, lo que contradice una importante ley de la naturaleza a la que no se le conocen excepciones hasta hoy. Esto naturalmente desencadenó una intensa discusión internacional. Se publicaron reflexiones. Se planearon experimentos. Luego resultó que el efecto era falso: se debía a una conexión floja en la línea de transmisión de señales del sistema GPS a los relojes del experimento. El anuncio fue prematuro.

Por si fuera poco, hace unas semanas Grotzinger y su equipo tuvieron una experiencia premonitoria: el mismo instrumento de la nave detectó metano en una muestra de aire marciano. El metano es un compuesto orgánico sencillo muy inestable. El que hay en la atmósfera de la Tierra se debe a procesos biológicos (como la digestión de las vacas). En Marte, hace unos años, otra sonda detectó trazas mínimas de metano en la atmósfera y aún no se sabe cuál podría ser la fuente. Grotzinger y sus colaboradores examinaron los datos. Sabían que cabía la posibilidad de que en el instrumento quedaran rastros de aire proveniente de Cabo Cañaveral. Cuando repitieron el experimento, la señal de metano desapareció. Menos mal que no lo anunciaron a los cuatro vientos.

Grotzinger no quiere que le pase lo mismo que a la colaboración OPERA, pero entonces ¿por qué abrir la boca? Una interpretación benévola lo atribuiría a la simple emoción incontenible que por un instante supera a la cautela científica. Una visión menos ingenua es que la publicidad no le viene nada mal a la NASA en época de definir presupuestos. Sea como sea, Grotzinger y su equipo tienen que analizar muy bien los datos y llegar a una interpretación que satisfaga a todos los participantes, y eso les llevará unas cuantas semanas. Grotzinger prometió disipar el misterio el 3 de diciembre, en la reunión de la Unión Geofísica de Estados Unidos.

Mientras tanto la especulación se ha desbocado. Podemos desechar sin miramientos las hipótesis más sensacionalistas: que el Curiosity haya descubierto vida en Marte. El aparato no está equipado para detectar vida. Pero sí está equipado para detectar compuestos orgánicos, y algunos expertos están apostando a que se trata de compuestos orgánicos complejos. Si fueran simples no sería noticia, porque desde hace tiempo sabemos que hay compuestos orgánicos simples en los planetas, los asteroides, los cometas, las nubes interestelares de gas y polvo y muchos otros lugares del universo. Los compuestos orgánicos no necesitan organismos para existir, a pesar de su nombre engañoso (y anticuado: proviene del concepto medieval llamado vitalismo, según el cual los seres vivos poseen una virtud especial que no tiene la materia no viva, concepto hoy desmentido). Los compuestos orgánicos complejos (con muchos átomos de carbono y estructuras complicadas) son harina de otro costal: ésos serían mejor indicio de posible vida presente o pasada en Marte. Así pues, lo más probable es que el Curiosity haya detectado compuestos orgánicos complejos. Eso no querrá decir, empero, que haya detectado vida. Todavía habría que examinar todas las posibilidades. Por el momento, se impone la precaución.

Yo personalmente lamento que se esté erosionando la bonita tradición científica de la cautela que imponía el silencio hasta no tener analizados los resultados con el grado de calidad que se espera de un equipo científico. Cada vez son más los científicos que ponen en circulación anuncios prematuros. Posiblemente se deba a que han abierto los ojos a las ventajas de la publicidad, sea positiva o negativa. Sin duda desempeñan un papel lo inmediato de la respuesta de los canales de información de hoy en día y la avidez de "contenido" que esto ha causado en los medios y en el público. Lo malo es que esta tendencia a precipitar anuncios devalúa la comunicación científica: hoy ya no se puede confiar en que lo que publica un equipo de científicos haya pasado por los filtros de calidad que antes garantizaban que valía la pena invertir tiempo y dinero en discutir un resultado bien publicado. Los científicos tendrán que decidir qué es más valioso, la publicidad o la calidad.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Sequía y colapso en el mundo maya

Cuando llegaron los españoles a Yucatán y zonas aledañas sólo quedaban ruinas de las grandes ciudades-estado mayas. Por suerte, los mayas eran historiadores fanáticos, y aunque sólo registraron (como es normal) los hechos de los reyes y reinas (sus matrimonios, sus guerras, sus monumentos), la narración que emerge de todas esas estelas talladas en piedra deja ver que esa civilización floreció entre el siglo IV y el XI.
A partir del siglo VII (por el año 660) la civilización maya empezó a desintegrarse. Se nota especialmente en que la tradición de registrar la historia desaparece gradualmente entre ese siglo y el XI. Tras la desintegración política y social, la población maya se desploma y no se vuelve a recuperar.
Durante mucho tiempo se atribuyó el derrumbe a una sequía prolongada, pero era más bien una conjetura. No se conocía el clima de la época con suficiente precisión para afirmarlo, además de que siempre ha sido difícil relacionar fechas del calendario maya con fechas del calendario moderno. Así pues, había que buscar maneras de leer el clima con más detalle. Los paleoclimatólogos leen el clima del pasado en los anillos de crecimiento de los árboles y los sedimentos de lagos y mares someros. Sin embargo, la lectura no es suficientemente precisa. Es como leer un texto borroso y entrecortado. Por si fuera poco, los estudios no se habían hecho suficientemente cerca de los grandes centros de población.
Desde hace unos seis años los paleoclimatólogos estaban probando una nueva forma de extraer datos sobre el clima del pasado usando los depósitos calcáreos de las grutas, es decir, estudiando la formación de estalactitas y estalagmitas.
El 8 de noviembre la revista Science publicó un nuevo estudio que muestra los patrones de lluvias de la región de Belice para los últimos 2000 años con resolución de menos de un año. El estudio lo llevó a cabo un equipo de científicos de Estados Unidos, Suiza, Belice, el Reino Unido y Alemania. Lo dirige Douglas Kennett, del Departamento de Antropología de la Universidad Estatal de Pensilvania.
En 2006 Kennett y sus colaboradores se procuraron una estalagmita (columna calcárea que crece desde el suelo de la gruta) muy bien conservada proveniente de la cueva Yok Balum, Belice, que está a menos de 200 kilómetros de centros de población importantes del mundo maya antiguo como Calakmul, Tikal y Caracol. Los investigadores midieron la concentración de cierto isótopo del oxígeno a lo largo de los 56 centímetros de la estalagmita en incrementos de 0.1 milímetros (¡uff!). Este isótopo se relaciona con la cantidad de lluvia que cayó sobre la cueva. Kennett y sus colaboradores usaron estos datos para reconstruir lo que pudo haber sido el informe meteorológico de la época. Para determinar la fecha de cada sección de estalagmita que analizaron, una parte del equipo de investigación examinó la concentración de uranio-234 y torio-230. El uranio-234 se convierte en torio-230 por desintegración radiactiva a un ritmo bien conocido.
El equipo encontró patrones de lluvia y sequía consistentes con fenómenos climáticos como El Niño (durante el cual la superficie del océano Pacífico se calienta más de la cuenta y afecta la distribución de peces y el clima). Otra parte del equipo se puso a buscar estelas mayas fechadas que contuvieran referencias a guerras, lo que se notaría en frases como "vasallaje tras derrota". Comparando su reconstrucción del clima con los acontecimientos históricos, Kennett y sus colaboradores observan que la civilización maya floreció durante un periodo húmedo que se extendió del año 400 al año 640, aproximadamente. En ese periodo surgieron nuevas ciudades y dinastías a montones. Después vino un periodo de sequía de 340 años, durante el cual los investigadores observan episodios de guerras entre ciudades-estado mayas y periodos de construcción monumental que los gobernantes usaban como señal de su poderío. Las cosas no iban bien entre las naciones mayas. El colapso final de la civilización maya durante el siglo IX coincide con una sequía aún más intensa que duró un siglo.
La investigación de Kennett y sus colaboradores no es prueba concluyente de que el clima haya sido una causa importante del colapso de la civilización maya, pero sí es una contribución de peso al gran cúmulo de estudios que indican esta tendencia. Quizá lo más interesante sea que se está estableciendo una relación más firme entre los científicos que estudian el clima del pasado y los que descifran la historia del ascenso y caída de las civilizaciones.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La muerte y la teoría


Extracto de mi libro Las orejas de Saturno (Paidós, 2003). Feliz día de muertos.

Franz Schubert compuso su cuarteto de cuerdas La muerte y la doncella alrededor de 1825, tres años antes de su propia muerte en plena juventud, a los 31 años. La obra está basada en una canción que Schubert había compuesto unos años antes sobre cierto poema en el que la muerte viene a llevarse a una muchacha. En la canción (mas no en el cuarteto, que es instrumental) la joven se resiste. “Pasa de largo, por favor, muerte cruel”, le dice. “Soy aún joven. No me toques”. La muerte insiste, alegando que no viene a castigar, sino a recompensar a la chica con el dulce sueño eterno. Al final la convence y la muerte corta la flor en capullo.
         La muerte en la juventud es un tema común en el arte. Otros muertos jóvenes famosos, además de la doncella de Schubert, son Ofelia, enamorada del príncipe Hamlet, que, enloquecida, se ahoga en un arroyo, y los amantes Romeo y Julieta. De estas muertes la más interesante es la de Julieta. Presa de la desesperación porque su amado Romeo ha sido desterrado, bebe un filtro que le dará la apariencia de la muerte por espacio de 24 horas. Sus padres la encuentran pálida, fría y sin pulso y la depositan en la cripta de la familia Capuleto, adonde irá a buscarla Romeo si recibe a tiempo la nota que con un mensajero le envía Julieta y en la cual ésta le comunica a su amado el plan. Pero el mensajero y Romeo se cruzan sin darse cuenta en el camino de Verona. Romeo encuentra a su amada, la cree muerta y bebe un veneno. Julieta despierta de su catatonia y... Lo que sigue es bien conocido, y además no me hace falta para continuar.
         Hay muchas preguntas que se pueden hacer con provecho acerca de las teorías científicas que han pasado a mejor vida: ¿cuáles han sido las teorías muertas que más influencia tuvieron en vida? ¿Cuáles sirvieron para moldear la forma moderna de pensar? ¿Por qué mueren las teorías? ¿Puede una teoría volver a la vida?
         Algunas teorías se mueren bien muertas. En el siglo IV a. C. Aristóteles edificó una teoría de casi todo muy elaborada y hasta convincente, basada en una idea de Eudoxo de Cnidos. La teoría de Aristóteles explicaba los movimientos de los astros en el cielo en términos de un enrevesado mecanismo de esferas concéntricas que giraban como los engranes de un reloj. Aristóteles añadió a su descripción del cosmos una teoría de la física, por medio de la cual pretendía explicar los movimientos de todos los cuerpos. La cosmología y la física aristotélicas perduraron cerca de 2000 años, pero murieron entre el siglo XVI y el XVII, cuando se produjo una revolución científica que empezó cuando Nicolás Copérnico publicó su tratado De las revoluciones de las esferas celestes, en el que proponía que la Tierra gira alrededor del sol y no al revés, y culminó cuando Isaac Newton formuló las leyes de la mecánica que todavía nos enseñan en la escuela.
         Otras teorías no mueren, sólo pierden terreno. Tal es el caso de las susodichas leyes de Newton. Desde mediados del siglo XIX hubo indicios de que no eran tan universales como había parecido hasta entonces. En 1905 quedó claro que la mecánica newtoniana es un caso particular de una teoría más general que la abarca: la teoría de la relatividad de Albert Einstein.
         Un caso especialmente interesante es el de las teorías que, como Julieta, despiertan de una falsa muerte. El meteorólogo y explorador alemán Alfred Wegener se quedó atónito cuando, alrededor de 1910, mirando un mapa, se le ocurrió que el parecido de los contornos de África y América del Sur no era casualidad. Si los continentes parecían piezas de rompecabezas tenía que ser porque en el pasado habían estado juntos. Haciendo indagaciones Wegener descubrió muchos indicios más de que los continentes se habían movido. Por ejemplo, de un lado del Atlántico hay estratos geológicos que se repiten del otro; muchos animales antiguos que se encuentran fosilizados en África también existen en Sudamérica, y muchas especies modernas --entre ellas un caracol-- tienen hábitats que se extienden sobre varios continentes (¿cómo se diseminó el caracol si esas tierras no fueron una sola en el pasado?).
         En 1915 Wegener publicó el libro El origen de los continentes y los océanos, en el que expone la hipótesis de deriva continental: los continentes no siempre han tenido la configuración que les conocemos hoy en día. Pese a la gran cantidad de pruebas independientes que reunió, no logró convencer a los geólogos de que los continentes se movían. El rechazo de los geólogos se debió en parte a que Wegener nunca explicó satisfactoriamente por qué se movían los continentes, y en parte a que no era geólogo. Los científicos tienen sentimientos tribales como todo el mundo y desconfían de los forasteros, a veces con razón.
         La hipótesis de la deriva continental causó polémica mientras su autor estuvo vivo para defenderla y reeditar su libro. Pero en 1930 Wegener pereció durante una expedición a Groenlandia y con su muerte la hipótesis cayó en el olvido. No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando los oceanógrafos, usando instrumentos mejorados, descubrieron pruebas del movimiento de los continentes independientes de las de Wegener.
         Luego, en 1959, el geólogo Harry Hammond Hess hizo circular informalmente una hipótesis tan atrevida, que él mismo la llamó “ensayo de poesía geológica”. Basándose en estudios del lecho marino y las cordilleras submarinas, Hess proponía que las cordilleras son sitios de formación de suelo oceánico nuevo, el cual se desplaza hacia los lados de la cordillera en el transcurso de muchos millones de años y luego vuelve a las entrañas de la Tierra en las fosas oceánicas, que son zonas de hundimiento del lecho oceánico. En otras palabras, el suelo de los océanos se recicla, lo cual explica, entre otras cosas, por qué en el fondo del mar no hay fósiles de más de 200 millones de años de antigüedad pese a que en tierra se encuentran fósiles de hasta 3500 millones de años.
         La hipótesis de Hess es un elemento fundamental de la teoría de tectónica de placas, la síntesis geológica surgida en los años 60 que incorpora en una sola teoría un gran número de fenómenos geológicos que antes se creían independientes. En la tectónica de placas los continentes van montados en la capa basáltica que se recicla y por lo tanto se mueven, como había dicho Wegener. La hipótesis ha resucitado, transfigurada.

La deriva continental no es la única hipótesis que ha despertado de una muerte prematura. En 1916 Albert Einstein publicó la teoría general de la relatividad, la teoría de la gravedad que aceptan hoy en día casi todos los científicos. La relatividad general ha dado un servicio estupendo desde su publicación. Sirve para estudiar la estructura global del universo, así como las estrellas de neutrones y los agujeros negros, esos objetos astronómicos insólitos que tanto nos gustan a los divulgadores de la ciencia. Las ecuaciones de la relatividad general le parecieron a Einstein tan hermosas que no podían ser falsas.
         Empero, cuando uno las aplicaba al universo en conjunto las ecuaciones decían que éste debía estar contrayéndose o expandiéndose, resultado teórico para el cual no había la menor prueba en 1916. Desde la antigüedad el cosmos nos había parecido estático y a nadie se le había ocurrido dudarlo ni un instante. Tampoco se le ocurrió a Einstein. A diferencia de su antecesor Isaac Newton, quien no tuvo el menor empacho en inmiscuir a Dios en su teoría de la gravedad cuando no pudo explicar sin milagros que el universo fuera estático, Einstein introdujo en las ecuaciones un término matemático extra para que el universo relativista se quedara quieto. El término que añadió se llama constante cosmológica y equivale a una especie de antigravedad que serviría para contrarrestar la atracción gravitacional usual. El equilibrio entre la gravedad normal y la repulsión de la constante cosmológica daba como consecuencia un universo estático y bien comportado. “Reconocemos que para llegar a esta descripción consistente”, escribió Einstein, “tuvimos que introducir en las ecuaciones de campo de la gravitación una extensión que no tiene fundamento en nuestro conocimiento actual de la gravedad” [citado en R. W. Clark, Einstein: The Life and Times, p. 269]. La constante cosmológica era un feo pegote añadido a unas ecuaciones elegantes y concisas, y Einstein, quien como muchos físicos teóricos se dejaba guiar en sus investigaciones por criterios estéticos, no estaba nada contento.
         Diez años después de que Einstein manchara sus bonitas ecuaciones con la horrible constante cosmológica el astrónomo estadounidense Edwin Hubble, que de relatividad no sabía ni jota, descubrió que el universo, lejos de ser estático, se está expandiendo [véase mi libro El sol muerto de risa, pp. 73-78]. Al parecer la constante cosmológica era innecesaria y Einstein, muy ufano, la borró de sus ecuaciones. Más tarde dijo que introducir en la teoría aquel término infamante había sido el error más grave de su vida. Descanse en paz la constante cosmológica.
         Pero no por mucho tiempo. A fines de los años 70 los cosmólogos, científicos dedicados a explicar el origen y estructura del universo, se vieron en la necesidad de introducir en la teoría del Big Bang (la gran explosión con que empezó el universo) una fuerza de repulsión gravitacional que operó solamente en los primeros instantes del universo. Esa fuerza de repulsión produjo un breve periodo de expansión salvaje, al que los cosmólogos llamaron inflación, durante el cual el universo adquirió la distribución de materia que le conocemos hoy en día. Para explicar la causa de la inflación los cosmólogos echaron mano, naturalmente, de la vieja constante cosmológica de Einstein.
         La antigravedad volvió a dar de qué hablar recientemente, con el descubrimiento de que la expansión del universo se acelera en vez de frenarse, como todo el mundo había supuesto hasta hace muy poco. Alrededor de 1998 dos equipos independientes de científicos que estaban estudiando la velocidad de expansión del universo se dieron cuenta de que algo andaba muy mal. Analizando la intensidad y color de la luz que emiten ciertas estrellas en explosión conocidas como supernovas tipo Ia, el equipo de Brian Schmidt, en Australia, y el de Saul Perlmutter, en Estados Unidos, descubrieron que las supernovas más lejanas (que al mismo tiempo son las más antiguas: vemos luz que emitieron hace miles de millones de años y que apenas está llegando hasta nosotros) se ven más tenues de lo que cabría esperar si la expansión del universo se frenara. Al principio los científicos trataron de encontrar errores en sus datos. Luego, gracias en parte a que los datos de ambos equipos decían lo mismo, aceptaron la evidencia: el universo se expande cada vez más rápido.
         La noticia causó revuelo en la comunidad científica, lo cual no es difícil de entender: no se conocía ningún agente capaz de acelerar la expansión del universo. A la causa de que el universo vaya pisando el acelerador en vez del freno se le llama hoy en día energía oscura (porque no se ve, no porque sea maligna). Aunque nadie sabe muy bien qué es, la energía oscura se parece mucho en sus efectos a la constante cosmológica de Einstein y algunos cosmólogos piensan que eso es, ni más ni menos. Otros tratan de explicar el origen de la energía oscura como efecto de algún tipo de “materia exótica”, a la cual llaman quintaesencia. El asunto no está decidido. Como el telescopio de Galileo, que hizo creer al científico renacentista que Saturno tenía orejas, el procedimiento mediante el cual se hicieron las mediciones pertinentes hasta hace poco nos presenta una imagen borrosa. El fallo dependerá de los resultados que arrojen las mediciones que se están realizando con instrumentos y métodos más precisos. Pese a todo, la antigravedad que Einstein desechó ha vuelto a asomar la nariz y al parecer ya no será tan fácil deshacerse de ella.
         La muerte de las teorías e hipótesis científicas nos revela muchas cosas acerca de la naturaleza de la ciencia. Examinando la historia de las teorías muertas se ve que la adquisición de conocimiento científico es un constante refinar de nuestros instrumentos de observación y de los conceptos con que organizamos los resultados de las observaciones. La ciencia es un edificio en perpetua construcción, es cierto, pero además se construye sobre cimientos cambiantes.