jueves, 19 de marzo de 2009

El departamento editorial del cerebro

Cuando Cristóbal Colón “descubrió” América, encontró un continente antes desconocido para los europeos. Muchos milenios antes, alguien (o muchos álguienes) había “descubierto” el fuego; dos maneras muy distintas de “descubrir”.

Descubrir quiere decir destapar lo que estaba tapado, encontrar lo que estaba oculto. Por lo tanto, el verbo descubrir se aplica muy bien a los hallazgos geográficos, pero no necesariamente al progreso científico en general, porque encontrar objetos nuevos –un nuevo tipo de estrella, un elemento químico insospechado o una partícula elemental ignota—es sólo una parte del progreso científico. Los hallazgos científicos más significativos no consisten en toparse con objetos antes ocultos. La ciencia reside más bien (o en muchos casos) en revelar semejanzas entre procesos que a primera vista parecen distintos, en encontrar relaciones ocultas o nunca antes imaginadas. Isaac Newton no descubrió la gravedad–la propiedad de los cuerpos de caer a tierra—; ésta ya se conocía desde la antigüedad. Lo interesante del trabajo de Newton es que, al proponer una expresión matemática para esa fuerza tan conocida, también encontró la relación entre la caída de los cuerpos en la Tierra y el movimiento de la luna alrededor de nuestro planeta y de los planetas alrededor del sol. La teoría gravitacional de Newton unifica la física terrestre con la física celeste al mostrar que es lo mismo caer que orbitar, y ésa revelación es lo que le celebramos a Newton.

        El buen científico no es el que tiene la suerte de dar accidentalmente con algo nuevo (eso no tiene ningún chiste, o tiene muy poco), sino el que es capaz de encontrar relaciones ocultas entre fenómenos disímbolos, el que sabe leer entre líneas en el libro de la naturaleza. Para eso hay que saber interpretar lo que observamos, capacidad que todos los seres humanos tenemos en mayor o menor medida. Según informa el neurofisiólogo Michael Gazzaniga en la revista Scientific American, el cerebro humano viene equipado con un sistema interpretador, que se aloja, al parecer, en el hemisferio izquierdo del cerebro. Esta región del cerebro se encarga de detectar patrones y es tan eficaz en su especialidad, que a veces encuentra patrones hasta donde no los hay. En un experimento que realizó George Wolford en el Dartmouth College, se pidió a los participantes que oprimieran uno de dos botones (arriba y abajo) según donde pensaran que se iba a encender una luz luego de observar una secuencia de encendidos y apagados durante varios minutos. La secuencia estaba programada de tal manera que las luces se encendieran en una sucesión impredecible, pero en 80 por ciento de las veces se encendía la de arriba. Eso quiere decir que oprimiendo sólo el botón de arriba, un participante atinaría 80 por ciento de las veces. Sin embargo, en vez de maximizar los aciertos oprimiendo sólo el botón superior, los participantes trataban de detectar algún orden oculto en la secuencia, con lo cual no rebasaron el 68 por ciento de aciertos. Jamás se les ocurrió pensar que la sucesión de luces fuera aleatoria. Sus cerebros se pusieron a buscar asiduamente un patrón donde no lo había, y buscando patrones, regularidades y relaciones se equivocaron.

¿Por qué tenemos en el cerebro un módulo interpretador? Porque en el ambiente de las cavernas –ambiente en el que vivieron nuestros antepasados durante cientos de miles de años—el poder detectar regularidades y patrones en el entorno era una ventaja. Encontrar patrones permite predecir, y predecir –sobre todo si se predice correctamente—permite sobrevivir. Por eso a nuestros cerebros les gusta tanto interpretar.

        ¿No les ha pasado que un día descubren que han relacionado dos acontecimientos que siempre se presentan juntos, pero sin haberse fijado? A mí me ocurrió hace mucho tiempo, con el ruido de los aviones que pasaban frente a la ventana de mi estudio. De tanto mirarlos pasar sin poner atención, un día me di cuenta de que podía predecir qué clase de avión iba a pasar a partir del ruido que hacía. Así aprendí a distinguir el Boeing 747 (un retumbar bajo y aterciopelado), el DC-10 (un bramido plañidero de sierra mecánica), el Boeing 727 (un tronar como el del 747, pero no tan redondo) y los aviones rusos de Cubana de Aviación (un estruendo explosivo y desagradable). Ensayé mi habilidad muchas veces sin error, lo que me indicó que no eran figuraciones mías que había aprendido a distinguir los aviones por su ruido sin proponérmelo.

        Esa capacidad de relacionar, de interpretar y el placer que nos brinda podría ser la fuente tanto de la ciencia como del arte. La ciencia proviene del observar y compaginar lo exterior al individuo; el arte del observar y relacionar lo interior, por ponerlo de una manera muy simple. Ambas actividades consisten en seleccionar elementos (observaciones en ciencia, trazos y colores en pintura, personajes y episodios en literatura, melodías, ritmos y colores orquestales en música) y ponerlos en relación unos con otros hasta formar una estructura coherente y armoniosa (la teoría o la obra artística).

        La pintura no es más que investigación y experimento, decía Picasso. Tal vez la ciencia y el arte, en general, no son más que investigación y experimento que se hacen con miras a interpretar la realidad, o a darle forma a una realidad amorfa y endiabladamente complicada.


La calculadora Hidros

El portal mexicano agua.org.mx acaba de poner en línea su calculadora de huella hídrica, Hidros. La huella hídrica de un individuo es el volumen total de agua implícito en todas sus actividades: desde el consumo directo --bañarse, lavarse, beber-- hasta el indirecto --cuánta agua se requiere para hacer los productos que consume. La calculadora ya está en línea en el portal. Sirve para calcular la huella hídrica de uno y ayudar a tomar medidas para reducirla. La ceremonia de lanzamiento oficial se llevará a cabo en Universum, museo de las ciencias de la UNAM, el lunes 23 de marzo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Sergio:

Esta tendencia que nos explicas del cerebro humano es muy singular: no se quiere conformae con la simple observacion, sino que la quiere INTERPRETAR.

La conocida frase "tu que todo lo sabes y lo que no lo inventas" tal vez sea mas explicable con esto que nos dices. Habrá quien no se pueda conformar con no poderse explicar algo... malamente, pero asi pasa.

Otro filon interesante es que esa tendencia cerebral, PROPICIA la subjetividad en las observaciones, pues si cada observacion cuenta con una interpretacion PERSONAL, termina por ser subjetiva, no sabemos si en un alto grado o en grado bajo. Ese factor lo tienen que minimizar lo mas posible los cientificos.

... y tambien por ello hay tantas "verdades evidentes" que son convicciones muy arraigadas en cada sociedad, fruto de una interpretacion compartida, difundida y aceptada por la enorme mayoria, no obstante, ello no hace a una verdad evidente, una verdad cierta. SOLO LA CONFIRMACION OBJETIVA LA HACE UNA VERDAD.

Luis Martin Baltazar Ochoa.

MZM dijo...

Definitivamente a la ciencia le gustan los patrones, por eso su lenguaje predilecto es el matemático, el cual, establece una diferencia enorme entre el predecir y el adivinar. Pero para la mayoría de las personas comunes y de a pie, esta diferencia a veces no es clara, y entonces es cuando obra la "magia".