Hay momentos nodales en la ciencia --momentos en que una intuición, un descubrimiento no sólo nos hace entender lo que antes no se entendía, sino que además abre una veta nueva para la investigación. Cuando Edwin Hubble observó, en 1929, que muchas galaxias se alejaban de nosotros abrió la puerta a la investigación sobre la estructura del Universo y sobre su origen. Ochenta años después la veta sigue dando. Lo mismo puede decirse del trabajo de Francis Crick y James Watson. En 1953 publicaron un artículo en el que explicaban la estructura de la molécula de la herencia (el ADN). Ese artículo sigue siendo de los más citados en la biología.
El trabajo de Giacomo Rizzolatti y sus colaboradores, en la Universidad de Parma, Italia, podría ser otro de esos descubrimientos que cambian la forma en que vemos el mundo.
¿Les gusta el futbol? ¿Han notado que hay gente que se lo toma muy en serio? Esas personas suelen saltar, echar vítores y vociferar cuando ven un partido. A veces lloran cuando pierde su equipo. Parece que un apasionado del futbol de veras se pone en los zapatos (en los tacos) de los jugadores, a tal grado que siente en él mismo lo que padecen o gozan sus héroes. Lo mismo pasa cuando lloramos en el cine o el teatro, o gritamos de indignación cuando la combi se le cierra al coche de enfrente. Las personas tenemos una habilidad innata para la empatía.
Solía pensarse que lo hacíamos así: al ver perder a nuestro equipo, llorar a nuestro héroe o sufrir al vecino, nos imaginábamos lo que debían estar sientiendo por una especie de deducción lógica rapidísima. La empatía dependía, pues, de que fuéramos capaces de racionalizar las emociones del prójimo. Lo cierto es que la sensación de empatía va mucho más allá de la simple imaginación: sentimos nosotros mismos esas sensaciones. ¿Cómo es posible?
En 1996 Giacomo Rizzolatti, director del departamento de neurociencias de la Universidad de Parma, Italia, y sus colaboradores Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese estaban estudiando los sistemas motores del cerebro de los macacos. Rizzolatti y sus colaboradores descubrieron por casualidad un tipo de neuronas motoras con un comportamiento inesperado. Estaban estudiando una región de la corteza motora que controla los movimientos de las manos. Sus aparatos les permitían registrar la actividad de neuronas individuales. Cuando el mono tomaba una pasa para llevársela a la boca, la neurona se activaba de cierta manera, lo que se manifestaba como un patrón de impulsos eléctricos. En un momento de inactividad en el laboratorio, Fogassi tomó descuidadamente una de las pasas previstas para los monos y se la llevó a la boca. Sorpresa: las neuronas del mono se activaron con el mismo patrón. Luego de descartar otras posibilidades, Rizzolatti y sus colaboradores concluyeron que esas neuronas servían para representar acciones —y en particular movimientos musculares— en el cerebro del mono, sin importar si el animal era el agente o sólo testigo de la acción.
Rizzolatti y su equipo llamaron neuronas espejo a estas células cerebrales. Los humanos también las tenemos, pero tenemos más y en más lugares: centros del lenguaje, de la comprensión de las emociones y de la empatía. Las neuronas espejo proporcionan una representación interna de las acciones, tanto propias como ajenas.
Rizzolatti explica muy bien qué función cumplen estas neuronas cuando dice: “Las neuronas espejo te ponen en el lugar del otro”.
El sistema de neuronas espejo es responsable de comportamientos como el reconocimiento y la imitación. También podría estar detrás de la empatía (la capacidad de representarse vívidamente lo que sienten los demás, tanto física como emocionalmente, y no sólo entender que sienten una emoción y no compartirla).
En tiempos del PRI en México, era irritante observar cómo, a los pocos meses de llegado al poder un presidente, todo su gabinete ya había adoptado sus ademanes y su sonsonete al hablar: un caso de mimetismo abyecto que se puede explicar muy bien invocando la actividad de las neuronas espejo. Éstas también podrían explicar por qué podemos aprender viendo. Por ejemplo, cuando veo una película sobre pianistas (como la reciente Vitus) toco mejor el piano. Por eso recientemente me ha dado por buscar videos de pianistas en Youtube. Después de ver a Leif Ove Andsen tocar un concierto de Rachmaninoff me salen mejor Los changuitos. Las neuronas espejo podrían explicar incluso por qué se contagian los bostezos.
Vilayanur Ramchandran, uno de los neurofisiólogos más activos e importantes, ha dicho que el descubrimiento de las neuronas espejo hará por la psicología lo que el ADN por la biología: un descubrimiento muy fecundo, que ya está conduciendo a una gran variedad de investigaciones novedosas, desde las causas del autismo hasta la evolución de la empatía en la especie humana.
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