jueves, 28 de mayo de 2009

Galileo esquina con Newton

Las colonias Polanco y Anzures, en la Ciudad de México, tienen calles con nombres de personas. Casi todo el mundo reconoce allí a Cervantes, Shakespeare y Calderón de la Barca, pero posiblemente sean menos los que sepan a quién honran las calles de Cuvier, Herschel y Kelvin. En esta zona, en efecto, se combinan nombres de la historia de la literatura y la filosofía con nombres de científicos del pasado en una bonita mezcla que parece sugerir que otrora la cultura era un bloque completo en vez de un territorio dividido, con la ciencia por un lado y las artes por otro.

De Herschel hablé aquí hace dos semanas: era un músico alemán que se mudó a Inglaterra y se dedicó a la astronomía. Herschel construyó los telescopios más grandes de su época y descubrió el planeta Urano el 31 de marzo de 1781, todo con bastante ayuda de su hermana Caroline, a quien me imagino que no honra ninguna calle.

Georges Cuvier nació en Francia en el siglo XVIII. Era zoólogo y se le reconoce como fundador de la anatomía comparada. Cuvier se convenció de que las características anatómicas que distinguen a los grupos de animales eran prueba de que las especies no cambian. Charles Darwin no había nacido, pero ya se discutía la posibilidad de la evolución, sobre todo desde que se empezaron a descubrir fósiles de organismos extraños que claramente habían dejado de existir. Darwin no inventó de la nada la idea de evolución; más bien le encontró un modus operandi que explica muchas cosas (entre ellas, los parecidos y las diferencias entre distintas familias de organismos).

Las calles de Anzures y Polanco a veces reflejan sin querer las relaciones entre las personas a las que honran. Cuvier y Darwin están muy apartados en el plano de la colonia Anzures y no se cruzan, como sus ideas en el plano científico.

A las personas con vocación por la astronomía les regocijará saber que la calle de Kepler hace esquina con la de Copérnico. Johannes Kepler nació 30 años después de la muerte del astrónomo polaco Nicolás Copérnico. Desde muy joven se convenció de que el polaco tuvo razón cuando propuso que los cálculos astronómicos se simplifican cuando ponemos el sol en el centro del sistema planetario y la Tierra girando a su alrededor en vez de lo contrario. Copérnico había sido muy tímido y recatado; nada en su personalidad hubiera permitido prever que tendría ideas revolucionarias, pero su hipótesis "heliocéntrica" (helios es "sol" en griego) iba a cambiar nuestra visión del mundo y del lugar que ocupamos en él, con considerable ayuda de Kepler. Copérnico pulió su hipótesis durante muchos años, pero luego, temiendo el ridículo (no la desaprobación de la iglesia, como se dice a veces), guardó su libro en un cajón durante muchos años más. Ya anciano y enfermo, Copérnico se dejó convencer de publicar su libro. Recibió el primer ejemplar recién salido de la imprenta en su lecho de muerte.

Galileo y Newton también hacen esquina, como se debe. Las leyes de Newton describen el movimiento de todo, como sabemos desde la preparatoria, pero Newton no se las sacó de la manga: se valió sobre todo de lo que había hecho Galileo unos 60 años antes. Es más, la primera ley de Newton (la de la inercia, para los que se acuerden) no es de Newton, sino de Galileo, que hizo experimentos con bolas de madera que ponía a rodar por unas rampas y llegó a la conclusión de que las cosas se moverían siempre en línea recta y con velocidad constante si no fuera por la fricción. El historiador de la ciencia Elías Trabulse, a quien conocí en un curso hace muchos años, me contó que una vez tuvo un accidente de tránsito en la intersección de Galileo y Newton. Estaba encantado.

Consulto mi guía Roji de la Ciudad de México y encuentro otros nombres de científicos en la misma zona. Allí está el astrónomo Halley, amigo de Newton, que además de calle tiene cometa; están los matemáticos Euclides y Gauss, el uno, autor del primer tratado de geometría y de diez postulado que rigieron esa disciplina por más de dos mil años; el otro, creador de una geometría nueva que niega el quinto postulado de Euclides y abre un universo de posibilidades inimaginadas (sus calles no se cruzan). Está el conde de Buffon, primer científico en tratar de determinar la antigüedad de la Tierra por medio de experimentos y Marie Curie, cuyo trabajo sobre radiactividad contribuyó a resolver de una vez por todas el enigma, más de un siglo después de Buffon. También está el marqués de Laplace, autor de un tratado de mecánica celeste y de la hipótesis de que las nebulosas espirales con sistemas solares en formación; y cerca de ahí Immanuel Kant, a quien recordamos más bien como filósofo, pero que discutió con Laplace, alegando que las nebulosas espirales son grandes conjuntos de estrellas, que hoy llamamos galaxias.

Faltan muchos nombres que quizá deberían estar: Einstein no tiene calle en Anzures; Maxwell, a quien le debemos indirectamente el poder hacer transmisiones radiofónicas, generar electricidad, ver con luz artificial, conectar computadoras por WiFi y tantas otras cosas, no tiene calle en toda la Ciudad de México.

Buena parte de mi vida transcurre entre estas calles, y cuando paseo por estas colonias, me siento entre amigos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sergio: en esto de la nomenclatura (asi se dice?) de las calles, pasa algo muy curioso con los politicos, cuando estan en buen concepto en la opinion publica, tiene su calle. Cuando caen en desgracia, les quitan su calle. ¿pasará asi con los cientificos?

Otra duda ¿hay algun cientifico que haya logrado notoriedad y merecido su calle, y que luego al ser caido en "obsolescencia" ser tambien relegado o "despojado" de su calle? y una ultima, los tramposos en la ciencia (de los que ya hablaste) ¿se les habra dedicado alguna calle y luego cuando se descubrio su engaño, se tendria el cuidado de no darles mas ese reconocimiento?

En fin, ideas sueltas. Saludos.

Luis Martin Baltazar Ochoa

Sergio de Régules dijo...

Hola Luis Martín: pues no que yo sepa. Los de Anzures y Polanco son puros científicos del siglo XIX y antes, y las calles se llaman así desde hace muchos años. El buen gusto indica que nunca se le ponga el nombre de una persona a una calle ni a nada hasta que esa persona haya muerto, pero en México los políticos se lo han saltado olímpicamente, al buen gusto. Así, hemos padecido boulevares López Portillo y calles Miguel de la Madrid, horror. Pero con los científicos nunca es así. En nuestras calles puro científico consagrado por el tiempo...

Anónimo dijo...

Es necesario que a esas calles, como a otras que llegué a ver en el DF (yo vivo en Sonora), se les ponga una placa explicando el por qué del nombre, o los datos biográficos de la persona y sus méritos. Esto lo pude ver en la avenida Insurgentes, pero en la Polanco y la Anzures no hay nada y los nombres de científicos y artistas quedan en el olvido de los transeúntes, cosa que tiene remedio y al mismo tiempo ayudaría a sanar la ignorancia de tanta gente.
Att. Omar de la Cruz

Lalo dijo...

Excelente ejercicio, soy de Chihuahua y nunca se me ha ocurrido ejercitar mi mente con las calles repletas de cotidianidad.

tengo dos dudas ¿hay alguna calle que tenga un nombre de un cientifico mexicano? (con que calle cruza)

Y la otra es; ¿que opinan sobre la salida de los programas escolares de la materia de filosofia?

Saludos desde Chihuahua, desgraciadamente no los puedo escuchar por cuestiones escolares pero felicidades...

Sergio de Régules dijo...

Omar, tu idea me parece muy buena. Podría ser el tema de una conferencia, o de un programa de televisión. También sería bonito que en esas colonias se organizaran para poner esas placas. Seguro que los vecinos de esas colonias (o la mayoría) no están enterados de quién pervive en los nombres de sus calles.
Gracias Lalo. Tendré que buscar las calles con nombres de científicos mexicanos. Puede que no haya ninguna. Los del pasado son muy pocos y poco conocidos. A los de hoy creo que no se les debe dar calle hasta que se mueran, si no van a parecer políticos baratos (como si hubiera de otros).
Sacar la materia de filosofía es como quitarles el cemento a los ladrillos: el edificio se va a caer...si no es que ya está bien caído. Casi me dan ganas de sacar a mi hija de la escuela y enseñarle en la casa. No lo hago, ni lo haré, porque creo que la escuela por lo menos tiene la utilidad de enseñarle a convivir.