sábado, 5 de septiembre de 2020

Arthur C. Clarke predice el presente otra vez

 En 1960 el escritor británico Arthur C. Clarke publicó un cuento titulado I Remember Babylon. "Me llamo Arthur C. Clarke, y desearía no tener nada que ver con este asunto tan sórdido", empieza el autor como si no fuera un cuento y estuviera dirigiéndose al público de Estados Unidos. El objetivo del discurso que empieza así es explicar cómo "con la ayuda del difunto Dr. Alfred Kinsey he desencadenado sin querer una avalancha que puede acabar con buena parte de la civilización occidental".

Kinsey es célebre por publicar (con colaboradores) los Informes Kinsey sobre la sexualidad masculina (1948) y la sexualidad femenina (1953), que mostraban sin tapujos ni falsos pudores lo que realmente le gustaba a la gente hacer en la cama (o donde fuera). Clarke es conocido por su ciencia ficción, pero especialmente por un artículo escrito en 1945, a los 27 años, en el que inventa el concepto de redes de satélites geoestacionarios para telecomunicaciones, que se haría realidad diecisiete años después.

En I Remember Babylon el Clarke ficticio se retuerce las manos de preocupación por un encuentro que tuvo en Sri Lanka, donde vivió desde 1956 hasta su muerte en 2008. En el cuento, Clarke conoce en un coctel de la embajada soviética a un misterioso individuo que sabe de su artículo sobre los satélites geoestacionarios. El tipo lo invita a su hotel para mostrarle un proyecto de televisión en el que está trabajando con un patrocinador secreto. Para no hacerles el cuento largo, resulta que el proyecto consiste en poner un satélite geoestacionario en un lugar estratégico para cubrir todo el territorio de Estados Unidos y transmitir propaganda rusa sin que nadie lo pueda impedir, puesto que el satélite no estaría sobre territorio estadounidense (los satélites geoestacionarios sólo pueden estar sobre el ecuador) ni se podría bloquear su señal (estamos en 1960, recuerden). Clarke se ríe y le dice básicamente que quién demonios va a querer ver televisión soviética, que es malísima: "Fuera del Bolshoi, ¿qué van a ofrecer?", dice. Entonces el tipo le muestra una película que haciéndose pasar por un documental sobre arquitectura religiosa es en realidad prácticamente pornografía usando como pretexto el Templo del Sol de Kornarak, con sus bajorrelieves de figuras en ferviente y variada actividad sexual. Ahora que el informe Kinsey ha revelado que los mojigatos y pudorosos estadounidenses lo son solamente de dientes para afuera, el programa será un éxito. "Y por primera vez en la historia la censura es imposible", dice el individuo. "El cliente puede obtener lo que desea en su propia casa. Cierre la puerta, prenda la tele --los amigos y la familia nunca se enterarán".

Por supuesto, la idea es intercalar propaganda rusa entre programas basados en lo que revela el informe Kinsey, "que sólo serán la carnada" para enganchar al público estadounidense "encerrado en su casa" y decirle "lo que de verdad está pasando en le mundo".  

"Pero no crea que el sexo es nuestra única arma", le dice el tipo a un Clarke cada vez más preocupado. "El sensacionalismo también es bueno", y le cuenta que están planeando un programa de escándalos de Washington. De falsos escándalos, se entiende. Habrá igualmente programas de morbo, gore (diríamos hoy), lo que usted no se atreverá a ver, todo salpicado de mensajes prosoviéticos.

 --¿Le va a lavar el cerebro a todo Estados Unidos?

--Exactamente. Y les va a encantar, pese a los gritos del Congreso y las iglesias.

Hoy, con las fake news que propaga Rusia (entre otros países) para desestabilizar a Estados Unidos por medio de una forma de distribución de información difícil de censurar y haciendo uso experto de la técnica de clikcbait (o anzuelo para pescar clics), lo que Clarke escribió en 1960 se ha hecho realidad, como los satélites de telecomunicaciones.


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