jueves, 16 de octubre de 2008

El año del cometa

Mil ochocientos treinta y cinco fue un año del cometa: en septiembre se esperaba la visita del cometa Halley.

Para los habitantes de Nueva York -hoy moderna y secular pero otrora piadosa y un poco ñoña- el cometa era prueba fehaciente de que había un creador divino, pues ¿no se requería un creador para montar semejante espectáculo?

Por esas fechas vivía en Nueva York un caballero inglés transplantado, de nombre Richard Adams Locke, que no se sentía muy a gusto con la exagerada religiosidad de su nuevo país de residencia. Como los ingleses siempre han presumido de ser más cultos que los estadounidenses -quizá con razón-, Locke concibió en su cabecita la idea de que él podía tomar cartas en el asunto.

Se sentía un poco decepcionado. Desde su nativa Inglaterra le había parecido que Estados Unidos era una plaza fuerte de la racionalidad y la independencia de pensamiento. Algunos de los fundadores de esa joven nación, como Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, fueron personas muy cultas, con amplios intereses, críticos de la religiosidad irreflexiva. Oh, decepción: los Estados Unidos de 1835 estaban sumidos en el fundamentalismo religioso mientras Ben Franklin se revolcaba en su tumba.

Locke trabajaba como editor en jefe del periódico The New York Sun, uno de los primeros diarios de circulación masiva. Desde esa posición, empezó a publicar una serie de artículos en los que contaba las actividades del astrónomo británico John Herschel, que se había ido al extremo sur de África a hacer observaciones astronómicas. Herschel es un personaje real, y sí se encontraba en lo que hoy es Sudáfrica en agosto de 1835. Lo que seguía fue puro invento de Locke:

En el primer artículo, Richard Locke contaba que cierta revista científica estaba por publicar unos resultados asombrosos de las observaciones de Herschel. Locke no decía cuáles -quedaban prometidos para un artículo posterior-, pero sí explicaba con cierto grado de detalle cómo funcionaba el telescopio de Herschel.

Luego Locke escribió que Herschel había descubierto en la luna lagos y manadas de animales salvajes. Nada como un poco de sensacionalismo para estimular al público de un periódico. El New York Sun empezó a venderse como bolillos recién horneados.

Poco a poco, el imaginativo Locke fue aumentando la audacia de sus inventos. Herschel, según los artículos, no sólo había visto animales en la luna, sino seres parecidos a los humanos.

Finalmente Locke asestó el golpe de gracia: en el último artículo de la serie reportó que el astrónomo inglés había visto templos religiosos en la luna. Con eso, Locke pensaba que su público caería en la cuenta de que era una broma. Pues no. Incluso cuando llegaron de Sudáfrica informes en los que se desmentían las fantasías del New York Sun el público siguió creyéndolas. A Richard Locke le salió el tiro por la culata.

¿Por qué? El escritor científico David Bodanis explica en una reseña publicada esta semana en la revista Nature que -aunque nos pese a los divulgadores- la imagen popular de la ciencia y la tecnología -con sus tan cacareados milagros y maravillas- no es muy distinta de la idea que se hace el público de las creencias místicas: ambas están llenas de misterios que no hay que tratar de entender, y así la confianza ciega que muchas personas le otorgan a la religión se transmite a la ciencia, esa otra fuente de autoridad al parecer indiscutible. Sirva la historia de Richard Locke como advertencia a los divulgadores de la ciencia: a lo mejor al hacer nuestro trabajo de comunicar la maravilla de la ciencia se nos está pasando la mano, y la estamos pintando como una cosa milagrosa e incomprensible, que en nada difiere de la astrología y el tarot.

Gracias a mi amigo, el físico brasileño Peter Schulz, de la Universidad Estatal de Campinas, por mandarme esta historia publicada en Nature.

8 comentarios:

Sergio de Régules dijo...

Puedes dejar un comentario anónimo sin estar suscrito a Google/Blogger eligiendo "Anónimo" debajo de "Elegir una identidad", en la columna de la derecha.

LuciFer nando dijo...

ciencia y religión,los siempre opuestos conceptos, auqneu hablen de una misma cosa, rumbo hacia un mismo fin, la explicacion de todas las cosas, una es mas cara que la otra, ya que la religion no cuesta(¿?); la diferencia es que la religion exige mas del ser humano

Anónimo dijo...

Mi querido Bohr:

No creo que sea culpa de los divulgadores: conozco -para mi mal, y ciertamente no de mi grado- a una generosa cantidad de personas que jamás en su vida han tenido contacto alguno con la divulgación científica. Casi siempre, esas personas están convencidas de que existe evidencia científica sólida que avala la aparición guadalupana, la existencia del alma, o la creación por designio de los organismos vivientes.

Vivo en una calle que se llama Ángel Yomael. Hace esquina con Ángel Cassiel (no: los planificadores urbanos de Cuautitlán Izcalli no vieron "Las alas del deseo", de Wim Wenders, pero les gusta poner dos "S" donde con una alcanza. El otro día me emocioné porque confundí la calle "Ángel Joel" con Angelina Jolie).

Una de mis parientas, a la que en sueños se le aparece su difunta abuela para solucionarle problemas domésticos -¿cómo resolver la comida del día para 4 personas con 50 pesos?- le manda "ángeles" a sus amistades, para que sus negocios sean prósperos. Ellas, tan generosas, se los devuelven todas las noches...

Yo me sospecho que existe una edad decisiva -no sé cuál sea, pero debe estar entre los 10 y los 15 años, supongo- para desarrollar el pensamiento critico, una edad más allá de la cual sea -como me imagino que sucede con los idiomas- mucho más difícil adquirir las habilidades del sano escepticismo. Por mi parte, no aprendí lógica formal hasta los 18 ó 19 años, pero mi entrenamiento en álgebra resultó de gran ayuda.

Lógica: la materia olvidada. A veces, ni los divulgadores parecen conocerla...

¿A ver?

1. Negación de A, entonces B.
2. Negación de B.
¿Podrán obtener los lectores alguna conclusión a partir de estas sencillas premisas? Y si no pueden... ¿cómo hacen para seguir una discusión?

¿Tienen los divulgadores la culpa de que algún lector deduzca -que los habrá, tal vez no en tu diario de a bordo, pero seguro que los habrá- de esas premisas la existencia de deus?

Tuyo

W. Heisenberg.

Sergio de Régules dijo...

Mi querido Heisenberg,
Pues yo pienso que la edad para desarrollar el pensamiento crítico se ubica mucho antes. Es más, pienso que el ser escéptico o crédulo tiene mucho de innato. O sea que a lo mejor los que son crédulos lo serán casi irremediablemente. Espero que no, pero creo que sí. Es horrible.

Tuyo,
Bohr

Anónimo dijo...

Una disculpa sincera para el amable Sergio de Regules, pues no es su blog arena para que otros dos discutan. Pero, como de cuando en cuando algunos AL AMPARO DE LA CIENCIA QUISIERAN GOLPETERA A LA RELIGION, prdon, pero eso hay que ponerlo en contexto y no rehuirlo.

Heisenberg, bien hizo Sergio en no contestar tus afirmaciones. Y es que, DE NINGUN MODO, la ciencia tiene como su objetivo atacar la Fe. Las dos son validas Y SE MUEVEN EN DIFERNTES ESFERAS. Con frecuencia, los "cientificos de hoby" no entienden una premisa FUNDAMENTAL de la verdadera ciencia: ES TREMENDAMENTE MAS LO QUE SE DESCONOCE QUE LO QUE SE SABE. Esa verdadera humildad, que parte de la realidad, es lo que hace que un cientifico se sujete con mucha firmeza a los hechos.

Su labor no es combatir la religion. Tampoco validarla, es cierto. su labor es explicar al universo, y que los humanos lo entendamos. La religion, en su muy diferente manera, aspira tambien a buscar respuestas.

¿por que algunos quieren ver enfrentados estas dos maneras? no es necesario. Esas polarizaciones y esos pleitos "sembrados", ¿ah como hay gente que los quisiera alentar!

No Heisenberg, no creo que vaya por ahi. Y de nuevo disculpa, Sergio.

Luis Martin Baltazar Ochoa

Anónimo dijo...

Una mas, Sergio, si me permites: te escribo esto el jueves 30 de octubre, pero sigo viendo tu ultima colaboracion la del jueves pasado, es decir, ya pasaron la del martes anterior y la de hoy.

Hacen falta verlas por escrito, sin duda en la platica con Pedro Ferris se hace ameno, pero aqui por escrito se articula mejor y se asimila mas. URGE VER AQUI TUS COLABORACIONES. Gracias.

Luis Martin Baltazar Ochoa

Anónimo dijo...

1. Lamento no haber publicado este comentario hace una semana: el 30 de octubre se cumplieron 70 años de la célebre trasmisión radiofónica protagonizada por Orson Welles. Como casi todo mundo sabe, ese domingo Orson Welles daba lectura a un guión de Howard Koch, “Invasión desde Marte”, basado en La guerra de los mundos, de Herbert G. Wells. Orson programó un noticiero ficticio para ser trasmitido exactamente 12 minutos después de las 8 de la noche, momento en el que las cadenas de radio más fuertes, sus competidores, pasaban comerciales. Era la hora en la que las familias cenaban, en aquellos tiempos anteriores a la televisión. Al llegar los anuncios, los radioescuchas movían distraídamente el dial de sus receptores. La interrupción de un programa musical para dar “noticias de última hora” sobre el exterminio de los ejércitos terrestres a manos de fuerzas invasoras marcianas provocó una oleada de pánico que recorrió toda la Unión Americana.

No está muy claro qué sucedió: según la nota de la agencia AP publicada el 31 de octubre, la trasmisión fue interrumpida en 4 ocasiones para explicar que se trataba tan solo de un radioteatro; sin embargo, testigos aseguran que Orson Welles se negó a suspenderla pese a las órdenes perentorias de un ejecutivo de la RKO que llegó hasta el lugar en bata y calcetines (las centrales telefónicas estaban totalmente saturadas). Tal vez ambos datos no son excluyentes.

Pero eso es secundario. Lo que quiero resaltar es que estamos hablando de un engaño deliberado (como lo es toda obra cinematográfica, teatral, radiofónica o literaria que no sea periodística o documental), y de sus impredecibles efectos.

2. ¿De que trata la “entrada” de Sergio? Richard Adams Locke (¡Qué nombre tan rimbombante!), harto de la credulidad de sus compatriotas, viaja al país que imagina como refugio racionalista. Allí, decepcionado por lo que ve, intenta despertar el espíritu crítico de los lectores de su periódico, jugándoles una broma. Para su mayor desilusión, la broma es creída hasta en sus detalles más absurdos.

Ya conté, reducida, la historia que Sergio nos dio a conocer. ¿Cuál es el tema de Sergio? Sergio no está hablando acerca de religión, sino acerca de los efectos impredecibles de un engaño deliberado, ciertamente bienintencionado. ¿Cree Sergio que la culpa de la credulidad de algunos de los lectores de divulgación de la ciencia, dispuestos a tragarse hasta las más descomunales piedras de molino, se debe a la forma en la que se hace el proceso de divulgación? Aparentemente no: por terrible que suene, es probable que algunos de nosotros hayamos nacido programados genéticamente para dudar más que otros miembros del género Homo. No estoy seguro de compartir esta última opinión, pero reconozco que es sumamente interesante.

Pensé que estaba suficientemente claro que, en las líneas en las que mencioné la “aparición” guadalupana y el designio “inteligente”, yo tampoco hablaba de religión. Hablaba, como Sergio, de engaños deliberados. En una de esas, puede que hasta bienintencionados. Pero engaños, a fin de cuentas.

3. Me encantó la expresión “aficionado a la ciencia”. En inglés diríamos, tal vez: science hobbyist. Y en francés sería aún más bonito: Amateur de la science.

Lamento decir que no estoy en ese caso: no soy amante de la ciencia. No la visito para escapar de los problemas conyugales, para obtener placer o solaz. No: más bien es como mi mujer de tiempo completo (admito que, en ese sentido, soy polígamo), como una esposa. Juega en mi vida el mismo papel que Dawkins plantea en la “plegaria a su hija”, en el último capítulo de El capellán del diablo. Ni hablar: hay buenas y malas razones para creer. No voy a cometer la descortesía de destripar la carta, diciendo cuáles son éstas. Pero puedo asegurar que yo intento regir todos los aspectos de mi vida por las buenas razones para creer.

4. Coincido sin objeción en que Sergio de Régules hizo bien en dejar pasar mis menciones a la “aparición” guadalupana y al designio “inteligente”. Sólo me atrevo a preguntar: Si Sergio hizo bien al dejarlas pasar… ¿cómo se pueden calificar las acciones de quien no las dejó pasar?

5. Ofrezco sinceras disculpas por la exorbitante longitud de este comentario.

Gerardo Gálvez Correa

Sergio de Régules dijo...

Hola amigos. Pues veo que la discusión va viento en popa pese a mi ausencia. ¡Qué bueno! Mi querido Heisenberg interpreta perfectamente mis palabras, ¿será porque me conoce hace un buen número de años y somos colegas en la divulgación? Por si fuera poca muestra de su capacidad de leerme la mente, menciona los 70 años de la transimisión de Orson Welles, que hubiera sido el tema de mi programa de ese día si no fuera porque ya lo traté hace como tres o cuatro años (tal vez hubiera valido la pena repetir).

Bueno, pues basta de ausencia. He andado con mucho trabajo, pero ya volví (aunque sigo con mucho trabajo).

Un abrazo a todos.
Sergio