jueves, 17 de septiembre de 2020

Ni a falso llega

 




El físico Wolfgang Pauli, conocido por su sarcasmo, dijo una vez de un artículo de física que le pareció una tontería: "No sólo no es correcto, ¡ni siquiera es falso!" Se refería a que las ideas eran tan incoherentes que no valía la pena molestarse en oponerles un razonamiento lógico.

    Hace poco me pidieron que comentara para un periódico los videos de una actriz de telenovelas que anda diciendo que la pandemia es un engaño, que el coronavirus se transmite por las ondas electromagnéticas de la red de telefonía 5G, que la vacuna nos va a inocular un chip para controlarnos y otras tonterías. El periodista que me llamó señaló que recurrían a mí por ser yo científico o algo así. Lo primero que pensé después de ver un video de las burradas de la actriz fue que caían en la categoría pauliana y que no hacía falta un científico para desmentirlas: con haber pasado ciencias naturales en secundaria debería bastar. Lo segundo que pensé es que llamar a una persona con credenciales científicas y asociada con la universidad más importante del país para comentar estos despropósitos podía tener el efecto de prestarles una falsa credibilidad. Con todo, acepté, pero me quedé con mal sabor de boca.

    Mis reservas eran las de muchos divulgadores y periodistas de ciencia con experiencia: que con esto le damos al público la idea errónea de que hay una genuina controversia científica y que la actriz de telenovelas es un interlocutor de consideración. A los periódicos desde hace tiempo les ha dado por presentar “los dos lados” de cualquier cosa. Es loable el impulso de buscar el equilibrio, y desde luego es lo correcto cuando ambos lados tienen mérito equivalente (en disputas políticas, diferendos sociales, cuestiones de opinión; caracho, hasta en cuestiones religiosas). Pero deja de ser loable y se convierte en parodia de debate cuando el periódico les da espacio para replicar a los terraplanistas, a los disidentes de la evolución, a los enemigos de las vacunas y a los negacionistas del cambio climático. Esas personas tienen derecho a expresarse, de eso no hay duda, pero las ideas que ofrecen no se comparan en solidez y coherencia con las de la ciencia que atacan. En todo caso, el derecho de estos individuos a expresar sus ideas no nos obliga a respetarlas, ni siquiera a darles el beneficio de la duda, sobre todo cuando toda duda acerca de esas ideas se disipó hace siglos. ¿Para qué perder el tiempo escuchando a un terraplanista si el asunto de la redondez de la Tierra se zanjó hace veinticinco siglos, y desde entonces no ha hecho más que consolidarse?

    Los griegos antiguos viajaron y vieron la estrella polar (y con ella todas las constelaciones) cambiar de altura en el cielo. Intercambiaron información sobre eclipses de luna entre ciudades muy apartadas y observaron que los eclipses de luna ocurrían a distintas horas de la noche en distintos lugares, pese a que se sabía que un eclipse de luna ocurre al mismo tiempo para todo el mundo. Observaron también que la sombra de la Tierra proyectada en la luna siempre es curva. Etcétera. Para el año 400 a.C. se sabía perfectamente que la Tierra es una esfera. La historia posterior, desde los viajes de descubrimiento del siglo XV hasta los vuelos espaciales del XX y XXI, no ha hecho más que confirmar este conocimiento. Los satélites artificiales, el sistema GPS, la navegación marítima y aérea, los husos horarios, la diferencia de estaciones en el hemisferio norte y sur… todo se predica sobre la base de que vivimos en la superficie de una esfera, idea que da coherencia y explica todo lo anterior.

    Los terraplanistas en cambio alegan que la Tierra es plana porque no entienden cómo puede ser redonda. El argumento no tiene el mismo peso que la evidencia de la ciencia y de la historia de la humanidad. Lo mismo con los negacionistas de la evolución, del cambio climático y las vacunas. Darles espacio y ponerlos a discutir con personas razonables que entienden la evidencia no es equilibrio ni neutralidad. Los argumentos de unos y otros no son equivalentes en mérito ni plausibilidad. Ponerlos en la misma balanza en los medios de comunicación es favorecer una falsa equivalencia que engaña al público.

     En cuanto a la actriz de telenovelas, ni en su medio le creyeron, y eso que es un medio muy afecto a las supersticiones y que da crédito a astrólogos y charlatanes. Llamar a una persona con formación científica para examinar las afirmaciones de esta actriz es como matar pulgas con bomba atómica.

    Y ni siquiera son invento suyo las tonterías que dice. La actriz es sólo portavoz (quizá inconsciente) de camelos ideados por otros. Algunos de esos camelos vienen de organizaciones de extrema derecha empeñadas en impulsar el fascismo; otras vienen de Rusia, país cuyo gobierno tiene una campaña para desestabilizar a Estados Unidos (a nosotros nos llega de refilón por culpa de gente tonta); otras son secreciones de grupos antisemitas. Nadie sabe para quién trabaja. O a lo mejor sí, no sé cuáles serán las intenciones de la señora.

    Mientras tanto yo ya me juré a mí mismo nunca más volver a faltar a mi principio de no inmiscuirme con ideas paulianas ni aunque me lo pidan amablemente.

 

 

 

sábado, 5 de septiembre de 2020

Arthur C. Clarke predice el presente otra vez

 En 1960 el escritor británico Arthur C. Clarke publicó un cuento titulado I Remember Babylon. "Me llamo Arthur C. Clarke, y desearía no tener nada que ver con este asunto tan sórdido", empieza el autor como si no fuera un cuento y estuviera dirigiéndose al público de Estados Unidos. El objetivo del discurso que empieza así es explicar cómo "con la ayuda del difunto Dr. Alfred Kinsey he desencadenado sin querer una avalancha que puede acabar con buena parte de la civilización occidental".

Kinsey es célebre por publicar (con colaboradores) los Informes Kinsey sobre la sexualidad masculina (1948) y la sexualidad femenina (1953), que mostraban sin tapujos ni falsos pudores lo que realmente le gustaba a la gente hacer en la cama (o donde fuera). Clarke es conocido por su ciencia ficción, pero especialmente por un artículo escrito en 1945, a los 27 años, en el que inventa el concepto de redes de satélites geoestacionarios para telecomunicaciones, que se haría realidad diecisiete años después.

En I Remember Babylon el Clarke ficticio se retuerce las manos de preocupación por un encuentro que tuvo en Sri Lanka, donde vivió desde 1956 hasta su muerte en 2008. En el cuento, Clarke conoce en un coctel de la embajada soviética a un misterioso individuo que sabe de su artículo sobre los satélites geoestacionarios. El tipo lo invita a su hotel para mostrarle un proyecto de televisión en el que está trabajando con un patrocinador secreto. Para no hacerles el cuento largo, resulta que el proyecto consiste en poner un satélite geoestacionario en un lugar estratégico para cubrir todo el territorio de Estados Unidos y transmitir propaganda rusa sin que nadie lo pueda impedir, puesto que el satélite no estaría sobre territorio estadounidense (los satélites geoestacionarios sólo pueden estar sobre el ecuador) ni se podría bloquear su señal (estamos en 1960, recuerden). Clarke se ríe y le dice básicamente que quién demonios va a querer ver televisión soviética, que es malísima: "Fuera del Bolshoi, ¿qué van a ofrecer?", dice. Entonces el tipo le muestra una película que haciéndose pasar por un documental sobre arquitectura religiosa es en realidad prácticamente pornografía usando como pretexto el Templo del Sol de Kornarak, con sus bajorrelieves de figuras en ferviente y variada actividad sexual. Ahora que el informe Kinsey ha revelado que los mojigatos y pudorosos estadounidenses lo son solamente de dientes para afuera, el programa será un éxito. "Y por primera vez en la historia la censura es imposible", dice el individuo. "El cliente puede obtener lo que desea en su propia casa. Cierre la puerta, prenda la tele --los amigos y la familia nunca se enterarán".

Por supuesto, la idea es intercalar propaganda rusa entre programas basados en lo que revela el informe Kinsey, "que sólo serán la carnada" para enganchar al público estadounidense "encerrado en su casa" y decirle "lo que de verdad está pasando en le mundo".  

"Pero no crea que el sexo es nuestra única arma", le dice el tipo a un Clarke cada vez más preocupado. "El sensacionalismo también es bueno", y le cuenta que están planeando un programa de escándalos de Washington. De falsos escándalos, se entiende. Habrá igualmente programas de morbo, gore (diríamos hoy), lo que usted no se atreverá a ver, todo salpicado de mensajes prosoviéticos.

 --¿Le va a lavar el cerebro a todo Estados Unidos?

--Exactamente. Y les va a encantar, pese a los gritos del Congreso y las iglesias.

Hoy, con las fake news que propaga Rusia (entre otros países) para desestabilizar a Estados Unidos por medio de una forma de distribución de información difícil de censurar y haciendo uso experto de la técnica de clikcbait (o anzuelo para pescar clics), lo que Clarke escribió en 1960 se ha hecho realidad, como los satélites de telecomunicaciones.