viernes, 8 de agosto de 2014

De piedras italianas a cráter mexicano

La semana pasada les mostré las piedras de los estratos del periodo Cretácico y el posterior periodo Daniano que me dio el paleontólogo Jan Smit en el cañón del Bottaccione, en Italia. En la formación rocosa de donde las tomamos la paleontóloga Isabella Premoli Silva encontró en 1962 una catástrofe microscópica: una extinción masiva y abrupta de especies de organismos llamados foraminíferos que flotan en las aguas del mar. Entre los dos estratos Isabella Premoli encontró una misteriosa capa de arcilla oscura sin fósiles.

Tratando de determinar cuánto tiempo representaban los dos centímetros de espesor de la capa de arcilla, el geólogo Walter Alvarez y sus colaboradores, en los años 70, encontraron otro misterio: una altísima concentración del metal iridio, que es poco común en la superficie de la tierra, pero muy común en las rocas espaciales. Después de descartar trabajosamente otras explicaciones, Alvarez y compañía concluyeron que la capa de arcilla iridiada del cañón del Bottaccione está hecha de los restos pulverizados de un meteorito de unos 10 kilómetros de diámetro que chocó contra la tierra hace 65 millones de años. En un artículo publicado en 1980 proponen que el polvo que se esparció por todo el mundo oscureció y enfrió el planeta durante varios meses, lo que llevó a la extinción a todas esas especies de foraminíferos, a los dinosaurios y a muchas especies más que desaparecieron a fines del periodo Cretácico.

Pero los paleontólogos y los geólogos no les creyeron. En primer lugar, estaban acostumbrados desde el siglo XIX a que los acontecimientos importantes de la historia del planeta siempre fueran graduales, jamás abruptos. En segundo lugar, ¿dónde estaba el cráter que dejaría el tremendo impacto que proponían Alvarez y sus amigos?

En otro lugar muy distinto -y en otro ámbito profesional- en 1978, Petróleos Mexicanos emprendió una amplia campaña de prospección petrolera. Antonio Camargo y Glen Penfield fueron a Yucatán a explorar el subsuelo desde fuera con métodos magnéticos. En particular, querían saber qué era una misteriosa estructura enterrada que otros geólogos petroleros habían vislumbrado en los años 40 usando mediciones de la gravedad local. Camargo y Penfield detectaron una anomalía magnética aproximadamente circular, de unos 200 kilómetros de diámetro: un cráter de impacto muy antiguo, sepultado por la sedimentación de millones de años.

Durante los 80 ardió el debate de la extinción por impacto. Además de la  falta de cráter, a Alvarez y sus colaboradores se les objetaba que los fósiles de dinosaurio iban desapareciendo gradualmente en los estratos geológicos hasta que, a fines del Cretácico, no quedaba ninguno, lo que indicaba que se habían extinguido poco a poco y no abruptamente. Pero en 1982 Philip Signor y Jere Lipps demostraron por medio de un análisis estadístico que hasta la extinción más abrupta de organismos grandes parecería gradual en el registro fósil. Cuando otros investigadores se pusieron a buscar evidencia de que las especies que parecían apagarse poco a poco en realidad sí habían durado hasta el último momento, la encontraron y se disipó esta objeción. Otros alegaban que debería haber indicios de tsunamis de 100 metros en algún lugar. A fines de los 80 se encontraron esos indicios en Texas, Tamaulipas, Nuevo León, Cuba y Haití. En 1990, el geólogo canadiense Alan Hildebrand se dijo que el impacto tendría que haber ocurrido por ahí, en la región del Golfo de México, y se puso a escarbar entre todo lo escrito acerca de geología de esa región... hasta que dio con el informe de Camargo y Penfield.

Hildebrand se reunión con los geólogos petroleros y en 1991 publicaron juntos (y con otros colaboradores) un artículo que hoy se considera clásico en el que reúnen muchas pruebas de que el cráter mexicano de Camargo y Penfield tiene todas las características que se esperarían del impacto que propusieron Alvarez y sus colaboradores en 1980 a partir de las piedras italianas. Con el cráter en mano, y sobre todo con la investigación que llevó a cabo en el cráter la UNAM durante los años 90, la hipótesis de impacto fue ganando adeptos. Aunque el debate no está totalmente zanjado, hoy la hipótesis de Alvarez es la que ha generado más consenso.

1 comentario:

Luis Martin Baltazar Ochoa dijo...

Estimado Sergio, ya había oído de esta teoría de la extinción de los dinosaurios por el impacto de un asteroide; pero no con esta serie de detalles y precisiones que nos das. Mas bien con las vaguedades que hay en un documental televisivo, que en general quiere informar pero no se ocupa demasiado en los detalles.
A mi, como ya lo he dicho antes, me encanta constatar como el proceso de la ciencia es ir sumando aportaciones de unos y otros y otros. Claro, con las salvedades de que no es un proceso lineal, pero al final, si tiene a grandes rasgos una dirección de avance.
Piedras de una ladera de un cerro que nos dicen la manera en que se extinguieron los dinosaurios… fascinante. Por cierto, NO DEJES DE CONTARNOS que mas hacías en tu viaje a Italia, AHORA EN EL ASPECTO MUSICAL. Saludos.