lunes, 15 de marzo de 2010

De tal palo tal astilla: el papá de Galileo

A Galileo lo recordamos como físico, matemático y astrónomo, fundador de tradiciones científicas como el usar experimentos y observaciones para justificar la teoría por medio de la práctica. En esto puede haber salido a su padre, según el historiador Stillman Drake, reconocido experto en galileología.

Cuando Galileo tenía 14 años su padre, Vincenzio, se vio implicado en una discusión que duraría muchos años. Lo que estaba en juego no era el futuro de la física ni de las matemáticas, sino de la música europea. Vincenzio era músico profesional. Además de compositor (se conservan varias piezas suyas para mandolina, laúd y otros instrumentos populares en el siglo XVI), era teórico de la música, combinación que, a decir de Drake, no era común: teóricos y prácticos en la música no solían ser las mismas personas. Los teóricos de la música --concepto que puede parecer extraño a quienes no son músicos-- se encargaban, en resumen, de dictar qué combinaciones de sonidos sonaban bien y cuáles no. O sea, qué combinaciones de notas eran consonancias y cuáles eran disonancias. Las consonancias había que conservarlas para usarlas en la música y para afinar los instrumentos musicales; las disonancias, simplemente, había que proscribirlas.





Gioseffo Zarlino, maestro de Vincenzio Galilei, escribió un tratado en el que, en esencia, repetía y trataba de justificar una doctrina de las consonancias y las disonancias que provenía de la antigüedad: que sólo sonaban bien juntas las notas que se podían producir con cuerdas tensas cuyas longitudes estuvieran en proporciones muy simples: 2 a 1, 3 a 2, 4 a 3. Estas cuerdas producen los intervalos que hoy se conocen como octava, quinta y cuarta (si la primera nota es, digamos, do, la segunda es un do más alto en la octava, un sol en la quinta y un fa en la cuarta). La octava, la quinta y la cuarta eran las únicas combinaciones de notas que sonaban bien por poderse representar por medio de cocientes de números enteros muy sencillos.

Ésta era la explicación de las consonancias que había dado la secta de los pitagóricos en el siglo VI antes de Cristo. Los pitagóricos pensaban en lo más profundo de su ser que el universo estaba construido a partir de números enteros y relaciones sencillas entre números enteros. Veinticuatro siglos después Gioseffo Zarlino le dio su imprimatur, pero, con todo, la extendió un poco. Donde los pitagóricos admitían sólo combinaciones de los números 1, 2, 3 y 4, Zarlino añadió los intervalos que se formarían si las cuerdas estuvieran en las proporciones de 5 a 3, 5 a 4 y 6 a 5 para dar un total de seis intervalos consonantes permitidos. Pero hasta ahí: no podían usarse en música otras combinaciones. Zarlino se justificó con un argumento de sabor muy pitagórico: decía que sólo había 6 consonancias porque 6 es el primero de los llamados "números perfectos", números que son iguales a la suma de sus factores (6 = 1 x 2 x 3 = 1 + 2 + 3).

A los pocos años el sistema musical de Gioseffo Zarlino le pareció insuficiente a Giovanni Battista Benedetti. Benedetti se dijo que el oído no tenía por qué saber matemáticas. Para él, que dos notas sonaran bien juntas tenía que ver con la relación entre las vibraciones de las cuerdas que las producían. La octava, dada por dos cuerdas, una dos veces más larga que la otra (proporción 2 a 1) sonaba bien porque las vibraciones de las dos cuerdas coincidían cada dos ciclos. La quinta sonaba menos bien (proporción 3 a 2) porque las cuerdas coincidían en sus vibraciones cada seis ciclos. Benedetti no asociaba lo consonante de dos notas a los números enteros y sus abstractísimos cocientes, sino a un fenómeno físico concreto: la vibración de las cuerdas que las producían. Dicho de otro modo, propuso una explicación física de la antigua teoría pitagórica de las consonancias. Lo cual no quiere decir que abriera nuevas puertas a la exploración musical: seguían siendo consonantes los mismos intervalos.

Vincenzio Galilei observó que a los músicos prácticos como él las reglas de los pitagóricos, o de Zarlino o de Benedetti les importaban un cacahuate (o casi). A fin de cuentas, lo que sonaba bien sonaba bien no porque lo justificaran las matemáticas de los números enteros sencillos, sino porque así lo dictaba el oído. Vincenzio Galilei proponía pues abandonar la tradición pitagórica, y sobre todo verificar con experimentos con cuerdas de disinta longitud y tensión qué combinaciones sonaban bien. Así, un día, cuando Galileo tenía 25 años, llegó a casa de su padre y encontró una selva de cuerdas colgadas del techo con pesos en los extremos (era como una selva de péndulos), con las que Vincenzio estaba haciendo experimentos musicales para justificar su punto de vista.





A la muerte de Vincenzio al año siguiente, Galileo se quedó con sus apuntes. Galileo era a la sazón un joven profesor universitario de matemáticas que tenía que hacerse cargo de sus hermanos y su madre ahora que el padre no estaba, pero en un par de decenios sus propios experimentos empezarían a dar de qué hablar --y algunos terminarían trastocando tradiciones milenarias, pero no en música, sino en física y astronomía. La astilla de aquel palo cayó en suelo fértil y floreció como un robustísimo árbol.

Galileo debe de haber ayudado mucho a su padre en aquellos años de experimentos antipitagóricos, porque mucho tiempo después, en uno de sus libros más importantes, retomaría las reflexiones musicales de su padre y las extendería. Según Stillman Drake, la idea que asociamos con Galileo de usar experimentos para verificar nuestras conclusiones teóricas en ciencias podría provenir de su padre músico. Y mientras los trabajos del padre sirvieron para derrocar a Pitágoras en teoría musical, los del hijo dejarían herida de muerte la reputación de otra autoridad griega antigua: Aristóteles. Qué familia.

4 comentarios:

Luis Martin Baltazar Ochoa dijo...

¿pero, por que suena bien?

por supuesto que de manera innata todos percibimos la asociacion de vibraciones, lo que nos dices que es la relacion 2 a 1... pero la frase que usamos no es concuerdan la vibracion, es SUENA BIEN. ¿por que usamos un calificativo como BIEN? es un calificativo de valor, es decir, de bueno, de deseable...

nuestro gusto por las regularidades, por los ritmos, por las concordancias, está relacionado con nuestro instintivo esfuerzo por el apareamiento con el individuo mas sano posible, y la regularidad, la simetria, lo proorcionado, da un mensaje inconciente pero muy evidente a nuestros sentidos, de un individuo sano, de excelentes genes

¿sera `por eso, Sergio, que aun teniendo un oido no avezado en matematicas ni fisica, sabemos sin duda LO QUE NOS SUENA BIEN?

¿tu como ves?

Saludos

Sergio de Régules dijo...

Yo creo que lo que "suena bien" tiene una buena parte cultural, o sea que no será lo mismo hoy que en tiempos de Vincenzio Galilei, ni aquí que en Italia (a mí, por ejemplo, me gustan unas músicas horribles de disonancias, pero es un gusto adquirido). Lo que antes era disonante puede hoy considerarse consonante. Durante el siglo XX los músicos extendieron las posibilidades en muchísimas direcciones: disonancias, ritmos complicados, sonidos grabados concretos, cantos de aves imitados con la orquesta...y hasta silencio absoluto (o casi: el silencio, en música, es la ausencia de sonido intencional, pero puede haber sonidos accidentales).

Luis Martin Baltazar Ochoa dijo...

Bueno, es cierto Sergio el efecto cultural... pero tambien es cierto, tu tambien tienes hijos, lo habras observado, hay musicas que los complacen, los tranquilizan, "le suena bien"; pero hay otras que lso pone como histericos. Yo creo que lo innato si que tiene relevancia, mas bien lo cultural termina por modificar lo innato... un ejemplo ¿quien en su juicio se comeria una torta ahogada (lo que es una real torta ahogada de Guadalajara)? es una agresion a todos los sentidos, y sin embargo, aqui entre lso tapatios es una devocion arraigada, y los puristas, como te digo, la ahogan en puro chile, nada de jitomate. Una tortura sensitiva que lo cultural la ha hecho deleite.

en fin ya me desvie, será que traigo hambre. Saludos.

Sergio de Régules dijo...

Genial, la metáfora culinaria tapatía. Eso es escribir.